viernes, septiembre 07, 2012

Breve historia de la ariosofía (4: Jörg Lanz von Liebenfels, o el cientifismo mal entendido)

Parte 1: En el fondo, todo empezó con Riemann.
Parte 2: La Blavatsky
Parte 3: Guido von List


Discípulo de Von List, exactamente igual de proario, aunque exento de muchos de los tintes nacionalistas del armanismo, es Jörg Lanz von Liebenfels.

Exento, como decimos, de la típica reivindicación listiana de que los germanos han sido puteados durante siglos, Lanz creía en una Historia de Europa constantemente dominada por los arios, incluyendo una Nueva Era por venir dominada por reyes y sacerdotes de la dicha raza, continuadores de diversas órdenes medievales que, según él, habrían sido guiados por un tal Frauja (denominación gótica de Jesucristo) que llamaba a la exterminación de los hombres de menor calidad.

Jörg Lanz von Liebelfels decía de sí mismo que había nacido en Messina, el 1 de mayo de 1872, del matrimonio entre el barón Johann Lancz de Liebenfels y Katharina Skala. En realidad, no había nacido en Messina, sino en Viena; no había nacido el 1 de mayo de 1872, sino el 19 de julio de 1874; y no era hijo de un barón, sino de un maestro de escuela, Johann Lanz. Eso sí, su madre se llamaba Katharina. De adolescente, desarrolló un gran interés por la Edad Media y, muy especialmente, los templarios. Profesó los votos para entrar en el Císter, en la abadía vienesa de Heiligenkreuz, donde mostró notables capacidades, que aconsejaron a la orden usarlo para ejercer la enseñanza. En mayo de 1894, durante unas excavaciones se desenterró una lápida con inscripciones, que Lanz decidió estudiar. Dicho estudio le llevó a la convicción de que los males del mundo habían sido, y eran, provocados, por una especie de raza de hombres de baja calidad. Decidió estudiar zoología para buscar ahí respuestas a su teoría.

Directamente enfrentado con el darwinismo a través de la investigación biológica, Lanz desarrolló rápidamente una comovisión racista y maniquea, según la cual las personas rubias y de ojos azules, o sea los arios, serían la raza pura; rodeada de una serie de razas menores y envilecidas, tales como negros, personas de rasgos mongoles y lo que llamó “mediterranoides”. Hay que tener en cuenta que las traducciones bíblicas hechas por su profesor de Viejo Testamento en el monasterio, Nivard Schlögl, habían sido puestas en el Índice por la Iglesia a causa de su rabioso antisemitismo.

Con esta teoría, Lanz estaba encontrando el camino que estaban necesitando el armanismo y la ariosofía en general para hacerse “científicos”.

El 27 de abril de 1899, tras unos meses bastantes conflictivos, Lanz dejó el monasterio. De nuevo civil, o sea libre de desarrollar cualquier tipo de teoría, reinventó la Historia Bíblica (lo cual demuestra, entre otras cosas, y como ya hemos tenido ocasión de comentar recientemente, que la Biblia y los Evangelios, lejos de ser un preciso documento histórico como pretenden algunos, son textos de hondas raíces fabulísticas que pueden ser consecuentemente interpretados de mil maneras). Según él, la metáfora de la manzana y el Paraíso venía a designar el error de los arios a la hora de mezclarse con otras razas sub o seudohumanas. En 1905, puso estas ideas negro sobre blanco en su alucinógeno Theozoologie oder die Kunde von den Sodoms-Äfflingen und dem Götter-Elektron (Teozoologia de la ciencia de los Sodom-Apelings y el Electrón de los dioses). Nada más leer el título ya nos damos cuenta de que Lanz era otro gazpachero de puta madre que, fundamentalmente, mezcla las antiguas tradiciones judeocristianas con las entonces nuevas ciencias, para crear un panaché bastante jodido.

En el libro se cuenta la historia de Adam, un humano menor, pigmeo, (da la impresión de que Lanz, también buen consumidor de noticias antropológicas, estaba fascinado por el descubrimiento de estos negros enanos en el centro de África), el cual, a base de follarse a todo lo que se movía, es el creador de una raza de hombres medio bestias. Adam-Adán, aquí tenemos la identificación del pecado original, cometido en todos aquellos arios (arias) que Adam se habría pasado por la pómez. Las andanzas de este Adam habrían terminado en la cría de pigmeos específicos para la realización de diversas prácticas sexuales y, según Lanz, el Viejo Testamento no es sino el libro escrito para advertir a los arios del peligro de este contacto.

