El chavalote que construyó la Peineta de Novoselovo
Un fracaso detrás de otroEl periplo moldavo
Bajo el ala de Nikita Kruschev
El aguililla de la propaganda
Ascendiendo, pero poco
A la sombra del político en flor
Cómo cayó Kruschev (1)
Cómo cayó Kruschev (2)
Cómo cayó Kruschev (3)
Cómo cayó Kruschev (4)
En el poder, pero menos
El regreso de la guerra
La victoria sobre Kosigyn, Podgorny y Shelepin
Spud Webb, primer reboteador de la Liga
El Partido se hace científico
El simplificador
Diez negritos soviéticos
Konstantin comienza a salir solo en las fotos
La invención de un reformista
El culto a la personalidad
Orchestal manoeuvres in the dark
Cómo Andropov le birló su lugar en la Historia a Chernenko
La continuidad discontinua
El campeón de los jetas
Dos zorras y un solo gallinero
El sudoku sucesorio
El gobierno del cochero
Chuky, el muñeco comunista
Braceando para no ahogarse
¿Quién manda en la política exterior soviética?
El caso Bitov
Gorvachev versus Romanov
A pesar de que para los comunistas la propaganda lo es casi todo, Chernenko, quien debo de recordaros a finales de los cincuenta tenía una edad demasiado provecta como para dejar que el arroz se le pasase más tiempo, tenía un problema: los hombres que hacían esa propaganda no eran tan importantes como la propaganda en sí. Esto quiere decir que, en el sistema soviético, quienes tocaban pelo de poder eran los militares, los planificadores económicos, los policías; pero rara vez los especialistas en propaganda, que eran más bien vistos como eficientes funcionarios dedicados a hacer lo que otros les encargaban. Konstantin Chernenko había elegido un oficio dentro del comunismo; pero ese oficio no carburaba todo lo necesario.