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La clave del optimismo antropológico de los franceses cuando fueron a la guerra de 1870 era que estaban convencidos de que Austria e Italia declararían la guerra a Prusia inmediatamente. La verdad, no sé de dónde salía esa convicción, porque los hechos no la confirmaban. En Viena, Francia seguía siendo la nación que les había humillado en Solferino, y que les había dejado solos en Sadowa. Ciertamente, Austria sentía una repugnancia y un miedo intensos hacia Prusia, lo cual quiere decir que podría unirse a la lucha contra ella; pero sólo cuando Francia tuviera buena parte de la partida ganada. En lo tocante a Italia, los sentimientos pro franceses en aquel país se podían dar ya por totalmente desaparecidos. Aunque Víctor Manuel, tal vez, pudiera haber sido partidario de luchar codo con codo con su amigo el emperador, ni el gobierno, ni el parlamento, ni la opinión pública tenían la sensación de que les fuese nada en aquella movida.
El 17 de julio, el rey italiano le envió al emperador una carta en la que afirmaba que nunca lo dejaría en la estacada, pero al tiempo establecía dos condiciones para agregar el sable italiano a las fuerzas que intentaban pasar el Río Timbre: que Austria también participase, y que los franceses evacuasen la colina vaticana de una puta vez. Envió a Vimercati a Viena a negociar con Beust. Pero para cuando el italiano correveidile pisó el Prater, hacía días que el jefe de la diplomacia austriaca le había enviado unas instrucciones a su embajador Metternich en las que dejaba claro que Austria iba a conservar su libertad de acción y de decisión.
El embajador austriaco en Paris, la verdad se me escapan un poco los porqués, teniendo tiempo de sobra, pasó, sin embargo, de advertir al gobierno francés; y es un hecho que Gramont, en aquellos días, llegó a enviar una comunicación a Viena solicitando la concentración de tropas austriacas en Bohemia, signo de que estaba totalmente ignaro de que la resolución del Imperio en el sentido de permanecer au dessus de la melée era totalmente firme. Finalmente, y para que no le quedase duda a nadie, y muy especialmente a Bismarck, Francisco José convocó un consejo de ministros el 20 de julio, que se pronunció a favor de la neutralidad imperial; se decretó, pues, eso que Han Solo le define a Chewacca como "vuelo indiferente".
Ese mismo día, Beust instruyó a Metternich para decirle a los franceses que Austria consideraba su causa la suya propia, y que les ayudarían “allí donde fuese posible”. En esos días, Beust también trabajó para que Rusia aceptase abrazar también la neutralidad, siquiera de forma provisional. En realidad, el ministro de Exteriores, que era rabiosamente anti prusiano, seguía considerando que, tal vez, Austria tendría que acabar enfrentándose a Prusia y, tal vez, incluso a Rusia; pero consideraba que necesitaba tiempo para reconstruir su Ejército.
En estas circunstancias, el emperador francés tomó la decisión de repatriar a la unidad francesa que seguía en Civita Vecchia. Sin embargo, siguió declarándose sostén de las decisiones internacionales que garantizaban el poder del Papa sobre el territorio romano. Ésta es la razón de que, con el tiempo, personas como el príncipe Napoleón acabasen por decir, de forma un tanto exagerada, que la conservación del poder temporal del PasPas le había costado a Francia la Alsacia y la Lorena. En realidad, ese paso tan poco consistente, y que en consecuencia no hizo nada por mejorar las alianzas frente a la guerra, no era sino la consecuencia lógica de haber sido poco consistente hasta entonces; la manía del emperador, pues, de hacer una cosa, y la contraria.
Beust, por su parte, comunicó rápidamente que Francia, para poder pensar en la colaboración de Austria o de Italia en la guerra, debía permitir la entrada de los italianos en Roma. La propuesta cayó como un aldabonazo y provocó indignación en las Tullerías. Gramont habría de decir: “Francia no puede obtener su honor en el Rhin a base de perderlo en el Tíber”. Las negociaciones, complejas y desabridas, acabaron cristalizando en un acuerdo en el que Austria e Italia afirmaban su neutralidad armada, se decían dispuestas a colaborar en otros ámbitos; pero todo quedaba pendiente de la cuestión romana, es decir, al pleno abandono de Roma por los franceses. Para colmo, pronto se supo que el zar Alejandro le había comunicado a Bismarck su intención de entrar en Galitzia, es decir en la Polonia oriental, en el momento en que los austríacos moviesen un solo soldado en contra de Prusia. Como puede verse, el pacto Ribentropp-Molotov no cayó del cielo.