A los Anthropozoa, u hombres-bestia descendientes del muy rijoso Adam, que por lo que se ve era enano pero no gilipollas, se oponen los Theozoa, es decir los seres superiores (arios) los cuales, en la antigüedad (de ahí lo del electrón en el título) habrían tenido órganos capaces de captar los impulsos eléctricos. Recordemos, en este punto, que Lanz escribe en los tiempos de los primeros descubrimientos sobre la radiación, la electricidad y el magnetismo, que son lo último de lo último pero, en realidad, nadie sabe todavía lo que van a demostrar. En realidad, si nos paramos a pensarlo esa creencia mágica sobre la electricidad ha permanecido en nuestro inconsciente colectivo, pues llevamos casi dos siglos viendo cómo el doctor Frankenstein revive un cadáver a base de meterle voltios. Lanz aprovecha esta mezcla de fama, curiosidad y desconocimiento generales para salpimentar sus teorías con estos materiales.

En efecto, los arios originales, según Lanz, eran auténticos transistores con patas, sintonizaban Onda Cero con el glande y eran, asimismo, telépatas. Todas estas habilidades se fueron al carajo a base de practicar el coito con los y las anthropozoa y permanecen atrofiadas en las gáldulas pineal y pituitaria de los arios. Pero podrían ser recuperadas si se llevase un plan efectivo de segregación racial.

En opinión de Lanz, los milagros perpetrados por Jesucristo confirman su naturaleza electrónica; o sea, Jesús era otro ario más de éstos que sintonizaban por sí solos. Los pigmeos lo crucificaron (¿imaginais la escena? Es como de Monty Phyton...) porque se oponía a la mezcla de razas. Y El mundo actual es el resultado de ese putadón, esto es, el reino del mal.

Esta cosmogonía llevaba a conclusiones muy distintas que las del cristianismo en el que Lanz se había desarrollado intelectualmente. El ex monje atacó en sus escritos la doctrina de la compasión, defendiendo que lo que había que hacer con los débiles y los inferiores era darles palos hasta en la esquina inferior derecha del yeyuno. El socialismo, la democracia y el fenimismo fueron sus principales objetivos en este sentido; por lo que es en sus páginas donde se puede ver, con más claridad que en ningún otro sitio, la mortífera mezcla de antirracionalismo y violencia que caracterizará al fascismo alemán.

Muy alineado con las ideas practicadas, por lo general, por casi todas las religiones monoteístas, la visión lanziana está especialmente interesada en denigrar el papel de la mujer con el argumento de que es más propensa al vicio; y no se olvide que el folleteo mezclarrazas es, en su teología, la fuente del pecado original; lo cual sustenta la defensa de ideas como la esterilización de las razas inferiores (vestíbulo de exterminio). La mujer, incluso la mujer aria, está en un constante peligro de contaminación, del que sólo la salvará un sometimiento total a la disciplina de su marido ario. Hemos de recordar, en este punto, que el nazismo hitleriano es rabiosamente machista. Tan rabiosamente machista que incluso resolvió (a medias) el problema del desempleo a base de expulsar a las mujeres del mercado laboral.

La política propuesta por Lanz de crear Zuchtklöster, una especie de conventos conejeros para arias, donde sirvientes arios (Ehehelfer) les darían salami para que generasen hijos puramente arios, fue posteriormente adoptado por el himmlerismo (adoptemos, en este punto, un neologismo más preciso que el común hitlerismo). Y, ¿qué hacer con los seres inferiores, de otras razas? Pues, entre las ideas, Lanz era partidario de que fuesen sacrificados e incinerados (cosa que fueron); deportados a Madagascar (cosa que se pensó bien seriamente, como sabemos por las memorias del médico personal de Himmler); o esclavizados y utilizados como bestias de carga (cosa que se hizo, en Alemania, en Francia, en Polonia, en Ucrania...).

