viernes, mayo 21, 2010
Tiroleses
Dado que todavía estoy ocupado en cosas que me obstaculizan, no puedo retribuiros con un post como bien os merecéis por vuestra fidelidad combinada con sapiencia. Pero, por lo menos, os dejo aquí una pequeña adivinanza más.
A ver si sabéis quién es el autor de estas palabras:
El mundo liberal cae víctima del cáncer de sus errores. Y con él caen el imperialismo comercial de los capitalistas financieros y los millones de desempleados.
miércoles, mayo 19, 2010
Adivinanza falangista
Esta de hoy la leí en un viejo ejemplar de Historia y Vida (quien decía haberla recibido de testimonio directo de un testigo) y me llamó la atención.
La cuestión es ésta: la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, FET de las JONS, partido único del franquismo, tenía un Consejo Nacional que, la verdad, sobre todo pasados los primeros años del régimen se convirtió en un mero adorno del mismo, sin mayores competencias. Sus reuniones solían consumirse estudiando asuntos de escaso valor, puesto que todo el bacalao del partido (en la medida que el partido cortase bacalao) lo cortaba la Junta Política o el ministro secretario general del Movimiento con su equipo. Factor común Franco, obviamente.
No ha de extrañar, por lo tanto, que en una de las reuniones de dicho Consejo se tratase un tema de tanta hondura como los nombres que deberían llevar los distintos mandos de las milicias falangistas, al estilo de los flechas y los pelayos.
Durante dicha discusión, un representante del partido, por cierto bastante significado, realizó la propuesta de que los mandos de Falange se llamasen tiroleses. Sustantivó dicha propuesta afirmando que, de esa manera, se haría homenaje público a unos héroes de la Historia del Partido.
¿Quiénes eran esos héroes?
Para nota: ¿quién fue ese falangista superconocido?
Pista: hay que ser un perfecto ignorante para poder acertar esta adivinanza.
lunes, mayo 17, 2010
La revolución mexicana
La independencia de México propiamente dicha comienza en 1867, cuando se produce la victoria definitiva sobre el emperador Maximiliano, la restitución de la Constitución nacional de diez años antes y la llegada al poder de un líder carismático: Benito Juárez. Sin embargo, Juárez fallecerá sin haber podido terminar la reconstrucción del país, lo cual abrirá un típico proceso de lucha entre facciones del que saldrá ganador un militar, el coronel Porfirio Díaz. Inicialmente, Díaz le es fiel a la senda liberal iniciada por los primeros padres de la patria mexicana, pero pronto se deja atraer por los cantos de sirena de la erótica del poder, siempre tan poderosa, y en 1884 modifica la Constitución para eliminar la limitación a las reelecciones y poder eternizarse como presidente. Porfirio Díaz, convertido ya en pseudodictador de facto, embarca al país en un proyecto de modernización y crecimiento, en el cual, sin embargo, se va dejando cosas por el camino. Al igual que le ocurrirá a la España de principios del siglo XX, generándose con ello un conflicto que estalló en la II República, el sector agrario, mayoritario entre la población y muy especialmente en extensas zonas del país, se queda atrás en la modernización y la racionalización de la propiedad.
Con todo, la lucha agraria en México adquiere tintes muy distintos, mucho más dramáticos, que el ya de por sí complejo problema agrario español. La pelea agraria en México es una pelea por el agua, que las grandes haciendas tienden a monopolizar en detrimento de los pequeños propietarios y los predios comunales. La Ley de Terrenos Baldíos, en 1894, trata de racionalizar el aprovechamiento de terrenos sin dueños o con documentos de propiedad dudosos aunque, en realidad, se convierte en un instrumento para intensificar la concentración de la tierra en manos de los grandes terratenientes. Este conflicto, como digo existente ya en los últimos años del siglo XIX, irá madurando en la primera década del XX y convergiendo con las clases medias profesionales de las ciudades, asimismo atacadas por la crisis económica y el desempleo, además de crecientemente concienciadas sobre la necesidad de exigir libertades y, más concretamente, el regreso a la senda constitucional de 1857.
En 1910, estas dos aspiraciones distintas pero en el fondo confluyentes, las de los campesinos y las clases profesionales urbanas, se acrisolan en la persona de Francisco Madero, un acaudalado de Coahuila que en 1904 ha iniciado su carrera política y que funda un movimiento contra la reelección del presidente, y lanza un manifiesto en compañía de algunos nombres importantes de la Historia mexicana como José Vasconcelos. El gobierno decide perseguirlo y efectivamente lo detiene en San Luis Potosí. Madero, sin embargo, logra huir a San Antonio, hogar tejano de los Spurs, y allí hace público su llamado Programa de San Luis. El documento de San Luis es fundamental para entender la revolución mexicana, porque es el documento en el que Madero, que para poder mantener su oposición necesita que los campesinos se levanten, ofrece en el mismo reparación para las reivindicaciones de las clases rurales y, más concretamente, la revisión de las disposiciones sobre terrenos baldíos. En la práctica, pues, Madero promete a los líderes agrarios la devolución de tierras a los campesinos a cambio de su apoyo activo.
