Ina se ha hecho esperar. Pero ha merecido la pena. Lo que vais a leer, aquéllos que tengáis el acierto de quedaros en esta pantalla el tiempo suficiente, es la primera parte de un perfil casi perfecto. Personalmente, creo que Tiburcio se ha superado a sí mismo con el texto que aquí os dejo, hoy en su primera pildorita.
La polémica sigue ahí: ¿Hess o Ribentrop? Mi propuesta, Tiburcio, y te la hago en público, es que la próxima vez que nos veamos nos lo juguemos en una competición a ver quién escupe más lejos un hueso de ciruela (cinco intentos, se permiten los movimientos de pelvis para arriba, despegar uno o dos pies del suelo se considerará lanzamiento nulo). Bueno, si prefieres otro hueso lo podemos hablar, pero siempre y cuando no sea humano, que yo tengo ciertos escrúpulos.
Aquí os dejo con Samsa y con su amigo Joaquín.
Una de ineptos (1)
By Tiburcio Samsa.
Cuando uno pasa revista a los jerarcas del Partido Nazi, lo que más llama la atención es su inmensa mediocridad. Uno se pregunta cómo ese plantel de ineptos pudo hacerse con el poder en un país culto y avanzado como Alemania y lanzar una guerra mundial, que pudieron haber ganado.
Empecemos con el líder. Hitler era un diletante con más ganas que talento, incapaz de un esfuerzo continuado, que dirigió Alemania durante 12 años. Era un hombre que sabía algo de muchas cosas, pero mucho de nada. Su número dos, que dirigió el esfuerzo bélico alemán hasta 1942, Göring, había sido un héroe de la aviación en la I Guerra Mundial, pero en los 30 empezó a convertirse en un ser abotargado por las drogas y la corrupción, que confundía las bravatas y el amateurismo con la planificación. El jefe de las SS, Himmler, era un cobarde oportunista, siempre dispuesto a creerse la última teoría ocultista sobre el origen de los arios. A Rudolf Hess, JdJ lo describió en cierta ocasión pefectamente: un hombre con la inteligencia de un bóxer al que le hubiesen apaleado la cabeza de cachorro. Y así podría seguir. De este cuadro deprimente sólo salvaría a dos jerarcas: Goebbels, un hijoputa como la copa de un pino, pero un genio de la propaganda y la manipulación, y Albert Speer, un arquitecto y gestor más que competente y que fue uno de los pocos nazis capaz de mantener unos niveles de decencia humana.
¿Cuál de todos éstos fue el más inepto? JdJ opina que Hess. No está mal escogido, pero JdJ hace trampa, porque Hess jugaba en una categoría aparte. Pienso que Hess tenía serios problemas mentales y por eso no me parece justo incluirlo en este concurso de ineptitud. Sería como introducir a un parapléjico en un campeonato de salto con pértiga; no sería justo para el parapléjico. Eliminado Hess, me parece que la opción más obvia es la de Joachim von Ribbentrop.
Von Ribbentrop entró en la jerarquía nazi merced a un malentendido. Von Ribbentrop ideológicamente estaba más próximo a los conservadores nacionalistas. Pero a comienzos de los 30 se dejó atraer por los nazis, cuando se le dijo que el partido necesitaba a cosmopolitas como él y que si se incorporaba al partido se vería recompensado más tarde. Esta oferta tocó dos de sus puntos flacos: era un trepa y era muy vanidoso. El malentendido al que me refiero es el siguiente: Hitler era un hombre muy poco viajado. A comienzos de los 30 su experiencia vital se reducía a la bohemia vienesa, las trincheras de Francia y el ambiente macarra de las cervecerías muniquesas. Cuando conoció a Von Ribbentrop, éste le pareció el colmo del refinamiento: un comerciante de vinos y champán, que hablaba inglés y francés y se codeaba con lo mejor de la aristocracia inglesa y francesa. Alguien con más mundo habría sabido ver a Von Ribbentrop como lo que era: un arribista acomplejado, un poco viajado, al que la aristocracia aceptaba porque sus licores le eran útiles. Para cuando Hitler se quiso dar cuenta de su error, ya era demasiado tarde.
Von Ribbentrop hubiera querido un alto cargo en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Hitler, que desconfiaba de las burocracias, sobre todo de aquéllas lastradas por el peso de la tradición, le ofreció algo más codicioso: ser su agente diplomático informal. A Von Ribbentrop, con lo que le gustaban los títulos y los honores, le supo a poco, pero aceptó y se entregó al oficio con su mentalidad de viajante de comercio. Había que vender la Alemania nazi igual que se vendían los champanes franceses. El producto que vendía era el de una Alemania anticomunista, preparada para crear un vasto frente antibolchevique, que deseaba la devolución de sus colonias, aunque podía olvidarse del tema a cambio de que le dejaran manos libres en Europa Oriental.
Aunque en esos primeros viajes no tuvo ninguna metedura de pata memorable, ya dejó ver sus carencias. La primera era su tendencia a repetirse y a no escuchar. Otra era su tendencia a interpretar la cortesía diplomática como una indicación de acuerdo. Cuando un diplomático te escucha sin rechistar y luego te acompaña hasta la puerta y te despide con una palmadita en la espalda, en realidad te está mandando a tomar por culo. Más defectos de Ribbentrop: su poca perspicacia política, que le llevaba a entrevistarse con segundones y medianías, porque nunca se daba cuenta de dónde residía el poder verdadero; su convicción de que era más importante de lo que era, lo que le llevaba a formular promesas que luego no podía mantener; su gusto por lo secreto y lo conspiratorio, que no se daba cuenta de que en las negociaciones hay cosas que deben hacerse a plena luz y otras que requieren discreción y no deben hacerse abiertamente; y para rematar, era un hombre con un fuerte complejo de inferioridad, que le hacía ser muy sensible ante cualquier ofensa real o imaginada. Tan pronto se sentía ofendido, que era casi siempre, dejaba de comportarse de una manera racional y personalizaba el asunto.
Al vanidoso de Von Ribbentrop no le bastaba con ser el agente diplomático informal de Hitler. Quería un título, un nombramiento y en abril de 1934 lo obtuvo: Comisario para el Desarme. Un ejemplo de su manera de actuar: apenas nombrado, Hitler le encargó que viajase a Londres y Roma para sondear su reacción ante las denuncias francesas de la política de rearme alemana. Von Ribbentrop llegó a Londres de manera dramática, como si fuese un personaje de película de espías. Afirmó que se trataba sólo de una visita de negocios, pero se dejó tirar de la lengua y confesó que iba a tener una reunión también en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Parece que pretendía hacer creer a los franceses que estaba en negociaciones secretas con los ingleses. Lo que consiguió fue cabrear a los ingleses, que empezaron a desconfiar de él. Nuevamente había olvidado que hay un momento para conspirar y otro para hablar de frente.
Durante los meses que ocupó el cargo, Von Ribbentrop consiguió alienarse las simpatías que aun le profesaban los ingleses con su torpeza y sus obvios intentos de abrir una brecha entre Francia y Gran Bretaña. Pero él nunca se dio cuenta de eso. No fue capaz de penetrar más allá de la fina cortesía y aún más fina ironía británicas. Lo curioso es que sus informes siempre optimistas y vanagloriosos sobre sus visitas fueron creídos por Hitler, a quien le divertía que un diplomático aficionado (al igual que él, que era un estadista aficionado) se metiese en el terreno de los diplomáticos profesionales.
En junio de 1935 Von Ribbentrop acudió a la Conferencia Naval de Londres como Embajador at large. Lo primero que hizo fue excluir al Embajador alemán en Londres de todo acceso a las negociaciones. El pobre Embajador para enterarse de lo que estaba ocurriendo en la sala negociadora tenía que reunirse a escondidas en los baños con el agregado naval de la Embajada. No quiero pensar en las explicaciones que hubiera tenido que dar el Embajador si les hubiesen pillado allí. «Oiga, que no es lo que se piensa, que es que estamos deliberando.» Von Ribbentrop tuvo en esa Conferencia la suerte del novato. Nada más empezar lanzó un ultimátum: o los británicos aceptaban que la Armada alemana tuviese el 35% del volumen de la Armada britanica o se retiraban de la Conferencia. Fue un farol brusco, pero funcionó. Los británicos estaban convencidos de que si los alemanes se iban de la Conferencia sin un acuerdo, harían lo que les diera la gana (ignoraban que era eso lo que pensaban hacer con acuerdo o sin acuerdo). Mejor comprometerles a un acuerdo que no satisfacía del todo a los británicos, que dejarles por libre. Von Ribbentrop pudo venderle el éxito a Hitler, mientras le hacía guiños, indicándole lo buen Ministro de Asuntos Exteriores que sería.