Jörg Lanz von Liebelfels denominaba al mundo de los arios Lande des Elektrons und des heiligen Graals; tierra de los electrones y el Santo Grial. Lo cual quiere decir que todas sus tripi-teorías sobre la condición electrónica de los semidioses arios primigenios, y del propio Jesucristo, se mezclaba con su afición por los templarios.

Para Lanz, el Grial era un símbolo eléctrico, una especie de transistor derivado de los enormes poderes electromagnéticos que poseían los arios en su momento vital Bruja Avería. Si los templarios buscaban el Grial era para poder llevar a cabo sus planes de limpieza racial y, consecuentemente, el proceso y disolución de la orden no fue sino la victoria de las razas inferiores. Pero eso Lanz lo “resolvió” refundando la orden, en la ONT (Ordo Novi Templi). En 1907, puesto que ya para entonces había conseguido encandilar a bastante gente de pasta, pudo Lanz comprar un cuartel general para esta orden, en Burg Werfenstein; en lo alto de cuya torre más alta ondeó, aquella Navidad, la esvástica. Nombró varios hermanos para esta orden, entre ellos August Strindberg, el propio Von List, o el general Blasius von Schemua.

El final de la primera guerra mundial y la disolución del imperio austro-húngaro empañó mucho la estrella de Lanz, pero en el machito templario siguio otro personaje, Dedlef Schmude, quien incluso viajó en 1924 a Persia esperando encontrar allí, en Tabriz, una colonia ONT perdida. Paradójicamente, la ONT fue disuelta, en marzo de 1942, por la Gestapo.

Entre los dispículos de Lanz, no podemos dejar de citar a Harald Grävell van Jostenoode, más que nada porque, en la adopción de esta visión radicalmente racista y ariocéntrica, mezcló los materiales originales de Lanz, de origen cristiano, con principios del budismo; lo cual abrocha, una vez más, a todas estas formulaciones prenazis a la vieja sabiduría oriental.

miércoles, septiembre 05, 2012

P'a esto nos hemos quedao



Impresionante prueba de cómo la LOGSE ha impregnado la publicidad española.

La pregunta es: ¿qué maldita pica pudo clavar en Flandes el Gran Capitán?

Fra Girolamo (8)

No te olvides de que esta serie ya ha tenido un primer, segundo, tercer, cuarto, quinto, sexto y séptimo capítulo.


Savonarola, en todo caso, poco pudo hacer para cambiar las tornas frente al rey francés, pues la situación era la que era. Florencia estaba postrada a los pies de las tropas galas, así pues no había gran cosa que discutir. Carlos VIII tenía una obsesión, que era entrar en la ciudad; justo la obsesión que, en sentido exactamente contrario, tenían los burgueses de La Signora. Cuantas veces trataron los florentinos de iniciar algo parecido a una negociación, se encontraron con la obstinada respuesta del francés: “cuando todos estemos dentro de las murallas de la ciudad, acordemos lo que haya que acordar”. Sin embargo, Savonarola consiguió frenar los ímpetus del rey explicándole que era un instrumento de Dios, pero que si no respetaba a la ciudad de Florencia pecaría a sus ojos, con lo que el Hacedor se buscaría otro para cumplir sus designios. Savonarola, con seguridad, quería decir con sus palabras exactamente lo que quería decir; pero no hay que descartar que los diplomáticos del rey encontrasen dichas palabras polisémicas y, tal vez, portadoras de alguna sutil amenaza.

Piero de Medici se hizo llegar a Florencia para intentar ser el líder de la rebelión contra el invasor. Trató de atraer a las masas desde un balcón de su palacio, pero los florentinos pasaron de él. Inasequible al desaliento, y aprovechando que aquella noche era sábado, hizo distribuir vino gratis entre la población. A la mañana siguiente, se dirigió con una nutrida escolta al Palazzo Vecchio, a parlamentar con la Signora; los miembros del gobierno de la ciudad le dijeron que, si quería entrar, tenía que ser solo. Encabronado, Piero volvió sobre sus pasos y regresó, una hora después, con más gente. Se encontró la puerta cerrada y con que la gente de la Piazza le tiraba piedras. Cuando estaba regresando a su palacio, alguien hizo sonar La Vacca, o sea la campana del palacio gubernamental, en un gesto que todo el mundo en Florencia entendió como una llamada a la lucha y la revolución. Incluso Giovanni, el cardenal hermano de Piero de Medici, se dejó ver por la calle gritando Popolo e Libertá!; mientras tanto, Piero iba por algunos barrios de la ciudad, repartiendo monedas, en una tentativa desesperada de conseguir partidarios. El cardenal, finalmente, huyó a San Marcos, donde le prestaron un hábito dominico, que le permitió salir de la ciudad de estrangis, sobre una mula. Desconocemos cuántas veces acabaría por recordar esas horas en que tuvo la muerte tan cerca durante sus años de papado.

