El Códice Calixtino, o Codex Calistinus, es la Guía CAMPSA del Camino de Santiago. Fue escrito por varios autores en las primeras décadas del siglo XI, cuando la cosa de la peregrinación jacobea empezaba a pitar de verdad. Es un texto propagandístico, por lo tanto, cuyo destino es animar la peregrinación a Compostela y referir sus beneficios. El tiempo ha hecho que este folleto de propaganda se haya convertido en un documento histórico de primer nivel; lo cual no es ninguna crítica ni ningún desprecio. Si todo lo que quedase, dentro de treinta siglos, de la actual civilización canadiense fuese un catálogo de IKEA, con seguridad los ¿canadiólogos? del futuro le darían la misma importancia.
Dos cosas voy a contar del Códice, para intentar demostrar al lector, si es que es, como debería por pura inferencia estadística, aficionado a pensar que todo lo que tiene que ver con la Edad Media es plúmbeo y aburrido, que está equivocado. La primera de esas cosas que quiero contar, que es la que toca en este post, es la opinión que, en el siglo XI, tenía un francés de los vascos y navarros.
Si eres vasco o navarro, las orejas ya te deberían estar pitando. Bueno, en realidad, aunque no lo creas, llevan mil años pitándote.
Aymerico Picaud fue un fraile, creo que benedictino, oriundo de Parthenay-le-Vieux, en Poitou. Este francés es autor cuando menos del quinto libro del Códice, dedicado a servir de guía básica del peregrino sobre los lugares que va a recorrer y las gentes que va a encontrar. El camino francés, lógicamente, atravesaba el País Vasco y Navarra. Veamos lo que decía Aymerico de ambas tierras.
Al dejar la actual Francia y entrar en el actual Euskadi, decía Aymerico, se tendría la primera experiencia del pueblo vasco-navarro, pues en el pueblo de Saint-Michel-Pied-de-Port encontraría a unos aduaneros que robaban a los peregrinos bajo amenazas, siendo lo cierto que sólo los mercaderes habían de pagar portazgo; así como barqueros que cobraban a los pobres por cruzarles el río, cosa que también estaba, cuando menos formalmente, prohibida.
Una vez pasado el trance, el peregrino se encontrará, refiere el fraile, con los vascos y navarros, hombres de caras feroces y que aterrorizan a la gente con los gruñidos de su bárbara lengua. Aymerico apela a vascos y navarros de ladrones, y les acusa de que, a menudo, no se contentan con robar a los peregrinos, sino que los cabalgan como asnos y los matan.
Seguimos. Los vasco-navarros comen, beben y visten como cerdos. De hecho, las familias vasco-navarras comen todas juntas, siervos con amos, juntando todos los platos en una sola olla, de la que obtienen el alimento con las manos, sin cubiertos. Si los vieras comer, apostilla Aymerico, los tomarías por perros o cerdos. Y si los oyes hablar, los tomarías por perros.
El pueblo navarro, para Aymerico, es un pueblo (…) repleto de maldad, de tez oscura, de aspecto aberrante, perverso, pérfido, desleal y falso. Son personas rijosas, borrachas, asilvestradas, malvadas, crueles, pendencieras y aficionadas a vicios inconfesables. Aunque confiesa uno de esos vicios. Dado que este blog se puede leer en horario infantil, referiremos dicha acusación en su versión original: Nauarris etiam utuntur fornicatione pecudibus. Ahí queda eso.
¿Suficiente? No para Aymerico. Sigue refiriendo en su libro que el vasco-navarro es aficionado a besar el sexo de la mujer y de la mula; y que hombres y mujeres, cuando se están calentando al fuego, tienen afición por enseñarse impúdicamente las partes. El único cuartelillo que les da es admitir que se baten muy bien en batalla campal y que son absolutamente cumplidores con el diezmo eclesial.
¡Ah, se me olvidaba! También les acusa de ser asesinos a sueldo. Dice que, por una sola moneda (lo que costaba, por ejemplo, atravesar un caballo un río en barca), eran capaces de matar a un francés (quizá aquí francés quiera decir peregrino a secas; hemos de recordar que la compostelana Rúa do Franco, o calle del Francés, es en realidad la calle del peregrino; lo que pasa es que las expresiones franco y peregrino eran sinónimas).
Según este señor tan ecuánime, el origen de los vasconavarros es Escocia. De hecho, refiere que su aspecto físico es muy cercano y que visten de una forma parecida.
