miércoles, abril 17, 2019

El cisma (8: el rey de Castilla pierde la paciencia)

Sermones ya pasados

La declaración de Salamanca
El tablero ibérico
Castilla cambia de rey, y el Papado de papas
Via cessionis, via iustitiae y sustracción de obediencia
La embajada de los tres reyes
La vuelta al redil


Enrique de Castilla estaba interesado en controlar como pulga cojonera el viaje italiano de Pedro de Luna. Llevaba el Papa de Aviñón unos aliados un poco sospechosos. Inicialmente, De Luna había buscado, y conseguido, un medio compromiso por parte de franceses y aragoneses, en el sentido de que ellos le prestarían la flotilla en la que iba a viajar. Sin embargo, quienes finalmente se comprometieron fueron Martín, hijo del Humano y rey de Sicilia; y Luis de Anjou. Las dos potencias, Francia y Aragón, prefirieron pasar del asunto, y esto a Enrique, en el fondo, no le gustaba demasiado. Por lo demás, la gran prioridad del rey castellano, que ya no quería más cierres en falso, era conocer a fondo, y si era posible, controlar, la previsible entrevista entre los dos papas, que todo el mundo esperaba terminase en fracaso dados los antecedentes. Para satisfacer sus necesidades, el rey de Castilla envió a la expedición italiana a un peso pesado: Alfonso Egea, arzobispo de Sevillla. Egea era un talibán cismático, así pues no había peligro de que el Papa aviñonés viese en su presencia problema alguno.

lunes, abril 15, 2019

Después de Hitler (18: la firma en Alemania)

Batallas anteriores:

El hundimiento
De Krebs a Demnin
El Brezal de Luneburgo
Patton
Ike resiste la tentación
El genocidio praguense


El 8 de mayo, para variar, fue en Londres un día brillante y soleado. La gente se despertó nerviosa y azorada por las noticias y, nada más tomar la manduca, a eso de la una de la tarde, comenzó a salir a la calle y a concentrarse en las plazas y, sobre todo, en Whitehall. Las gentes aplaudieron a rabiar cuando pasó por allí mismo un autobús que había escrito en su lateral: Hitler missed this bus. En varios puntos de la ciudad se habían situado estratégicamente unos cuantos altavoces para trasnmitir la alocución radiada del primer ministro. En los alrededores de Downing St había como 50.000 personas (siete millones y medio, según los organizadores).