La declaración de Salamanca
El tablero ibérico
Castilla cambia de rey, y el Papado de papas
Via cessionis, via iustitiae y sustracción de obediencia
La embajada de los tres reyes
La vuelta al redil
Enrique
de Castilla estaba interesado en controlar como pulga cojonera el
viaje italiano de Pedro de Luna. Llevaba el Papa de Aviñón unos
aliados un poco sospechosos. Inicialmente, De Luna había buscado, y
conseguido, un medio compromiso por parte de franceses y aragoneses,
en el sentido de que ellos le prestarían la flotilla en la que iba a
viajar. Sin embargo, quienes finalmente se comprometieron fueron
Martín, hijo del Humano y rey de Sicilia; y Luis de Anjou. Las dos
potencias, Francia y Aragón, prefirieron pasar del asunto, y esto a
Enrique, en el fondo, no le gustaba demasiado. Por lo demás, la gran
prioridad del rey castellano, que ya no quería más cierres en
falso, era conocer a fondo, y si era posible, controlar, la
previsible entrevista entre los dos papas, que todo el mundo esperaba
terminase en fracaso dados los antecedentes. Para satisfacer sus
necesidades, el rey de Castilla envió a la expedición italiana a un
peso pesado: Alfonso Egea, arzobispo de Sevillla. Egea era un talibán
cismático, así pues no había peligro de que el Papa aviñonés
viese en su presencia problema alguno.