viernes, junio 27, 2008
Rehabilitar a Negrín
Según dicha noticia, los socialistas canarios (es decir, socialistas como Negrín; y canarios como Negrín) presentarán en el próximo congreso una moción, o como quiera que eso se llame, para rehabilitar a Negrín como miembro del Partido Socialista, cosa que no es desde 1946, cuando el partido, que entonces estaba dominado por Indalecio Prieto, le echó. Gesto en el cual Prieto se la devolvió a Negrín, pues antes Negrín había echado a Prieto del gobierno, en plena guerra. Aunque en este último caso yo, desde luego, le doy la razón a Negrín: un gobierno en guerra no puede tener como ministro de la guerra a una persona que dice que es imposible ganar la guerra.
Lo que me ha impulsado a escribir este comentario es algunas cosas que leo en esa noticia y que creo que, sin llegar a no ser verdad, son tan sólo aparentes verdades parciales, con las que, obviamente, difícilmente se podrá llegar a una imagen fiel del personaje histórico.
Dice la noticia que la razón de que Negrín fuese expulsado del PSOE fue su fama de agente a servicio de los comunistas. Lo cual merece dos comentarios.
El primero es que eso no es verdad. Los socialistas que mandaban en el PSOE, del ala más moderada prietista, querían, desde luego, olvidar que el PSOE fue durante la guerra un partido connivente con el PCE; que ambos llegaron a hablar de fusión según los comunistas; y que la propia formación había tenido veleidades revolucionarias del más puro marxismo, dictadura del proletariado y tal. Ahí está el famoso discurso de Prieto en México en el que pedía perdón por haber colaborado en la organización de la mal llamada Revolución de Asturias (mal llamada porque debería llamarse Golpe de Estado Revolucionario). En ese viaje hacia la moderación, que probablemente buscaba tener una mejor imagen en las cancillerías europeas donde claramente se prefería a Franco que a los comunistas, Negrín les estorbaba.
Pero, con ser ese un motivo cierto, no es el único. En mi opinión, ni siquiera el más importante. Cuando en una discusión entra a formar parte el asunto del dinero, entonces el dinero suele ser el principal argumento. Y en el enfrentamiento entre Prieto y Negrín había mucha pasta de por medio. Algo que ya hemos contado. El principal problema entre Prieto y Negrín, pues así hay que formularlo, era la pasta. La enorme pastizara que había, fruto de incautaciones del Estado republicano, y que ambos querían dedicar para subsidiar a los miles de exiliados españoles... pero cada uno por su lado. A los suyos.
A Negrín se lo apiola el PSOE por un problema político, cierto. La relación con los comunistas es la gran asignatura pendiente del PSOE en vida de Franco y, una vez llegada la Transición, en gran parte sigue siéndolo; sólo se ha resuelto, de hecho, con la desaparición de facto de la influencia política comunista. Pero se lo apiola también, y ya digo que en mi opinión principalmente, por un simple y puro problema de pelas.
En la información se cita a diversos historiadores que, dice el periódico, llevan tiempo intentando rehabilitar la figura histórica de Negrín. Al que yo he leído es a Moradiellos. Y, como ya he tenido la ocasión de comentar, en su biografía de Negrín hay detalles que me parecen como poco curiosos, y que de hecho me reafirman en mis tesis. Por ejemplo, el propio Moradiellos describe a un Negrín en el exilio que tiene una casa en Londres con servicio, y tal. Luego llega el momento de la expulsión (o sea, el momento en el que Prieto se queda con la pasta). Sin solución de continuidad, el autor pasa a describirnos a un Negrín con serios problemas económicos que tiene que vender la casa de Londres. En fin...
Tan fuerte fue el enfrentamiento entre Prieto y Negrín que éste último se negó sistemáticamente a rendir cuentas, no ante el PSOE, sino ante el gobierno y el parlamento republicanos en el exilio, sobre el asuntillo del oro de Moscú. En 1956, muerto Negrín, su hijo entregó todos los papeles relativos al traslado del oro y su gasto en armas... a Franco. No sé cómo van a poder orillar los socialistas canarios esta cosita en su propuesta de rehabilitación, teniendo en cuenta el hecho de que, para los campeones de la memoria histórica, y los socialistas lo son, todo lo que toca a Franco, todo lo que tiene relación con Franco, todo lo que se impregna siquiera lejanamente con el olor del after shave de Franco, está maldito.
El segundo comentario es sobre el hecho en sí de la connivencia de Negrín con los comunistas. Yo sinceramente dudo de que Negrín fuese un agente de los comunistas, en el sentido de una persona de total obediencia comunista colocada como un submarino dentro del PSOE y del gobierno de la República. Sus convicciones ideológicas, no lo dudo, eran más socialistas que comunistas. Pero lo que sí tengo por cierto es que los comunistas fueron, claramente, el apoyo de Negrín en el gobierno de la República, que hizo uso de ese apoyo y, consecuentemente, se fue haciendo tributario de él hasta que fue lo único que le quedó.