En mi opinión fue en julio de 1936 cuando finalmente la Ley de Murphy se le aplicó a Von Ribentrop y fue ascendido a un puesto en el que su incompetencia quedaría de manifiesto: Embajador en Londres. El Embajador alemán, Leopold von Hoesch, el mismo que tenía que citarse en los baños con su agregado naval, había muerto unas semanas antes, tal vez envenenado por la Gestapo. El Ministro de Asuntos Exteriores, Konstantin von Neurath [nota de JdJ: futuro contertulio de Hess en Spandau], vio una ocasión dorada para deshacerse de ese metomentodo que estaba intentando moverle la silla. Propuso a Hitler que le nombrase Embajador en Londres. Von Neurath confiaba en que no sólo se lo quitaría de en medio, sino que Von Ribbentrop haría alguna cagada clamorosa que le pondría en evidencia ante Hitler. Göring, que también se esperaba lo peor, trató de advertirle a Hitler de que Von Ribbentrop era una mala elección y que de Gran Bretaña sólo conocía los güisquis. Hitler le replicó que también conocía a Sir Fulano y a Lord Mengano. La respuesta de Göring fue: «Sí, lo malo es que ellos también conocen a Ribbentrop».Von Ribbentrop, que entendía que se lo estaban quitando de enmedio, acogió el destino con un entusiasmo perfectamente descriptible.
Un ejemplo de la perspicacia diplomática de Von Ribbentrop es el encuentro que tuvo con Sir Robert Vansittart en agosto de 1936, mientras hacía sus preparativos para incorporarse a su nuevo destino. Vansittart era el Subsecretario Permanente del Ministerio de Asuntos Exteriores y uno de los pocos que supo ver desde el inicio la agresividad y expansionismos inherentes a la Alemania nazi. Von Ribbentrop en sus memorias señala que en ese encuentro Vansittart estuvo muy poco comunicativo y que él tuvo que llevar todo el peso de la conversación. No es así como Vansittart recordaría luego la conversación. Lo que recordaría fue que von Ribbentrop no le dejó meter baza. Vansittart pensó de él que era «superficial, aprovechado y no realmente simpático». También opinó que tenía «la vanidad herida de un pavo real en el momento del celo». Lo mejor es que cuatro días después de este encuentro, Von Ribbentrop escribió una nota a Hitler describiéndole su conversación con Vansittart y diciendo que éste estaba completamente de acuerdo con Hitler sobre el futuro de las relaciones exteriores y que creía posible un cambio en la actitud británica hacia Alemania. !Y este genio de la perspicacia iba a ser el que dirigiese las relaciones con Gran Bretaña en un momento tan delicado!
Von Ribbentrop no se incorporó a su Embajada hasta finales de octubre, para mosqueo de los ingleses; su falta de entusiasmo por el puesto era demasiado evidente. En un alarde de celeridad y eficacia, cometió su primera metedura de pata nada más pisar suelo inglés. Saludó a los periodistas ingleses que le esperaban con el saludo nazi (medio minuto de saludo, para que quedase bien claro que no había sido un movimiento reflejo del brazo) y les leyó un comunicado que él mismo había escrito. El comunicado abogaba por el entendimiento entre los dos pueblos en aras de detener la expansión del comunismo, «la más terrible de las enfermedades». Al día siguiente visitó al Ministro de Asuntos Exteriores, Sir Anthony Eden, y le informó de lo afortunados que eran los ingleses al tener como Embajador en Londres a un colaborador íntimo de Hitler, que podría transmitirles a la perfección sus pensamientos. Eden se lo agradeció, pero le recordo que para conocer lo que pensaba Hitler ya tenían al Embajador británico en Berlín, lo que esperaban de Von Ribbentrop era que transmitiese a Hitler lo que pensaban ellos, los británicos.
Los dos objetivos de Von Ribbentrop durante su Embajada fueron la recuperación de las colonias alemanas (una mera moneda de cambio para lograr lo que de verdad interesaba a Hitler: manos libres para sus ambiciones en Europa Oriental) y atraer a Gran Bretaña al Pacto Anti-Comintern. Para frustración de los británicos, a cambio de lo anterior, los alemanes no parecían dispuestos a ofrecer contrapartidas concretas sobre la seguridad europea. Von Ribbentrop acabó de estropear las cosas con su ineptitud para entender verdaderamente a los británicos. Por ejemplo, equivocó completamente su lectura de la abdicación del Rey Eduardo VIII, que vio como el resultado de una conspiración de los elementos anti-alemanes, que al final sería derrotada con la reinstauración del monarca en el trono. El lado bueno de la abdicación fue que le permitió presentar a Hitler una razón plausible del fracaso de su Embajada: la conspiración de un grupo anti-alemán que habían forzado la abdicación de un Rey pro-alemán y que había manipulado a una opinión pública que veía a Alemania con simpatía. Como eso se correspondía con los prejuicios del nada viajado Hitler, la trola coló.
Durante el segundo semestre de 1937, Von Ribbentrop estuvo más preocupado viajando y moviéndole la silla a Von Neurath que por el país ante el que estaba representando a su Gobierno. Sentía que había fracasado en su Embajada y que los ingleses le habían esnobeado. Ambas cosas eran ciertas, pero la segunda se la había trabajado a pulso. A partir de ese momento Von Ribbentrop se convirtió en un acérrimo anglófobo y partidario de la alianza entre Alemania, Italia y Japón. Justo a tiempo, porque los elementos más radicales del Partido ya abogaban por la guerra y el enfrentamiento con Gran Bretaña. Lo mejor es que siendo todavía Embajador en Londres participó en Roma en la firma del Pacto Tripartito del 5 de noviembre de 1937 que desprendía un claro tufillo antibritánico. Lo triste es que a finales de año Gran Bretaña dio pasos conciliadores (disposición a dar satisfacción a Alemania en el tema colonial, visita de Lord Halifax a Berlín y apartamiento de Sir Vansittart). Abrirse a ese acercamiento habría implicado dejar en la estacada a sus nuevos aliados, italianos y japoneses. En todo caso, aquí no se le puede echar toda la culpa a Von Ribbentrop. Las condiciones bajo las cuales Hitler queria acercarse a los británicos, hubieran sido inaceptables para éstos.
Y ya lo tenemos escalando el último escalón hasta la jefatura de la diplomacia nazi. Así pues, continuará...
viernes, abril 17, 2009
miércoles, abril 15, 2009
¿Existió Jesucristo?
En los años sesenta, como todos supongo que sabéis, el papa Juan XXIII promovió la celebración del Concilio Vaticano II, considerado por muchos como un hito en la modernización de la Iglesia católica, apostólica y romana. De todos los documentos que alumbró dicho concilio hubo uno que fue motivo de grandes debates e incluso pudo no ver la luz dada la resistencia que existía entre muchos prelados de entrar a analizar el tema que es su centro. Se trata de la constitución dogmática Dei Verbum. Trata sobre la revelación del mensaje cristiano a los hombres.
La Dei Verbum es, en mi opinión, un prodigio de equilibrio intracatólico. Trata, a mi modo de ver con bastante éxito, de integrar todos los distintos puntos de vista existentes dentro de la creencia sobre la validez y la historicidad de los testimonios canónicos de la vida de Jesucristo, notablemente los Evangelios. En la segunda mitad del siglo pasado, ya no son pocos los exégetas y teólogos, dentro y fuera de la disciplina vaticana, que consideran que la idea sostenida durante siglos de que los Evangelios son la palabra de Jesucristo como tal transmitida, es muy difícil de sostener. Pero también son tropa en la Iglesia quienes creen en eso mismo.
Fruto de ese equilibrio, la constitución dogmática nos dice que «Confitetur Sacra Synodus, Deum, rerum omnium principium et finem, naturali humanae rationis lumine e rebus creatis certo cognosci posse». O sea, que Dios puede llegar a ser conocido «a través de la iluminación natural de la razón humana», es decir sin tener que pasar necesariamente por los Evangelios. Aunque, a renglón seguido (y como no puede ser de otra manera, ciertamente) invierte párrafos y párrafos en defender la divinidad de los mismos.
En otro guiño (o a mí me lo parece), la Dei Verbum nos dice: «Cum autem Deus in Sacra Scriptura per homines more hominum locutus sit, interpres Sacrae Scripturae, ut perspiciat, quid Ipse nobiscum communicare voluerit, attente investigare debet, quid hagiographi reapse significare intenderint et eorum verbis manifestare Deo placuerit». Es decir, que para interpretar las Escrituras, es importante investigar lo que quien las escribió quiso decir, y no tomarlas al pie de la letra.
