Un niño en el que nadie creyó
El ascenso de Godoy
La guerra en el mar
Trafalgar
A hostias con Godoy
El niño asustado y envidioso de Carlota
Escoiquiz el muñidor
La conspiración de El Escorial
Comienza el proceso
El juicio se cierra en falso y el problema francés se agudiza
Napoleón aprieta
Aranjuez
Los porqués de una revolución
C'est moi le patron
Francia apremia
La celada
Aparentemente,
ni siquiera la noticia de que Napoleón no estaba en Burgos
esperándolos como inicialmente había prometido hizo sospechar a la
panda de inútiles que acompañaban a Fernando (y es que la cabra
tira al monte y, allí, se rodea de cabritos como ella) de que el
pérfido francés les estaba preparando una celada que hasta Albert
Rivera sería capaz de ver. Cevallos nos dice (a toro pasado, ojo)
que hubo muchos debates en el seno del Consejo, pero que “el
artificio y la perfidia luchaban contra el honor”. Una frase que,
en sí misma, trae prendidas muchas de las desgracias de España en
aquel momento: un rey que había sido elevado a tal condición por el
pueblo, que se podría haber dicho con razón el primer rey
constitucional de la Historia de España, no sentía que en la
eventual respuesta a la presión de los franceses se estuviese
jugando la soberanía de esa nación y ese pueblo, sino su honor. Y
continúa: “las mismas benéficas intenciones que habían sacado al
Rey de su Corte le arrastraron hasta Vitoria”. En otras palabras,
viene a decirnos que el partido, en el que tal vez militaba el propio
Fernando, tendente a defender que Napoleón era sincero en sus buenas
intenciones hacia los Borbones, ganó la partida, y convenció a los
demás que lo de no estar en Burgos sería algún problemilla con el
GPS. Así pues, el día 13, a las cuatro de la tarde, llegaba el
Borbón a Vitoria. Media hora después lo hacía Savary.