El manifiesto de San Luis inaugura la revolución agraria mexicana. Pancho Villa y Abraham González en Chihuahua; Maytorena en Sonora; los hermanos Gutiérrez en Coahuila; Emiliano Zapata en Morelos; y otros líderes en Zacatecas y otras áreas del país, se levantan contra el gobierno y bajo la autoridad de Madero. En seis meses, laminan a un poder estatal al que pillan en bragas, nada preparado para algo así. El 21de mayo de 1911, Porfirio Díaz firma el Tratado de Ciudad Juárez. Un tratado extraño por demasiado generoso por parte de los vencedores.
Madero, quizá demasiado obsesionado con respetar un legalismo que sus aliados agraristas no van a entender, acepta un trato con Díaz basado en cierto equilibrio de fuerzas. El hasta entonces presidente acepta salir de México hacia el exilio, pero a cambio de que Madero resigne el poder revolucionario y acepte la formación de un gobierno de transición que convoque elecciones. Como digo, se trata de un gesto hasta cierto punto inusitado en la Historia, pues lo más común en la vida del hombre es que quien gane se quede con el machito por las buenas o por las buenas. Lejos de ello, Madero le dejó el puesto a su ministro Francisco León de la Barra y, en cumplimiento de los acuerdos, suspendió las reformas sociales que había prometido y procedió a instar el licenciamiento de las tropas revolucionarias.
Esta situación provocó el rápido mosqueo de los revolucionarios más radicales, sobre todo campesinos, que se negaron a licenciarse y convirtieron el país en un rosario de conflictos. Para acabar con esa interinidad, Madero adelantó las elecciones, que ganó de calle con su Partido Constitucional Progresista.
La llegada definitiva de Madero a la presidencia sirvió para dejar en evidencia la fragilidad de la alianza pragmática entre clases medias y campesinado. Para entonces, ambas tendencias tenían intereses claramente distintos, antagónicos a veces, así pues la labor de gobierno consensual se hizo cada vez más difícil, hasta ser imposible. Madero propugnó una recuperación de terrenos baldíos que afectó a 20 millones de hectáreas; pero eso, cualquiera que se le eche un vistazo a un mapa de México se dará cuenta, era el chocolate del loro, así pues ni de coña el maderismo radical se apaciguó por ello.
El 25 de noviembre de 1911, apenas un mes y unos días tras la victoria electoral de Madero, Zapata se alza contra el presidente y, en el denominado Plan de Ayala, designa nuevo líder a Pascual Orozco. Un maestro de primaria, Otilio Montaño, será el gran ideólogo del zapatismo de Ayala.
La guerra de Morelos se extendió a otros territorios limítrofes con rapidez. El 25 de mayo de 1912, a Zapata se une el propio Pascual Orozco a quien ha ofrecido la jefatura de la revolución. Fue Orozo quien derrotó en México DF a las tropas gubernamentales, comandadas por el general José González Palas. Para colmo, esta derrota dio alas a la derecha porfirista, comandada por el sobrino del ex presidente, Félix Díaz, el cual se alzó en Veracruz el 16 de octubre del mismo año. Díaz, sin embargo, no consiguió que alguna unidad militar más allá de la ciudad de su asonada se le uniese, por lo que se rindió y fue encarcelado junto al también porfirista Bernardo Reyes, que había realizado su propio levantamiento fracasado con anterioridad.
A pesar de tener relativamente controlada la situación, Madero cometió un error grave, y fue malquistarse con los Estados Unidos y con su embajador, Henry Lane Wilson. En la pelea de las dos grandes potencias mundiales, Inglaterra y EEUU, por ganar influencia económica en el sabroso mercado mexicano, Madero favoreció a los ingleses, lo que provocó que los estadounidenses acabaran decidiendo apoyar las intentonas antimaderistas.
El 9 de febrero de 1913, un porfirista, el general Mondragón, liberó a Reyes y a Díaz. Madero, presionado, confió la contrarrevolución al general Victoriano Huerta, quien en realidad estaba en relaciones con el embajador Wilson y con el propio Díaz, con el que pactó que el primero sería presidente para preparar el terreno a unas elecciones y la presidencia del segundo. Huerta acabaría por hacer detener a Madero, quien posteriormente sería asesinado durante un traslado. Poco a poco, Huerta se fue deshaciendo de quienes podían estar delante de él en la prelación para la presidencia, ignaurando una dictadura personal.