En su parágrafo 19, la Dei Verbum ataca directamente la cuestión de la historicidad de los Evangelios. Y lo hace afirmando lo siguiente:
«Mama Kanisa mtakatifu, kwa nguvu na daima amesadiki na hukiri kwamba Injili nne zilizotajwa hapo juu, ambazo anaamini bila kusita kwamba ni za kweli, zinasimulia kiaminifu yale ambayo Yesu Mwana wa Mungu aliyatenda kwelikweli na kufundisha kwa ajili ya wokovu wa milele, wakati alipoishi kati ya wanadamu hadi siku ile alipopaa mbinguni. Mitume, baada ya Bwana kupaa mbinguni, waliwatangazia watu yale aliyokuwa ameyasema na kuyatenda, kwa ujuzi kamili waliojaliwa baada ya kufundishwa na matukio matukufu ya Kristo na kuangazwa na mwanga wa Roho wa ukweli. Hatimaye watunzi watakatifu waliandika Injili nne wakichagua mengine kati ya mengi yaliyokuwa yamesimuliwa kwa maneno au kwa maandishi, wakifupisha mambo mengine, au kuyafafanua wakilenga hasa hali ya Makanisa. Tena waliandika wakilinda mtindo uleule wa kuhubiri, lakini daima wakisimulia mambo ya kweli na kwa uaminifu kuhusu Yesu. Wao wenyewe, wakichota kutoka katika kumbukumbu yao na pia ushuhuda wa wale ambao “tangu mwanzo walikuwa mashahidi wenye kuyaona, na watumishi wa lile neno”, waliandika kusudi watujulishe «ukweli» wa mambo tuliyoelezewa».
¿Cómo? ¿Que no domináis el swahilli? Pero... ¡los lectores de este blog son un erial! En fin, por esta vez lo voy a pasar. La versión castellana es:
«La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo. Los Apóstoles, ciertamente, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes «desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra» para que conozcamos «la verdad» de las palabras que nos enseñan».
Obsérvese el cuidado de las palabras. «Comunican fielmente» no es lo mismo que «refieren con exactitud». Además, se recuerda que la doctrina de la Iglesia descansa, además de en los textos, en las enseñanzas de los apóstoles (y, aunque no lo diga, de Saulo, el verdadero fundador de la religión cristiana). Por otra parte, los autores sagrados (y no os perdáis el detalle de que no se dice cuántos son) escribieron los Evangelios (aquí sí se dice que son cuatro, para que no haya dudas) a base de recuerdos personales... pero también del testimonio de testigos, de ministros de la palabra, o sea terceras referencias.
En otras palabras: el Vaticano II fue un paso, importante, para tratar de poner orden en la dura polémica en torno a la existencia real de Jesucristo.
En el fondo de toda esta polémica reside el problema, hoy completamente indisoluble, en torno a cuáles son las referencias más fiables que tenemos sobre la vida de Jesucristo. Lo cristiano es un universo repleto de galaxias que son documentos muy diferentes, muchos de los cuales han experimentado lo que los expertos llaman interpolaciones, es decir, textos añadidos a posteriori para dar más credibilidad o añadir algunos detalles a los relatos. Lo que la Iglesia considera textos canónicos es sólo una pequeña parte de toda esa literatura, y hay quien piensa que no con demasiadas razones que lo justifiquen.
Parece que la literatura litúrgica más antigua que se conserva son algunas de las epístolas de Pablo de Tarso; las dirigidas a los gálatas y a los romanos, así como pasajes de la primera a los corintios, suelen considerarse como las más sólidamente auténticas. En estos textos se habla de la crucifixión y resurrección de Jesucristo, se habla de la cena pascual e incluso se menciona, una sola vez, que Jesucristo habría tenido doce seguidores (aunque hay quien considera estos dos últimos pasajes como interpolaciones posteriores). El resto de los detalles conocidos por los Evangelios no aparecen y, hecho importante, en caso alguno se refieren a Jesucristo como un maestro que hubiese impartido enseñanza alguna. No hay, pues, mención a la doctrina alguna expresada por ese fundador. En los documentos inmediatamente posteriores, tales como la epístola de Clemente (en torno al año 100), Justino mártir, Policarpo o Barnabás, no se citan las enseñanzas de Jesucristo, ni su parentesco, ni sus milagros.
En el mundo de las primeras sectas cristianas, cultos surgidos desde el judaísmo incluso antes de la destrucción de Jerusalén por Tito (70 d.C.), existen unos denominados por los griegos nazoraios, palabra traducida habitualmente como nazaritas o nazarenos, denominación que no tiene necesariamente que provenir del nombre de una aldea llamada Nazaret, pues puede estar relacionada con palabras como netzer, o sea rama. Lo que sí es claro es que Pablo nunca llama a Jesús nazareno, así pues su identificación como tal no es propia de los primeros tiempos.
Lo inquietante del asunto está en que los vestigios de un culto a un Jesús (más concretamente, Joshua) están ya en el Antiguo Testamento. Así ocurre, por ejemplo, en el libro de Zacarías, donde se cita a un sacerdote Joshua que es identificado simbólicamente con la rama. La rama parece haber sido desde antiguo y en varias creencias (adoradores de Mitra, o de Démeter) el símbolo de la vida. Hoy, la rama está presente dentro de la simbología de la Semana Santa católica.
En realidad, para rechazar de plano la idea de que Jesús pueda ser un mito y no un personaje histórico, todo lo que tenemos que hacer, o hacemos, es pecar de modernocentrismo; es decir, de la idea de que el único mundo que ha existido es el que conocemos, es decir el mundo moderno. Para nosotros es inconcebible que alguien pueda tener seguidores que lo consideren el salvador de la Humanidad durante 2.000 años sin haber existido realmente. Pero eso es así simplemente porque desconocemos el mundo antiguo. En el mundo antiguo Osiris o Mitra, por citar los dos ejemplos más evidentes, también fueron considerados salvadores de la Humanidad, y durante más tiempo que lo ha sido considerado Cristo; y, sin embargo, a nadie en sus cabales se le ocurre rayarse con la idea de que Osiris pueda ser un personaje histórico.
Otro elemento importante, como he dicho, es la insoportable levedad de los documentos de referencia que tenemos como fuentes, y que son, sobre todo, los cuatro evangelios canónicos. Estos escritos no fueron elaborados en la forma que los conocemos hasta el final de la segunda centuria; para que nos entendamos, ello viene más o menos a equivaler a escribir hoy la biografía de Napoleón (pero sin la cantidad de libros que se han escrito sobre él por medio, sino con referencias de referencias de referencias de mitos de creencias de lo que Napoleón hizo o dejó de hacer, dijo o dejó de decir). A esto hay que unir el hecho, sobradamente conocido, de que los evangelios canónicos son sólo un subconjunto de los evangelios existentes; siendo los otros los llamados apócrifos, algunos de los cuales, por cierto, tuvieron en los primeros tiempos del cristianismo tanta o más popularidad que los que finalmente se eligieron como la versión fetén. Por así decirlo, para creer que los evangelios que todos (por lo menos en mi generación) hemos leído en la escuela son la versión adecuada de lo que pasó (si es que pasó), sólo contamos con la palabra de la Iglesia. Es, pues, una cuestión de fe, no de conocimiento.
Son muy conocidos los muchos datos que contiene la narración evangélica que cuadran muy difícilmente con la realidad. Jesucristo cena con sus discípulos, luego éstos se duermen y él se va a rezar y allí es prendido en una escena que no tiene mucha explicación. Horas antes ha entrado en Jerusalén en loor de multitud, pero aún así a los polis les hace falta que uno de sus discípulos le dé un ósculo para señalarlo. Una vez detenido es llevado ante el gran sacerdote... que se encuentra reunido con sus escribas y dignatarios. ¿Por la noche?
El nacimiento de Jesucristo no pudo ser cuando nos dice la tradición a menos que los pastores que dormían al raso aquella noche fueran supermanes, porque en Galilea, en diciembre, hace una rasca por la noche que lo flipas. La fecha de la Navidad, lejos de ello, está escogida por la Iglesia dentro de una estrategia de identificación de los ritos cristianos con ritos anteriores; la Navidad es en diciembre porque los pueblos antiguos celebraran en ella un nacimiento, el del Sol; hay estudiosos que consideran a Jesús una transliteración del Dios-Sol de los antiguos. Incluso la Semana Santa viene a coincidir, más o menos por casualidad, con el momento del año en el que muchos pueblos paganos celebraban una muerte, la de Adonis en las fauces de un lobo.
Asimismo, Jesús no es el primero que resucita de su tumba; lo mismo creyeron los seguidores del mito de Mitra. La conversión de agua en vino se creyó de Dionisos, y la capacidad de andar sobre las aguas de Poseidón.
El culto cristiano ni siquiera es el primero el creer en la purificación del alma con el concurso de la sangre. Esto ocurría también en el culto de Attis, de cierta popularidad en Roma. Los creyentes de Attis sacrificaban un buey en el lugar que consideraban propicio para ello; será casualidad, pero en ese lugar hoy se levanta la basílica de San Pedro.