La revolución florentina, cosa rara en la Historia de la ciudad y de toda Italia, no había registrado víctimas. Dos días después de producida, llegaron los rumores a la ciudad de que el huido Piero había reunido un ejército y marchaba sobre la ciudad. El rumor no fue cierto, pero el levantamiento popular fue tan bestial que tuvo la consecuencia de convencer a los franceses de que dominar Florencia no era tan fácil como ellos habían imaginado.

¿Y Fra Girolamo? Savonarola no estaba en Florencia el día que las gentes recorrieron las calles buscando a Piero de Medici para pasarle el rodillo por los huevos. Dos días después, sin embargo, estaba en la ciudad, y desde el púlpito del Duomo predicó las virtudes del perdón. Resulta difícil entender este movimiento: Fra Girolamo había sido, hasta entonces, el principal fogonero del movimiento florentino, la persona que más veces, y con más intensidad, había berreado en el sentido de que algo tenía que pasar, algo muy gordo. Probablemente, en el momento justo en que ese algo pasó, ante la visión de lo que podría ocurrir, o tal vez porque sabía qué deriva podían tener los acontecimientos con los franceses si el casos citadino perseveraba, cambió su discurso, agarrándose a la condición pacífica que había tenido la revolución, invitando a los florentinos a seguir en esa línea. Desde el púlpito, pues, Savonarola les gritaba, en nombre de Dios, Misericordiam volo (quiero misericordia).

O tal vez era sólo una estrategia, porque lo que es un hecho es que le funcionó.

La misión frente a Carlos VIII, que había servido para frenar, siquiera provisionalmente, a los franceses; y la actitud moderada tras los disturbios, otorgaron a Savonarola una fama de buen hombre que alcanzó a todos los florentinos.

Finalmente, Carlos, el rey francés, hizo su entrada en Florencia. Pero lo hizo como amigo, como aliado. Los franceses pudieron leer, en las portadas de cada iglesia de Florencia, la pancarta Rex, pax et restauratio libertatis. Fue a las seis de la tarde, en medio de la oscuridad y la lluvia. Tardó dos horas en llegar desde las puertas de la ciudad al Duomo, lo cual nos da la idea de lo petadas que estaban las calles de gente.

Todo era simpatía; pero sólo, claro, hasta que la segunda parte de la frase del rey francés, “acordemos lo que haya que acordar”, comenzó a discutirse. Carlos, como siempre, estaba pelao. Reclamaba de la ciudad 120.000 florines, un pastón. Reclamaba mantener bajo su directo mando la ciudad de Pisa y las fortalezas que había ocupado, para asegurar su seguridad en la península. Las peticiones eran una putada, pero los florentinos estaban medio resignados a atenderlas. Ahora bien, la siguiente exigencia, ya era harina de otro costal: por razones que se me escapan, la verdad, el rey francés había prestado oídos a la mujer de Piero de Medici, el Soplagaitas, y había decidido reintegrarlo al frente de la ciudad. La pérdida de popularidad de Rajoy empalidece al lado de la sufrida por el rey francés en cuestión de horas conforme los rumores se fueron extendiendo desde la Piazza della Signora hacia el resto de la city. El gobierno local rompió las negociaciones con malos modos.

