El objetivo de la marca al fuego, obviamente, es que cualquiera pueda enterarse rápidamente de que el tipo o tipa que tiene delante es un delincuente o alguien de quien debe confiar. Esta no es, en modo alguno, práctica privativa de los tiempos del analfabetismo general. Doy fe, porque lo viví en primera persona, que en los años franquistas, cuando la policía te encontraba en lugares donde no debía encontrarte (por ejemplo, en un bar donde se estaba fumando costo, aunque tú no fumaras) te pedía el carné, lo cogía como si tal cosa y.... lo doblaba. Al estar el DNI plastificado, eso dejaba una seña indeleble (por supuesto, sacar el DNI de su plastificado y replastificarlo estaba prohibísimo). En poli, entonces, te devolvía el carné y te decía: "para la próxima". Y si había una próxima, la actitud policial ya no era tan morigerada.
Como decía, en modo alguno estamos hablando de una costumbre medieval. Ocurre esto porque demasiado a menudo queremos creer que todas las barbaridades fueron cometidas en la Edad Media; siendo lo cierto que, en ocasiones, aquellos años fueron incluso más confortables de lo que nos pensamos.
Hace ahora mismo 250 años, no más, en Inglaterra era delito hablar mal del Gobierno, y quien era capturado en tamaña acción era marcado en la mano con la inscripción SL: Seditious Libeler, o propagador de libelos sediciosos. Los estafadores y timadores veían marcada a fuego en su mano derecha una R (de rogue, pícaro). Si lo que se adivinaba en la mano era una T, entonces se trataba de un ladrón (thieve). Una F indicaba que el portador había sido condenado por mentiroso (Falsehood) y, finalmente, la V señalaba a los vagabundos.
No obstante, la mano no era el único lugar que se marcaba a fuego. El otro, también por lo muy visible que era, era la parte alta de la frente. Lo que pasa es que las marcas en la cabeza quedaban básicamente reservada para el peor delito de todos, que era el delito contra la religión y la moral. Así, una P en toda la frente indicaba que el portador era un perjuro; alguien que había tomado el nombre de Dios en vano. Peor era la B, obviamente reservada a los blasfemos.
Existen casos de marcas que buscaban doler más que humillar, aunque probablemente no perdiesen su función informadora. Así, en muchas partes de Europa era costumbre marcar a fuego una letra en la axila de los desertores del ejército; quizá se pensaba que no ir a la guerra era algo que debía doler y, de alguna manera, ser un castigo de por vida; pero sin humillar al que había cometido la falta en todos los momentos de la vida. Los soldados que eran castigados por mal comportamiento, bad conduct, eran marcados con una BC, también en la axila, al menos en Inglaterra.
No obstante, la marca no era el único método de castigo ligado al fuego. En otras ocasiones, lo que se hacía era fabricar agujeros en el cuerpo usando el fuego. Era, jódete lorito, un castigo leve. Mentirosos, blasfemos y perjuros leves, en este sentido, eran obsequiados con un agujero que se les hacía, con la ayuda de un hierro candente, en la lengua. Lo cual tiene su lógica, ciertamente, pues la lengua es el órgano que, en última instancia, miente, perjura o blasfema. A ladrones y borrachos, sin embargo, se les hacía ese agujero en las orejas.
Evidentemente, el modo de castigo ligado al fuego más conocido ha sido quemar vivo al personal. Mucha gente se pregunta, hoy en día, cómo es posible que tanta gente viese aquel espectáculo sin sentirse horrorizada por el espectáculo. Esta duda tiene tres respuestas.
La primera de ellas es que las personas no eran quemadas muchas veces donde el personal cree. Uno ve los grabados de los autos de fe de la inquisición, por ejemplo en la Plaza Mayor de Madrid, y piensa que toda esa gente que se ve en el público presenciaba la ejecución por fuego. Falso. Rara vez, tengo yo por mí que nunca pero no puedo asegurarlo, la Inquisición quemaba a los condenados en el mismo sitio donde hacía el auto de fe. El auto de fe era un acto de expiación y llamada a la auténtica creencia, en el cual siempre quedaban relapsos que no querían abrazar la fe católica y que, por la razón de sus delitos de religión, eran quemados. Pero lo eran en otros lugares, normalmente fuera de las ciudades, y ante audiencias más limitadas. Ya he afirmado en el este blog, y aquí lo afirmo de nuevo, que, por ejemplo, ningún rey de España ha presenciado jamás quemar vivo a nadie.
La segunda razón es que la gente no veía este acto como un acto brutal, sino como un acto de expiación. Las personas de los siglos XV y XVI en Europa (no en España) creían que las personas podían tener almas negras que precisasen expiación. Quemar a alguien que tenía un alma diabólica, o judaica, era hacerle un favor, porque el fuego le limpiaba de eso que tenía dentro y que le estaba jodiendo.
La tercera y última razón es que, a lo largo de toda Europa, donde en aquellos siglos se quemaron protestantes por serlo, católicos por serlo, anglicanos por serlo y, sobre todo, se quemaron mujeres a punta pala por brujas, a lo largo de toda Europa, digo, Inquisición española incluida, se impuso la costumbre de solicitar del que iba a ser quemado que abjurase de sus pecados o desviaciones en el último momento; cosa que si hacía le daba derecho a ser estrangulado antes que quemado, por lo que muchos, hay quien dice que la clara mayoría, de quienes fueron quemados, en realidad ya estaban muertos y no podían gritar.
Con todo, en la Historia del hombre hay más casos de tortura. Especialmente notoria es la del rey Falaris de Agrigento, que inventó el llamado Toro Descarado. Se trataba de una estatua de un toro con el viente vacío, al que se accedía por una puerta lateral. El condenado era introducido dentro del toro, tras lo cual se encendía una hoguera bajo la estatua. Los gritos del condenado salían por los ojos y las narices del cornúpeta, por lo que la gente decía que el toro mugía.
También está la práctica realizada por la justicia alemana durante los años dorados de la lucha contra la brujería. Usaban sulfuro encendido que ponían bajo las axilas de las sospechosas de brujería, y luego les mantenían los brazos cerrados. En algún sitio he leído que el sulfuro arde con tal violencia que ni el agua lo apaga. Este tipo de castigo era doble, pues no sólo provocaba el natural dolor de la quemazón, sino que, además, provocaba que el sulfuro acabase llevándose por delante las venas y arterias que pasan por ahí, por lo que normalmente la rea acaba palmándola en medio de sufrimientos sin cuento.
Conocidísima, al menos en tiempos, es la historia de San Lorenzo, mártir cristiano que fue torturado por la vía de ser puesto en una especie de barbacoa, y que tuvo la sorna de pedirle a tu torturador que le diese la vuelta porque, dijo, del lado del fuego ya estaba hecho. San Laurencio, según la tradición, fue martirizado de forma parecida en Francia en el año 258, sólo que esta vez lo ataron a un palo giratorio sobre el fuego, como los jabalíes de Obelix. Freír o cocer al personal se hacía mucho en los tiempos antiguos, pero es costumbre que en Francia no se extinguió hasta el siglo XVIII.
Los emperadores mogoles, por su parte, tenían la costumbre de atar a sus condenados con cuerdas ardientes. Así los tenían un rato, tras el cual las bañaban en agua muy fría, buscando provocar la rápida contracción de la cuerda, con lo que penetraba más en la carne.
Qué calor, ¿no?