Otro elemento que han señalado algunos filólogos es el hecho de que todas las mujeres que rodean a Jesucristo se llamen María. El hecho encuentra su importancia en que, según orientalistas como P. Jensen, en las culturas del área la madre de dios siempre portaba nombres que empezaban por Ma: María; Marianna; Maritala (madre de Krishna, el de Hare Ídem); Mariana, madre del dios bitinio Mariandinio; o Mandane, la madre de Ciro, por quien se profesaba cierto culto mesiánico (véase, a tal efecto, Isaías 45,1).
Asimismo, se conoce que los grandes jerarcas judíos de los tiempos posteriores a Jesucristo se servían de hombres especiales dedicados a la recaudación de tributos e inspección de los fieles, en número habitual de doce; costumbre de la que puede estar tomada la cifra de doce apóstoles que, si leéis los Evangelios con atención, veréis que surge con bastante inconsistencia. Otro elemento que, como he dicho, no tiene mucho sentido, es Judas. La traición de Judas no es en modo alguno necesaria para la detención de Jesús, por lo que es un personaje quizá incluido con posterioridad, a través de la representación de autos sacramentales en los que los gentiles, es decir los cristianos no judíos, comenzaron a construir esa inquina tan típica antijudía (ellos mataron a su Maestro); autos sacramentales en los que quizá, para enervar aún más la acusación, se introdujo a un judío (o sea, ioudaios, que se pronuncia casi como Judas) que traicionaba a Jesús.
Otro elemento para la polémica interminable es la propia pasión. La polémica tiene que ver con el hecho de que no pocos de sus elementos están ya presentes en el Antiguo Testamento; algo que los creyentes explican considerando que la pasión de Cristo cumplió con profecías previas, mientras que desde un punto de vista más escéptico lo que hace es confirmar que los relatos de dicha pasión contenidos en los Evangelios están, en realidad, tomados de las escrituras anteriores.
Es el caso de la famosa frase pronunciada por Jesucristo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Esta frase es la que textualmente inicia el Salmo 22 del libro de los Salmos, muy anterior. Esto sin tener en cuenta que aquí se produce una prueba más de la casi enternecedora propensión evangélica a las pequeñas contradicciones, pues si todos los apóstoles lo habían abandonado cuando fue prendido (Marcos: 14,50), y tan sólo, de los suyos, quedaban allí unas mujeres que lo seguían desde Galilea pero que se encontraban a distancia (Mateo, 27, 55), ¿quién oyó a Jesús pronunciar estas palabras? ¿Dónde están los testigos que, según la Dei Verbum, pudieron referir la información a los evangelistas?
Nos cuentan los Evangelios que los que pasaban frente a la cruz se burlaban del condenado. O sea, la misma situación descrita en Salmos: 22,7. Más aún, leemos en Salmos 22,16: «Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; agujerean mis manos y mis pies». Y cabe hacer notar que no era costumbre de la época crucificar clavando manos y pies.
Más allá, Salmos 22,18: «Se repartieron mis vestidos entre sí y mi túnica la echaron a suertes»; que es exactamente lo que refiere Mateo 27,35. Gran parte del material de la Pasión, por lo tanto, está en el Salmo 22, el cual no tiene valor profético alguno, o al menos yo no se lo veo, sino más bien trata sobre la humildad del creyente. Y aún hay más materiales. En el Salmo 41, versículo 19, se lee la queja: «Hasta mi amigo más íntimo, en quien yo confiaba, el que comió mi pan, se puso contra mí»; una posible transliteración del mito de Judas. Y, por último, en el versículo 21 del Salmo 69 se lee: «También me dieron hiel por comida y en mi sed me dieron vinagre para beber»; lo cual se corresponde con los episodios en los que le es ofrecido a Jesucristo vino con hiel primero y, después, una esponja empapada de vinagre.
Otro de los elementos de duda y polémica es la escasa, por no decir nula, huella que dejó la muerte de Jesucristo en la Historia. El historiador judío Flavio Josefo lo cita en sus libros sobre las guerras de los judíos, pero hay quien piensa que ese pasaje ha podido ser añadido con posterioridad. Otro gallo nos cantaría si se hubiesen conservado los textos de Justo de Tiberias, otro historiador soldado judío, el cual escribió otra historia como la de Josefo, que se ha perdido. En el siglo IX el libro existía, sin embargo, y fue leído por Focio, patriarca de Constantinopla; el cual se sintió contrito al comprobar que no decía nada de Jesús.
Por parte romana, la primera mención a Jesucristo está en las cartas de Plinio el Joven a Trajano, allá por el año 111, más o menos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, en su carta, Plinio se refiere al obispo de Roma, Clemente, como autor de unas epístolas que no fueron consideradas como tales hasta 60 años después de la fecha de la carta; así pues, las sospechas de interpolación son muchas.
Tácito, en sus Anales (XV, 44), se refiere al incendio de Roma en tiempos de Nerón, añadiendo que culpó del mismo a los cristianos (Hollywood ha hecho maravillas con este pasaje) y señalando que el líder de este movimiento había sido ejecutado por orden de Poncio Pilatos. Pero hay cosas curiosas. Por ejemplo, que Tácito llame a la secta chrestiani, o sea cristianos, cuando el concepto de Cristo no sustituyó al de Mesías hasta la época de Trajano, posterior a su momento. Pero lo más sospechoso de todo es que cite a Poncio Pilatos como si fuese alguien que tuviera que ser forzosamente conocido por sus lectores. Cuando Tácito escribe han pasado muchos años desde que Pilatos fue procurador en Jerusalén, y en Roma había cientos, si no miles, de funcionarios de provincias. Para que nos entendamos: es como si yo escribo un texto ahora citando a Márquez y sin dar mas explicaciones, como si asumiese que todos mis lectores del 2009 van a saber que Márquez fue subsecretario de Agricultura hace un siglo. Otra más que probable «mentira» de Tácito es el célebre pasaje de las antorchas humanas realizadas con cristianos crucificados, castigo éste que era extraño a las prácticas romanas.
En todo caso, y como ya hemos dicho, el gran elemento de discusión han sido siempre los Evangelios, tanto los llamados apócrifos como los considerados canónicos por la Iglesia. Como ya se ha señalado en este texto algunas veces, los Evangelios son textos que adolecen de incoherencias y saltos extraños, lo cual viene a rebelar que, lejos de ser la crónica de cuatro cronistas como pretende la versión eclesial, son en realidad el fruto de muchas manos. Hay errores tan flagrantes como que el Evangelio de Marcos comience relatando el árbol genealógico del carpintero José, claramente para hacerlo descendiente de David; para, a continuación, contarnos que el linaje del propio José no tiene nada que ver con Jesucristo (pues éste nace mediante una concepción inmaculada), por lo que no se entiende muy bien por qué nos ha contado antes todo eso de la genealogía.
Por lo demás, los historiadores han dudado siempre de la historia de Herodes y los santos inocentes, pues una burrada de este calibre por fuerza debería dejar una huella en las crónicas que no se ve por ninguna parte. Además, como ocurre en el caso de la pasión, resulta sospechoso que en el propio Antiguo Testamento haya un precedente de este suceso, concretamente en Reyes 11,15: «Porque cuando David estaba en Edom, subió Joab el general del ejército a enterrar los muertos, y mató a todos los varones de Edom». Adad, descendiente de David, sobrevive a esta matanza y, además, lo hace huyendo a Egipto.
Los Evangelios sitúan el origen de Jesucristo en Nazaret. Pero el nombre de esta población no aparece ni en el Talmud, ni en el Antiguo Testamento; ni siquiera en Josefo. Sólo se la conoce desde el siglo IV.
Hay otras cosas que, aunque hay que admitir que son technicalities exegéticas, apuntan a que el evangelista, o los evangelistas, quizá tenían un dominio del tema menor del que creemos. Así, en el Nuevo Testamento, Jesús reprocha a los fariseos varias cosas, entre ellas «la sangre de Zacarías, hijo de Barachías, al cual matásteis entre el templo y el altar». Posiblemente, el evangelista, al escribir estas palabras, está pensando en Zacarías, hijo del rabino Jehojada, el cual según el libro de las Crónicas (II, 21, 20) fue lapidado por orden del rey Joash; pero lo confunde con Zacarías, hijo de Baruch (Barachías), quien fue asesinado en el interior del templo por las turbas por considerar que había conspirado a favor de los romanos durante el sitio de la ciudad. Pero es que el sitio de la ciudad ocurrió en el año 68, es decir 35 años después de la supuesta muerte de Cristo; ¿cómo pudo él, por lo tanto, realizar dicha cita delante de los fariseos?
En general, además, los evangelistas muestran pocos conocimientos históricos. Lucas sitúa la obligación romana de empadronamiento durante el gobierno siríaco de Publio Sulpicio Quirinio, que se produjo siete años después del teórico nacimiento de Cristo. O Lucas, que sitúa una acción durante el tretarcado de Lisanias en Abilinia, siendo lo cierto que Lisanias murió más de treinta años antes del teórico nacimiento de Cristo.