A partir de ese momento, se produjo la típica situación en la que, en cada minuto, la tensión parece a piques de estallar. Los soldados franceses, haciendo honor a su tradición de hijoputez (manda huevos que sean los tercios españoles de Flandes los que hayan pasado a la historia de la cabronez milica, cuando los franceses, hasta antesdeayer por la tarde, han robado y violado lo que les ha salido del pie… y, si no, que se lo digan a los pueblos españoles por los que pasaron las Compañías Blancas de Bertrand de Duglesquin), se dedican al pillaje más o menos industrial. De hecho, la presencia francesa establece un toque de queda de facto. Todo el mundo, tras el rezo del Ave María, con la caída del sol, se queda en casa, pues estar en la calle es exponerse a que los gabachos te corten en pedazos. La situación es tan difícil, que el gobierno de la ciudad decreta que todas las casas deban poner una lámpara en cada ventana hasta la una de la madrugada, para así tener razonablemente iluminadas las calles.

Finalmente, pasados unos días, una banda de soldados franceses toma unos prisioneros en la ciudad para pedir rescate por ellos. Llevándolos por la calle, la gente empieza a apiñarse y, finalmente, los gabachos son atacados por la turba. Desde las ventanas caen piedras, trozos de loza, emisiones epigástricas, meados, maderos, deyecciones, todo. Una demostración más de que los franceses casi nunca aprenden (300 años después, volverán a vivir lo mismo en Madrid). El gobierno local apenas logra frenar el movimiento revolucionario. Pero unos días después se expande el rumor (absolutamente creíble, por otra parte), de que Chucky VIII y los de Palacagüina-sur-la-mer están preparando el saco de Florencia. Todas las puertas se cierran, y en las casas se hace acopio de víveres; y de piedras.

La Signora, que literalmente está meándose de miedo en sus imaginarias bragas, echa mano de su last resort: Fra Girolamo. Savonarola, que no está menos acojonado de los demás con lo que ve, sale echando hostias hacia el palacio Medici, donde también reside el rey francés. Le cuesta dos horas conseguir que los pollas del séquito franchute le dejen pasar. El rey está durmiendo pero, finalmente, es despertado para recibir al fraile.

Savo, las cosas como son, le echa un par. Es lo que pasa con los hombres de Dios, dirán algunos; como no utilizan los testis para nada, luego les sobran cuando tienen que convocarlos. Sin medias tintas ni polladas, entendiendo a la perfección que la hora no está para sutilezas, nunca mejor dicho, florentinas, Savonarola se planta ante el rey medio contrahecho y le dispara un zas, en toda la boca: “abandona tus acciones impías y crueles contra los florentinos, que en todo momento te han sido fieles”. Mira que ha dicho chorradas a lo largo de su vida Savonarola; en esa frase, no obstante, no hay ni el rastro cigótico de una mentira.

Pero el fraile domina como nadie las técnicas de la predicación, que se parecen mucho a las del buen pescador; tirar, luego dar sedal. Nada más proferir esas palabras, toma la mano del rey, y sigue: “¿No te basta con poseer sus corazones? Su Majestad debe saber que es voluntad de Dios que abandone esta ciudad sin hacer más cambios. Caso contrario, tanto Vos como vuestro ejército lo pagaréis mientras viváis”. “Seguid vuestro camino”, continúa el fraile, mirando al rey a los ojos, como sólo los grandes de España se supone que pueden hacer en nuestro país, “y no provoquéis la ira de Dios arruinando a esta ciudad”.

Todo parece indicar que el rey francés quedó, más que impresionado, chupetizado por este discurso. En la siguiente sesión negociadora, se había olvidado completamente de la cuestión de reponer a Piero de Medici.

Eso sí, el punto en que ni Savonarola podría hacer cambiar las ambiciones de un francés, es en lo tocante a la pasta. Carlos quería sus 120.000 florines, 50.000 de ellos en cuestión de horas. Si no se los daba la ciudad, bramaba, “haré sonar nuestras trompetas”; frase que provocó una respuesta de Capponi que figura en los anales de la literatura revolucionaria: “Y nosotros haremos sonar nuestras campanas”. Sin embargo, la ciudad acabó capitulando y otorgando el préstamo. Dos días después, una vez investido con el título de Protector de las Libertades de Florencia, Carlos dejaba la ciudad.

Una ciudad que, ahora, se había sacudido el mando de los Medici. Sonaban las campanas para un nuevo tiempo, que reclamaba de una organización nueva; un gobierno que gestionase, y a la vez defendiese, las libertades de Florencia, tan costosamente conseguidas.

