Izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, detrás, ¡un, dos, tres!
La gran explosión
Gorvachev reinventa las leyes de Franco
Los estonios se ponen Puchimones
El hombre de paz
El problema armenio, versión soviética
Lo de Karabaj
Lo de Georgia
La masacre de Tibilisi
La dolorosa traición moldava
Ucrania y el Telón se ponen de canto
El sudoku checoslovaco
The Wall
El Congreso de Diputados del Pueblo
Sajarov vence a Gorvachev después de muerto
La supuesta apoteosis de Gorvachev
El hijo pródigo nos salió rana
La bipolaridad se define
El annus horribilis del presidente
Los últimos adarmes de carisma
El referendo
La apoteosis de Boris Yeltsin
¿Borrón y cuenta nueva? Una leche
Beloveje
Réquiem por millones de almas
El reto de ser distinto
Los problemas centrífugos
El regreso del león de color rosa que se hace cargo de las cosas
Las horas en las que Boris Yeltsin pensó en hacerse autócrata
El factor oligarca
Boris Yeltsin muta a Adolfo Suárez
Putin, el inesperado
Ciudadanos, he fracasado; dadle una oportunidad a Vladimiro
------------------------------------ NOTA IMPORTANTE -----------------------------------------------------------
No sé si es buena o mala noticia. Pero, dado que la semana que viene es la última que curra este blog hasta septiembre, habrá sesión doble. Quedan cuatro tomas de esta serie y las agotaremos todas. Habrá post, pues, lunes, martes, miércoles y jueves.
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Llegado el año 1996, Boris Yeltsin era uno de esos raros especímenes de líder político que se encuentra básicamente aislado; que, durante los años, se ha visto aislado por el cabreo generalizado frente a su acción de gobierno; pero que, de alguna manera, se ha convertido en esa típica figura que resulta inconcebible ver caer. Él, para entonces, acorralado también por los problemas de salud, (a finales de 1995 tuvo un tercer episodio cardíaco) piensa en la retirada. Hubiera querido, quizás, ser el Sila ruso, marchándose cuando todavía el pueblo, en general, lo valora. Pero la derrota de Chernomidin en las elecciones de 1995, que fue también una derrota frente a la Historia, le convenció de que no podía marcharse. Para Yeltsin, que el broche de su carrera política fuese el regreso de los comunistas resultaba una idea insoportable.