¿Qué le hicieron los vasco-navarros al fraile Aymerico? Bueno, yo tengo mi teoría. En primer lugar, es obvio que, al paso por sus tierras, o bien a Aymerico o bien a algún otro francés amigo suyo le robaron. Aunque hay cosas que refiere que no pueden ser, en modo alguno, privativas de los vascos y navarros. Los abusos en los portazgos medievales eran habituales, y los señores que de esos ingresos percibían fielato lo consentían, porque el negocio es el negocio.
Más allá, hay críticas que no se entienden. Que el vasco o euskera es un idioma difícil o imposible de entender por alguien que hable lenguas de raíz latina, es cierto. Pero que tenga un sonido fuerte y cortante, tipo ladrido, es, simple y llanamente, mentira. Estos párrafos de Aymerico vienen a denunciar, más bien, cierto complejo de superioridad del francés sobre un pueblo que considera salvaje y atrasado.
Aunque se ha dicho, no pocas veces, que la Canción de Roldán refiere un enfrentamiento entre francos y sarracenos en el paso de Roncesvalles, hoy es teoría ampliamente aceptada que los presuntos musulmanes eran, en realidad, vascones. Que a los francos les dolía aquella humillante derrota lo demuestra la propia pervivencia de la Canción y de la memoria colectiva. Así pues, Aymerico, probablemente, no hizo sino descargar en las páginas un odio nacionalista contra un pueblo al que consideraba su enemigo. Que lo hiciese, además, en un libro que estaba redactando para animar a las gentes a peregrinar a Santiago, da la exacta medida de su odio.
O sea: franceses y españoles ya nos teníamos tirria, pero mucha, incluso antes de ser, propiamente, franceses y españoles.
jueves, septiembre 14, 2006
lunes, septiembre 11, 2006
¿Hay algún arzobispo entre el público?
¿Alguien que se lea la entrada de este blog es arzobispo? Me vendría bien, dado el silencio eclesial que, al parecer, es insondable.
Gonzalo Torrente Ballester, uno de los mejores escritores españoles del siglo XX, escribió en 1941 un libro que tituló Compostela y su ángel (la edición que yo tengo es de Destino, colección Áncora y Delfín).
En dicho libro, Torrente (Ballester) explica la gran importancia que tuvo Carlomagno como primer impulsor de la peregrinación jacobea. Se dice, pero no es verdad, que Carlomagno incluso peregrinó a Santiago.
El caso es que el autor da un dato que no deja de ser curioso: según él, todos los 6 de agosto se dice en la catedral de Santiago una misa por el alma de Carlomagno, en agradecimiento por su apoyo.
El caso es que el libro de Ballester sólo nos garantiza que esa misa se siguiese diciendo en 1941. Así que busqué en internet información sobre el arzobispado compostelano con la intención de plantearle directamente la pregunta a quien, caso de que se digan esas misas, lo está haciendo.
La cosa es que, tras varios días de espera en los que he dejado pasar el natural paréntesis agosteño, no me han contestado. No sé si porque no lo saben, porque el asunto es una más de las cachondadas de Torrente Ballester (que no creo, pues las cosas de Dios se las tomaba bastante en serio), o qué. El caso es que me hubiese gustado tener respuesta, por cuanto una tradición que se mantiene durante mil años, o así (mi informador no cuenta cuándo se empezaron a decir las misas), merece ser destacada. Además de garantizar que Carlomagno haya salido del Purgatorio, digo yo.
Lo que no sé de todo este asunto es qué tal le puede sentar a los vascos que se digan misas en Santiago por el alma Carlomagno. Y digo los vascos porque fue con éstos con los que el emperador se las tuvo tiesas y fueron ellos los que dieron con los huesos de Roldán, su caballero, en la tierra.
En fin, dicho queda. Si algún arzobispo lee esto, ¿podría reenviárselo a su colega compostelano, a ver si puede/quiere dar razón?
Gonzalo Torrente Ballester, uno de los mejores escritores españoles del siglo XX, escribió en 1941 un libro que tituló Compostela y su ángel (la edición que yo tengo es de Destino, colección Áncora y Delfín).
En dicho libro, Torrente (Ballester) explica la gran importancia que tuvo Carlomagno como primer impulsor de la peregrinación jacobea. Se dice, pero no es verdad, que Carlomagno incluso peregrinó a Santiago.