Incluso el propio mensaje de Cristo es en ocasiones contradictorio. Según qué esquina del libro leamos, es un reformador o un defensor de las leyes judaicas. Condena el divorcio y poco después se muestra comprensivo ante María Magdalena. Le dice a sus discípulos (Lucas, 22, 36) que el que no tenga una espada, que venda sus vestidos para comprarse una; pero luego (Mateo, 26,52) condena el uso de la espada con el famoso quien a hierro mata, a hierro muere.
Más aún. Jesucristo dice (Mateo 5, 43): «Oísteis que fue dicho: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Más yo os digo: amad a vuestros enemigos». Esta frase sugiere un bajo conocimiento del Antiguo Testamento por parte de su redactor, ya que en este libro, que verdaderamente puede ser muy brutal en muchos pasajes, ya se encuentra, y bien evidente, la filosofía del amor al otro. Muchos años antes de Jesucristo, el Levítico dice (19,18): «No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo». Y en Éxodo 23, 4 y 5, se dice: «Si encontrares extraviados al buey o al asno de tu enemigo, deberás volver a llevárselos sin falta. Si vieres al sano del que te aborrece caído debajo de su carga, y pensaras en abstenerte de ayudarle, deberás sin falta ayudarle a levantarlo».
No seré yo quien le diga a la Iglesia lo que ha de hacer. Me limitaré a dar mi opinión de que debería pensar en profundizar el camino amagado en el Vaticano II. La discusión en torno a la figura histórica de Jesucristo es baladí y absurda, porque es una discusión sin fin. Discutir sobre si Jesucristo existió alguna vez equivale a discutir sobre si a Ramsés II le gustaba que le rascasen la espalda con una rama de eneldo; se pueden buscar un montón de referencias a favor o en contra, pero nunca nadie conseguirá convencer a la parte contraria de la verdad de sus aseveraciones, porque pertenecen al terreno de lo etéreo, de lo que nunca conoceremos.
Personalmente, me inclino a pensar que la figura histórica de Jesucristo es más bien poco probable. Pero eso, como digo, en realidad no es tan importante. No pocos egipcios, griegos o romanos tenían bastante claro en su fuero interno que sus dioses no vivían en el Duat o en el Olimpo, y aún así los seguían. Lo verdaderamente importante de las religiones es su mensaje moral. Lo importante es tener una moral. Que provenga de una persona que la fe te hace creer que existió, o de tu naturae humanae rationis lumen, en el fondo no es tan importante.
La Dei Verbum es, en mi opinión, un prodigio de equilibrio intracatólico. Trata, a mi modo de ver con bastante éxito, de integrar todos los distintos puntos de vista existentes dentro de la creencia sobre la validez y la historicidad de los testimonios canónicos de la vida de Jesucristo, notablemente los Evangelios. En la segunda mitad del siglo pasado, ya no son pocos los exégetas y teólogos, dentro y fuera de la disciplina vaticana, que consideran que la idea sostenida durante siglos de que los Evangelios son la palabra de Jesucristo como tal transmitida, es muy difícil de sostener. Pero también son tropa en la Iglesia quienes creen en eso mismo.
Fruto de ese equilibrio, la constitución dogmática nos dice que «Confitetur Sacra Synodus, Deum, rerum omnium principium et finem, naturali humanae rationis lumine e rebus creatis certo cognosci posse». O sea, que Dios puede llegar a ser conocido «a través de la iluminación natural de la razón humana», es decir sin tener que pasar necesariamente por los Evangelios. Aunque, a renglón seguido (y como no puede ser de otra manera, ciertamente) invierte párrafos y párrafos en defender la divinidad de los mismos.
En otro guiño (o a mí me lo parece), la Dei Verbum nos dice: «Cum autem Deus in Sacra Scriptura per homines more hominum locutus sit, interpres Sacrae Scripturae, ut perspiciat, quid Ipse nobiscum communicare voluerit, attente investigare debet, quid hagiographi reapse significare intenderint et eorum verbis manifestare Deo placuerit». Es decir, que para interpretar las Escrituras, es importante investigar lo que quien las escribió quiso decir, y no tomarlas al pie de la letra.
En su parágrafo 19, la Dei Verbum ataca directamente la cuestión de la historicidad de los Evangelios. Y lo hace afirmando lo siguiente:
«Mama Kanisa mtakatifu, kwa nguvu na daima amesadiki na hukiri kwamba Injili nne zilizotajwa hapo juu, ambazo anaamini bila kusita kwamba ni za kweli, zinasimulia kiaminifu yale ambayo Yesu Mwana wa Mungu aliyatenda kwelikweli na kufundisha kwa ajili ya wokovu wa milele, wakati alipoishi kati ya wanadamu hadi siku ile alipopaa mbinguni. Mitume, baada ya Bwana kupaa mbinguni, waliwatangazia watu yale aliyokuwa ameyasema na kuyatenda, kwa ujuzi kamili waliojaliwa baada ya kufundishwa na matukio matukufu ya Kristo na kuangazwa na mwanga wa Roho wa ukweli. Hatimaye watunzi watakatifu waliandika Injili nne wakichagua mengine kati ya mengi yaliyokuwa yamesimuliwa kwa maneno au kwa maandishi, wakifupisha mambo mengine, au kuyafafanua wakilenga hasa hali ya Makanisa. Tena waliandika wakilinda mtindo uleule wa kuhubiri, lakini daima wakisimulia mambo ya kweli na kwa uaminifu kuhusu Yesu. Wao wenyewe, wakichota kutoka katika kumbukumbu yao na pia ushuhuda wa wale ambao “tangu mwanzo walikuwa mashahidi wenye kuyaona, na watumishi wa lile neno”, waliandika kusudi watujulishe «ukweli» wa mambo tuliyoelezewa».
¿Cómo? ¿Que no domináis el swahilli? Pero... ¡los lectores de este blog son un erial! En fin, por esta vez lo voy a pasar. La versión castellana es:
«La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo. Los Apóstoles, ciertamente, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes «desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra» para que conozcamos «la verdad» de las palabras que nos enseñan».
Obsérvese el cuidado de las palabras. «Comunican fielmente» no es lo mismo que «refieren con exactitud». Además, se recuerda que la doctrina de la Iglesia descansa, además de en los textos, en las enseñanzas de los apóstoles (y, aunque no lo diga, de Saulo, el verdadero fundador de la religión cristiana). Por otra parte, los autores sagrados (y no os perdáis el detalle de que no se dice cuántos son) escribieron los Evangelios (aquí sí se dice que son cuatro, para que no haya dudas) a base de recuerdos personales... pero también del testimonio de testigos, de ministros de la palabra, o sea terceras referencias.
En otras palabras: el Vaticano II fue un paso, importante, para tratar de poner orden en la dura polémica en torno a la existencia real de Jesucristo.
En el fondo de toda esta polémica reside el problema, hoy completamente indisoluble, en torno a cuáles son las referencias más fiables que tenemos sobre la vida de Jesucristo. Lo cristiano es un universo repleto de galaxias que son documentos muy diferentes, muchos de los cuales han experimentado lo que los expertos llaman interpolaciones, es decir, textos añadidos a posteriori para dar más credibilidad o añadir algunos detalles a los relatos. Lo que la Iglesia considera textos canónicos es sólo una pequeña parte de toda esa literatura, y hay quien piensa que no con demasiadas razones que lo justifiquen.
Parece que la literatura litúrgica más antigua que se conserva son algunas de las epístolas de Pablo de Tarso; las dirigidas a los gálatas y a los romanos, así como pasajes de la primera a los corintios, suelen considerarse como las más sólidamente auténticas. En estos textos se habla de la crucifixión y resurrección de Jesucristo, se habla de la cena pascual e incluso se menciona, una sola vez, que Jesucristo habría tenido doce seguidores (aunque hay quien considera estos dos últimos pasajes como interpolaciones posteriores). El resto de los detalles conocidos por los Evangelios no aparecen y, hecho importante, en caso alguno se refieren a Jesucristo como un maestro que hubiese impartido enseñanza alguna. No hay, pues, mención a la doctrina alguna expresada por ese fundador. En los documentos inmediatamente posteriores, tales como la epístola de Clemente (en torno al año 100), Justino mártir, Policarpo o Barnabás, no se citan las enseñanzas de Jesucristo, ni su parentesco, ni sus milagros.
En el mundo de las primeras sectas cristianas, cultos surgidos desde el judaísmo incluso antes de la destrucción de Jerusalén por Tito (70 d.C.), existen unos denominados por los griegos nazoraios, palabra traducida habitualmente como nazaritas o nazarenos, denominación que no tiene necesariamente que provenir del nombre de una aldea llamada Nazaret, pues puede estar relacionada con palabras como netzer, o sea rama. Lo que sí es claro es que Pablo nunca llama a Jesús nazareno, así pues su identificación como tal no es propia de los primeros tiempos.