En el otoño de 1936, cuando se produjo la salida del oro del Banco de España de Madrid hacia Cartagena y, después, hacia Odessa, Negrín era ministro de Hacienda. Fue él, por lo tanto, quien diseñó dicha operación. Sobre quién trasladó el oro a Cartagena hay, que yo sepa, dos versiones. Según Valentín González El Campesino, un general comunista que luego abjuró del estalinismo y fue convenientemente puteado por ello, el oro fue sacado de los depósitos de Madrid por personas de estricta obeciencia comunista y trasladado por él mismo y por sus hombres tras que así le fuese ordenado por José Díaz. Y Díaz no era ni ministro ni leches. Era el seceretario general del Partido Comunista de España.
Otra versión, truquera y mentirosa en mi opinión, es la de Orlov, uno de los muñidores soviéticos en la España republicana, que también apostató del comunismo en su día y huyó a los Estados Unidos. Orlov dejó dicho que el traslado fue ya realizado por personal soviético, versión que yo no creo por pura lógica jurídica: la Unión Soviética podría ser muy poderosa, pero no era quién para transportar las riquezas de España por territorio español.
Existen, por lo tanto, versiones de que, ojo, ya en el otoño de 1936, ya antes de ser presidente del Gobierno, Juan Negrín se apoyaba en los comunistas para lo que verdaderamente importaba. Y luego fue presidente del Gobierno. Sobre lo que han dejado escrito los protagonistas de aquellos tiempos en torno a la capacidad que tenían los representantes soviéticos de influir en la estrategia bélica, hasta el punto de llegar a desobeceder órdenes estrictas del ministro español, no creo que deba extenderme porque son datos muy conocidos. Y, en gran parte, dicha influencia se produjo durante el mandato de Negrín. Negrín, además, como presidente del Gobierno, no puede ser ajeno a cosas como la creación del SIM o las actuaciones de la policía política soviética en España, cuyo ejemplo más aspaventoso es el secuestro y más que probable ejecución de Andreu Nin. A ambas iniciativas no fueron ajenos los comunistas, y la segunda les es privativa.
En mi opinión, es posible que Negrín no sea responsable de connivente con los comunistas. Pero el problema es que si no era connivente con los comunistas, entonces es culpable de un delito mucho peor: el de, siendo presidente del Gobierno, no haber sido capaz de garantizar un poder estatal efectivo. Ciertamente, esta responsabilidad la comparte con otros muchos: con Giral, que no impidió que los civiles fuesen armados en las primeras jornadas de la guerra; con Largo, bajo cuyo gobierno se multiplicaron las atrocidades de tantos y tantos grupos y grupúsculos de animales haciendo la guerra por su cuenta; con Azaña, ese deprimidillo que lo miraba todo sin hacer nada y que creyó (, al parecer, con acierto) que se ganaba la absolución de la Historia a base de dictar sollocitos en La velada de Benicarló; y, sobre todo, con el señor Companys, presidente electo y ejecutivo de una comunidad autónoma donde anarquistas y, en menor medida, poumistas y luego comunistas hicieron de su capa un sayo y se llevaron por delante a quien les salió de los cojones mientras él miraba, a otro lado, por supuesto.
La comparte con otros muchos. Pero, de todos ellos, salvo Companys, él es el que estuvo más días sentado en el sillón desde el cual podía haber acabado con todo eso, o por lo menos intentarlo; y, si no fuere posible, haberse marchado. Cosa que no hizo. Así las cosas, si yo fuese Negrín, casi preferiría ser culpable de connivencia con los comunistas.
Por último, otra cosa que me llama la atención de la noticia de El País es que diga que Negrín es el último político que queda por rehabilitar en el PSOE. La imagen que el PSOE mismo tiene de su propia historia durante los años de la República y la Guerra Civil la podéis leer aquí. En dicho texto se menciona a tres ministros socialistas en el primer bienio de la República: Largo Caballero, Prieto y Fernando de los Ríos. Extraña forma de rehabilitar a Largo y Prieto es ésa que se olvida de que uno de ellos llegó, no a ministro, sino a presidente del Gobierno, tras el estallido de la guerra; y que el segundo fue el ministro encargado de la dirección de la propia guerra.
Por supuesto, el texto se refiere a «el fuerte impacto popular de la represión causada por la revolución de Asturias», pero nada dice sobre la Revolución de Asturias en sí. Y, claro, se olvida de decir que fue un golpe de Estado, y que fue organizado por Largo Caballero.
Indudablemente, en esta versión que el PSOE hace de su propia Historia, el más imperdonable olvido es el del hecho de que Juan Negrín fue presidente del Gobierno. Pero no es el único. Rehabilitaciones formales o no, parece que la relación del PSOE con su propia Historia no es muy fluida.
martes, junio 24, 2008
Madrid, 1939
Y eso no puedo sino retribuirlo.