El caso es que el autor da un dato que no deja de ser curioso: según él, todos los 6 de agosto se dice en la catedral de Santiago una misa por el alma de Carlomagno, en agradecimiento por su apoyo.
El caso es que el libro de Ballester sólo nos garantiza que esa misa se siguiese diciendo en 1941. Así que busqué en internet información sobre el arzobispado compostelano con la intención de plantearle directamente la pregunta a quien, caso de que se digan esas misas, lo está haciendo.
La cosa es que, tras varios días de espera en los que he dejado pasar el natural paréntesis agosteño, no me han contestado. No sé si porque no lo saben, porque el asunto es una más de las cachondadas de Torrente Ballester (que no creo, pues las cosas de Dios se las tomaba bastante en serio), o qué. El caso es que me hubiese gustado tener respuesta, por cuanto una tradición que se mantiene durante mil años, o así (mi informador no cuenta cuándo se empezaron a decir las misas), merece ser destacada. Además de garantizar que Carlomagno haya salido del Purgatorio, digo yo.
Lo que no sé de todo este asunto es qué tal le puede sentar a los vascos que se digan misas en Santiago por el alma Carlomagno. Y digo los vascos porque fue con éstos con los que el emperador se las tuvo tiesas y fueron ellos los que dieron con los huesos de Roldán, su caballero, en la tierra.
En fin, dicho queda. Si algún arzobispo lee esto, ¿podría reenviárselo a su colega compostelano, a ver si puede/quiere dar razón?
domingo, septiembre 10, 2006
La FEN
Una de las principales preocupaciones de hoy en día en España es la mala calidad de la educación y los resultados que de ello se derivan. Los estudios internacionales, especialmente el proyecto PISA que organiza la OCDE, no nos dejan en buen lugar. Esta situación nos lleva a los nostálgicos a sostener, una y otra vez, que para sistema educativo, el que nosotros tuvimos. Y eso es cierto; quiero decir, yo estoy honradamente convencido que un estudiante de bachillerato estaba obligado hace treinta años a un esfuerzo de estudio considerablemente superior al actual. Pero las cosas hay que situarlas en su correcto sitio: tampoco era orégano todo el monte.
Como aquí hablamos de Historia, la parte más importante de aquella enseñanza, por lo que tiene de histórica y olvidada es, me parece a mí, la FEN, o sea, la Formación del Espíritu Nacional, que todos los infantes del franquismo debíamos estudiar.
La FEN era, por supuesto, un conjunto de conocimientos que los alumnos debían estudiar, mediante los cuales demostraban un conocimiento suficiente de la organización del Estado franquista, sus instituciones y sus elementos fundamentales. Especialmente, los estudiantes, de entre 13 y 17 años más o menos, se aprendían las bases de la democracia orgánica, que era como se intitulaba el Movimiento Nacional. La democracia orgánica se basa en el principio rector de que la verdadera democracia no proviene de la representación de los partidos políticos, que en esta teoría se consideran corruptos, oligárquicos y otras cosas más; y propugna el gobierno por la propia sociedad a través de sus corporaciones o células básicas que, para la FEN y para Franco, eran: la familia, el municipio y el sindicato (entendido este sindicato no como central sindical libre como las que tenemos ahora, sino como una organización que englobaba a trabajadores y empresarios y era tutelada por el partido único, o sea la Falange). La expresión, que tal vez alguno de los miles y miles de españoles que no ha vivido el franquismo haya oído, de «diputado del tercio familiar» quiere decir, pues: diputado en Cortes que ha sido elegido para ello en representación del tercio reservado a los representantes de las familias (luego estaban los de los municipios, y los del sindicato).
He rescatado de mi biblioteca la Segunda Antología del Disparate publicada por Luís Díez Jímenez (editada por Herder, en Barcelona, 1979. Alcanzó un montón de ediciones). Su autor era un catedrático de instituto que se dedicó a compilar bestialidades de exámenes escritas por sus alumnos. Esta segunda antología recoge respuestas de exámenes producidas en los últimos años del franquismo, lo cual la hace útil para darnos un paseo, espero que divertido, por la percepción que nuestros infantes de entonces, que somos los pesados adultos de hoy, teníamos de esa cosa que se llamaba Movimiento Nacional.
