viernes, abril 13, 2012

China y la URSS


[Nota previa a los lectores: al que se chive a Tiburcio que he escrito de Asia, le corto las pelotas con una navaja oxidada. Que luego se pone muy mostoso, y un elefante coñazo es mucho coñazo]



Canta EL:
Cuando te digo, digo, digo
china del alma
tú me contestas
chinito de amol.

Canta ELLA:
Cuando te digo, digo, digo
chino del alma
tú me contestas
chinita de amol.

Canta EL:
Chinita tú, chinito yo.

Canta ELLA:
Chinito tú, chinita yo.

Cantan ambos:
Y nuestro amol así selá:
siemple, siemple igual (...)

Esta coplilla tontuela se cantó en España hace años, cuando los chinos eran un hecho más o menos exótico en nuestro país (más o menos, digo, porque tengo documentada, en un libro de Bravo Morata, una emigración masiva de chinos a España en los años veinte del siglo pasado). Fue rescatada por una figura elevada de la música ligera española de todos los tiempos: Fofito, que la cantaba creo que con su padre, el inolvidable Fofó, asumiendo el papel de china del alma.

Los chinos tienen ese atractivo inenarrable de lo que no se entiende. Exóticos como son, son el objeto de chistes diversos (mi preferido es el del chino que sacó dinero del banco porque se casaba), algunos de ellos realmente imaginativos (como ése chiste andaluz que dice que los chinos compran la foto el carné en los estancos) y de leyendas urbanas, de las cuales la más conocida es aquélla de que cada chino muerto en España era inmediatamente sustituido por otro chino que venía de no se sabe dónde. Como se ve, el hecho de que no los distingamos es el centro de las coñas.

Una vez le pregunté, no a un chino, sino a un japonés, quiénes eran las orientales más guapas. Me contestó, sin dudarlo, que las coreanas; afirmación que tiene mérito teniendo en cuenta lo que el japonés medio piensa del coreano cultivado. Luego le pregunté si ellos nos veían a nosotros tan iguales como nosotros les vemos a ellos. Su respuesta fue realmente florentina: “We know that British are different”.

Una amiga mia, china de origen aunque nacida en España, me dejó un día helado cuando me contó que había ido a la Embajada a arreglar los papeles porque aquel verano se iba a China a visitar a los parientes; entabló allí conversación con otro chino afincado en España, que también iba a hacer el viaje, y que le preguntó: “Y tú, ¿qué día regresas?” A mi amiga le costó entender que aquel tipo no le estaba preguntando qué día volvía a España, sino qué día viajaba a China. Aquel chino, viviera donde viviera, fuera la que fuera su vida, entendía que viajar a China es una acción que se define con el verbo regresar.

Los chinos, pues, nunca se van de China; lo cual les convierte en personas difíciles de domeñar y de llevar por carriles que no sean los suyos. Es lo que, con mayor o menor educación, dicen aquéllos que han tenido la suerte o la desgracia de negociar con ellos: son tercos, son tenaces, son incansables. Son el tipo de gente capaz de desobedecer a quien no esperaría de nadie, pero lo que se dice absolutamente de nadie, que le desobedeciese. Y eso hicieron.

Hablemos hoy, pues, de la compleja, difícil, y tormentosa, relación entre la China Comunista y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.



Si en algún momento de los tensos años setenta del siglo XX se le preguntase a algún sovietófilo occidental quién era el principal enemigo de la URSS, habría contestado, sin dudarlo: los Estados Unidos. Y no cabría reprochárselo, teniendo en cuenta que ésa y no otra era la respuesta oficial del Kremlin. Sin embargo, desde muchos puntos de vista, esa afirmación era incierta. Más o menos en el momento en el que el general Franco comenzó a bailar la conga parkinsoniana, los más sinceros de la élite soviética, convenientemente inyectados de pentotal, habrían dado otra respuesta.
Paradójicamente, el desarrollo del comunismo durante el siglo XX tuvo la consecuencia de encontrarse con que su peor enemigo era… el comunismo.

En 1921, un grupo de doce mataos chinorris funda el Partido Comunista Chino, que no se lo piensa dos veces antes de colocarse bajo el palio de la Tercera Internacional. Desde Moscú, los dirigentes internacionalistas ordenan al comunismo chino que se integre en el Koumingtang, la formación nacionalista de Chang Kai Check, que entonces le lleva un cerro de puntos a los comunistas, lo que hace que todo el mundo considere  que tiene la liga del poder en la mano. Con este movimiento, Stalin esperaba controlar al Kuomingtang, al que no regateaba la ayuda, pero metiéndole dentro ese pequeño gusanito alien comunista que algún día eclosionaría por la barriga de la oposición china, devorándola. Sin embargo, Chang Kai Check le salió rana, porque era tanto o más ambicioso que el georgiano, y en 1927 se monta en Shanghai una matanza de comunistas para abrir boca. Stalin, acostumbrado a este tipo de putadas aunque sólo sea porque él mismo las perpetraba constantemente, aconsejó a los comunistas chinos, terminada la II guerra mundial, que se llevasen bien con los nacionalistas y gobernasen con ellos. Cuando tales cosas les decía, habían pasado apenas semanas después de las bombas atómicas en Japón, que no son otra cosa que, en acertada expresión de Gore Vidal, una patada a la URSS arreada en el culo del Japón.

A Stalin, sin embargo, no le salieron las cosas como quería. Para que hubiera sido así, el comunismo chino tendría que haber sido como lo fue, por aquella época, el español; esto es, un movimiento con dirigentes pastueños, dispuestos a hacer, decir, escribir, fusilar, opinar y defender todo aquello que desde Moscú se les encomendase en cada momento. Mao Zedong, sin embargo, no era Pasionaria; o más bien al revés. Mao quería hacer la revolución en un país, en su visión, situado en la cúpula del mundo, con capacidades que ningún otro territorio de la Tierra tenía ni tiene; y consideraba que eso le daba derecho a hacer las cosas a su manera.

El comunismo chino, por lo tanto, le hace la guerra al Kuomingtang y en 1949 proclama la República Popular China, enviando a sus oponentes a las Baleares chinas, a darse de hostias en el Parlamento, cosa que llevan haciendo 60 años con una dedicación sólo posible en un esforzado trabajador oriental.
A la llegada de Mao al poder en China, todo el mundo en Occidente sueña con la entente de hierro entre la URSS y China que creará un superpoder capaz de superar a los Estados Unidos. Esto se dice y se repite, con indisimulada alegría, en montones de tertulias más o menos pollas de la época; la época, dorada época, en la que se ligaba citando páginas de El Capital. De hecho, el primero que dice creer en ello es el propio Mao, que coge un avión a Moscú y se pasa allí dos meses de vellón. Sería interesantísimo que, si hay papeles de las horas y horas de reuniones que se produjeron en aquel tiempo, apareciesen algún día y alguien los editase. Nos permitiría ver cómo Mao llegó ante Stalin y le dijo: macho, tú eres el boss; pero en mi queli mando yo. Si te piensas que yo voy a ser como Checoslovaquia o Hungría, más vale que vayas aflojando.

Mao era un tipo tremendo. No se lavó los dientes en su vida y no por casualidad es Medalla de Oro al Genocida del siglo XX (70 millones de muertos, que se dice pronto). Stalin no se esperaba a un tipo así; que se le pareciese tanto, quiero decir.

De aquella visita el resultado fueron siete tratados de amistad y cooperación, en los que Mao, además de meterle la mano en la bolsa a Stalin (le sacó un crédito de 300 millones de dólares al 1% de interés) le dio la primera en la frente, dejándole claro que no era lo mismo que los territorios fuesen controlados por comunistas que por comunistas chinos. Así pues, Zedong le arrancó a Stalin el reconocimiento expreso de la soberanía china sobre Manchukuo, el territorio ocupado por Japón del que fue emperador Pu Yi el Po Llas; y el compromiso de que la URSS le retrotraería a los chinos cualesquiera posesiones orientales arrancadas a los japoneses y, muy en especial, Port Arthur, enclave que los soviéticos ambicionaban como yo unos buenos torreznos.

Dicen los que saben de esto que, en el fondo, lo que hizo Mao fue jugar la baza de Tito. Es decir, aprovechar que Stalin estaba de los nervios con la defección yugoslava, que le hacía temer que su ajedrez de dominator comunista se le fuese, poco a poco, a freír vientos. El chino supo, por lo tanto, poner cara de póker (hay que reconocer que esto los chinos lo bordan) y hacer como que pensaba en apuntarse a la moda contrasoviética, provocando que Stalin desabrochase, disimuladamente, el cinturón de sus pantalones. Dentro de esta estrategia de palo y zanahoria, Mao no tiene ningún problema en demostrarle a Moscú su férrea solidaridad soviética metiendo de hoz y coz en la guerra de Corea miles y miles de soldados (total, tenía más…) Por lo demás, en 1953, como es bien sabido, a Mao le toca la lotería porque Stalin va y la espicha; para colmo, detrás de Stalin llegará un ucraniano pígnico que resulta que se quiere llevar bien con Occidente, lo que le deja al chino todo el espacio de chico malo.

En 1955, se produce el primer movimiento de importancia de este nuevo líder del comunismo mundial que, aunque Moscú todavía no lo sepa, está jugando a sustituirlos al frente de la vanguardia proletaria del planeta. En la ciudad indonesia de Bandung, y bajo los auspicios del general Sukarno, 29 países asiáticos y africanos se reúnen en una conferencia de donde surgirá el Tercer Mundo como concepto y una cosa que ahora no se sabe lo que es pero que fue chupi lerendi de famosa hace décadas: el Movimiento No Alineado.

El Movimiento No Alineado, como su propio nombre indica, pretende luchar contra la bipolaridad de la geopolítica mundial, tratando de establecerse en algún lugar entre los EEUU y la URSS. Eso de la no alineación fue en realidad una castaña pilonga de la hostia, porque hay que estar muy mamado para creerse de verdad que líderes como Mao o Gadafi estaban equidistantes de ambos bloques. Pero, como tantas ideas que la gente, y los politólogos muy en especial, querían creer, tuvo más éxito de David Bisbal.

En todo caso, a efectos de lo que aquí estamos contando, lo importante es que Chou En-lai, o sea The Chinese Moratinos, estuvo en Bandung. Y ese gesto, el de no alinearse, le sentó a Khruschev peor que si los chinos le hubiesen hecho una colonoscopia con un soplete oxiacetilénico. Eso sí, como para los chinos da igual que el gato sea blanco o negro mientras cace ratones, como pacientemente le explicaron a Felipe González cuando estuvo por allí, nunca terminan de soltar amarras. Si la mano derecha de Mao se desalinea, su mano izquierda firma la sólida condena sin fisuras del titismo, pone de gilipollas a los húngaros por querer cambiar las cosas y aplaude con las orejas cuando los soviéticos les invaden.

A pesar de todos estos gestos para la galería, en el entourage del Kremlin están, ya, literalmente acojonados con el tema chino desde Bandung. Khruschev da un paso en 1957 firmando un acuerdo secreto con Pekín cuya guinda es la tecnología atómica; Mao, para entonces, está que no mea por conseguir la bomba, y se hace literalmente pajas con la idea de lanzarla contra Japón o Estados Unidos (al fin y al cabo, un contraataque nuclear… ¿a cuántos chinos podría matar? ¿Dos, tres, diez millones? ¿Y a quién le importa?).

