Bueno, feliz día de Santiago Apóstol, patrón de las Españas; y muy especialmente a los gallegos. Hoy pasaremos el día bajo un techo de nubes poco amenazadoras y a una temperatura de personas normales, cosa que es muy de agradecer. Y aprovechamos el día para repasar el origen de la tradición de este santo tan activo.
A la muerte de Alfonso I, sucesor que fue del mítico Pelayo, en el año 757 de nuestra era, los méritos de su reinado hicieron recaer la corona en su hijo Fruela. La herencia que recibió Fruela fue, obviamente, una nación, o el embrión de una nación, surgida en Covadonga, que había sabido resistir razonablemente los embates de los musulmanes y que había logrado crear, ya en los años de Alfonso, una especie de marca del sur, un tampón geográfico, que protegía al pequeño norte cantábrico del resto de la península, en manos de aquéllos a los que los españoles de entonces llamaban caldeos.
Aquel embrión de nación, sin embargo, tenía gravísimos problemas de consistencia. Estaba formado por tres grandes partes: Asturias, Vasconia y Galicia, las tres tierras verdes, las tres cristianas, las tres celosas de su independencia. El problema para Fruela, sin embargo, es que las diferencias raciales y de origen existentes entre los pueblos cántabros, que crecían y se desarrollaban muy aislados unos de otros, hacía que ese orgullo de independencia no se produjese sólo respecto de los mahometanos, sino también entre los cristianos en sí. En el reino de Fruela, las tendencias centrífugas a su derecha e izquierda geográficas eran muy fuertes.
Por todo ello sabemos que una de las labores de Fruela durante su reinado fue hacer la guerra a gallegos y vascos, en fechas y circunstancias que no son muy precisas. En ambos terrenos penetraron los marines asturianos, que entonces eran, neto de las armadas del rey Abderramán, el ejército más poderoso que había en España. Hicieron la guerra en Vasconia y en Galicia como si fuesen territorios enemigos, hasta el punto de hacerles prisioneros que se llevaron a casa. De hecho, Fruela se quedó para sí a un pibón vasco, llamado Munia, con quien llegó a congeniar muy estrechamente, hasta el punto de engendrar un niño, que sería, con los años, el rey Alfonso el Casto (Munia, por cierto, es nombre latino. Hubo un cónsul romano llamado Munio que, se dice, es el origen del apellido Muñoz. Así pues, ¿una vasca con nombre latino? Pues sí que estuvieron aislados los euskaldunes, sí...).
La unión entre Fruela y Munia, y el hecho de que con el tiempo tuviese como fruto un heredero del reino, acabó por más que equilibrar la tendencia separatista de los vascones; proceso al que probablemente ayudó un poquito el miedo que le tenían a los musulmanes, bastante aficionados, en aquellos tiempos, a saquear Vitoria.
No nos resulta difícil adivinar que Fruela debía de ser un tipo de armas tomar. En primer lugar, porque trató de meter en vereda a la Iglesia, que es algo que sólo hacen los reyes que tienen redaños. Y, segundo, porque también nos dicen las crónicas que se llevó por delante a su hermano Vimara, al parecer porque éste quería asimismo quitarle el trono. No deben extrañar estos arreglos, pues la monarquía española, en aquel entonces, era más goda que latina, así pues en la misma eran bastante frecuente los enfrentamientos entre lobbies, y también entre lobos.
Fruela, por lo tanto, se llevaba por delante a todo el que le ponía obstáculos, fuese ese alguien su hermano, los gallegos o los vascos. Imagino que sería, además, un tipo de ésos que va dejando detrás gentes a las que ha puteado de diversas formas sin preocuparse demasiado de que esos enemigos puedan rearmarse y actuar. Pero el caso es que finalmente actuaron, porque Fruela fue asesinado en Cangas, en el 768. Su hijo Alfonso tenía que ser apenas un tierno infante, quizás de cuatro años. No podía sucederle porque en la monarquía goda no se estilaban los reyes-niño en manos de regentes (en la monarquía goda, lo más normal es que el regente se hubiese llevado por delante al niño, ya que la condición hereditaria de la corona era un concepto, por decirlo zapaterilmente, discutible y discutido).