Los alumnos, en general, repiten como loros, y a su manera, las fórmulas elegíacas que los libros de FEN utilizaban para definir las bases del franquismo. Ahí está, por ejemplo, ese alumno para el cual el municipio es el lugar donde se efectúan todas las cosas para el bien, que más parece la definición catecumenal del Cielo que la descripción de una institución política. Eso sí, algo habría oído este chaval, o chavala, en casa, cuando informa de que el alcalde es elegido a ojo. Seguro que quiso decir a dedo, como probablemente le había oído decir a sus padres, pero se equivocó.
La empanada mental con lo de la familia, el municipio y el sindicato era habitual. Le ocurre al alumno que contesta que el municipio se compone de la Alcaldía, la Diputación Provincial y el sindicato.
Luego está el que, aún sabiendo, no se enteró, o no se quiso enterar, de nada en clase. La FEN daba mucha matraca con las cuestiones relacionadas con la fraternidad entre españoles (aunque no nos hablaba de los horrores de la guerra civil ni cosas de ésas) y, por lo tanto, nos hacía estudiar bastante eso de la necesidad de diálogo entre españoles. Así pues, la pregunta de por qué es necesario el diálogo entre españoles era cuestión bastante común en los exámenes. Un estudiante recogido por Díez, ya he dicho que no sé si por ignorancia o por retranca, contesta a la pregunta de por qué es tan importante el diálogo entre españoles con la siguiente respuesta: porque contribuye al perfeccionamiento y enriquecimiento del léxico español. No me digáis que no merece medio puntito, al menos.
Los libros de FEN, además, estaban repletos de palabras que empezaban por in. El jefe del Estado era inviolable. El territorio de España, inseparable. La familia, inmanente e indestructible (debo recordar que no había divorcio; entonces en España, como decía Gila, sólo existía el Ahí Te Quedas). Esta cascada de conceptos, bastante difíciles de entender para un púber, eran habitual fuente de confusiones. Así, un alumno informa de que la familia es indeformable e indisolvente; o sea, más o menos la identificaba con algún mineral especialmente duro. Otro dice que la familia debe ser inseparable y nunca se debe blasfemar de ella; cabe sospechar que medio entendió los párrafos de su libro sobre la raíz cristiana de la célula familiar.
Sobre el Estado, el primer concepto está claro: es uno. Esa respuesta es machacona, aunque, en realidad, la que era una no era tanto el Estado como España (que, además de Una, era Grande y Libre. Los antifranquistas tenían un chiste con esto, pues decían que España, obviamente, era Una, porque si hubiera Otra, todos estaríamos en ella). Pero, a partir de ahí, la empanada. Leed: El jefe del Estado tiene que ser uno, tiene que se invisible, tiene que ser indeclinable y tiene que ser Sumo Soberano.
Otra cosa que estudiábamos, y mucho, eran los derechos y deberes de los españoles, o sea, el llamado Fuero de los Españoles, una especie de ley medio constitucional medio orgánica que establecía los derechos que asistían a los ciudadanos. Las declaraciones de estado de excepción consistían, precisamente, en la suspensión de artículos de dicho Fuero.
Aunque cueste creerlo en los tiempos de Gran Hermano y la guerra de de audiencias, en los tiempos que relato la serie de televisión más famosa era española y se llamaba Crónicas de un Pueblo. Se rodaba en un pueblo muy cerca de Madrid, Santorcaz, y en ella se planteaban diversas situaciones más o menos costumbristas que daban pie para que el Alcalde disertase un par de minutos sobre el Fuero de los Españoles en lo que atañese a la situación descrita en el capítulo. O sea, como si Maragall se hubiese inventado una telecomedia para explicar el Estatut y, encima, la gente la viese. Y eso de la gente la viese lo digo porque, en verdad, era bastante forzada. Un niño se rompía una pierna y el alcalde, viendo marchar la ambulancia, se ponía a perorar, frente a los preocupados padres, sobre las garantías que el Fuero de los Españoles otorgaban a la hora de recibir asistencia sanitaria adecuada.
Deberes de los españoles era, en este contexto, otro de los clásicos de FEN. He aquí una respuesta curiosa: Todo español domiciliado en España debe devoción a la Patria y sus movimientos. Bastante bien, si no fuera porque el libro no hablaba de la Patria y sus movimientos, sino de la Patria y el Movimiento Nacional. Tengo por mí que eran pocos los infantes que llegaban a entender que el Movimiento no era algo que se moviese.
En estas circunstancias, tampoco es de extrañar que los estudiantes de entonces tuviesen una visión más bien blurred de su reciente Historia. Para muestra, esta delirante descripción de la II República que ahora tanto queremos recordar: Aquí existió la organización de Sagasta de la CEDA, que era un organismo que reinaba durante la coalición azaño-cedista; también reinó Franco en Marruecos. Lo que se dice tirar cinco dardos, cinco, y no clavar ni uno en la diana.