Estados Unidos reacciona inmediatamente. Firma un acuerdo con el gobierno formosano para instalar en la isla cabezas nucleares. Mao eyacula para dentro del susto. Llama a la solidaridad comunista contra tamaña agresión… y se encuentra con un elegantísimo silencio de la URSS en la ONU. Es en ese momento cuando Mao, impulsado por las circunstancias, da un paso que mesmerizará a cohortes enteras de jovenzanos en las universidades europeas durante dos o tres décadas. Ese paso adelante consiste en condenar a la URSS por revisionista, y afirmarse, desde el tercermundismo, como marxista auténtico. Ha nacido el maoísmo, a la izquierda del prosovietismo. Detrás de mi vendrá, bla bla bla.

Mao vuelve a Moscú, pero esta vez no son sonrisas lo que despliega. Acusa a los soviéticos de imperialistas (o sea, como ir y plantarse delante de Zerolo, y llamarle homófobo), y anuncia su célebre Gran Salto Adelante, en realidad Gran Hostia en los Morros (pero esa es otra historia). En 1958, los chinos se estrenan como potencia solidaria con los oprimidos del Tercer Mundo con el bombardeo de las islas Quemoy y Matsu y la conocida como crisis de los estrechos.

A Khruschev se le hinchan las pelotas. Pasa al ataque, acusando a los chinos de capullez revolucionaria. Y, además, da un paso acojonante: se presenta en Camp David, a darle la mano a Ike Eisenhower. La hostia en vinagre. El líder ruso sigue con el órdago a grande: suspensión de la ayuda económica a China, repatriación de los asesores residentes en el país, denuncia del acuerdo nuclear secreto, y cambio de alianzas. En 1962, cuando India y China lleguen más o menos a las manos, la URSS se decantará por el primero de ellos.

Ahora le toca mover ficha a China. Mao podrá ser un asesino y un cabrón, pero es más frío que los caños de las fuentes públicas de Anchorage, Alaska. Busca aliados en la trastienda cabreada del leninismo. Rápidamente, encuentra a la Albania del incomparable líder Enver Hoxa. Con ocasión de la muy conocida crisis de los misiles, China se jacta de la URSS, aseverando que se ha bajado los pantalones delante de Kennedy.  Khruschev se cachondea de los chinos delante de todo Dios, recordando que, por muy gallitos que sean, ahí tienen Hong Kong, Macao y Taiwan, limpios de polvo y paja marxistas-leninistas.

En el año 1964, probablemente a causa de su intención de emascular el carácter vitalicio de los cargos en el PCUS, los comunistas rusos se pasan a Khruschev por el forro. Y los comunistas chinos, siempre tan aficionados los chinos a los fuegos artificiales, explosionan su primera bomba atómica (en 1967, de hidrógeno). Ambos hechos trabajan en favor de la reconciliación, que parece verse confirmada por lo mucho que se ven Chu En-lai y Alexei Kossigin. Pero ni modo. La URSS acaba por declarar su total respeto a la frontera sino-soviética procedente del siglo XIX, lo cual, Mao se apresura a recordarlo, supone pasar totalmente de las palabras escritas por Vladimir Lenin, quien no consideraba justo imponer a los chinos las fronteras zaristas.

En estas estaban las cosas más o menos cuando estalló la guerra de Vietnam. El conflicto vietnamita es una de esas cosas en las que se olvida el hecho de que, no pocas veces, una guerra es varias guerras a la vez. Como mínimo, está la que todo el mundo conoce, esto es la librada por Estados Unidos contra el comunismo; pero está también la librada entre comunistas, esto es entre soviéticos y chinos. 

Inicialmente, el Vietcong obtiene su fuerza y acometividad del apoyo soviético, relación que se estrechará tras la victoria y llegará a su máximo en 1978, con el ingreso de Vietnam en el Comecon (la especie de mercado común soviético); de todas formas, ya llovía sobre mojado porque dos años antes, en el IV congreso del Partido de los Trabajadores de Vietnam, todos los miembros relevantes prochinos habían sido laminados. Todo esto, a Mao, le pone de los nervios, porque sabe que ahora corre el peligro de tener a un aliado de su peor (repetimos: peor) enemigo en su mismo patio de atrás. Pekín no quería a nadie; a nadie, ni amigo, ni enemigo, en Indochina. Consideraba el área su zona de influencia y, consecuentemente, se consideraba con fuerza moral para exigir que Moscú no tocase pito en esas tierras. Pero no era ésa la idea de Moscú, pues para los soviéticos la cagada americana en Vietnam, desde muchos puntos de vista inesperada, les regalaba la posibilidad, a la que ya habían renunciado casi al completo, de desarrollar su propia área de influencia en Asia; este papel, el de disciplinado corresponsal del Kremlin, es el que tenía que haber jugado China en los planes de Stalin, y para el cual firmó el pacto de amistad del 14 de febrero de 1950.

Consecuentemente con estos objetivos, la URSS, en cuanto un Vietnam de aquel lado del Telón de Acero comenzó a tomar cuerpo, comenzó a diseñar el proyecto de una Federación Indochina, al mando de Ho Chi Mihn, líder carismático tercermundista que, para horror de los chinos, comenzaba a tener su propia claque de amiguetes en las sociedades occidentales (porque sí: en Occidente fueron muchas las asambleas y manifestaciones en las que se blandieron pancartas con retratos de este señorito, cuya política provocó uno de los mayores éxodos por hambre y pobreza extrema de su siglo).

Aquel proyecto era un torpedo en la línea de flotación de Bandung y el montaje del movimiento no alineado en Asia, especialmente porque la causa comunista no las tenía precisamente todas consigo en Indonesia. Poca gente parece recordar ahora que Pekín, conforme la presencia militar americana en Vietnam comenzó a debilitarse, llegó a defender ideas tan poco coherentes con los objetivos revolucionarios como que algunos países de la zona permaneciesen aliados de los Estados Unidos, o que la VII Flota anclase en el mar de China. De hecho, ya en 1959, cuando Leónidas Breznev propuso un pacto de seguridad colectiva en Asia (embrión de la Federación Indochina), Pekín respondió abriendo contactos con la ANASE (Asociación de Naciones del Asia Sureste: Singapur, Malasia, Indochina, Tailandia y Filipinas), de perfil anticomunista. China, elegantemente, anuncia a sus nuevos amiguitos que renuncia a controlar las poblaciones chinas residentes en sus costas, e, incluso, no sólo tolera la deriva proamericana de Filipinas e Indonesia, sino que no tiene reparo en venderles combustible a precio de amigo.

Hay que tener en cuenta, además, que China tenía muy serios conflictos territoriales con Vietnam, centrados en las islas Hsisha y Nansha. Las primeras están entre la isla de Hai Nan (china) y la costa vietnamita. En 1974, fueron ocupadas por tropas vietnamitas, posteriormente desalojadas por los chinos. Con estos mimbres, nadie se extraña que los chinos procediesen a la invasión del país a finales de los setenta, como una operación punitiva de castigo por la invasión vietnamita de Camboya, que terminó con el régimen de ese intelectual pacifista de altura llamado Pol Pot, de tendencias, a la par que praxis, bastante maoístas (algunos años antes, cuando Alexandr Sholzenitsyn anunció en la televisión francesa que alguien, en nombre del comunismo, acabaría por organizar una matanza masiva en Indochina, toda la intelectualidad francesa se alzó para motejarlo de tonto'l'culo para arriba, pasando por vendido a los Estados Unidos).

En los inicios de los años setenta, los problemas entre soviéticos y chinos eran un montón. Estados Unidos, por su parte, estaba en trazas de sacarse de encima el marrón de Vietnam (muy pronto, Kissinger y Le Dhuc To comenzaron a negociar) y, además, tras la guerra del Yon Kippur estalló la crisis del petróleo. Cuadruplicado el precio del crudo, en Washington se dieron cuenta de que eso podía suponer un balón de oxígeno para una URSS que ellos sabían (aunque cara a la galería no lo dijesen) que estaba comatosa (como de hecho ocurrió; muchos años habrían de suspirar los rusos con nostalgia por los tiempos de Breznev, con sus tiendas llenas de género). En esas circunstancias, el siempre culebrero presidente Richard Nixon se dio cuenta de que había que mover ficha. Además, Nixon era un tipo que vivía obsesionado con su gran rival histórico, John Fitzgerald Kennedy, y necesitaba dar un aldabonazo internacional histórico del calibre de la crisis de los misiles o el famoso Ich bin ein Berliner.

Así las cosas, vaya si movió ficha don Ricardo.

Aquel proceso se conoció en su tiempo como “la diplomacia del ping pong”; y fue así porque, entre los actos de hermanamiento y normalidad entre los pueblos estadounidense y chino, los temibles pimponeros chinos fueron invitados a hacerse unas partiditas con los americanos (entre ellos, Forrest Gump). En todo caso, el punto crucial de aquel proceso fue la llegada a Pekín de Richard Nixon.

Es importante reflexionar un poco sobre lo que venía a significar este gesto. Suponía, simple y llanamente, cargarse Yalta. A tomar por culo el mundo bipolar de viejos aliados mirándose con eterna desconfianza. There’s a new kid on the block, y tiene los ojos rasgados. China entra en la ONU, con su veto y todo.

Con ese gesto, Washington dio alas al movimiento tercermundista. Algo que, desde luego, le planteó problemas, y muchos, empezando por la propia Indochina; pero que, a la larga, tal y como los estrategas de la Casa Blanca esperaban, fue mucho más jodido para la URSS. Y es fácil de explicar. Que EEUU era el enemigo de China, iba de suyo; pero que China se presentase en Nueva York y bramase en la sede de la ONU contra el “social-imperialismo” soviético, ya tenía muchos más bemoles; más aún que lo calificase sin rubor de su peor enemigo.

Esta es la razón, además, de que el maoísmo acumulase tantos acólitos en las juventudes occidentales de la época; muchos jóvenes y no tan jóvenes de izquierdas se sintieron, por fin, liberados de poder decir lo que sabían o sospechaban de tiempo atrás: que la URSS, lejos de ser la Vanguardia del Progresismo Mundial, se había convertido en una abuela cabreada e hiperburocratizada, que repetía el gran pecado de su enemigo americano: el imperialismo. Había que defender a los países del Tercer Mundo de esa doble tensión invasora, y el gran defensor era el maoísmo. Entre la pasión que los humanos ponemos siempre en creernos lo que queremos creer, y que los Estados Unidos, en el marco de su acercamiento a Pekín, “se olvidaron” de airear las atroces matanzas, torturas y crímenes cometidos por el régimen, el maoísmo consiguió cargarse a decenas de millones de sus compatriotas (algunos de ellos enterrados vivos, cositas así) mientras en los cenadores de Occidente se lo consideraba el no va más de la Libertad.

En 1978, China denuncia el polvoriento y ajado tratado de amistad firmado un día entre Stalin y Mao (probablemente, por una cuestión de elegancia, esperaron a la muerte de éste, en 1976); y firma un tratado de amistad con Japón, que compromete todavía más la posición de la URSS en Extremo Oriente. Con la llegada de los años ochenta, que se identifica sobre todo con dos culos: el de Reagan, que se aposenta en el despacho oval; y el de Margaret Thatcher, que se aposenta en Downing Street; con la llegada de los ochenta, como digo, los problemas de la URSS, ya, serán otros. También hay que tener en cuenta que Mao esta muerto y que los nuevos líderes chinos van prefiriendo, cada vez más, posiciones más pragmáticas (lo cual aleja el fantasma de un conflicto); y que los llamados dragones asiáticos dejan de ser convidados de piedra en la tertulia oriental.

La URSS va a comenzar, en los ochenta, un auténtico Via Crucis, que los chinos contemplarán como siempre: con su cara de póker, que esconde de puta madre sus sentimientos.



