Ya he dicho muchas veces que una de las cosas que más me llaman la atención de hacer lecturas históricas es descubrir hasta qué punto hubo tiempos que fueron diferentes a los nuestros. A veces por razones obvias, claro. Por ejemplo, es lógico que los habitantes de Soria comiesen poco pescado hace 500 años, pues, hace 500 años, llegar desde cualquier puerto hasta Soria no era fácil (con el pescado fresco, se entiende).
Sin embargo, hay cosas que, sin tener necesariamente que ser distintas, lo eran.
El ejemplo que traigo hoy es éste: ¿se ha parado a pensar alguien, cuando entra en una iglesia de cualquier tamaño, que los bancos no siempre han estado ahí? Pues no, no lo estaban. Hasta hace relativamente poco tiempo, en las iglesias no había bancos para sentarse. Eso siendo un fiel cualquiera, claro, porque los coros para los eclesiásticos sí que existían.
La lógica de esta medida está, al parecer, en que la prioridad de la iglesia antigua, como creencia no necesariamente mayoritaria que era, era captar fieles. De hecho, la planta basilical, a pesar de que su planta en cruz pudiera hacer pensar que tiene un origen cristiano fue, en realidad, adoptada por la iglesia porque se adaptaba muy bien a sus objetivos de poder reunir a mucha gente en relativamente poco espacio (aunque es de reconocer que algo pesó el significado simbólico de la planta).
Es obvio que en cualquier lugar cabe mucha más gente de pie que sentada y por ello, durante muchos siglos, así era como se asistía a los oficios religiosos. Pero es algo que no tuvo contentos a muchos cristianos casi desde el principio. Agustín, obispo de Hipona y santo, consideraba un poco cruel eso de tener a los fieles de pie todo el rato, sobre todo en oficios en los que se producían extensas homilías. Cesáreo, también obispo (de Arlés) y también santo, debía de saber mucho de lo que se sufre escuchando un sermón, dado que, cuando menos, escribió 250 que se conservan; por eso, prescribió en el siglo VI que las personas en estado delicado se pudieran sentar en el suelo.
El hecho de que en las iglesias no hubiese bancos generó una costumbre hoy, lógicamente, perdida: muchas personas acudían a los oficios armadas de bastón. Ya que no podían sentarse, lo utilizaban para apoyarse y descansar los tal vez cansados pies.
La costumbre de poner bancos en las iglesias la empiezan a practicar masivamente los protestantes. Y cualquiera que haya ido a un oficio protestante o anglicano y se haya molestado en cronometrar el sermón promedio entenderá por qué (aparte que los reformadores estaban encantados de reformar cualquier cosa que la iglesia católica estuviese haciendo de otra forma). En este punto, la contrarreforma no pudo sino rendirse a la evidencia.