El sucesor natural de Fruela habría sido Fruela, o sea su tío, hermano de su padre y general de sus ejércitos; pero para cuando unos ignotos sicarios se cargaron al rey, su lugarteniente había muerto ya. El vacío de poder existente impulsó a la asamblea de nobles asturianos a elegir a Aurelio, hijo de este segundo Fruela. Tuvo suerte este Aurelio de que el gran problema astur, los caldeos, no se le revelase durante el reinado, ya que Abderramán bastante tenía con sofocar la revuelta que yemeníes y bereberes le tenían montada en Sevilla. Así pues, Aurelio murió en la cama, circunstancia ésta que las crónicas destacan bastante.
A la muerte de Aurelio podría haber reinado su hermano Bermudo (que reinaría al fin y a la postre, todo sea dicho). Pero, sin embargo, los nobles, por alguna razón, quizá relacionada con su juventud (tenía quince años), prefirieron la tradición. Adosinda, hermana de Fruela I y, por lo tanto, hija de Alfonso I y nieta de Pelayo, tenía un hijo, Silo, en edad de reinar, y éste fue el elegido.
Es este Silo el asturiano el que se tiene que enfrentar a la rebelión definitiva de los gallegos. Como hemos visto, el tema vasco había quedado más o menos solucionado en el momento en que Fruela introdujo el RH negativo euskaldún en la línea dinástica asturiana a base de apretarse a la Munia por las noches. A los gallegos, en cambio, nada les iba en esto, por lo que se sentirían, probablemente, sojuzgados por una clase dirigente de primos hermanos, sí, pero primos al fin y al cabo.
No sabemos, exactamente, qué disparó la rebelión, pero sí sabemos que fue una rebelión global, de la Galicia entera. En el monte Cupeiro, situado en Castroverde, Lugo, se enfrentaron los dos ejércitos, y ganó Silo; se podría decir que ganó para siempre pues desde entonces, se ponga el Bloque Nacionalista Galego decubito supino o decubito prono, lo cierto es que Galicia pasó a formar parte del Reino de Asturias, y ya nunca dejó de formar parte del caudal relicto que las diferentes protoespañas (Asturias, León, Castilla) fueron dejando en herencia al proyecto final.
Silo debía de tener afición por los olores agradables porque estableció su corte en Pravia, donde murió, también en la cama. Los destinos de la protoespaña quedaron en manos de Adosinda, su mujer, que no le había dado descendencia. En estas circunstancias, es natural que la mujer volviese sus ojos sobre Alfonso, el niño medio asturiano, medio vasco, surgido de los amores apasionados de Fruela I y Munia, la esclava peneuvista. Lo hizo, por lo tanto, proclamar rey.
No obstante, Alfonso era aún muy joven, lo cual excitó las ambiciones de Mauregato, un hombre ya maduro en aquella época, producto de las visitas del rey Alfonso I a una de sus siervas, a la que se pinchaba regularmente. Mauregato, quizás agrupando voluntades a su espalda con el argumento de que Alfonso no era un rey puramente asturiano sino medio vasco, montó una exitosa conspiración que le dio la corona y obligó a Alfonso a huir a Álava, son sus parientes los pues.
Estamos en el año 783. En una posguerra civil en la que los gallegos han tenido que ser seriamente reprimidos y con una jefatura del Estado puesta en solfa, con un enfrentamiento nada larvado entre asturianos y vascos, pues éstos han visto como el joven rey que les animaba a apuntarse a la empresa ha sido expulsado del trono, como digo quizá precisamente por ser vasco. España es muy pequeñita comparada con la de hoy y, sin embargo, ya está en un grave peligro de romperse.
Con todo, hay más problemas. En Europa hay una potencia, el imperio franco. Los carlomagnos ambicionan para sí dominar sobre el mundo conocido, incluido el poder papal que, es, en realidad, el único contrapoder poderoso que tiene por delante. De hecho, la religión tiene un papel importantísimo es su estrategia imperial; Carlomagno quiere que las iglesias cristianas se sometan a la disciplina franca como lo hacen los seglares. De hecho, la idea imperial europea, cautivo y desarmado el Imperio Romano, tendrá la religión católica como leiv motiv. No se olvide que este mismo imperio europeo siempre llevó el apellido de Sacro.