Que esconde, simple y llanamente, que se lo están pasando de puta madre.

miércoles, abril 11, 2012

Vita Mariae iterum

Recientemente, a causa de mi post sobre la vida de María, la madre de Jesús, Miguel A. Román, amable lector de este blog y más amable aun crítico del mismo, remitió tres comentarios apostillándome. Cuando los leí, le escribí un correo privado estimándole que el material que remitía era tan denso y completo que no merecía aparecer en pequeños capítulos en la parte de comentarios; que, si le parecía bien, quedaba invitado a expresar sus apreciaciones de una forma más estatuida y completa, a través del blog. Escribiendo ese correo me caído en la cuenta de que nunca he dicho algo que pienso, y es que esta ventana está, en realidad, abierta a cualesquiera aportaciones que se me quieran enviar (y, obviamente, me parezcan de valor).

Miguel Ángel me remitió el texto que leeréis debajo de esta introducción. Supongo que os gustará como a mí me ha gustado. Me ha servido, eso sí, para darme cuenta de que, tal vez, tanto a mí  mismo como a él nos quedan los deberes de explicar un poquito más a fondo, algún día, por qué las relapsas teorías de Nestoriano tienen tanta importancia a la hora de disparar, por así decirlo, la mariología, y por qué la discusión, aparentemente pollas, sobre si María es Theotokon o Christotokon, resultó (resulta) tan importante para la Iglesia Católica y seguidores de Saulo de Tarso en general.

Advierto a posibles lectores del blog que, por ser ésta una contribución de un tercero, no ha de entenderse afectada por el sometimiento del blog a licencia Creative Commons. Todos los derechos de este texto permanecen en poder de su autor, siendo el de estas líneas un mero portor del trapecista.

A disfrutar.

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Las tradiciones sobre los orígenes, familia y juventudes de María se compilan hacia el siglo II o III en el llamado "Protoevangelio de Santiago". Basados en este y muy posteriormente, hacia el siglo IX, se redactan otra serie de textos muy similares conocidos como Evangelios de la Natividad, como el "Evangelio de la Natividad de María" y el "Evangelio de Pseudo-Mateo".

Pero dichos textos tienen muy poca verosimilitud histórica (muchísima menos que los evangelios canónicos, que ya es decir) con grandes inexactitudes a cuenta de las costumbres y leyes judías de la época (por ejemplo, ProtoSantiago cita el rito de dar un agua amarga a la mujer para comprobar su fidelidad, descrito en la biblia (Números 5, 11-31), que no se empleaba desde tiempos babilónicos) y con fragmentos idénticos a los otros evangelios o textos bíblicos tomados literalmente de la traducción griega (la llamada “Biblia de los Setenta”), de lo que se deduce que el autor no tenía acceso a testimonios directos sino a tradición oral o a obras de terceros.

Pese a lo cual, normalmente sus aseveraciones “sientan cátedra” y se transmiten y difunden conjuntamente con la doctrina “oficialista”. No es la progenitura de María, Joaquin y Ana, la única tradición a la que da lugar, sino también, por ejemplo, el nacimiento de Jesús en una cueva, como se reproduce en los belenes (pero que no es citado por ningún evangelista, que solo dicen "pesebre"), o la tradición extendida en las iglesias cristianas orientales de que la anunciación tuvo lugar en un camino al aire libre (pese a que el evangelio de Lucas dice que “entró el ángel donde estaba ella…” (Lc. 1,28)).

Si bien no es descartable que parte de estas tradiciones sobre María se originaran entre los propios cristianos judíos surgidos tras la muerte de Cristo, no hay en los movimientos cristianos primitivos (Roma, Grecia, Egipto y Persia) un especial interés en la figura de la madre del Cristo, y no es sino hasta el siglo V, con la libertad religiosa establecida por Constantino I (edicto de Milán, a.d.311), la controversia del nestorianismo y su resolución durante el Concilio de Éfeso (a.d.431) que el culto mariológico empieza a despegar, así que la mayor parte de lo que se establece es de origen posterior e históricamente cogible con papel de fumar.

En cualquier caso, la mayor parte de estas tradiciones se contradicen con datos de los evangelios canónicos, con las costumbres y tradiciones de los judíos del siglo I y algunas incluso con el sentido común (aunque, claro, hablando de temas religiosos, el sentido común no es una exigencia).

Los orígenes de María

Para empezar, las tradiciones situan a Joaquin, y, por tanto, a María, en la tribu de Judá, pero Lucas hace explícito que su prima Isabel, madre del Bautista, era “descendiente de Aarón”, esto es, de la tribu de Leví (Lc. 1,5). Una referencia nada trivial si recordamos que los levitas eran la casta sacerdotal (aunque no todos los sacerdotes eran levitas ni viceversa), mientras que a José sí le mientan la casta de Judá, es decir, David, la dinastía gobernante y la tribu preeminente (que da lugar al toponímico del territorio de Judea y al patronímico genérico “judío”).

No es improbable que los antiguos judíos discutiesen si el Mesías habria de venir de Judá, como rey, o de Aarón, hermano de Moisés, como libertador y portador de la Ley. El “Testamento de Simeón”, un apócrifo judío (aunque de autenticidad dudosa) cita: “obedeced a Leví y Judá, y no os alcéis en contra de estas dos tribus, pues de ellas surgirá la salvación de Dios. El Señor Dios se levantará de Levi como si fuera un Sumo Sacerdote, y de Judá, como rey, y Él salvará a todas las naciones y la raza de Israel”. Un párrafo de un cristianismo demasiado obvio como para no dudar de su genuidad judía, pero que, a lo que vamos, apoyaría entonces la tesis del origen levita de María.

De esta forma, la referencia de Lucas puede dar a entender que en Jesús se fusionan ambas dinastías. Lucas no era judío, pero sin embargo parece darle interés a estos detalles, pues igualmente cita que Zacarías, el padre de Juan Bautista, era de "la clase sacerdotal de Abías" (refiere a 1Cro. 24,10), luego levita; y algunos aspectos de su evangelio parecen interpretarse como que el evangelista intenta contar los hechos "después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes" (Lc 1,3).

La cuestión de Nazaret

Quedan flecos de difícil contrastación respecto a dónde pudo nacer y vivir su juventud María.

Aunque se cita que Gabriel la visita en Nazaret, nada hace pensar que fuera galilea de nacimiento ni se explica qué hace allí. Desde luego José no lo era, sino judío, y así justifica su decisión de empadronarse en Belén, ciudad de sus antecesores. También cuenta el evangelista que María, ya embarazada, visita a Isabel “en un pueblo de los montes de Judá”, es decir, en la cadena montañosa al sudoeste de Jerusalem (tal vez cerca de la actual Beit Shemesh).

Aunque mucho de esta narración es una evidente referencia a la recuperación por el Rey David del Arca de la Alianza (IISam cap.6), de tenerla por cierta podríamos situar la residencia premarital de María y lugar de la anunciación en un radio no mayor de dos jornadas de viaje (unos 50 km) de este punto y, ya puestos, de Belén (José no iba a estar tan loco de unirse a una caravana de una semana desde Nazaret a Belén con su mujer embarazada de nueve meses, solo para cumplir con el padrón de Augusto), postulándose dos candidatos de cierta entidad: Jericho al este o Hebrón al sur. Este último punto cuenta además con la ventaja especulativa de ser el camino natural de la ruta a Egipto, adonde la Sagrada Familia huiría de la persecución de Herodes; mientras que un jeriquense hubiera elegido cruzar el Jordán y pasar a la Decápolis, al este, y un galileo se hubiera refugiado en Siria.

(Inciso: María Valtorta, una visionaria italiana del siglo XX, sitúa en Hebrón el domicilio de Isabel y Zacarías, los ya citados padres de Juan Bautista). 

El caso es que, según cuenta el evangelio de Mateo, Nazaret es elegido por la familia a su regreso de Egipto para evitar la zona de influencia de la casa de Herodes: «Pero al saber que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, donde se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas: “Será llamado Nazareno”» (Mt. 2, 22-23). La frase hace pensar que ni eran de allí ni se les conocía mucho, aunque probablemente tuviera parientes en aquella zona (si no fuera así es muy improbable que María y Jesús fueran invitados a una boda en Caná, no siendo pariente de ninguna de las familias celebrantes).

Igualmente es improbable que José, el prometido y luego esposo de María, fuese un anciano como se ha opinado en varias ocasiones (San Epifanio lo pone incluso nonagenario). La sociedad judía en general y los rabinos en particular, abominaban de las uniones con gran diferencia de edad por varias razones; por un lado no ser una pareja fértil era un oprobio; además, ningún varón con un mínimo de ego masculino aceptaría pasar por un ridículo como el del Rey David con la sunamita Abisag (1Reyes 1,1-4), pues si no le daba hijos dejaría pública su impotencia sexual, pero si la chica quedaba embarazada todos murmurarían dudando de que él fuera el padre; y por otro lado, a la sociedad no le apetecía cargar con un gran número de viudas jóvenes y menos aún con huérfanos a cargo.

Siempre virgen María

El tema de la virginidad es también mucho más complejo que la simple declaración de María de “no conocer varón” o la referencia a la profecía de Isaías de que “la virgen concebirá y dará a luz su hijo al que llamará Emanuel” (Is. 7,14). Pero traducir aquí ha'almah (הָעַלְמָ֗ה) por “virgen” (en el sentido sexual, parthenos en griego) puede ser un error. La traducción más aproximada sería “núbil”, es decir virgen no en estado “adulto” sino por naturalidad, al ser joven y soltera. De hecho, la tradición judía no valora especialmente la virginidad voluntaria del adulto (y mucho menos como lo hace el cristianismo, que lo toma de la influencia paulina y este a su vez del pensamiento romano), e incluso -como dije- lo desprecia como una forma de infertilidad.

Así que nada en los textos canónicos sugiere que María fuera una virgen consagrada al templo, y de hecho no podría serlo desde su menarquía pues la impureza establecida por la Torah para la menstruación se extiende a todo lo que la mujer toca, personas y cosas, dónde se sienta, etcétera, y sería muy incómodo tener una chica menstruante en el templo. Las mismas tradiciones que sitúan a María como virgen consagrada, citan que dichas vírgenes abandonaban el templo a los 14 años.
Pero el caso es que no hay documentación que avale fehacientemente la tesis de que en el Templo de Jerusalén hubiera un estamento organizado de vírgenes consagradas al servicio del establecimiento sacro. Sería algo inusitado teniendo en cuenta que todos los ritos y liturgias se hallan escrupulosamente descritos hasta el más mínimo detalle en la Torah, Talmud y resto de dictámenes rabínicos, y en ninguno de ellos se definen tareas específicas para vírgenes en el templo.

Hay, sin embargo, algunos indicios de que en la época en que nace Jesús pudiera haber vírgenes en el Templo de Jerusalén: en Macabeos II se habla de unas jóvenes recluidas en clausura siendo sacerdote Onías III (c. 177 a.JC.), de algún conflicto entre los soldados romanos y “las vírgenes del templo” en tiempos del gobernador Lucio Quieto o de “las ochenta y dos vírgenes” que bordaron el velo del templo según la Mishnah; pero todo hace pensar que se trataban de niñas o chicas muy jóvenes (y, probablemente, también niños) que, al mismo tiempo que auxiliaban en la liturgia, recibían la formación judaica (cita el evangelista que, en la presentación de Jesús, interviene una tal Ana, anciana viuda que echaba las horas en el templo y la da como “profetisa”, que tal vez sea una forma de decir que enseñaba la ley); nada que ver, en cualquier caso, con las vestales, sacerdotisas o similares y desde luego ninguna inmersión en ritos que pudieran parecer de gentiles o paganos.
Lo más verosímil es una María virgen como cualquier jovencita, que está preparada para un matrimonio inminente (recuérdese la parábola de las vírgenes prudentes y las necias) y sin ninguna característica que la diferenciara del resto de adolescentes de su entorno.

