En el barrio de Os Muiños de Mondoñedo, prolongando la calle del mismo nombre, se encuentra un puente de factura antigua, que se dice medieval. Tiene apenas siete metros de largo y un solo arco de medio punto. Se dice que en su tiempo se conoció como Ponte dos Ruzos, que viene a ser algo así como el puente de los pálidos según el gallego actual; aunque yo dudo si, en realidad, el significado no fuese más “puente de los mojados”, pues es evidente que, en cruzándolo, se carece de protección frente a la lluvia común. Cruza el río Valiñadares y es, como digo, una construcción atractiva, aunque modesta. En su modestia, sin embargo, este puente esconde uno de los relatos míticos del nacionalismo gallego. Ignoro si es hoy de común conocimiento, si se enseña en las escuelas o se recuerda en los mitines. Pero lo que sí sé es que, en el siglo XIX, cuando nació (léase: se inventó) buena parte del nacionalismo gallego moderno, buena parte de la historiografía de apoyo de todas esas ideas, que era muy amiga de dar las leyendas por buenas, creerse que Breogán existió y que el suevo Reckiario era del Bloque Nacionalista, dio muchas vueltas por ese puente.