No existen pruebas de que los militantes de la CNT o de la FAI encontrasen al estudiante que definió en un examen a los anarquistas como especie de comunistas masones. Cabe especular que a este púber los anarquistas le parecían (o le habían dicho que eran) lo peor de lo peor y juntó, al definirlos, las dos bestias negras de su época, es decir el comunismo y la masonería.
Pero, ya digo: esto de la ignorancia puede ser fingido. Para muestra, esta repuesta a la pregunta «Qué es el Movimiento Nacional»: Es el movimiento por el que Franco consiguió que los españoles dejaran de moverse. Para mí que esta respuesta lleva toda la carga de mala leche, y cashondeo andalú, de aquél otro alumno que, en el examen de religión, escribió: Jesús fue llevado al monte Calvario, donde fue crucificado junto con otros dos ladrones.
Como aquí hablamos de Historia, la parte más importante de aquella enseñanza, por lo que tiene de histórica y olvidada es, me parece a mí, la FEN, o sea, la Formación del Espíritu Nacional, que todos los infantes del franquismo debíamos estudiar.
La FEN era, por supuesto, un conjunto de conocimientos que los alumnos debían estudiar, mediante los cuales demostraban un conocimiento suficiente de la organización del Estado franquista, sus instituciones y sus elementos fundamentales. Especialmente, los estudiantes, de entre 13 y 17 años más o menos, se aprendían las bases de la democracia orgánica, que era como se intitulaba el Movimiento Nacional. La democracia orgánica se basa en el principio rector de que la verdadera democracia no proviene de la representación de los partidos políticos, que en esta teoría se consideran corruptos, oligárquicos y otras cosas más; y propugna el gobierno por la propia sociedad a través de sus corporaciones o células básicas que, para la FEN y para Franco, eran: la familia, el municipio y el sindicato (entendido este sindicato no como central sindical libre como las que tenemos ahora, sino como una organización que englobaba a trabajadores y empresarios y era tutelada por el partido único, o sea la Falange). La expresión, que tal vez alguno de los miles y miles de españoles que no ha vivido el franquismo haya oído, de «diputado del tercio familiar» quiere decir, pues: diputado en Cortes que ha sido elegido para ello en representación del tercio reservado a los representantes de las familias (luego estaban los de los municipios, y los del sindicato).
He rescatado de mi biblioteca la Segunda Antología del Disparate publicada por Luís Díez Jímenez (editada por Herder, en Barcelona, 1979. Alcanzó un montón de ediciones). Su autor era un catedrático de instituto que se dedicó a compilar bestialidades de exámenes escritas por sus alumnos. Esta segunda antología recoge respuestas de exámenes producidas en los últimos años del franquismo, lo cual la hace útil para darnos un paseo, espero que divertido, por la percepción que nuestros infantes de entonces, que somos los pesados adultos de hoy, teníamos de esa cosa que se llamaba Movimiento Nacional.
Los alumnos, en general, repiten como loros, y a su manera, las fórmulas elegíacas que los libros de FEN utilizaban para definir las bases del franquismo. Ahí está, por ejemplo, ese alumno para el cual el municipio es el lugar donde se efectúan todas las cosas para el bien, que más parece la definición catecumenal del Cielo que la descripción de una institución política. Eso sí, algo habría oído este chaval, o chavala, en casa, cuando informa de que el alcalde es elegido a ojo. Seguro que quiso decir a dedo, como probablemente le había oído decir a sus padres, pero se equivocó.
La empanada mental con lo de la familia, el municipio y el sindicato era habitual. Le ocurre al alumno que contesta que el municipio se compone de la Alcaldía, la Diputación Provincial y el sindicato.
Luego está el que, aún sabiendo, no se enteró, o no se quiso enterar, de nada en clase. La FEN daba mucha matraca con las cuestiones relacionadas con la fraternidad entre españoles (aunque no nos hablaba de los horrores de la guerra civil ni cosas de ésas) y, por lo tanto, nos hacía estudiar bastante eso de la necesidad de diálogo entre españoles. Así pues, la pregunta de por qué es necesario el diálogo entre españoles era cuestión bastante común en los exámenes. Un estudiante recogido por Díez, ya he dicho que no sé si por ignorancia o por retranca, contesta a la pregunta de por qué es tan importante el diálogo entre españoles con la siguiente respuesta: porque contribuye al perfeccionamiento y enriquecimiento del léxico español. No me digáis que no merece medio puntito, al menos.
