Por una vez en la vida, a Libia le había tocado la lotería.
Eso sí: le había tocado el Gordo. Colocada a tiro de lapo de una Europa de
posguerra que cada vez necesitaba más petróleo, descubría que tenía el área de
Sirt petada de combustible fósil muy ligero y con poco sulfuro, o sea petróleo
pata negra. Además, y al contrario que otros productores árabes, ni tenía que
hacer pasar su crudo por otro país, ni tenía que usar el canal de Suez.
Y, además, hay que reconocer que lo planificó todo muy bien.