Francia, siguiendo las órdenes de su emperador, preparó una flota para que se emplazase en el mar Báltico, con la ayuda de los daneses, que sería utilizada para atacar los puertos alemanes. El príncipe Napoleón iba a estar al frente de las tropas de desembarco. Pero para que esa misión llegase a buen puerto, nunca mejor dicho, era necesario presentarse en Dinamarca lo antes posible, mientras el país estaba totalmente libre de la presión prusiana. Éste fue el primer error de la guerra. Los franceses se liaron con mierdas y preparativos, mientras que los prusianos sacaron 80.000 efectivos de debajo de las piedras y los lanzaron hacia Copenhague. Con esa tropa en sus fronteras, presta a entrar en el país, y todos los precedentes existentes en el siglo, que venían a demostrar que Dinamarca no tenía nada que hacer contra Prusia, y mucho menos contra una Prusia velada o descaradamente apoyada por Rusia, los daneses cedieron y declararon su neutralidad. Francia era muy superior a Alemania en el ámbito naval; ciertamente, de haberse podido usar los barcos en aquella guerra, los problemas de Prusia habrían sido otros y más intensos. Pero, ahora, los barcos franceses carecían de la base que necesitaban para poder hostigar los puertos hanseáticos. Como consecuencia, la Marina poco tuvo que decir en aquella guerra.
El día 25 de julio, en un ejemplo más de los muchos que hay en la Historia de “periodismo de investigación”, el Times de Londres publicó una exclusiva: el proyecto de anexión de Bélgica a Francia que el embajador Benedetti había tenido la torpeza de entregarle a Bismarck en 1866. La “exclusiva” tenía como función enseñarle a la opinión pública inglesa lo podridos que tenía los dientes el dragón francés y cuáles eran sus verdaderas intenciones. La publicación fue un golpe durísimo para la imagen en Inglaterra de un emperador que, a pesar de ser tan poco democrático, tenía la vitola de buen chico que lo que quería era reordenar el mapa de Europa para que todos los pueblos tuviesen la oportunidad de tener una vida pacífica e independiente. El gobierno inglés, por lo tanto, se limitó a exigir a los dos contendientes que respetasen la neutralidad belga. El 20 de julio, la reina Victoria le escribía al káiser Guillermo, motejando de “conducta injustificable” la declaración de guerra francesa.
Bismarck contaba con el envío español de tropas al frente pirenaico, para así fijar allí a una parte de las tropas francesas; como, ya lo hemos visto, siempre se había temido en París. El general Juan Prim, sin embargo, se resistió como gato panza arriba, y declaró su neutralidad. El rey Carlos de Rumania, a pesar de estar bastante cabreado con Francia por haber bloqueado la candidatura de su hermano, no se atrevió a unirse a la guerra. Bélgica, Holanda y Suiza se alejaron totalmente de Francia a causa de la publicación del Times, que venía a decir que el Imperio francés no pensaba respetar los derechos de los pequeños estados centroeuropeos. En puridad, los únicos Estados amigables que le quedaron a París fueron Suecia y Turquía. El sultán le escribió al emperador pidiéndole que le indicase a dónde debía enviar sus tropas. Sin embargo, su gobierno le bañó en una ducha de realidad, le explicó las cosas chulísimas que le harían los rusos si entraba en la guerra, y la oferta quedó en figura poética.
A finales de julio, el emperador todavía tuvo tiempo de nombrar nuevos senadores vitalicios. En la lista había nombres como el científico Louis Pasteur, el poeta Guillaume Victor Émile Augier, el escritor y fotógrafo Maxime du Camp, el periodista Émile de Girardin, y Pierre-Marie Piétri. Después de eso se despidió de su gobierno en Saint-Cloud, camino de Metz.
El emperador llegó a Metz bastante enfermo. Se instaló en la Prefectura local, donde convocó el primer consejo de Estado Mayor. Allí aprendió que la situación era bastante peor que lo que ya había imaginado durante el viaje. Las tropas estaban diseminadas en desorden; la mayoría de ellas habían sido enviadas a luchar con los pertrechos de tiempos de paz. Las órdenes eran tan caóticas que se habían dado casos de combatientes movilizados en Alsacía (teatro de las operaciones) que habían sido enviados a Marsella y allí embarcados para Argelia para, desde allí, ser enviados a Estrasburgo. El propio Le Boeuf, quien como sabemos era mayor general, había enviado el 27 de julio un telegrama en el que, entre signos de admiración, preguntaba dónde coño estaban sus tropas. La Guardia Móvil, ésa que iba a comandar directamente el emperador, había salido de París hacia Châlons sin fusiles. Visto que la movilización se había convertido en una especie de excursión, pero sin sacerdotes ni monjas cantando Kumbaya, los miembros de esta tropa fueron perdiendo la disciplina, y para el momento que Luis Napoleón llegó a Metz se habían convertido en una tropa prostibularia y dificilísima de embridar que, de hecho, cuando el general Canrobert los encontró y los quiso poner en vereda, se había atrevido a agredir al propio general y sus mandos.