Los libros de FEN, además, estaban repletos de palabras que empezaban por in. El jefe del Estado era inviolable. El territorio de España, inseparable. La familia, inmanente e indestructible (debo recordar que no había divorcio; entonces en España, como decía Gila, sólo existía el Ahí Te Quedas). Esta cascada de conceptos, bastante difíciles de entender para un púber, eran habitual fuente de confusiones. Así, un alumno informa de que la familia es indeformable e indisolvente; o sea, más o menos la identificaba con algún mineral especialmente duro. Otro dice que la familia debe ser inseparable y nunca se debe blasfemar de ella; cabe sospechar que medio entendió los párrafos de su libro sobre la raíz cristiana de la célula familiar.
Sobre el Estado, el primer concepto está claro: es uno. Esa respuesta es machacona, aunque, en realidad, la que era una no era tanto el Estado como España (que, además de Una, era Grande y Libre. Los antifranquistas tenían un chiste con esto, pues decían que España, obviamente, era Una, porque si hubiera Otra, todos estaríamos en ella). Pero, a partir de ahí, la empanada. Leed: El jefe del Estado tiene que ser uno, tiene que se invisible, tiene que ser indeclinable y tiene que ser Sumo Soberano.
Otra cosa que estudiábamos, y mucho, eran los derechos y deberes de los españoles, o sea, el llamado Fuero de los Españoles, una especie de ley medio constitucional medio orgánica que establecía los derechos que asistían a los ciudadanos. Las declaraciones de estado de excepción consistían, precisamente, en la suspensión de artículos de dicho Fuero.
Aunque cueste creerlo en los tiempos de Gran Hermano y la guerra de de audiencias, en los tiempos que relato la serie de televisión más famosa era española y se llamaba Crónicas de un Pueblo. Se rodaba en un pueblo muy cerca de Madrid, Santorcaz, y en ella se planteaban diversas situaciones más o menos costumbristas que daban pie para que el Alcalde disertase un par de minutos sobre el Fuero de los Españoles en lo que atañese a la situación descrita en el capítulo. O sea, como si Maragall se hubiese inventado una telecomedia para explicar el Estatut y, encima, la gente la viese. Y eso de la gente la viese lo digo porque, en verdad, era bastante forzada. Un niño se rompía una pierna y el alcalde, viendo marchar la ambulancia, se ponía a perorar, frente a los preocupados padres, sobre las garantías que el Fuero de los Españoles otorgaban a la hora de recibir asistencia sanitaria adecuada.
Deberes de los españoles era, en este contexto, otro de los clásicos de FEN. He aquí una respuesta curiosa: Todo español domiciliado en España debe devoción a la Patria y sus movimientos. Bastante bien, si no fuera porque el libro no hablaba de la Patria y sus movimientos, sino de la Patria y el Movimiento Nacional. Tengo por mí que eran pocos los infantes que llegaban a entender que el Movimiento no era algo que se moviese.
En estas circunstancias, tampoco es de extrañar que los estudiantes de entonces tuviesen una visión más bien blurred de su reciente Historia. Para muestra, esta delirante descripción de la II República que ahora tanto queremos recordar: Aquí existió la organización de Sagasta de la CEDA, que era un organismo que reinaba durante la coalición azaño-cedista; también reinó Franco en Marruecos. Lo que se dice tirar cinco dardos, cinco, y no clavar ni uno en la diana.
No existen pruebas de que los militantes de la CNT o de la FAI encontrasen al estudiante que definió en un examen a los anarquistas como especie de comunistas masones. Cabe especular que a este púber los anarquistas le parecían (o le habían dicho que eran) lo peor de lo peor y juntó, al definirlos, las dos bestias negras de su época, es decir el comunismo y la masonería.
Pero, ya digo: esto de la ignorancia puede ser fingido. Para muestra, esta repuesta a la pregunta «Qué es el Movimiento Nacional»: Es el movimiento por el que Franco consiguió que los españoles dejaran de moverse. Para mí que esta respuesta lleva toda la carga de mala leche, y cashondeo andalú, de aquél otro alumno que, en el examen de religión, escribió: Jesús fue llevado al monte Calvario, donde fue crucificado junto con otros dos ladrones.
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