La dictadura de Huerta fue muy dura. Suprimió libertades públicas e hizo asesinar a líderes revolucionarios, como Abraham González. Disolvió los centros obreros y el propio Parlamento. Sin embargo, siempre tuvo enfrente a la revolución ruralista que, de la mano de caudillos como Venustiano Carranza, Villa o el propio Zapata, pugnaba por dominar la situación en los mismos estados rurales donde se había producido la revolución contra Madero. Una vez más, además, EEUU operó como fiel de la balanza, pues el presidente americano, Wodrow Wilson, decidió que no le convenía Huertas, por lo cual le impuso un embargo de armas mientras, en paralelo, daba ayudas diversas a los revolucionarios. Huertas intentó entonces una alianza con Alemania, lo cual provocó el desembarco de 23.000 marines en Veracruz y el aislamiento definitivo de la presidencia. En julio de 1914, el dictador abandonaba el país, y el general Álvaro Obregón entraba en la capital.
El regreso del constitucionalismo, sin embargo, no podía ya parar a Carranza, Villa y Zapata, tres líderes militares y políticos entre los cuales seguían vivas las previsiones realizadas en el ya viejo Plan de San Luis. No obstante, había marcadas diferencias entre ellos. Venustiano Carranza, sin ir más lejos, era un líder de ideas conservadoras y sin casi campesinos entre sus partidarios. Resulta increíble, y muy difícil de entender para quien no es mexicano, que el villismo haya podido ser una especie de submovimiento del movimiento carrancista, teniendo en cuenta las hondas diferencias existentes entre unos y otros, pues Pancho Villa se nutría fundamentalmente de líderes agrarios o de otros sectores obreros (como el empleado de ferrocarriles Rodolfo Fierro) o, incluso, personas de discutible catadura.
Quizá Pancho Villa sea, en la práctica, el más radical de los revolucionarios mexicanos, teniendo en cuenta que procedió a expropiaciones sin indemnización e incluso a la expulsión de propietarios, como hizo con algunos españoles. Villa es, además, un revolucionario más del corte que estamos acostumbrados a encontrar en el siglo XX. Zapata, más romántico y cercano al siempre potente anarquismo rural mexicano, repartía las tierras que conseguía entre los campesinos. Villa, mostrando tendencias más centralizadoras, mantenía las tierras en poder de una autoridad central, acercándose con ello a esquemas comunistas.
Estas tres revoluciones, carrancista, villista y zapatista, se acabaron reuniendo en Aguascalientes, para dirimir sus diferencias. Los problemas, sin embargo, surgieron desde el primer momento, pues tanto Carranza como Villa le pusieron la proa a la asamblea allí constituida. La convención, pues, terminó en una nueva guerra civil, en la que Pancho Villa y Emiliano Zapata se aliaron contra Carranza... y los estadounidenses. Éstos últimos hicieron valer su poderío en las batallas de Celaya y Aguascalientes, con lo que Carranza tomó el control de todo el centro del país. Los dos contrincantes, que de todas formas tenían hondas diferencias entre ellos, se retiraron. Villa fue derrotado en Agua Prieta, tras lo cual su ejército se dividió y se convirtió en una serie de partidas sueltas, una especie de maquis a la mexicana, que actuó hasta 1920, aunque ya consolidado el poder de Carranza. En la llamada Convención de Sabinas, Villa se rindió definitivamente. Murió víctima de un atentado cometido por Jesús Salas Trujillo.
Por su parte Zapata, retirado en Morelos, seguía siendo un problema. Por eso Carranza exigió su muerte.El coronel Jesús Guajardo organizó un complot contra el líder agrarista el cual, traicionado, murió cosido a balazos en la hacienda Chimaneca. Aunque, como decía al principio de este post, con la muerte del Zapata hombre nació el Zapata mito.
A partir de ese momento, México iniciaría un proceso de institucionalización que le ha llevado a estar gobernado durante décadas por un partido cuyo nombre es el extraño oxímoron Partido Revolucionario Institucional. No obstante, la revolución mexicana dejó tras de sí una estela de imágenes más o menos románticas (lo cual quiere decir ciertas) sobre las acciones de sus protagonistas, y un poso que sigue ahí, como demuestra el resurgir, cada cierto tiempo, de un agrarismo radical en el país. De todas estas figuras, es sin duda la de Emiliano Zapata, un Robin Hood con sombrero charro que robaba a los ricos para dárselo a los pobres, el que mayor fascinación despierta.
Sobre si la revolución fue útil o inútil, es opinión que le pertenece a los propios mexicanos.