Napoleón III contaba con pasar el Rhin por Estrasburgo. Quería ir por ahí porque su obsesión era separar la Alemania del Norte y la del Sur y, además, pensaba que ese first strike le daría tiempo a las tropas de reserva que no avanzarían hasta organizarse. El éxito de la partición de Alemania, seguía pensando, obligaría a Austria e Italia a abandonar su neutralidad. Pero Bazaine le disuadió de esta idea. Las tropas no estaban todavía organizadas, carecían de medios y, muy particularmente, la artillería no tenía obuses (correcto: como en la guerra de Gila). Al otro lado de la frontera, el mariscal de campo Moltke, que contaba con unos hombres sobre cuya capacidad y dotación era sin embargo optimista, se inquietaba; no acababa de entender qué estaban esperando los franceses al otro lado sin avanzar.
Siguiendo los planes trazados por Moltke ya en 1866, los soldados y reservistas alemanes que habían sido movilizados para la guerra y enviados a la frontera habían sido divididos en tres ejércitos. El primero, a la derecha, venía de Mosela y estaba a las órdenes del ya anciano mariscal Karl Friedich von Steinmetz, con unos 60.000 hombres. El segundo ejército, emplazado en el centro, venía de Maguncia, al mando del príncipe Federico Carlos de Prusia; era el ejército de mayor tamaño, con unos 190.000 hombres. El tercer ejército, el de la izquierda, desplazado a través de Landau hacia el norte de Alsacia, acumulaba 130.000 hombres de diversas procedencias (Baviera, Würtemberg, Baden...) bajo el mando del príncipe heredero. Tres Army Welches (1) quedaban en reserva.
Frente a este montaje, como os he dicho perfectamente definido en sus componentes, situación, medios y mando, el ejército francés era una especie de ameba que se extendía desde Thionville hasta Belfort. Así que la primera labor del emperador fue ordenar que fuesen llamadas las tropas en Lorena y que la línea fuese organizada. A principios de agosto, Mac-Mahon colocó sus tropas frente a las del príncipe heredero. Al centro, frente al principal ejército prusiano, se emplazaron los cuerpos de ejército de Charles-Auguste Frossard, Bazaine, Pierre Louis Charles de Failly, la Guardia al mando de Bourbaki y el cuerpo de reserva al mando de Canrobert. En total, 140.000 hombres, bastante dispersos. Frente al tercer ejército prusiano sólo estaba el general Paul de Ladmirault con una putomiérdica tropa de 27.000 efectivos que, bueno, por lo menos no eran italianos.
En suma: Luis Napoleón aprendió pronto que la ofensiva total que se le había vendido a la opinión pública francesa era, claramente, imposible. Las civilizadas tropas francesas cruzando el Rhin para introducir la civilización en las feraces tierras orientales, imagen sobreexplotada durante las jornadas previas a los enfrentamientos, no sería posible. Así las cosas, había que conformarse con menos. El emperador y sus generales diseñaron una operación sobre Sarrebrück, una pequeña villa alemana casi fronteriza que, sin embargo, según los informes estaba muy pobremente defendida. Frossard fue el muñidor de esta acción y, en consecuencia, recibió la orden de comandarla. Se produjo el 2 de agosto. En una acción muy francesa, tres cuerpos de ejército fueron implicados en la acción de toma de una villa de muy poca importancia. Conclusión: los franceses tomaron Sarrebrück; pero, estratégicamente, no habían conseguido nada. Los alemanes habían dejado la villa desprotegida por algo. A decir verdad, desde allí Frossard tenía una posibilidad de avanzar contra Von Steinmetz, que estaba cerca, no tenía una tropa muy abigarrada y, además, estaba muy disperso. Pero, en un fallo más de coordinación o de mando, nunca recibió la orden de hacerlo, así pues no lo hizo.
En esos días, aproximadamente, Vimercati estuvo en Metz viendo al emperador. Le traía el borrador de acuerdo del que ya hemos hablado, en el que Austria e Italia hacían tenues promesas sin gran contenido, pero siempre condicionadas al abandono francés de Roma. El emperador se negó. A partir de ahí, ya todos sabían, en Metz, en París, en Viena y en Florencia, que sólo un avance de Francia en Alemania como el que consiguió Hitler en Francia haría que Austria e Italia modificasen su cómoda posición.
(1) Raquel Welch fue una actriz muy famosa que, a causa de su físico, fue conocida como El Cuerpo. En la mili, cuando tuve que estudiar los aspectos básicos de la organización militar para un examen que, para colmo, nunca se celebró, tomé la costumbre de utilizar la expresión Army Welch para referirme al cuerpo de ejército, plural Army Welches. Cierto día, el teniente de mi compañía me escuchó usar la expresión en una conversación en la cantina, y me metió dos semanas de prevención. Dos semanas, pues, sin fin de semana para poder volver a casa, y todo por esa chorrada.
Va por ti, teniente Piñas, donde quiera que estés. Y que te den bien dado.
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