Lo inquietante del asunto está en que los vestigios de un culto a un Jesús (más concretamente, Joshua) están ya en el Antiguo Testamento. Así ocurre, por ejemplo, en el libro de Zacarías, donde se cita a un sacerdote Joshua que es identificado simbólicamente con la rama. La rama parece haber sido desde antiguo y en varias creencias (adoradores de Mitra, o de Démeter) el símbolo de la vida. Hoy, la rama está presente dentro de la simbología de la Semana Santa católica.
En realidad, para rechazar de plano la idea de que Jesús pueda ser un mito y no un personaje histórico, todo lo que tenemos que hacer, o hacemos, es pecar de modernocentrismo; es decir, de la idea de que el único mundo que ha existido es el que conocemos, es decir el mundo moderno. Para nosotros es inconcebible que alguien pueda tener seguidores que lo consideren el salvador de la Humanidad durante 2.000 años sin haber existido realmente. Pero eso es así simplemente porque desconocemos el mundo antiguo. En el mundo antiguo Osiris o Mitra, por citar los dos ejemplos más evidentes, también fueron considerados salvadores de la Humanidad, y durante más tiempo que lo ha sido considerado Cristo; y, sin embargo, a nadie en sus cabales se le ocurre rayarse con la idea de que Osiris pueda ser un personaje histórico.
Otro elemento importante, como he dicho, es la insoportable levedad de los documentos de referencia que tenemos como fuentes, y que son, sobre todo, los cuatro evangelios canónicos. Estos escritos no fueron elaborados en la forma que los conocemos hasta el final de la segunda centuria; para que nos entendamos, ello viene más o menos a equivaler a escribir hoy la biografía de Napoleón (pero sin la cantidad de libros que se han escrito sobre él por medio, sino con referencias de referencias de referencias de mitos de creencias de lo que Napoleón hizo o dejó de hacer, dijo o dejó de decir). A esto hay que unir el hecho, sobradamente conocido, de que los evangelios canónicos son sólo un subconjunto de los evangelios existentes; siendo los otros los llamados apócrifos, algunos de los cuales, por cierto, tuvieron en los primeros tiempos del cristianismo tanta o más popularidad que los que finalmente se eligieron como la versión fetén. Por así decirlo, para creer que los evangelios que todos (por lo menos en mi generación) hemos leído en la escuela son la versión adecuada de lo que pasó (si es que pasó), sólo contamos con la palabra de la Iglesia. Es, pues, una cuestión de fe, no de conocimiento.
Son muy conocidos los muchos datos que contiene la narración evangélica que cuadran muy difícilmente con la realidad. Jesucristo cena con sus discípulos, luego éstos se duermen y él se va a rezar y allí es prendido en una escena que no tiene mucha explicación. Horas antes ha entrado en Jerusalén en loor de multitud, pero aún así a los polis les hace falta que uno de sus discípulos le dé un ósculo para señalarlo. Una vez detenido es llevado ante el gran sacerdote... que se encuentra reunido con sus escribas y dignatarios. ¿Por la noche?
El nacimiento de Jesucristo no pudo ser cuando nos dice la tradición a menos que los pastores que dormían al raso aquella noche fueran supermanes, porque en Galilea, en diciembre, hace una rasca por la noche que lo flipas. La fecha de la Navidad, lejos de ello, está escogida por la Iglesia dentro de una estrategia de identificación de los ritos cristianos con ritos anteriores; la Navidad es en diciembre porque los pueblos antiguos celebraran en ella un nacimiento, el del Sol; hay estudiosos que consideran a Jesús una transliteración del Dios-Sol de los antiguos. Incluso la Semana Santa viene a coincidir, más o menos por casualidad, con el momento del año en el que muchos pueblos paganos celebraban una muerte, la de Adonis en las fauces de un lobo.
Asimismo, Jesús no es el primero que resucita de su tumba; lo mismo creyeron los seguidores del mito de Mitra. La conversión de agua en vino se creyó de Dionisos, y la capacidad de andar sobre las aguas de Poseidón.
El culto cristiano ni siquiera es el primero el creer en la purificación del alma con el concurso de la sangre. Esto ocurría también en el culto de Attis, de cierta popularidad en Roma. Los creyentes de Attis sacrificaban un buey en el lugar que consideraban propicio para ello; será casualidad, pero en ese lugar hoy se levanta la basílica de San Pedro.
Otro elemento que han señalado algunos filólogos es el hecho de que todas las mujeres que rodean a Jesucristo se llamen María. El hecho encuentra su importancia en que, según orientalistas como P. Jensen, en las culturas del área la madre de dios siempre portaba nombres que empezaban por Ma: María; Marianna; Maritala (madre de Krishna, el de Hare Ídem); Mariana, madre del dios bitinio Mariandinio; o Mandane, la madre de Ciro, por quien se profesaba cierto culto mesiánico (véase, a tal efecto, Isaías 45,1).
Asimismo, se conoce que los grandes jerarcas judíos de los tiempos posteriores a Jesucristo se servían de hombres especiales dedicados a la recaudación de tributos e inspección de los fieles, en número habitual de doce; costumbre de la que puede estar tomada la cifra de doce apóstoles que, si leéis los Evangelios con atención, veréis que surge con bastante inconsistencia. Otro elemento que, como he dicho, no tiene mucho sentido, es Judas. La traición de Judas no es en modo alguno necesaria para la detención de Jesús, por lo que es un personaje quizá incluido con posterioridad, a través de la representación de autos sacramentales en los que los gentiles, es decir los cristianos no judíos, comenzaron a construir esa inquina tan típica antijudía (ellos mataron a su Maestro); autos sacramentales en los que quizá, para enervar aún más la acusación, se introdujo a un judío (o sea, ioudaios, que se pronuncia casi como Judas) que traicionaba a Jesús.
Otro elemento para la polémica interminable es la propia pasión. La polémica tiene que ver con el hecho de que no pocos de sus elementos están ya presentes en el Antiguo Testamento; algo que los creyentes explican considerando que la pasión de Cristo cumplió con profecías previas, mientras que desde un punto de vista más escéptico lo que hace es confirmar que los relatos de dicha pasión contenidos en los Evangelios están, en realidad, tomados de las escrituras anteriores.
Es el caso de la famosa frase pronunciada por Jesucristo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Esta frase es la que textualmente inicia el Salmo 22 del libro de los Salmos, muy anterior. Esto sin tener en cuenta que aquí se produce una prueba más de la casi enternecedora propensión evangélica a las pequeñas contradicciones, pues si todos los apóstoles lo habían abandonado cuando fue prendido (Marcos: 14,50), y tan sólo, de los suyos, quedaban allí unas mujeres que lo seguían desde Galilea pero que se encontraban a distancia (Mateo, 27, 55), ¿quién oyó a Jesús pronunciar estas palabras? ¿Dónde están los testigos que, según la Dei Verbum, pudieron referir la información a los evangelistas?
Nos cuentan los Evangelios que los que pasaban frente a la cruz se burlaban del condenado. O sea, la misma situación descrita en Salmos: 22,7. Más aún, leemos en Salmos 22,16: «Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; agujerean mis manos y mis pies». Y cabe hacer notar que no era costumbre de la época crucificar clavando manos y pies.
Más allá, Salmos 22,18: «Se repartieron mis vestidos entre sí y mi túnica la echaron a suertes»; que es exactamente lo que refiere Mateo 27,35. Gran parte del material de la Pasión, por lo tanto, está en el Salmo 22, el cual no tiene valor profético alguno, o al menos yo no se lo veo, sino más bien trata sobre la humildad del creyente. Y aún hay más materiales. En el Salmo 41, versículo 19, se lee la queja: «Hasta mi amigo más íntimo, en quien yo confiaba, el que comió mi pan, se puso contra mí»; una posible transliteración del mito de Judas. Y, por último, en el versículo 21 del Salmo 69 se lee: «También me dieron hiel por comida y en mi sed me dieron vinagre para beber»; lo cual se corresponde con los episodios en los que le es ofrecido a Jesucristo vino con hiel primero y, después, una esponja empapada de vinagre.
Otro de los elementos de duda y polémica es la escasa, por no decir nula, huella que dejó la muerte de Jesucristo en la Historia. El historiador judío Flavio Josefo lo cita en sus libros sobre las guerras de los judíos, pero hay quien piensa que ese pasaje ha podido ser añadido con posterioridad. Otro gallo nos cantaría si se hubiesen conservado los textos de Justo de Tiberias, otro historiador soldado judío, el cual escribió otra historia como la de Josefo, que se ha perdido. En el siglo IX el libro existía, sin embargo, y fue leído por Focio, patriarca de Constantinopla; el cual se sintió contrito al comprobar que no decía nada de Jesús.
Por parte romana, la primera mención a Jesucristo está en las cartas de Plinio el Joven a Trajano, allá por el año 111, más o menos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, en su carta, Plinio se refiere al obispo de Roma, Clemente, como autor de unas epístolas que no fueron consideradas como tales hasta 60 años después de la fecha de la carta; así pues, las sospechas de interpolación son muchas.
