La URSS, y su puta madre
Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado
Con las semanas, sin embargo, la impresión de que esas revoluciones en Europa parecía que no iban a llegar, se fue extendiendo. En este punto, todo el mundo había pecado de inocente. El propio Lenin había pisado Rusia cuando llegó el exilio anunciando que en muy poco tiempo Karl Liebnecht iba a construir la Alemania comunista; algo en lo que todavía está, 105 años después. El propio Vladimiro, pues, había cometido un pequeño error de cálculo. Algunos de los de avanzar sin transar, como Piatakov, empezaron a decir que, si no había revolución comunista en Europa, la revolución rusa estaba acabada. Fue en este ambiente cuando se mandató a Trotsky de llevar a cabo las segundas conversaciones de Brest-Litovsk.