Un proyecto acabado
El rey de España
Un imperio por 850.000 florines
La coalición que paró el Espíritu Santo
El rey francés como problema
El éxtasis boloñés
El avispero milanés
El largo camino hacia Crépy-en-Lannois
La movida trentina
El avispero alemán
Las condiciones del obispo Stadion En busca de un acuerdo La oportunidad ratisbonense Si esto no se apaña, caña, caña, caña Mühlberg Horas bajas El Turco Turcos y franceses, franceses y turcos Los franceses, como siempre, macroneando Las vicisitudes de una alianza contra natura La sucesión imperial El divorcio del rey inglés El rey quiere un heredero, el Papa es gilipollas y el emperador, a lo suyo De cómo los ingleses demostraron, por primera vez, que con un grano de arena levantan una pirámide El largo camino hacia el altar
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Esta toma, casualmente, termina la serie sobre Carlos I y, de paso, acaba justo en el momento en el que me voy de vacas. Así pues, que paséis buenos días, que salgáis bien del año y, nada más se os pase la curda, ya estaremos aquí con más posts.
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Carlos de Habsburgo le confesó una vez a un embajador portugués, Lorenzo Pérez, que la idea de retirarse del poder en vida le había surgido regresando de Túnez, en 1535; allí, durante las operaciones militares, se había percatado de sus primeras canas. A pesar de ello, entre el día de su epifanía confesada y el día de su abdicación habrían de pasar tantos años como llevaba reinando cuando regresó de África. Muchos historiadores, y el propio Carlos, han considerado que, puestos a retirarse, lo debería haber hecho después de Mühlberg. Pero su hijo Felipe, quien finalmente no se revelaría como un parvenu en el oficio real, fue sin embargo un gobernante de maduración lenta y, por lo demás, durante la estancia filipina en los Países Bajos, en 1549, el padre se dio cuenta de que estaba muy verde en los asuntos concernientes a sus Estados no españoles.