Todo esto, como dije, aceptando los evangelios como un relato histórico de los hechos; pero eso, claro, es otra historia.


Algunas referencia disponibles on line:

Evangelios apócrifos: http://escrituras.tripod.com/
Protoevangelio de Santiago: http://escrituras.tripod.com/Textos/ProtEvSantiago.htm
Sobre vírgenes en el templo de Jerusalem: http://cantuar.blogspot.com.es/2011/12/did-jewish-temple-virgins-exist-and-was.html
Sobre la traducción del versículo de Isaías: http://es.wikipedia.org/wiki/Libro_de_Isa%C3%ADas#Traducci.C3.B3n_al_griego_del_.C2.ABTanaj.C2.BB
Otro repaso a la tradición apócrifa de Joaquín, Ana y María: http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=19728
Y otro texto donde ya lo mezcla todo y más: http://www.capillacatolica.org/NacimientoVirgenMaria.html

martes, abril 10, 2012

Versalles, explicación para todo

Confieso que una de las cosas que más me entristece es ver, oír o leer a un intelectual utilizar lugares comunes; entendiendo por "lugar común" ese conceptito de todo a 100 epistemológico, normalmente soportado por leyendas urbanas o cosas que la gente quiere creer, a veces por ideología, a veces, simplemente, porque leer un poquito para averiguar el fondo de las cosas, que no la verdad, es demasiado cansado.

Esta actitud de ir por la vida con dos de pipas, manejando conceptos simplicissimus y sacando conclusiones de los mismos, es algo que se espera, como es lógico, de quien es iletrado y, además, le parece de puta madre serlo; hay mucha gente así. De hecho, sé que a este blog llegan muchos de éstos; y lo sé por la cantidad de comentarios que dejan escritos. Y que nadie más que yo lee, evidentemente, porque el sótano comentarial de este blog está moderado (por muá), y tengo por norma no pasar comentarios que considere insultantes ad hominem para personas vivas. Dicho de otra forma: en mi blog se insulta, si se quiere, a Stalin, a Frascuelo o a Solón; pero sólo porque están muertos. Está prohibido insultar a personas vivas; por ejemplo, yo.

Y da la casualidad que este modus operandi cabestro, que va por la vida guiándose con cuarto de mitad de idea y ciscándose en todo aquél que no la comparte, se suele regir por las siguientes características:

a) Sus comentarios son anónimos. Jamás dan la cara.
b) Sus comentarios contienen siempre insultos personales, normalmente hacia el autor del texto (o sea, normalmente, yo mismo).
c) Sus comentarios van aderezados con sintagmas del tipo "todo el mundo sabe", "está sobradamente demostrado", "el que dude de XXXX es que es un XXXX", o similar. Dicho de otra forma, son comentarios en los que, siempre, las tesis defendidas no se apoyan en hechos, ni en fechas, ni en datos, ni en nada que se le parezca. Se apoyan en pretendidos consensos mundiales de los que nadie duda. Y, por si alguien duda, se suele dejar ya, por un siaca, la correspondiente deyección hermenéutica de que quien dude es que es un bla o un bla o un bla; factor común, fascista.

Como se ve, esta subespecie internetera, que la mayoría de la gente conoce con el sustantivo troll, aunque yo prefiero las siglas PRM (Polemista Retro-Masturbatorio), es todo menos un intelectual. De los intelectuales cabe esperar que sostengan tantas interpretaciones de las cosas como intelectuales hay; pero que todas se basen en el conocimiento. Lamentablemente, no es así.

El primer problema con los intelectuales es que, de tiempo atrás, se ha aceptado como socios de su cotolengo a personas cuya cultura no está en modo alguno adverada. Ya Santos Discépolo escribió aquello de que en el siglo XX es "lo mismo un burro que un gran profesor"; pero lo que se le olvidó apostillar es que esto ocurre, muchas veces, porque el pollino suele ser asimilado al scholar.

Esta movida es una secreción natural del fenómeno del manifiesto político. Cuando empezó a haber cosas de éstas, los promotores de los manifiestos, aquí y fuera de aquí, se dieron cuenta de que sus bemoles posicionamientos eran  más respetados si llevaban la vitola de haber sido avalados "por intelectuales". Lo lógico, entonces, habría sido limitar la posibilidad de rubricarlos a dichos intelectuales; pero no: lo que se hizo fue dejar que todo Dios los firmase, y asumir que, por el hecho de firmar un manifiesto, se era "intelectual".

Fue de esta forma tan peripatética que diversos personajes accedieron a la condición de intelectuales. Los actores, por ejemplo. Hoy ya nadie duda de que un actor es un intelectual; pero para demostrar sus capacidades reales están los concursos de la tele, a los que van de cuando en cuando y en los que, la mayoría de las veces, se les preguntan cosas que si leyesen deberían contestar con la nalga izquierda, pero sobre las que resulta que lo desconocen todo. Canónico en mis recuerdos es, en este sentido, algún programa de Un, dos, tres, responda otra vez en el que participaron actores, a los cuales Chicho Ibáñez solía colocarles preguntas de su gremio, pensando que así acumularían respuestas. Sin embargo, lo recuerdo bien, a una laureada actriz de la escena española, que todavía anda por los programas de la tele hoy en día, le preguntaron literatos franceses; y ella, que al parecer había representado a Molière, a Racine; ella, que digo yo, leñe, que habría visto en la tele española la famosísima versión de sobremesa que se hiciera de El conde de Montecristo, no supo decir ni un puñetero nombre. Cero respuestas, a 25 pesetas cada una... caray con la "intelectual".

Existe, no obstante, el intelectual con pedigree, o sea con papel colgado de una pared que dictamina su condición de tal. Estoy hablando del catedrático o profesor universitario. Aquí, ya, las dudas son pocas. Un tipo que ha logrado ser profesor universitario no puede ser un piernas. Yo, de hecho, lo pienso así; y lo pienso a pesar de que, como muchos, pasé por la universidad española y por lo tanto, como todos los que tal vivencia tuvimos, tuve profesores, y los caté. Supongo que como mucha gente, pasé, por lo tanto, por la experiencia de recibir clases de personas que daban toda la impresión de haber adquirido su vitola profesoral en cualquier feria veraniega, junto con el perrito piloto. Tuve un profesor de materia lingüística que escribió BERBO en el encerado, y se quedó tan campante. Sic.

Como digo, no obstante, respeto mucho el proceso de adquisición de la cátedra, que obliga a estudiar y a saber y a publicar y a escribir; motivo por el cual, cuando es un catedrático el que escribe, programo mi córtex para recibir datos procedentes de fuente fiable, sólida. De alguien que, opine lo que opine, opina porque sabe; porque se lo ha estudiado.

Y es por eso que me jode tanto cuando compruebo que, en realidad, el amanuense apenas se ha esforzado en saber.

Todo este conjunto de párrafos superferolíticos viene a cuento de un reciente artículo que le leo al profesor Vicenç Navarro quien, por lo que he podido barruntar de lecturas complementarias, es una especie de muso del pensamiento de izquierdas. Bien por él, ciertamente; y quede claro que no dudo que, como economista, estoy seguro que tendrá ideas interesantísimas. Como historiador, ya no tanto.

Dedica su trabajo el profesor a recensionar la campaña de opinión pública existente en Alemania, por la cual se pone a los griegos de vagos para arriba, y la inmoralidad básica de la misma en su opinión. Hasta ahí bien. Es este un tema opinable, ciertamente, pero las opiniones son libres, siempre y cuando no expresen a niveles excesivos de cabestrez tal y como la he definido above. Lo malo es cuando acude a argumentos históricos para sustentar la dicha opinión.

Acusa Navarro a Angela Merkel y a un etéreo e indefinido establishment alemán de adolecer de gravísimos desconocimientos de la Historia de Alemania y de Europa. Y justo es esperar, cuando alguien dice cosa tal, que no adolezca de lo mismo. Ahí reside lo doloroso de sus líneas.

Leamos:

La primera ignorancia es desconocer las terribles consecuencias de querer penalizar a todo un país por su comportamiento supuestamente inmoral. Alemania es un ejemplo de ello. El Tratado de Versalles, firmado el 28 de Junio de 1919, era el Tratado de Paz que terminaba con la Primera Guerra Mundial. Los vencedores de aquel conflicto, Francia, Gran Bretaña y EEUU, impusieron un castigo a Alemania, perdedora de aquella guerra, castigo que tenía como objetivo penalizar al pueblo alemán por su responsabilidad en haber causado la I Guerra Mundial. Con aquella penalización se intentaba prevenir que Alemania causara en el futuro otra guerra. Como dijo el Primer Ministro francés Georges Clemenceau, el objetivo central de las enormes sanciones impuestas al pueblo alemán era prevenir una II Guerra Mundial. La historia, sin embargo, mostró el enorme error de aquellas políticas de sanciones encaminadas a penalizar el comportamiento considerado inmoral de un país. La Segunda Guerra Mundial siguió a la Primera, y en cierta manera, la II Guerra Mundial era una respuesta a la política de sanciones firmada en Versalles en 1919. En realidad, el economista Keynes, de Gran Bretaña, que había dimitido de la delegación británica en Versalles por su desacuerdo con aquellas políticas sancionadoras que iban a aprobarse en el llamado Tratado de Paz, había ya alertado que aquellas sanciones empeorarían todavía más la situación alemana, creando las condiciones para que apareciese un movimiento de protesta, canalizado por el nazismo, tal com oocurrió.

Este párrafo mezcla cosas que son ciertas con otras que no lo son y el resultado es, la verdad, bastante confuso. Es cierto que los países ganadores de la Gran Guerra establecieron una cifra de reparaciones bestial para la Alemania perdedora. Es cierto, también, que una parte del sentimiento vengativo alemán estaba basado en la humillación de Versalles. Pero aquí acaban las certitudes.

Las reparaciones de Versalles poco pudieron tener que ver con la eclosión del nazismo si el Plan Young, impulsado en los tratados de Locarno, ya reducía drásticamente la cifra de reparaciones a pagar y, además, le daba a Alemania más de medio siglo de plazo para pagarlas; de hecho, de haberse aplicado Locarno hasta su completo run-off, el último pago alemán se habria producido en 1988. Los acuerdos de Locarno no es que sean previos a la llegada al poder del NSDAP en Alemania; es que son previos al putsch de la cervecería que lanzó Hitler disparando al aire (y gritando, por cierto: "¡La era del capitalismo ha terminado!"), en el que quedó como el culo y por el que fue a la cárcel, donde se dedicó a hacerse pajas con Rudolf Hess en unas cuartillas que han pasado a la Historia con el nombre Mein Kampf. De hecho, el gran problema para Europa fue lo mucho que Hitler aprendió de aquella experiencia fallida, y que se puede resumir, precisamente, con el concepto "con la matraca sobre Versalles no me como ni un rosco". Es entonces, ya lo he dicho, cuando escribe su librito; cuando empieza con su discurso antijudío que, como acertadamente ha señalado un fino analista de los discursos hitlerianos como Ian Kernshaw, hasta entonces no existía; cuando se erige en pantalla contra la reacción comunista; y cuando comienza a explotar los sentimientos nacionalistas del pueblo alemán.

Entiéndase: yo no estoy diciendo que la humillación de Versalles no tuviese nada que ver con la audiencia concedida a la sociedad alemana al nazismo. Pero:

1) Si Versalles fuese la principal razón de dicha audiencia, ¿acaso Hitler no habría triunfado antes de 1930? Cabe recordar que, en dicho año, y a causa del estallido de la Gran Depresión, las potencias ganadoras de la I Guerra Mundial hicieron uso de la cláusula del Plan Young que permitía suspender los pagos de las reparaciones por causas excepcionales. Alemania dejó de pagar con el acuerdo de sus otrora enemigos.De hecho, una cosa que el profesor Navarro olvida, o tal vez desconozca, es que Adolf Hitler siempre abominó del Tratado de Versalles; pero hasta minuto y medio antes de invadir Polonia, repitió hasta la saciedad que siempre respetaría Locarno.