Por todo ello, Francia envía a un obispo, Egila, a España, a hacerle una OPA a la iglesia patria, dirigida por Elipando, arzobispo de Toledo, al cual la idea no le va mal. No tuvo mucho éxito el obispo franco, sin embargo, con lo que, tal vez, fue uno de los primeros de su extracción geográfica que en la Historia probó la sempiterna desconfianza hispana hacia lo francés. Visto que no podía por las buenas, lo intentó por las malas, así pues se alió con una especie de Ronald McDonald monacal hispano, un tal Migecio, y juntos elaboraron una serie de teorías heréticas, y se fueron a un concilio celebrado en Sevilla en el 784, y presidido por Elipando, a dar por culo.
Los ecos de aquella rebelión llegaron a un lugar muy bonito llamado Liébana. En algún cenobio de aquella zona hay un fraile llamado Beato, que se convertirá en el gran Capitán España de la monarquía astur. Beato es uno de esos pitagorines tan comunes en la vieja Iglesia, dedicado al estudio y la alabanza de Dios. Cuando Beato lee las proposiciones de Sevilla esponsorizadas por Elipando, casi le da un elipando ventricular con afección al fistro aórtico. Fibrila Beato sin control hasta que decide contestar toda aquella patulea argumental. Elipando, que lee la denuncia de Beato, se pone como el puma de Baracoa y encarga a otro fraile, Fidelio, que ataque con armas y bagages las teorías de Beato que, dice, niegan la humanidad de Jesucristo. Esto supuso la denominada querella del adopcionismo que, como se puede deducir de lo escrito, fue en parte, sólo en parte, una querella teológica; en mayor medida, fue una lucha de poder de una iglesia nacional que se resistía a ser fagocitada por otra que tenía un proyecto imperial.
Aquello convirtió a Beato en algo así como el gran teólogo de la futura España que era el reino asturiano. En sus funciones de tal, nuestro amigo de Liébana rescató una tradición extraña al cristianismo gótico (San Isidoro, sin ir más lejos, la desconoce), que es la predicación de Santiago en España. Es, efectivamente, Beato quien, en el 786, pone por escrito la noticia de que el apóstol estuvo en España predicando; y es en un himno de los mismos tiempos, en honor de Mauregato, donde se le cita por primera vez como patrón y protector de la península. Lo que hay detrás de este movimiento es la intención de colocar a la monarquía cristiana española (asturiana en realidad) bajo la advocación nada menos que de un apóstol de Jesucristo, o sea un miembro pata negra de ese claustro de notables cristianos que llamamos santoral con lo que se afirmaba la importancia de la nación protegida.
El apóstol Santiago, una vez que su tumba fuera descubierta en un paraje gallego y la noticia de tal maravilla generase la subcultura compostelana de las peregrinaciones, serviría, fundamentalmente, para cohesionar a los cristianos hispanos contra el enemigo musulmán común. Así, se creó el mito de Santiago Matamoros, el cual habría bajado del cielo en el curso de la inexistente batalla de Clavijo para masacrar islamitas.
Pero eso es muy posterior. En mi opinión, el mito de Santiago no nació por casualidad sino mediando cálculo, pero con otro origen. Su origen se produce en los años de Mauregato, años de paz con el moro, y por motivos diferentes. Siempre a mi modo de ver, es perfectamente defendible que mayor importancia en la generación del mito hayan tenido dos factores como la desafección gallega y la presión imperialista francesa.
Los estrategas astures impulsan el mito de un apóstol que habría predicado en España buscando la cohesión de la misma. Tratando de definir un mito que identifique a todos los españoles cristianos en una sola comunidad, en unos tiempos en los que la nación astur siente duras tensiones centrífugas, tanto en el Este como en el Oeste. Especialmente este último. No es casualidad que el mito de Santiago surja poco tiempo después de que Galicia haya intentado sacudirse el yugo, o el mando, precisamente de quienes lo abrazan. No será casualidad, por lo tanto, que, aparecida la tumba del apóstol en nuestras tierras, lo haga precisamente en Galicia. La jugada bien pudo ser parecida a encontrar los restos de Cervantes en Mundaka.
El mito de Santiago, además, creó una iglesia nacional española que, con el tiempo, llegaría a ser mucho más fuerte que la francesa, con los siglos mucho más afectada de presiones protestantes. Generar y defender un santo español, patrón de las Españas e identificado con ellas, fue una manera de ponerle un dique a los intentos franceses de fagocitar a los cristianos españoles.
Como operación de márquetin, hay que reconocer que no tiene precio.