Había sonado la hora de los mejores. Y, entre los mejores, el gran pacificador, el Mente Fría de la revolución florentina. El único tipo capaz de coger la mano del rey de Francia, mirarle a los ojos, y decirle: “tú tócame los huevos, que te vas a enterar”. 

Fray Girolamo Savonarola.

lunes, septiembre 03, 2012

Breve historia de la ariosofía (3: Guido von List)

No te olvides de leer el capítulo 1 y el capítulo 2 de estas notas.


La primera sociedad teosófica alemana, bajo la presidencia de Wilhelm Hübbe-Schleiden, data de 1884. Con posterioridad, en la última década del siglo, Franz Hartmann funda un movimiento ariosófico, muy centrado en la labor de los rosacruces y cuya revista, Lotusblüthen, es la primera de que se tiene conocimiento que utilizó la esvástica en su portada.

La historia de los rusacruces también deberíamos contarla alguna vez en esta ventana a la Historia. El movimiento rosacruz es una extraña mezcla entre planteamientos teosóficos de poca raíz científica, directamente emparentados con la alquimia, y un espíritu pre-ilustrado, defensor de un despertar del ser humano al verdadero conocimiento. El auténtico y original movimiento rosacruz, llamado así por su primer protagonista, el mítico Rosen Creutz, está directamente vinculado a la lucha entre protestantismo y catolicismo en el centro de Europa y el intento de virar el viejo Sacro Imperio hacia el lado luterano.

Pero, en el fondo, da igual. El movimiento rosacruz, como las pirámides de Egipto, como los bajorrelieves mayas y tantas movidas, acabó, con el tiempo, importando poco en sus planteamientos reales pues, en manos de creyentes voluntarios y no muy exigentes como los ariósofos, se convirtió en otra cosa. Carne de pollas varios. Así, Hartmann contó en su floreado periódico que buena parte de su sabiduría la había obtenido en un monasterio rosacruz perdido en los Alpes bávaros (mito que buscaba que sus acólitos creyesen en la existencia de creyentes en la misma Europa). Todo esto se mezclaba rápidamente con otras teorías del mismo jaez, como las sostenidas por Friedrick Enstein, secretario personal del compositor Anton Bruckner, incansable estudioso de los templarios (cómo no, ya tardaban en aparecer) y las religiones orientales. Esfuerzos todos que forman parte de un esfuerzo más genérico, del cual la segunda mitad del siglo fue un espectador en primera fila, que, de alguna manera, se quintaesencia en el famoso Dios ha muerto de Friedich Nietzsche. El final del siglo XIX es el momento de la búsqueda de explicaciones para la vida y el mundo al margen del cristianismo (o cristiano-platonismo, dirá, con mayor precisión, Nietzsche); dado que el movimiento völkisch no tenía nada que agradecerle al cristianismo, le fue muy fácil abrazar cuantas alternativas se le ofrecieron para sustantivar este divorcio.

El primer gran gazpachero entre ocultismo y ultranacionalismo alemán es el austriaco Guido von List. List creía en la necesidad de superar el proyecto de Estado alemán pruso-bismarckiano, para crear un estado ario más que germánico, que sería gobernado por reyes-sacerdotes e iniciados en la gnosis aria. Él mismo era estudioso de la alquimia y de la Cábala (otro clásico, que ya faltaba) y se decía el último gran sacerdote Armanístico, es decir miembro de la casta gnóstica que en el pasado habría gobernado la tierra aria. Había nacido en Viena en 1848 de una familia católica pero, con 14 años, durante una visita a las catacumbas bajo la iglesia de San Pedro, se volvió medio tolili, decidió que aquello que estaba viendo eran las ruinas de un templo precristiano, y sus convicciones cambiaron radicalmente. Comenzó a preconizar el maridaje con el paisaje alemán (él mismo era un dedicado alpinista) y a estudiar (lo cual quiere decir inventarse a ratos) las tradiciones germanas. Así, celebró el 1.500 aniversario de la victoria germana sobre los romanos en una ceremonia en la que enterró ocho botellas de vino en una pequeña fosa... con forma de esvástica.