2) Si Versalles fuese la principal razón de dicha audiencia, y puesto que el gran muñidor de Versalles es Francia, ¿acaso la II guerra mundial no habría empezado con una agresión a Francia? Lejos de ello, todos los actos del nazismo se centraron en "el otro lado"; allí donde estaban los territorios que, según la visión ultranacionalista alemana, le pertenecían a la nación; o sea, la famosa Lebensraun, que pesa bastante más en la teórica nazi que el problema de las reparaciones.

Sorprende que un especialista en economía no se dé cuenta de que atribuir la eclosión del nazismo al cabreo por las reparaciones de la I guerra mundial supone preterir algunos elementos de enorme importancia, precisamente en el campo económico. Como he dicho antes, el discurso social panalemán es sólo tardíamente proario y racista. La inquina contra los judíos no está en el origen de la estrategia del NSDAP, por mucho que el antisemitismo sea ideología hondamente enraizada en la Europa (no la Alemania) del siglo XIX (de hecho, el primer gran estallido social antisemita de los tiempos contemporáneos no se da en Alemania, sino en Francia; es lo que conocemos como Escándalo Dreyfuss, con su famosérrimo J'accuse de Zola). Como muy acertadamente explica Karl Dietrich Bracher en su im-pres-cin-di-ble Die Deutsche Diktatur (La dictadura alemana, publicada en dos tomos en España por Alianza; el título en alemán lo pongo en honor de mi amigo Otis B. Driftwood), los primeros odiados por los alemanes, en aquella posguerra tan complicada, no son los judíos, sino los checos.

Hay un hecho que puede escapar al ojo del analista más o menos desinformado; pero no a los de alguien que está juzgando aquellos tiempos desde el conocimiento económico. El final de la I guerra mundial supuso la eclosión de un elemento desastroso para Alemania en lo económico, que fue la disolución del imperio austro-húngaro y la consiguiente eclosión de unidades nacionales más pequeñas; notablemente Austria, Hungría y, sobre todo, Checoslovaquia. Todos éstos eran territorios que hasta entonces habían disfrutado de la protección económica de una metrópoli poderosa y de unos mercados interiores más o menos cautivos gracias a la existencia de barreras arancelarias. La independencia de estas naciones colocó en primera línea estratégica el objetivo de ser competitivas, cosa que hicieron a base de tirar sus costes, proceso del cual la principal pagana fue la economía alemana, como Japón ha sido hace menos tiempo la principal pagana de la eclosión de gigantes económicos en su área de Asia-Pacífico. El libro de Bracher, precisamente dedicado al análisis de las fuertes corrientes subterráneas que incluso un siglo antes de Hitler ya estaban cociendo el pensamiento ultranacionalista alemán, concede mucha importancia a la percepción de esta competencia como injusta y procedente de untermenschen por parte del alemán medio; que fue quien, al fin y a la postre, votó a Hitler. Y creo que es fácil entender que el hecho de que alguien te quite el puesto de trabajo es un motivo bastante más cercano para votar a tal o a pascual que la necesidad de pagar reparaciones que, para colmo, años antes de la aparición de Hitler en la escena alemana, ya se estaban pagando piano, piano.

Todo esto sin haber entrado en el error más garrafal del párrafo citado, que es su mera existencia, esto es: la comparación en sí. Comparar el sentimiento de poder de los ganadores de la guerra sobre Alemania con el sentimiento de poder de la actual Alemania sobre Grecia es, con perdón del profesor Navarro, comparar churras con merinas. Para que las merinas fuesen churras, haría falta no sólo que Alemania forzase la imposición en Grecia de un gobierno más o menos tecnocrático que ha procedido a recortes traumáticos en su gasto público. Haría falta que Alemania, además, hubiese intervenido el ejército griego, dominando por completo su existencia y crecimiento. O haría falta que tropas alemanas ocupasen, por ejemplo, las islas griegas y otras zonas turísticas, y las hiciesen suyas (como hicieron los franceses con la cuenca del Ruhr, o las zonas germanoparlantes de Alsacia y Lorena). 

Con todo, si discutible es su análisis sobre la Historia de Alemania, más aún lo es los conocimientos que demuestra sobre la de Grecia. Citando las frases de su artículo más enjundiosas:


Este supuesto se podría aplicar también a Grecia, país que ha estado gobernado por unos establishments de ultraderecha por la mayoría del tiempo desde el final de la II Guerra mundial. Las políticas corruptas, responsables de unos Estados altamente represivos y con escasa sensibilidad social, fueron realizadas por sus clases dirigentes griegas apoyadas precisamente por las clases dirigentes alemanas. El enorme endeudamiento del Estado griego, basado en parte en la escasez de recursos (generada por un enorme fraude fiscal por parte de los componentes de su clase dirigente) y en unas políticas fiscales enormemente regresivas, con unos gastos militares (aproximadamente el 30% de su presupuesto público) totalmente hiperbólico, se realizó con el apoyo del capital financiero alemán y estadounidense. Es más, la banca Goldman Sachs jugó un papel importante en la creación de la deuda pública, su ocultación y, más tarde, su especulación. El establishment alemán estaba involucrado en las políticas llevadas a cabo en Grecia, que condujeron directamente al mal llamado “problema de la deuda pública griega”. Y la banca alemana fue la que financió la expansión del gasto militar en Grecia (ver mi artículo “Lo que no se dice sobre Grecia”, publicado en mi blog www.vnavarro.org el 28.03.12). ¿Dónde está la crítica de la supuesta moralista Angela Merkel de los banqueros de su país, que se beneficiaron enormemente del comportamiento irresponsable e inmoral de la clase dirigente griega? Y, ¿cómo es que la prensa del establishment alemán está tan silenciosa sobre el papel central que el capital financiero, incluido el alemán, jugó en crear “la crisis de la deuda pública griega”? El pueblo griego no se benefició de aquellas políticas. Fue la burguesía financiera alemana la que se benefició.

Errores que aprecio en este texto:

1) La Historia de la Grecia moderna y de sus problemas NO comienza tras la II guerra mundial. Comienza mucho antes, con su independencia a principios del siglo XIX. Extender el time span tiene la consecuencia inmediata de que el Gran Hermano que mira a Grecia deja de ser Alemania, como pretende en sus tesis el profesor Navarro, sino Inglaterra (y, tras la II guerra mundial, Estados Unidos). Pero, claro, esto no cuadra con la visión del artículo. 

2) Grecia ha tenido periodos de dictadura, en efecto. Están el general Metaxas, Papadopoulos, y los coroneles. Pero también ha tenido extensos periodos de democracia, durante los cuales, eso es cierto, los griegos han votado a una clase política endogámica y que se sucede a sí misma. Pero la han votado, entre otras cosas, porque, mientras los políticos vivían bien, le garantizaban a los griegos un determinado nivel de vida; pacto que la crisis financiera del 2008 ha hecho imposible (y éste, y no otro, es el problema griego). Ya que el profesor Navarro se quiere (como digo, en mi opinión equivocadamente) ceñir al periodo de la posguerra mundial, en ese medio siglo no es moco de pavo el periodo agregado de gobierno del PASOC, partido que difícilmente se podrá definir como "de ultraderecha"; partido que continuó el rally de gastos militares, y de endeudamiento público, de funcionarización de la población activa griega, de construcción de un Estado del Bienestar hipergeneroso (y financiado por otros), etc.

3) El fraude fiscal no es cometido en Grecia por "la clase dirigente". Si fuese así, todo el problema de la Hacienda helena sería meter en el trullo a, como mucho, 2.000 personas (como también se predica, por cierto, y con parecidos niveles de análisis epidérmico, de la crisis islandesa, que tiene muchísimos más matices). El fraude fiscal en Grecia lo practica el griego medio. Lo practican los médicos, los arquitectos, los abogados, los pequeños empresarios. Todo Dios o, mejor dicho, todo Zeus. El fraude fiscal forma parte de la cultura económica griega; y es importante entender esto porque tiene mucho que ver con la inquina de la sociedad alemana hacia los griegos, porque jode mucho pagar religiosamente todos los años para que una parte de lo pagado, vía fondos europeos, se vaya a otros tipos que no pagan porque no les sale de los cojones.

4) Como decía en 1), aseverar que las políticas estructurales griegas, que el articulista califica de "corruptas" sin alejarse demasiado de la realidad en mi opinión, han sido posibles por el apoyo de Alemania, es darse una hostia en todos los morros contra la realidad geopolítica griega.

Grecia fue durante todo el siglo XIX un territorio tutelado por Inglaterra, constantemente preocupada por la posibilidad de que una excesiva influencia rusa (y alemana) en los Dardanelos, vía Turquía, le pusiera el problemas en el Mediterráneo, mar que los británicos consideraban su piscina olímpica particular y que, obviamente, adquirió una importancia comercial estratégica con la apertura del canal de Suez. De eso, es ese protectorado de facto el que permite la existencia y crecimiento de la clase política clientelar griega, pues son los ingleses los que no quieren no oír hablar de que Grecia piense por sí misma. Este proceso se repite, elevado a la séptima potencia, tras la II guerra mundial, donde el problema sigue siendo el mismo: la elevada influencia de Rusia (ahora URSS) en la zona. Ahora, sin embargo, son los Estados Unidos los que intervienen en la zona, prohibiendo el partido comunista (como en Alemania) e interviniendo directamente en la política griega. Alemania difícilmente pudo ser actor protagónico de ese proceso, porque estaba bastante malita en aquel momento y además, ejem, acababa de perder una guerra.

De hecho, el artículo de Navarro afirma que lo que habría que hacer hoy con Grecia es lo que se hizo con Alemania tras la II guerra mundial, que él describe así: perdonarle a Alemania más de la mitad de la deuda pública, deuda que Alemania, debía a los vencedores (que eran los mismos que ganaron la Primera Guerra Mundial), a fin de ayudar a la reconstrucción de aquel país.

Bueno, la verdad es que se hicieron bastantes más cosas. La primera, ojo, invadir el país entero (y repartírselo entre los ganadores). La segunda, discutir entre los ganadores cuál habría de ser la estructura constitucional del país (me refiero, obviamente, a la República Federal; en la Democrática, ni discusión hubo). La tercera, permitir que el juego democrático alemán se produjese únicamente entre las formaciones e ideologías que le molaban a quienes ejercían el protectorado (a estadounidenses, británicos y franceses les molaron varios; a los soviéticos sólo les moló ellos mismos). Y la cuarta, exigir al pueblo alemán un sacrificio enorme, con años de escasez pavorosa, para sacar adelante el país. Porque si es lógico esperar que alguien de la calle considere que los alemanes fueron ricos y vivieron todos metiéndose longanizas por el culo desde el día 1 en que llegó el Plan Marshall, no es ésta, desde luego, una interpretación que le quepa a alguien que conozca la Historia de cómo vivieron los alemanes durante los años cuarenta y aún parte de los cincuenta.

A Alemania se le perdonó una deuda que no podía pagar, efectivamente. Pero ni modo se hizo eso a cambio de que se pudiera poner a pagar pensiones generosas al día siguiente, o permitir un fraude fiscal acromegálico, o unas estructuras de gasto público para las que carecía de ingresos interiores. La sociedad alemana sudó mierda para poder encontrarse a las puertas de los años sesenta en los niveles de prosperidad y calidad de vida que para entonces eran la envidia de Europa. Blood, toil, sweat and tears...