Tácito, en sus Anales (XV, 44), se refiere al incendio de Roma en tiempos de Nerón, añadiendo que culpó del mismo a los cristianos (Hollywood ha hecho maravillas con este pasaje) y señalando que el líder de este movimiento había sido ejecutado por orden de Poncio Pilatos. Pero hay cosas curiosas. Por ejemplo, que Tácito llame a la secta chrestiani, o sea cristianos, cuando el concepto de Cristo no sustituyó al de Mesías hasta la época de Trajano, posterior a su momento. Pero lo más sospechoso de todo es que cite a Poncio Pilatos como si fuese alguien que tuviera que ser forzosamente conocido por sus lectores. Cuando Tácito escribe han pasado muchos años desde que Pilatos fue procurador en Jerusalén, y en Roma había cientos, si no miles, de funcionarios de provincias. Para que nos entendamos: es como si yo escribo un texto ahora citando a Márquez y sin dar mas explicaciones, como si asumiese que todos mis lectores del 2009 van a saber que Márquez fue subsecretario de Agricultura hace un siglo. Otra más que probable «mentira» de Tácito es el célebre pasaje de las antorchas humanas realizadas con cristianos crucificados, castigo éste que era extraño a las prácticas romanas.
En todo caso, y como ya hemos dicho, el gran elemento de discusión han sido siempre los Evangelios, tanto los llamados apócrifos como los considerados canónicos por la Iglesia. Como ya se ha señalado en este texto algunas veces, los Evangelios son textos que adolecen de incoherencias y saltos extraños, lo cual viene a rebelar que, lejos de ser la crónica de cuatro cronistas como pretende la versión eclesial, son en realidad el fruto de muchas manos. Hay errores tan flagrantes como que el Evangelio de Marcos comience relatando el árbol genealógico del carpintero José, claramente para hacerlo descendiente de David; para, a continuación, contarnos que el linaje del propio José no tiene nada que ver con Jesucristo (pues éste nace mediante una concepción inmaculada), por lo que no se entiende muy bien por qué nos ha contado antes todo eso de la genealogía.
Por lo demás, los historiadores han dudado siempre de la historia de Herodes y los santos inocentes, pues una burrada de este calibre por fuerza debería dejar una huella en las crónicas que no se ve por ninguna parte. Además, como ocurre en el caso de la pasión, resulta sospechoso que en el propio Antiguo Testamento haya un precedente de este suceso, concretamente en Reyes 11,15: «Porque cuando David estaba en Edom, subió Joab el general del ejército a enterrar los muertos, y mató a todos los varones de Edom». Adad, descendiente de David, sobrevive a esta matanza y, además, lo hace huyendo a Egipto.
Los Evangelios sitúan el origen de Jesucristo en Nazaret. Pero el nombre de esta población no aparece ni en el Talmud, ni en el Antiguo Testamento; ni siquiera en Josefo. Sólo se la conoce desde el siglo IV.
Hay otras cosas que, aunque hay que admitir que son technicalities exegéticas, apuntan a que el evangelista, o los evangelistas, quizá tenían un dominio del tema menor del que creemos. Así, en el Nuevo Testamento, Jesús reprocha a los fariseos varias cosas, entre ellas «la sangre de Zacarías, hijo de Barachías, al cual matásteis entre el templo y el altar». Posiblemente, el evangelista, al escribir estas palabras, está pensando en Zacarías, hijo del rabino Jehojada, el cual según el libro de las Crónicas (II, 21, 20) fue lapidado por orden del rey Joash; pero lo confunde con Zacarías, hijo de Baruch (Barachías), quien fue asesinado en el interior del templo por las turbas por considerar que había conspirado a favor de los romanos durante el sitio de la ciudad. Pero es que el sitio de la ciudad ocurrió en el año 68, es decir 35 años después de la supuesta muerte de Cristo; ¿cómo pudo él, por lo tanto, realizar dicha cita delante de los fariseos?
En general, además, los evangelistas muestran pocos conocimientos históricos. Lucas sitúa la obligación romana de empadronamiento durante el gobierno siríaco de Publio Sulpicio Quirinio, que se produjo siete años después del teórico nacimiento de Cristo. O Lucas, que sitúa una acción durante el tretarcado de Lisanias en Abilinia, siendo lo cierto que Lisanias murió más de treinta años antes del teórico nacimiento de Cristo.
Incluso el propio mensaje de Cristo es en ocasiones contradictorio. Según qué esquina del libro leamos, es un reformador o un defensor de las leyes judaicas. Condena el divorcio y poco después se muestra comprensivo ante María Magdalena. Le dice a sus discípulos (Lucas, 22, 36) que el que no tenga una espada, que venda sus vestidos para comprarse una; pero luego (Mateo, 26,52) condena el uso de la espada con el famoso quien a hierro mata, a hierro muere.
Más aún. Jesucristo dice (Mateo 5, 43): «Oísteis que fue dicho: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Más yo os digo: amad a vuestros enemigos». Esta frase sugiere un bajo conocimiento del Antiguo Testamento por parte de su redactor, ya que en este libro, que verdaderamente puede ser muy brutal en muchos pasajes, ya se encuentra, y bien evidente, la filosofía del amor al otro. Muchos años antes de Jesucristo, el Levítico dice (19,18): «No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo». Y en Éxodo 23, 4 y 5, se dice: «Si encontrares extraviados al buey o al asno de tu enemigo, deberás volver a llevárselos sin falta. Si vieres al sano del que te aborrece caído debajo de su carga, y pensaras en abstenerte de ayudarle, deberás sin falta ayudarle a levantarlo».
No seré yo quien le diga a la Iglesia lo que ha de hacer. Me limitaré a dar mi opinión de que debería pensar en profundizar el camino amagado en el Vaticano II. La discusión en torno a la figura histórica de Jesucristo es baladí y absurda, porque es una discusión sin fin. Discutir sobre si Jesucristo existió alguna vez equivale a discutir sobre si a Ramsés II le gustaba que le rascasen la espalda con una rama de eneldo; se pueden buscar un montón de referencias a favor o en contra, pero nunca nadie conseguirá convencer a la parte contraria de la verdad de sus aseveraciones, porque pertenecen al terreno de lo etéreo, de lo que nunca conoceremos.
Personalmente, me inclino a pensar que la figura histórica de Jesucristo es más bien poco probable. Pero eso, como digo, en realidad no es tan importante. No pocos egipcios, griegos o romanos tenían bastante claro en su fuero interno que sus dioses no vivían en el Duat o en el Olimpo, y aún así los seguían. Lo verdaderamente importante de las religiones es su mensaje moral. Lo importante es tener una moral. Que provenga de una persona que la fe te hace creer que existió, o de tu naturae humanae rationis lumen, en el fondo no es tan importante.
lunes, abril 13, 2009
Cine, cine, cine, cine..
Con permiso de la audiencia, un pequeño off topic.
Estos últimos días, la gran novedad en España ha sido la formación de un nuevo gobierno. Entre los nuevos ministros ha tocado cambio al frente del de Cultura. El Ministerio de Cultura es un marmolillo que cuesta en torno a 850 millones de euros, aunque más de 200 millones son costes de personal que supongo habría que seguir pagando aunque no existiese, porque los funcionarios no se iban a volatilizar. Así pues, la cuestión del to be or not to be de este ministerio es si hace más falta gastarse 600 kilos en otra cosa. Mi opinión es que sí.
Estos últimos días, la gran novedad en España ha sido la formación de un nuevo gobierno. Entre los nuevos ministros ha tocado cambio al frente del de Cultura. El Ministerio de Cultura es un marmolillo que cuesta en torno a 850 millones de euros, aunque más de 200 millones son costes de personal que supongo habría que seguir pagando aunque no existiese, porque los funcionarios no se iban a volatilizar. Así pues, la cuestión del to be or not to be de este ministerio es si hace más falta gastarse 600 kilos en otra cosa. Mi opinión es que sí.
La nueva ministra de Cultura viene del cine y, además, por lo que he podido leer, lo primero que ha hecho al llegar a su nuevo destino ha sido nombrar director general de Cine. Así pues, todo parece indicar que cuando menos durante esta etapa oiremos hablar mucho de cine; lo cual está bien, porque es un asunto del que todo el mundo tiene opinión, porque quien más quien menos ha visto alguna vez alguna peli, cosa que no se puede decir del teatro, de los libros o del ballet.
Y dentro del asunto del cine será epicéntrico, cabe imaginarlo, el asunto de la supervivencia del cine español, o sea quién tiene la culpa de que esté hecho unos zorros. Para las gentes del cine la culpa es de esta ventanita, o sea internet. Según esta teoría, el cine no es mejor porque sus beneficios como industria quedan seriamente dañados por todos aquellos que se bajan pelis por la jeró.