Entendiendo a su manera los ciclos vitales del universo y la civilización fijados por la Blavatsky, Von List entendía la Historia conocida del mundo como un continuo de dominación de la raza aria; que hay que tener, con perdón, unos huevos como los del caballo de Espartero para concluir que eso es lo que nos dice la Historia. Para List, sólo había dos periodos en los que esa dominación había sido detenida o suspendida: la dominación romana y la dominación cristiana (o sea, como 2.000 años seguidos y sin solución de continuidad). Sea esta historiografía todo lo pollas que era, no le faltaron acólitos, porque en la vida es bien claro que lo que la gente quiere creer es mucho más importante que lo que es lógico que crea. El nacionalismo germánico de los austriacos que se sentían constreñidos en la faja austro-húngara encontró en estas teorías el suelo que necesitaba pisar.

La publicación del best seller de List, la novela Carnuntum, le granjeó una rápida e intensa admiración por parte de los círculos ultragermanófilos austriacos, dirigidos en ese momento, en lo político, por nuestro viejo amigo el diputado Ritter Georg von Schönerer, quien, ya en tan temprana fecha como 1878, había elaborado, en sede parlamentaria, su primera diatriba violenta contra los judíos. La conexión de los grupos völkisch que votaban a Schönerer con las teorías de List hizo que las concepciones de éste, que como hemos leído no incluían inicialmente a los judíos entre los conspiradores antigermánicos, virasen rápidamente hacia el antisemitismo. En el festival germánico celebrado el 3 de diciembre de 1894, que consistió entre otras cosas en el estreno de una obra de teatro compuesta por List, se prohibió la entrada a los hebreos.

En 1902, Von List se operó de cataratas y permaneció once meses después medio ciego. Eso le obligó a estar ocioso en casa, motivo por el cual se centró, con gran pasión, en el estudio de las runas y el viejo lenguaje germánico. Al año siguiente, envió a la Academia Austriaca de Ciencias un voluminoso estudio sobre el protolenguaje germánico. La Academia no le hizo ni puto caso, más que nada porque el estudio, lejos de ser un serio trabajo lingüístico o paleográfico, era más bien una sarta de asunciones temerarias sobre el significado de las runas, las cuales, además, según esta interpretación, versarían sobre el origen del universo y otra serie de conocimientos perdidos. Pero, claro, lo que los científicos desecharon, el público de las publicaciones mistabobas lo engulló como si fuese lasaña de morcilla. Cerrando el círculo, List veía en las runas la descripción de las fases del universo (Blavatsky, again; de hecho, en sus escritos List perfecciona a la rusa, explicando que los lemurianos son la primera raza que se reprodujo a base de zúmballe-dalle), las cuales estarían simbolizadas por el triskelio y la esvástica.

Un diputado ultranacionalista, Rudolf Berger, exigió en el Parlamento austriaco una explicación oficial por el tratamiento dado a List por la Academia. Las acusaciones de discriminación provocaron la rápida creación del club de fans del alucinado escritor, la Guido von List Gesellschaft. Cabalgando a lomos de este apoyo inconmensurable, Guido von List produciría, en los años siguientes, sus informes de investigación, conocidos como los Guido List Bücherei o GLB-X, siendo X el número de cada uno de los trabajos. El sexto de ellos, el GLB-6, es considerado como la quintaesencia de las alucinógenas teorías de este hombre sobre el origen de los alemán y su radical (de raíz) relación con las fases del universo. Aquellos que tengáis cultura alemana o seais teutones o similar, de verdad, no os perdáis el GLB-6.

Muy sucintamente: la cosmovisión listiana sostenía que los alemanes habían practicado en la noche de los tiempos una religión propia, el wotanismo (de Wotan, su principal dios), basada en el Edda y las runas. Era la suya una religión un tanto pandémica (propugnaba la existencia de un Dios identificado con la naturaleza, al modo de Gea), motivo por el cual la vida virtuosa era aquella que se desarrollaba en conexión con lo natural (como Himmler, que prefería el kneippismo, que curaba con hierbas y tal, a la medicina convencional).