Con todo, el problema fundamental del artículo, en lo que a Grecia se refiere, está en el punto 1) antes referido. Un economista, a mi modo de ver, no puede olvidar, o desconocer, que en Grecia ya existió una llamada Comisión Financiera Internacional mediante la cual, a principios del siglo XX, las potencias europeas del momento controlaron el presupuesto griego, incluso impusieron su derecho de nihil obstat sobre la emisión de moneda (que mayor cesión de soberanía económica no se puede imaginar), a causa de que Grecia había llegado a la bancarrota de su deuda externa. Insisto: hace cien años. Cien. Años. Pretender que el problema griego tiene treinta, cuarenta o cincuenta años, es errar gravemente en el análisis. Grecia ha hecho default varias veces en su Historia reciente; y es esta multirrepetición del efecto la que hace pensar que hay algo esencialmente mal diseñado en su sistema ecosocial. Éste es, a mi modo de ver, el problema que hay que analizar; problema que es de enorme complejidad, se compone de un montón de elementos y no, desde luego, de una limitada lista de conceptos sencillos.

Os dejo, como coda de estas notas, dos regalitos. Son dos fotos que he hecho con el móvil de un cuadrito que adorna mi despachito. La primera foto es de cuerpo entero:



No sé si lo distinguís bien, pero es un bono estatal griego. Su fecha de emisión, que figura en la columna de la izquierda, es 1898. tiene, pues, 114 añitos.

Las tres columnas de texto de la mitad inferior son iguales. El bono está redactado en griego, inglés y francés. Me interesa especialmente un párrafo, que es el que he intentado reproducir en la segunda foto: 



 


Mi traducción: 

Si los recursos prescritos por el artículo 11 del Real Decreto del 22 de abril/4 de mayo 1898 son insuficientes para el servicio del préstamo, las garantías mancomunadas de Francia, Gran Bretaña y Rusia pasarán a ser operativas bajo las cláusulas y condiciones de la Convención concluida en París, en el 17 a 19 de marzo de 1898, entre estas tres potencias y Grecia.

Da la impresión de que el problema existe desde hace algún tiempito.

lunes, abril 09, 2012

Polonia


Al contrario que otros países del entorno, Polonia nunca fue un enclave fácil para la Unión Soviética. Al terminar la segunda guerra mundial, Polonia tenía una larga tradición de colaboración con los aliados; disponía de un gobierno en la sombra en Londres; tenía conciencia política sobrada; y, last but not least, tenía muy poquitas cosas que agradecerle a la URSS porque, de hecho, la que pronto sería la quintaesencia del progresismo mundial a los ojos de los veletas de turno se había portado con Polonia, y se seguiría portando, como un sátrapa violento e invasor.

La sociedad polaca guardó como en un dorado camafeo familiar ese sentimiento de traición perpetrada por sus propios salvadores; Occidente, dejando que Yalta acabase por dejar caer Polonia en las manos de Stalin; y el propio Stalin, cercenando después de ello toda esperanza de independencia en el país. Poco a poco, además, y porque este tipo de sentimiento negativo necesita de instituciones estructuradas para conservarse, este tipo de oposición silenciosa acabó por escoger como caldo de cultivo la Iglesia católica, de inusitada fuerza en el país.

La segunda guerra mundial acabó con algo más de un tercio de la población de Polonia. Para que nos hagamos una idea, esto convierte dicha guerra en una tragedia unas diez veces mayor que la guerra civil española para los españoles. La mitad de los abogados o de los médicos, y un tercio de los catedráticos o sacerdotes, habían muerto en la contienda; sin contar con el hecho de que la minoría judía, normalmente de elevado nivel cultural y profesional, había sido literalmente laminada.

Otro tema que habitualmente olvidamos de la Polonia de la segunda guerra mundial, entre otras cosas por el intenso interés de los franceses hacia dicho olvido (en connivencia con los soviéticos), es que en Polonia se montó el movimiento de resistencia antinazi de mayor calado de toda Europa. La archifamosa Résistance gabacha es a la Home Army polaca, con su gobierno en la sombra radicado en Londres, su ejército propio, sus escuelas e incluso su pequeño “Estado del bienestar” que pagaba “pensiones” a sus necesitados, lo que Pocoyó es al Quijote.

Tampoco hay que olvidar, hecho éste sistemáticamente preterido a lo largo de todo el siglo XX porque no cuadraba, ni cuadra, con según qué visiones, que Polonia fue invadida por la URSS tan sólo 16 días después de que Alemania lo hiciese por el otro lado; todo ello merced a un pacto ruso-nazi que, por cierto, los comunistas españoles, ésos que antes, durante y después de la guerra civil hablaron y no pararon de frenar y combatir el fascismo, recibieron aplaudiendo con sus disciplinadas orejas.

En marzo de 1940, el Politburó de la Unión Soviética decretó la muerte segura de casi 22.000 presos polacos, 4.421 de los cuales fueron enterrados en las famosas fosas de Katyn. Muchos de los asesinados allí, por cierto, ni siquiera eran militares, sino reservistas. Estúpido matiz para el régimen Luminaria del Progresismo Mundial.

Con total desparpajo, la URSS permitió a esos mismos polacos a los que había masacrado crear unidades dentro de su ejército desde el momento en que Hitler les invadió. Los varsovianos, hasta los cojones, se levantaron en agosto y septiembre de 1944, en un movimiento de resistencia en el que murieron 250.000 personas (uno de cada tres muertos en la guerra civil española, y eso siendo generosos en el conteo de nuestras víctimas).

El final de la guerra supuso la erupción de un enfrentamiento larvado entre los grupos políticos polacos que rechazaban la influencia soviética, y los que veían en la misma la salvación frente a la barbarie nazi. Esta última tendencia, obviamente promovida desde Moscú, movió ficha con rapidez. En 1948, los partidos Socialista y Comunista celebraron un congreso de unificación, del que salió el Partido Unido de los Trabajadores, que se benefició del órdago estaliniano en Yalta, que acabó por entregar el poder en el país a los comunistas.

Justo es decir que los comunistas, conscientes de las amplísimas masas sociales contrarias a ellos, sobre todo en el campo, pusieron en marcha una política de desarrollo rápido para ponerles a estas capas sociales frente a las ventajas del sistema. En los primeros años de la Polonia comunista, en torno a un millón de campesinos pudieron abandonar el campo, a causa de la creación de otros tantos empleos en la industria.

Desde el primer momento, la nomemklatura comunista tuvo claro que la Iglesia era su gran contrapoder. Por eso se apresuró a embargar sus propiedades y tomar el control sobre sus organizaciones, como Caritas. Además, inventó un movimiento, en el de los Sacerdotes Progresistas, que resulta difícil saber en qué medida consiguió sus acólitos por convicción o “convicción”. Se llegó incluso a colocar bajo arresto en un convento de las montañas al primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszynski.

En 1953 falleció Stalin y eso, para Polonia, siendo como era un país en el que la élite comunista nunca había dejado de vivir con el rabillo del ojo puesto en los centenares de miles de polacos que iban a misa, que construían templetes clandestinos como respuesta a la prohibición de levantamiento de nuevas iglesias; para Polonia, digo, la muerte del medalla de plata al genocida del siglo XX, supuso el comienzo de un proceso acelerado y casi inmediato de desestalinización. En 1954, la cúpula comunista polaca arrestó a la práctica totalidad de la policía secreta estalinista. En diciembre de 1954, Vladislav Gomulka, dirigente comunista que había sido arrestado en los tiempos de Stalin por “desviaciones nacionalistas”, fue liberado. En 1955, por todo Polonia nacieron una especie de grupos de discusión política; aunque bien es verdad que era una discusión entre comunistas. El comunismo polaco, además, impulsó inmediatamente sus movimientos juveniles, lo cual, de una forma casi natural, provocó el nacimiento de la crítica interna más o menos light, muy propia de las personas en su primera juventud. En febrero de 1956 se produjo la famosa denuncia secreta de Khruschev sobre Stalin en el congreso del PCUS, que prácticamente se siguió, en Polonia, de la muerte de Boleslaw Bierut, cabeza del PCP estalinista. De hecho, el 20 de marzo de 1956, con ocasión del funeral de Bierut, Khruschev estuvo en Varsovia, y mantuvo otra reunión secreta, en este caso en el seno del comunismo polaco, en la que estuvo, de nuevo, crítico con Stalin.

En una decisión que no tiene parangón en todo el Bloque del Este, el Partido Comunista Polaco decidió realizar copias de aquel discurso del premier soviético, y distribuirlas públicamente. En el seno del comunismo polaco comenzaron a discutirse temas hasta entonces prohibidos, sobre todo el pacto Hitler-Stalin y las responsabilidades de Katyn. Fue en este ambiente en el que se produjeron los sucesos de Poznan.

En 1956, en Poznan, los obreros polacos “celebraron” la muerte del estalinismo montando una huelga monstruo en un gran complejo industrial metalúrgico que, paradójicamente, llevaba el nombre de Josif Stalin. El motivo fue un nuevo sistema de cálculo de los salarios y los seguidores del paro no menos de 100.000. En las concentraciones, los obreros coreaban un eslógan especialmente hiriente para orejas burocratocomunistas: “Muerte a la burguesía roja”. Lo que siguió fue una represión brutal, con 70 muertos y cientos de heridos.

El comunismo oficial polaco terminó con Poznan a sangre y fuego. Sin embargo, eso no quiere decir que se pudiese permitir seguir como si tal cosa. La presión sobre los comunistas era enorme e interna (no se olvide que muchos de los reformadores finales del comunismo terminal polaco eran entonces jóvenes cuadros del Partido). Como consecuencia, tras la represión, el régimen tuvo que abrir la mano. Las colectivizaciones en el campo se frenaron en seco; más aún, el péndulo fue empujado en sentido contrario y muchas tierras fueron devueltas a los campesinos. El régimen comenzó a autorizar la construcción de iglesias; más aún, los sacerdotes fueron invitados a sentarse en el Sejm, Parlamento polaco (institución, en todo caso, entre inútil y absolutamente inútil). En octubre de aquel 1956, el cardenal Wyszynski fue liberado. Ese mismo mes, entre aclamaciones populares, Gomulka fue colocado al frente del Partido. En las vísperas del primer plenario del Partido Comunista bajo Gomulka, Khruschev se presentó en Varsovia acompañado por un ejército de aparachitniks moscovitas, y no se fue hasta que Gomulka le juró por el mismísimo Lenin que era un devoto comunista. Quizás el juramento gomulkiano se vio de alguna manera influido por el hecho de que, antes de salir de Moscú, el premier soviético había dado órdenes a varias divisiones acorazadas soviéticas para que se acercasen, haciendo ruido, a la frontera polaca.

Desde algunos puntos de vista, se podría decir que, en 1956, la URSS tuvo dos problemas: Hungría, y Polonia. Moscú tenía que decidir en cuál de los dos poner las palabras, y en cuál los tanques; porque haber invadido ambos países a la vez podría haber sido intensamente contraproducente y, de haberse limitado al diálogo en ambos casos, es probable que el Telón de Acero se hubiese ido a tomar por culo. Gomulka, en este sentido, parece haber sido bastante más hábil que Imre Nagy a la hora de convencer a Khruschev de que a él no hacía falta convencerle a hostias.

Sin embargo, Gomulka pagó un precio, porque la penetración de nuevos cuadros en el comunismo oficial polaco se frenó en seco. Los protagonistas de aquellos círculos de calidad creados años antes,donde tan abiertamente se había discutido, fueron rápidamente enterrados en puestos simbólicos del Partido. Sin embargo, esto no supuso la tranquilidad para el PCP, que se vió rápidamente sobrepasado por la Iglesia.