Os haré una confesión. Quienes me conocen bien en mi vida, digamos, real, me tienen por freak por varias razones (una de ellas, para qué negarlo, el hecho de que mis dos grandes aficiones sean leer libros de Historia y jugar a la XBox, que ya comprendo yo que es una macedonia un poco difícil de tragar), entre las cuales se encuentra el hecho de que jamás, repito, jamás me he bajado una película de internet. Conozco el EMule, el Ares y tal, por referencias. Todo lo que veo en deuvedé lo pago religiosamente en la FNAC o en el MediaMarkt. Sobre el pirateo de libros, la verdad, aunque quisiera piratear los que me interesan, me daría igual, porque no los encontraría.
Pero que yo no practique el P2P no quiere decir que me vaya a tragar, así, sin más, la teoría ésta de que el tráfico de películas en internet es el culpable de que al cine español le vayan mal las cosas.
Vayamos con los datos.
Las fuentes son el propio Ministerio de Cultura, el Padrón Municipal y la Contabilidad Nacional. He tomado los datos relativos a la recaudación y número de espectadores del cine español en los últimos años, así como las cifras de población y el Producto Interior Bruto. Porque estas cosas hay que ponerlas siempre en relación con una base. La base de la gente que va al cine a ver pelis españolas es toda la gente que hay (la población); y la base de la recaudación del cine español es la riqueza de la economía, lo cual es, mutatis mutandis, el famoso PIB.
Sé bien que los datos de recaudación y espectadores del 2008 han sido ya publicados. Pero no los he usado por la simple razón de que, realmente, me parece que adjudicarle lo que haya pasado en el 2008 al P2P, con la crisiplona que nos está cayendo encima es, simple y llanamente, vivir en otro mundo. Me ha parecido que un análisis más racional debería excluir este año. Aunque por si alguien quiere los gráficos hasta el 2008, en las próximas horas veré la forma de colgarlos.
Como el PIB es la hostia de grande en comparación con la recaudación del cine español (cosa que supongo que hasta los de la Academia ésa de los Goya verán lógico; a menos que quieran que España sea una enorme sala de cine), la tasa que he hallado es la de euros recaudados por el cine español por cada 100.000 euros de PIB. El resultado es éste:
Como el PIB es la hostia de grande en comparación con la recaudación del cine español (cosa que supongo que hasta los de la Academia ésa de los Goya verán lógico; a menos que quieran que España sea una enorme sala de cine), la tasa que he hallado es la de euros recaudados por el cine español por cada 100.000 euros de PIB. El resultado es éste:
En el año 2007 se ve una tendencia muy clara al descenso que comenzó en el 2005, y que situó la tasa en 8 euros recaudados por cada 100.000 euros de PIB. Lo cual es exactamente la mitad de lo que alcanzó en el 2001, el año más elevado de la serie contemplada, en que se fue a 16 euros por cada 100.000.
Esta gráfica es muy, muy parecida a la referida a la otra ratio que he hallado, que es más simple: espectadores del cine español expresados en porcentaje sobre la población total. Ésta es una medida muy cruda porque el que va a ver cine español no va una sola vez, así pues en realidad hay doble, triple, cuádruple contabilidad, y aún más. Pero lo que importa es la tendencia.
El volumen de espectadores del cine español, salvo en años muy especiales como el 2001, aspira a llegar al 50% de la población en los años buenos, pero también ha iniciado una senda descendente, aunque yo diría que más moderada que si la medimos en términos económicos. El cine español, por lo tanto, parece que está perdiendo menos espectadores que pasta. Tiende, pues, a ser menos rentable.
Y bien, ¿qué podemos decir de todo esto en relación con la proposición de teorema «el cine español pierde fuelle por culpa de internet?» Pues, en mi opinión, la respuesta es: cierto, siempre y cuando la implantación de internet, y su uso, sea un hecho volátil.
Porque la gráfica lo es; en los dos casos. Un gráfico volátil es un gráfico que tiene picos y valles. Cuanto más altos los picos y más profundos los valles, más volátil. La volatilidad refleja variabilidad o, si se prefiere, tendencias menos claras que cuando no existe. Si tienes, o alguna vez tienes, participaciones en un fondo de inversión, verás que tu gestora te informa periódicamente de su volatilidad; es una forma de indicarte hasta qué punto te puedes fiar de que tu fondo de inversión vaya a tener una tendencia clara (al alza o a la baja).
Ciertamete, el cine español, en el 2007, no está en una buena situación. A juzgar por su historia reciente , los 8 euritos por cada 100.000 de valor añadido bruto que recaudó, y los treinta y pico espectadores de cada 100 habitantes que logró movilizar, palidecen ante las cifras del pasado. Pero no de todo el pasado. De hecho, los mejores resultados del cine español se dan en los años 2001, 2003 y 2005, relativamente cercanos a los de la crisis. Los ratios del siglo pasado son iguales o peores que los del 2007.
Si hemos de creer el teorema, por lo tanto, tendríamos que concluir que en España, entre los años 1996 y 1999, las ADSL se abarataron que lo flipas, el personal se tiró en plancha a internet, en los colegios dieron tutorías sobre P2P y el personal se dedicó a bajarse películas a tutiplani. Pero luego llegó el efecto 2000 y, sobre todo, el efecto 2001, en los que el desarrollo de internet en España, de forma inexplicable, se frenó en seco. Los hogares se dieron de baja de sus ADSL en masa, el Papa excomulgó a los católicos que usasen el P2P, la práctica fue prohibida en siete u ocho comunidades autónomas. Como consecuencia, los resultados del cine, siempre partiendo de la base de que el factor que los explica es el P2P, experimentaron una inmediata mejora. La gente volvió a los cines y volvió a dejarse allí la pasta. Aunque no tardaron en arrepentirse, porque regresaron a la actividad internetera poco a poco pero, eso sí, con un perfil de dientes de sierra para despistar y que no pareciese todo aquello una conspiración.
Lo único claro en esta gráfica es la tendencia descendente de los últimos dos años. Que, en todo caso, se corresponde con la ascendente del final de los noventa, año en el que, esto supongo que lo admitirá cualquiera, no existía un efecto internet tan claro. Es más: todo lo que ha hecho la difusión de internet (y del P2P) es mejorar, incrementarse. En ese caso, ¿cómo es posible que hasta el 2005 el cine español muestre una senda volátil pero en general ascendente? ¿Existe la piratería sólo desde el 2006?
La verdad, para mí, es como casi todas las verdades que tienen que ver con el análisis económico. El mundo es mucho más entretenido y divertido de cómo lo ven los directores de cine; los hechos no son explicados por un factor, sino por varios. Está el P2P, probablemente. Pero también el nivel de renta. Y, probablemente, la evolución de la pirámide de población y el tipo de espectador que el cine español va buscando; es al menos mi opinión que en el cine español proliferan excesivamente las cintas que no le dicen nada a un espectador con, digamos, más de 38 años.
Y hay un factor que, a menudo, los analistas catódicos olvidan: la calidad. El cine español, a mi modo de ver, debería preguntarse si está generando calidad suficiente como para conseguir unas ratios crecientes. Si sus películas del año N son mejores que las del año N-1, o iguales, o peores. Por aportar mi granito de arena, diré que en lo que a mí obviamente más me importa, que es el cine histórico, los productores españoles tienen una espinilla que no se la estallan ni con clearasil. Desde luego, el gran referente (Hollywood) no está como para dar lecciones, que cagadas en películas históricas han tenido muchas, y muy, pero muy gordas. Pero eso de mal de muchos bla bla bla es una gilipollez.
El cine histórico español es muy malo. Se hacen películas situadas en El Escorial y se muestra el monasterio tal cual está hoy, sin molestarse en averiguar que en la fecha en que ocurren los hechos relatados no estaba terminado. Esto por citar la última de la que he tenido noticia. En general, además, el cine histórico, o simplemente situado en el pasado, suele ser un mero soporte para colocar en él personajes con perfil actual. Si filmas una película ambientada en una escuela monástica de la Edad Media no puedes colocar dentro de la misma a un alumno y una alumna que parezcan sacados de Física o Química.
La evolución de los resultados del cine español no presenta tendencias unívocas. Presenta bajadas y subidas, en ocasiones muy exageradas (véase el bienio 2000-2001, por ejemplo) que no pueden explicarse con fenómenos regulares como la mejora de las rentas de los particulares, que en esos años era continuada, o la difusión de internet, que no ha experimentado pasos atrás. Esas varaciones, esa pequeña o grande volatilidad, tiene que tener otra explicación. Y esa explicación no puede casi ser otra que el cine español a veces gusta y a veces, no.
La señora ministra hace bien en hablar del P2P. Es su obligación. Pero algún mensajito a los creadores en el sentido de que hay que dejar de hacer bodrios tampoco vendría mal.
En fin, como decía, la próxima ya irá de Historia, again.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)