La antigua religión germana tendría amplios contenidos de carácter gnóstico y mistérico. List tomó de un escritor germano, Max Ferdinand Sebaldt von Werth, sobre todo de su muy alucinante Sexualreligion, contenidos sobre las antiguas creencias eugenésicas de los arios, dedicadas a preservar la pureza de la raza. En medio de una serie de alucinaciones varias sobre un tal Muldelföri, que habría creado un mundo dual de materia y espíritu, hombres y mujeres, Sebaldt es el formulador del principio general de que la supremacía aria sólo podría llegar mediante la eugenesia, esto es el puro y simple asesinato de los que no valgan; teoría que, al de un tercio de siglo que dicen lo vascos, acabaría abarcando a millones de judíos, y decenas de miles de subnormales y esquizofrénicos, entre otros.

La gran virtud o éxito de la cosmovisión listiana es que su complejidad y atractivo para cualquier nacionalista germánico hizo que cruzase con rapidez la frontera austro-alemana. Los libros de Von List encandilaron, en efecto, a amplios círculos ariosóficos en Alemania, y dispararon en el país el estudio de las runas, el Edda, las tradiciones teutónicas, etc. Rudolf von Gosleben, Werner von Bülow, Friedich Bernhard Marby, Herbert Reichstein o Frodi Ingolfson son hitos de este proceso; alguno de los cuales, no por casualidad, acabaría formando parte, directa o indirectamente, del círculo más íntimo de una persona de poder inversamente proporcional a su inteligencia, llamada Heinrich Himmler.

Durante la primera guerra mundial, en los hospitales donde los heridos alemanes y austrohúngaros germanos convalecían de sus mutilaciones y cegueras, los libros de List circulaban como droga. El propio Von List tuvo una visión en 1917 que le anunció la victoria de las potencias centrales; pero la frecuencia modulada ariosófica no debía de estar muy bien sintonizada, porque, vaya hombre, ocurrió justo lo contrario. Como diría Terminator, no problemo: automáticamente, List anunció que la virtual disolución de las monarquías alemana y austriaca eran fases necesarias en la salvación de la civilización ariogermana.

El historiador romano Tácito describió, en sus capítulos sobre los germanos, una sociedad relativamente jerarquizada alrededor de sus jefes militares y religiosos, material que fue utilizado por Von List para construir la civilización wotanista original, cuyos reyes-dioses, los Armanen, son una germanización de la palabra Hermiones, utilizada por el historiador latino para referirse a los caudillos germanos. List fundó (según él, refundó) en sus libros un auténtico armanismo, con una clase sacerdotal, la Armanenshaft, de la que él formaba parte. Aseveró List que agentes ocultos del armanismo habían sido personajes como Pico della Mirandola, o Giordano Bruno. Asimismo, definió algunas características de la “nación armanista”: prevalencia absoluta de los arios; normas estrictas de carácter racial y marital; sistema patriarcal (ario); estatutos de limpieza de sangre; y régimen de propiedad seudofeudal.

En una cosa se apartó List de la visión cíclica de la Blavatsky: él prefería el esquema cristiano, que prometía una redención futura. Ello a pesar del fuerte componente anticristiano de su filosofía pues, como ya hemos insinuado, situaba el inicio de los problemas de la civilización germánica original en su cristianización. Además, sus escritos no están exentos de elementos apocalípticos, pues para Von List las tensiones capitalistas introducidas por la revolución industrial eran como avisos del colapso de Austria, por cuanto suponían la destrucción de los viejos gremios de artesanos y comerciantes que, según él, habían sido los depositarios de las esencias germánicas durante los siglos oscuros.

A pesar de estas diferencias, Von List utilizó los libros de Blavatsky para sustentar sus teorías apocalípticas y, recalculando como los GPS a partir de los datos publicados por la rusa, llegó a la conclusión de que en 1897 se había consumido uno de los ciclos evolutivos mundiales. El equinoccio de la nueva era habría sido el equinoccio de 1899 y, con los años, Von List interpretaría la Gran Guerra como una consecuencia del inicio del nuevo ciclo.

En sus cálculos, List afirmó que los tres años fundamentales para la llegada de la gran dominación germana eran: 1914, 1923 y, finalmente, 1932.

En el caso de la última de estas profecías, se equivocó por un año.