El cardenal Wyszynski, durante su confinamiento en la montaña, se había convertido en un grandísimo devoto mariano. Lo cual no quiere decir que creyese en Rajoy, sino en la Virgen. El marianismo del primado polaco dejó una huella indeleble en el clero polaco y se reprodujo en el Papa Wojtila, uno de esos sacerdotes que hablaron con muchísima más pasión de María que de su Hijo o, incluso, de su Divino Esposo. Wyszynski colocó a Polonia bajo la figura de la Virgen (renovando el voto en tal sentido del rey Juan II Kazimierz, 300 años antes). Luego organizó la conocida como Gran Novena, en la cual, durante nueve años, miles de meditaciones fueron convocadas, durante las cuales fue paseada por todo el país una réplica de la conocida Virgen Negra de Czrestokowa, cuyo original se venera en el monasterio de Jasna Gora (en 1966, la paseada sería la Virgen original). Aquellos actos religiosos generaron demostraciones colectivas de miles y miles de personas que ya quisieran para sí los comunistas. La Gran Novena conforma una movilización que no tiene precedentes en la Historia de la cristiandad moderna.

Después de aquel intensísimo año de 1956, y por mucho que se esforzó el comunismo oficial, ya nada volvió a ser igual. El año dejó un trazo tan importante que en 1966 se celebró entre los progresistas su décimo aniversario, que estuvo centrado por una conferencia del marxista progresista Leszek Kolakowski, quien acusó a Gomulka de haber olvidado el 56 y fue, por ello, expulsado del Partido Comunista. También fue suspendido el profesor Adam Michnik, hijo de una familia judía que ya profesaba el comunismo antes de la segunda guerra mundial y que había sido encarcelado durante algún tiempo; pero dicha suspensión provocó la publicación de un manifiesto de miles de estudiantes y profesores universitarios, muchos de los cuales, además, enviaron sus bajas al Partido.

El comunismo oficial aprendió del affaire Kolakowski-Michnik que tenía que limpiarse de progres y críticos. En 1968, estudiantes polacos fueron expulsados del partido en capazos de cientos, si no de miles; para muchos de ellos, la expulsión fue mucho más allá de un simple extrañamiento político, pues supuso su inmediato llamamiento al servicio militar. Para cuando sucedió la Primavera de Praga, no quedaban en el Partido Comunista Polaco elementos que hubieran podido apoyarla.

En diciembre de 1970, sin embargo, se presentó otro episodio de la que bien puede ser vista como la lucha continuada entre el comunismo polaco y todos aquéllos cuya voz había sido callada tras la segunda guerra mundial por razón de la entrega del país al entorno soviético. En el país se produjo una subida rápida y elevada en el precio de algunos alimentos básicos (diez días antes de Navidad), lo cual lanzó un rápido movimiento de protesta en los astilleros Lenin de Gdansk (Dantzig en alemán). Las autoridades locales cometieron el error de prestar a los dirigentes obreros el sistema de megafonía de la fábrica para convencer a los manifestantes de que depusiesen su actitud; éstos lo utilizaron para convocar a todo el mundo a las puertas de la fábrica. Aquella multitud hizo dos cosas de ésas que mueven a cuestionarse la mitad de la historiografía, y tres cuartos de la politología, del siglo XX (y del XXI): la primera, cantar La Internacional; la segunda, exigir la dimisión de los gobernantes comunistas. Luego marcharon hacia el centro de la ciudad de Gdansk y atacaron la sede del Partido Comunista (menuda patota de fascistas, ¿no?). En Szczecin, los trabajadores convocaron una huelga en solidaridad con Gdansk y establecieron durante tres días una república de trabajadores (quisimos decir: otra república de trabajadores, ya que los regímenes soviéticos es lo que son. O eso dicen).

En un claro signo de desesperación mezclada con indecisión, el PCP llamó a los trabajadores a crear comités para elaborar sus reivindicaciones de una forma ordenada; curiosa incongruencia histórica ésta, en la que la figura del soviet, tras haber sido usada, sesenta años antes, para deteriorar un régimen, era usada ahora, a la desesperada, para salvar otro.

El propio llamamiento del PCP supuso la creación del Comité de Huelga Interfactorías, que eligió a sus representantes, entre ellos un electricista de Gdansk, que entonces tenía 27 años, llamado Lech Walesa.

Después de varios meses de tiras y aflojas, huelgas y negociaciones, las subidas de los alimentos fueron revertidas. No obstante, esto no se había hecho sin disparar hasta la muerte a 44 obreros del astillero, como poco (son las cifras oficiales). Demasiado para Gomulka, que fue elegantemente sustituido por Edward Gierek, un ex minero.

Gierek estableció en Varsovia la que se conoció como La Mafia de Silesia, la región minera donde había sido gestor. Tomó las grandes unidades de poder comunistas y las dividió en pequeñas unidades, buscando no tanto la eficiencia en la gestión como la ineficiencia en la lucha por el poder; la mayoría de los líderes comunistas no han trabajado para otra cosa que para prevenir las acciones de otros para desalojaros. Gierek, asimismo, también creyó en una estrategia en la que, por aquel entonces, creyeron muchos, casi todos, los gestores de los países comunistas satélite, quizá con la excepción del peripatético Nicolae Ceaucescu. Se trata de la estrategia de tomar préstamos milmillonarios en Occidente con los que financiar una mayor oferta de consumo para la población interior (reduciendo así su cabreo) y, al mismo tiempo, una modernización de la industria que la haría más competitiva. Se trataba de una especie de cuento de la lechera en la que las futuras exportaciones lo iban a pagar (más bien repagar) todo.

Y, en su inicio, funcionó. En la primera mitad de los años setenta, Polonia creció a tasas chinas, como lo hicieron los salarios. Pero para 1979 los créditos se habían acabado y la industria no había respondido. Se debían 20.000 millones de dólares y el país tenía un modo de vida económico el que debía de importarlo prácticamente todo, pagándolo en dólares.

En junio de 1976, subidas monstruo de los alimentos (entre el 70% y el 100%), provocan la huelga en 130 factorías. Apenas 24 horas después de haberla aplicado, el primer ministro apareció en televisión rectificando la subida de la carne y anunciando extrañas “consultas” con “representantes de la sociedad” (lo cual, bien mirado, venía a suponer la admisión por su parte de que el Partido Comunista ya no representaba, ay, a la clase obrera). Fue en este punto en el que un grupo de intelectuales y profesionales forma la KOR, Komitet Obrony Robotnikow, o Comité de Defensa Obrera. Los fundadores del KOR animaban a los trabajadores a crear pequeños KOR en cada fábrica y comunicarles cualesquiera casos de agresión, que publicaban en un Boletín. Otros grupos nacionalistas crearon un comité para la defensa de los ciudadanos y de los derechos humanos, y la Iglesia creó el llamado Movimiento por la Joven Polonia. Movimientos, todos éstos, que publicaban trabajos de intelectuales amortajados por el régimen, como Czeslaw Milosz o Witold Gombrowicz. Nada de esto podían prohibirlo los dirigentes comunistas. Sabían que una acción de este tipo sería inmediatamente denunciada en Radio Europa Libre, cuya recepción en media Polonia era imparable (las ondas hertzianas no saben de fronteras), generando con ello, además, problemas con los prestamistas occidentales sin los cuales el comunismo era una cáscara de huevo.

A finales de la década de los setenta, la estrategia de mejorar la capacidad de consumo de los polacos los había sumido en una humillante pobreza relativa y un déficit en la balanza de pagos de 25.000 millones de dólares. Para colmo, en octubre de 1978, en Roma, el colegio cardenalicio, según los no creyentes; o el Espíritu Santo, según los creyentes, tiene la humorada de elegir Vicario de Cristo en la Tierra a un tipo que está dispuesto a hacer lo que sea (incluso embarcar a la Iglesia católica en negocios financieros que lo más elegante que se puede usar para definirlos es la expresión “poco claros”) con tal de cargarse el comunismo en Polonia.

El 2 de junio de 1979, Karol Wojtyla, ya investido de los albos ropajes merengues del Padre Santo, visitó Polonia, en la que estuvo nueve días durante los cuales, como han escrito diversos observadores polacos, el Estado comunista prácticamente desapareció. La retransmisión de la misa monstruo celebrada en Varsovia ante un cuarto de millón de personas fue cautelosamente realizada en los planos para no dar la exacta medida de la multitud. Los comunistas hubieron de permitir la publicación de los sermones papales sin censura. Tras setenta años de ingeniería social, primero de Hitler, y luego de Moscú, para hacer de la sociedad polaca otra cosa, el cántico más repetido durante los encuentros con el Papa (“queremos a Dios en nuestras familias, queremos a Dios en la escuela, queremos a Dios en los libros”) dejó bien claro que Polonia se obstinaba en seguir siendo lo que siempre había sido: un stronghold católico. En nueve días, 30 años de trabajo social comunista se fueron a la puta mierda.

1 de julio de 1980. De nuevo, como no puede ser de otra manera estando la economía polaca como está, se decretan subidas de los alimentos. Comienzan las huelgas. En Lublin, una huelga general de once días. Son las fechas inmediatamente previas a los Juegos Olímpicos de Moscú, y en todos los países satélites es común el rumor de que la URSS está chupando alimentos de donde puede para poder dar una buena impresión al mundo; rumor que no ayuda demasiado a los comunistas polacos.

El gobierno hace ofertas diversas para parar la huelga de Lublin. Pero a mediados de agosto, los 17.000 trabajadores de los astilleros Lenin de Gdansk inician un movimiento de protesta por el despido de Anna Walentynowicz, una operadora de grúa con 30 años de experiencia en la factoría. Cinco meses antes de haberse jubilado con pensión, es despedida por repartir hojas clandestinas a la puerta de la factoría, y por pertenecer al Sindicato Libre de la Costa, fundado por un KOR, Bogdan Borusiewicz. Fue Borusiewicz quien, el 10 de agosto, había convencido a Lech Walesa, quien había sido despedido de los astilleros en el 76, para montar bulla. Cuatro días después, con la huelga a punto de comenzar, a los gestores del Lenin de repente se les aparece la virgen de Montserrat tocando la cobla, y readmiten a Walesa. Sin embargo, éste no cesa en la presión. El día 16, el director del astillero anuncia subidas de salarios, para equilibrar la subida de los alimentos, la readmisión de Walesa, y la de Walentynowicz. Walesa anunció por los altavoces de la fábrica el final de la huelga (que incluía la ocupación de los astilleros). Siendo fin de semana, la mayoría de los huelguistas comenzaron a desfilar hacia sus casas.

Sin embargo, dentro del astillero continuaron las protestas. Provenían de los trabajadores de las empresas auxiliares del astillero, que habían ido a la huelga en solidaridad con los obreros de Gdansk, y que ahora se sentían traicionados por los dirigentes sindicales. Walesa se dio cuenta entonces de que había cometido un error y, acompañado de la veterana gruísta y otros activistas, se plantó en la puerta del astillero para anunciar a los que se iban de que había que continuar la huelga, ahora en solidaridad con los trabajadores de las auxiliares. No obstante, apenas convencieron a unos cientos de trabajadores.

En ese momento, un sacerdote de Gdansk, el padre Henryk Jankowski, celebró una misa justo enfrente de los astilleros, que fue seguida por una ceremonia por la cual se colocó una cruz de madera en el punto donde los huelguistas de 1970 habían sido asesinados a tiros.

Los centenares de trabajadores que permanecieron en el interior del astillero aquel domingo elaboraron una plataforma reivindicativa de 21 puntos, entre los cuales figuraba la abolición de la censura, la liberación de los prisioneros políticos, o el derecho para formar sindicatos autónomos; en otras palabras, exigiendo del comunismo que dejase de ser comunista. El 18 de agosto, los astilleros de Szcecin se encontraron con una huelga. El día 24, por si fuera poco, se publicó una parte de una carta de Wojtyla al cardenal Wyszynski, escrita el 18, en la que llamaba a los obispos a “defender el derecho inviolable del pueblo polaco a su propia vida”. Todo el mundo entendió aquella carta, por mucho que estuviese escrita en elegante lenguaje vaticano, como un apoyo a las huelgas.

Lo era.

Las gentes de Gdansk entraban en el astillero comida para los trabajadores encerrados dentro. Médicos y enfermeras les procuraban atención sanitaria gratuita. Sacerdotes daban misa tras misa, mientras las tropas rodeaban el astillero. El mismo día que se publicó el mensaje papal, representantes del Partido abrieron una negociación con los representantes de los trabajadores que, hecho éste inusitado, fue retransmitida en directo por los altavoces al interior de los astilleros (no al exterior; las lineas telefónicas con Gdansk estaban cortadas).

Los denominados acuerdos de Szczecin (30 de agosto) y Gdansk (31) incluyeron aumentos salariales, y la aceptación de sindicatos independientes. El PCP echó en septiembre a Gierek, sustituido por Stanislaw Kania, quien duró poco, pues en octubre fue sustituido por el general Wojciech Jaruzelski. En noviembre de 1980, un tribunal reconoció la legalidad del sindicato Solidaridad. En enero de 1981, Walesa encabezó una delegación que fue a Roma a besar el anillo papal. Para entonces, el sindicato tenía 10 millones de miembros. De hecho, un tercio de los militantes del PCP eran ya miembros de Solidaridad; porque la gente puede ser tonta, pero no gilipollas.

Jaruzelski no estaba en la mejor de las situaciones. Cada vez que sonaba el teléfono y la secretaria le informaba que era Moscú, ya sabía lo que le tocaba: desde la sala de máquinas del leninismo se le exigía la imposición de la ley marcial. En abril de 1980, el general y Kania se reunieron secretamente con el dirigente del KGB Yuri Andropov (ser jefe del KGB ayuda para llegar al poder en Rusia, como bien sabe Vladimiro Putin) en un tren aparcado en una vía báltica. Los polacos le insistieron a los soviéticos en que tenían que dejarles restablecer el orden con sus propias fuerzas.

Solidaridad, además, supo medir sus fuerzas. Creó todo un sistema de debates libres y prácticas de libertad en el día a día; pero en momento alguno se postuló como alternativa al Partido Comunista y, lo que es más, nunca, en aquella época, cuestionó la propiedad centralizada de los elementos de producción (excepción hecha de las granjas rurales que ya habían sido transferidas a los agricultores).

El 13 de diciembre de 1981, finalmente, el general Jaruzelski llevó a cabo algo que podría definirse como una ley marcial light, usando la policía antidisturbios (ZOMO) y el ejército; pero que, en todo caso, supone un nuevo frenazo en seco del aperturismo. Se hicieron unas 5.000 detenciones, de las cuales 12 fallecieron. En la radio, el general afirmó que Polonia estaba al borde de un abismo, y que para el país la única vía de salvación era el socialismo. Las medidas retrotrajeron a Polonia a los tiempos totalitarios: se limitó el tráfico ferroviario, se limitó enormemente el aéreo, se impuso la música militar en la radio, y los presentadores de la televisión fueron obligados a llevar ropa militar. El primer mandatario polaco formó una junta con 16 generales y 5 coroneles, la llamada WRON (siglas polacas del Consejo Militar para la Salvación Nacional).

Jaruzelski decretó la ilegalización de Solidaridad, pero ya era tarde. Los polacos, y la propia Solidaridad, habían vivido 16 meses de libertad.

En 1988, muchas cosas habían cambiado en el mundo soviético. Polonia había empezado a ser un problema en el tiempo de Leónidas Breznev quien, de hecho, había encomendado el seguimiento del tema polaco a su mejor hombre, Mikhail Suslov. Yuri Andropov, a quien hemos visto enterándose de la movida de primera mano, quizás amenazando con una intervención soviética en el país, pocas oportunidades tuvo de ocuparse del asunto polaco cuando fue jefe de la URSS. Por último, Konstantin Chernienko es probable que, en plena mamandurria de vodka, no fuese capaz de distinguir Polonia del cárter de un tractocamión. Ahora en 1988, sin embargo, al frente de la URSS se encuentra un comunista joven, Mikhail Gorbachov, con ideas liberales y ganas de trabajar.

Nada querían los gobernantes polacos más que evitarle problemas a Gorbachov, sabiendo como sabían que el secretario general del PCUS tenía que atravesar los pasillos del Kremlin corriendo en zigzag, para evitar las navajas. Y, sin embargo, no pudieron evitarlo. En mayo de 1988, una nueva generación de sindicalistas de Solidaridad organizó una nueva ola de huelgas, probablemente animada por los cambios en la URSS y por la retirada de las tropas soviéticas de Afganistán. En agosto del mismo mes, con la reivindicación de relegalizar Solidaridad, el Lenin de Gdansk fue de nuevo a la huelga. Frente a los cuadros comunistas, Jaruzelski dijo adiós a la represión por la represión. En los días anteriores, había leído decenas de informes de la policía secreta que aseguraban que el recuerdo de la ley marcial no tenía la menor afección en los trabajadores polacos. El 31 de agosto, como consecuencia, el general Czeslaw Kiszczak se reunió con Lech Walesa y representantes de la Iglesia. Fue un movimiento liberal que provocó la reacción inmediata de los más conservadores en el Partido, liderados por Alfred Miodowicz, que obligaron a Jaruzelski, el principal impulsor de las negociaciones, a trazar líneas rojas: ni Solidaridad sería relegalizada, ni los miembros más radicales de su círculo, como Jacek Kuron o Adam Michnik, formarían parte de los grupos de diálogo.

Moidowicz, quien tenía una elevada opinión de sí mismo, concedió una entrevista en el periódico oficial Tribuna Ludu, en la que afirmaba que los sindicatos oficiales, bajo su dirección, protegían al trabajador mucho más que Solidaridad; y que estaba dispuesto a debatirlo con Walesa en televisión. El 17 de noviembre, un día después de publicarse la entrevista, Walesa aceptó.

Fue un error, quizás el último, del comunismo polaco. El debate, contra la opinión de la mayoría de los funcionarios del partido, se celebró el 30 de noviembre. Walesa cocinó a Moidowicz a fuego lento y, luego, se lo comió con patatas y mermelada, mascando muy, muy despacio. Para colmo, mediante aquel debate, Walesa había superado la enorme barrera de censura en la que había sido encerrado durante años; y eso lo habían hecho los mismos que durante tanto tiempo habían trabajado para que la mayoría de los polacos supiesen de Walesa, pero no conociesen a Walesa.

Solidaridad fue relegalizada. En diciembre, Walesa fue recibido en París por François Mitterand, poco menos que como un jefe de Estado. Para Jaruzelski y su primer ministro, Mieczyslaw Rakowski, era claro que había que negociar; pero esta estrategia sólo fue aprobada por el Partido después de que los dos, junto con Kiszczak, amenazasen con dimitir si la propuesta no era aprobada, y se ausentasen dramáticamente de la votación.

Lo cierto es que los comunistas estaban convencidos de que serían capaces de retener el poder. Así lo ha afirmado el negociador del Partido (y presidente de la Polonia poscomunista), Aleksander Kwannievski. De hecho, estaban tan convencidos que permitieron a la televisión transmitir las sesiones de diálogo en directo. Acojonante. Personajes que habían desaparecido de la legalidad hace años, teóricamente borrados de la faz de la Tierra, de repente aparecían en televisión, frente a los dirigentes comunistas, con pegatinas de Solidaridad en el pecho.

Y, lo que es más importante: el muro de carga del leninismo, que no es otro que su reclamación del monopolio en la defensa de los intereses de la clase trabajadora, se había ido al carajo. Pero, claro, para entonces, el gobierno comunista polaco no podía ni ir a cagar si antes no le habían enviado de Occidente un par de dólares para el papel higiénico...

Todo lo que buscaba para entonces Giemerek, designado jefe de la negociación en la mesa política, era la organización de unas elecciones de juguete que, por supuesto, los comunistas ganarían. O sea: reconocimiento de la oposición, pero ni hablar de darles el poder. El 65% de los puestos del Sejm fueron reservados para lo que entonces se dio en llamar, en una humorada de cojones, “la coalición gobernante” (ahora se acordaban los comunistas de que, once upon a time, les apoyaron el Partido Unido Campesino y el Partido Demócrata). Además, claramente como respuesta a la presión soviética, se incluyó la figura de una presidencia, elegida por el Parlamento, con enormes poderes. Eran unas condiciones que garantizaban la pervivencia de Jaruzelski como hombre de poder en Polonia.

La oposición, lógicamente, dijo no. Pero Kannievski hizo una contraoferta: un Senado con 100 escaños, elegidos, todos, libremente.

En la primera vuelta de las votaciones, la oposición ganó 160 escaños de los 161 por los que luchaba, y 92 de los 100 puestos en el Senado; la “coalición en el poder” consiguió tres escaños en el Sejm, y ninguno en el Senado. 

A la luz de estos resultados, Walesa negoció con los dos aliados tradicionales del Partido Comunista para elaborar una coalición de gobierno. Ambos aceptaron, y fue de esa forma que Walesa pudo presentar la candidatura a primer ministro de su viejo amigo y colaborador, Tadeusz Mazowiecki. El 12 de septiembre, cuando Mazowiecki se presentó frente al Sejm (audiencia ante la cual, por cierto, se desmayó), el comunismo en Polonia había muerto. Bueno, muerto. Se había sometido, por fin, a unas elecciones, y había sacado lo que más o menos ha sacado siempre que ha intentado imponerse con argumentos, y no con tanques.




Josif Stalin, en famosa anécdota, había respondido con displicencia cuando Winston Churchill le había hablado en Yalta de la influencia del Papa: “¿El Papa? Pero, ¿cuántas divisiones tiene?”

Y es que todo el mundo se equivoca alguna vez.

Creo que corresponde a la verdad considerar a Polonia como el país del bloque soviético, de largo, menos totalitario y dictatorial de todos los que formaron parte del mismo. Cosa que consiguió Polonia sin que jamás se produjese en este país la entrada de los tanques rusos, como le ocurrió a húngaros o checoslovacos; hasta ese punto Moscú hubo de asumir que Varsovia era “algo especial”.

Simplificando mucho, podría decirse que mientras Moscú pudo creer, sinceramente, que era la alternativa mundial al poder estaounidense, no le importó que en Polonia, por así decirlo, pasasen cosas. Sin embargo, en el momento en que tuvo la conciencia de haber perdido la batalla; en el momento que llegó a la idea clara de que no podría con los Estados Unidos, y que a éstos les cabía esperar de Varsovia el primer punto de apoyo en su trastienda; en el momento en que tuvo conciencia de todo esto, decidió sacar el cuchillo de capar.

En diciembre de 1981, como hemos visto, la élite soviética declaró la ley marcial en todo el país, enviando a toda su oposición, sindical y social, a la clandestinidad. Sin embargo, para entonces Polonia tenía ya el tipo de problemas que tenían el resto de los satélites soviéticos, muy especialmente la RDA: había pedido, y obtenido, importantísimos créditos en Occidente para financiar un salto adelante industrial y tecnológico que nunca había llegado; ahora debía todo ese dinero; su producción se vendía así así en los mercados internacionales; y, para colmo, su moneda se depreciaba por minutos, encareciendo la deuda en cada movimiento.

El gran error de la élite polaco-soviética fue pensar que el mando en el gobierno se podía mantener como consecuencia de negociar con una treintena de personas en una sala.

Pero los hechos son mucho más fuertes que las negociaciones.