Tal vez alguien con menos presbicia que yo pueda decir dónde pichas está tomada esta foto. Hay una cúpula a la izquierda que podría ser la de alguna iglesia importante de Madrid (¿San Francisco el Grande?) ; lo cual haría que el lugar donde está tomada no fuese muy lejano al puente de Segovia.
De todas las fotos que tengo coleccionadas, ésta es, probablemente, la de la entrada más temprana a Madrid. Tiene que ser de alguno de los últimos días de marzo. Y digo esto porque, si os fijais, no hay ni un solo brazo en alto. Ello a pesar de que en primer plano vemos a un requeté armado, de espaldas. La gente rodea el camión que llega con más curiosidad que otra cosa. Aún no se han producido las demostraciones fascistas, por lo tanto.
Aquí la cosa ya va cambiando. Esta foto está tomada, si la vista no me falla, en la calle Alcalá, casi en la Puerta del Sol. Conforme los falangistas que quedaban en Madrid han ido saliendo de sus casas, y de las cárceles, se han ido incorporando a los camiones y al público. Observad como el saludo romano ya se va imponiendo.
Esta foto está hecha en la calle Toledo, y aquí parece que el público está ya más motivado. Aunque, ojo. Con las fotos de la guerra, todas ellas, tenéis que ser muy críticos, porque no pocas están preparadas. Normalmente, el indicativo más claro de que una foto está preparada es que sus protagonistas miren a la cámara, posando. Que es exactamente lo que hace el falangista irredento a la izquierda de la imagen, lo cual es sospechoso de que, tal vez, todos los de la foto, más que saludando, lo que están es posando.
Esta de la Puerta del Sol es bastante más espontánea.
Esta foto es muy sencilla de ubicar. Está hecha en la calle Alcalá yendo hacia Cibeles. A la izquierda se ve la columnata del edificio del Banco Río de la Plata, hoy sede del Instituto Cervantes. Al lado, el jardín del palacio de Buenavista, que creo que es sede del Estado Mayor del Ejército. Al fondo se ve el palacio de Linares.
Esta foto sirve para demostrar la importante demostración popular que se produjo en las calles a la llegada de las tropas franquistas. Fuere por querencia ideológica, por estar hasta los huevos de los republicanos (ambos sentimientos parecen el mismo, pero no lo son), por simple y pura hambre o por más simple y puro miedo, lo cierto es que el personal se echó a la calle. Probablemente, la mayoría lo hicieron por una sola cosa: para celebrar que se había acabado la puta guerra.
En la foto, la fuente de la Cibeles. Desde que las tropas franquistas, ya en el otoño de 1936, lograsen tomar algunas posiciones estratégicas en el eje de la carretera de La Coruña (y muy especialmente el monte Garabitas), tuvieron la capacidad de hostigar buena parte del centro de Madrid con su fuego de artillería. Alguna memoria que he leído (ahora mismo no estoy seguro, pero puede que sean las de Edmundo Rodríguez) habla de un paseo nocturno con el general Rojo, en el Madrid de la guerra; el informador cuenta que saliendo de Alcalá 9 (actual sede del Ministerio de Economía) se sentían seguros, pero que al llegar al final de la calle Arenal ya la cosa se ponía fea. Aunque esa era la zona más castigada por las bombas, no era descartable que algún obús llegase hasta la mismísima plaza de Cibeles y le arrease un cebollazo a la diosa; motivo por el cual el muy laico gobierno republicano la protegió como podéis ver en la instantánea.
En esta foto ya la están peinando; incluso los leones han conseguido sacar la chota al aire.
La foto sirve también para que comprobéis que no fue Raúl González el primero que le puso una bandera en el regazo a la diosa.
Un cañón republicano semienterrado en el suelo de la Plaza de España para así poder dispararlo sin preocuparse del retroceso. En frente a la derecha se ve una esquina de la plaza (plaza de España esquina a los primeros números pares de Ferraz) que está hoy exactamente igual que en la imagen lo cual, unido a la estatua de Don Quijote y Sancho, que está donde estaba sólo que ahora forma parte de un conjunto arquitectónico un poco más rebolludo, hará que os sea sencillo de la muerte ubicar la situación del cañón. Vamos, que cualquiera con un móvil podría irse mañana a hacer una foto de este lugar exacto. El interés de la imagen, en todo caso, está en la dirección del cañón. Imaginad la trayectoria del obús. Por ahí intentaban entrar los nacionales.
Misa de acción de gracias en la mismísima puerta de Alcalá, con la asistencia de Franco, aunque no sale en la foto. En el altar, una enorme cruz, el yugo y las flechas. Esta foto hace pandán con otra que también tengo de otra revista, en la que aparece la misma puerta de Alcalá con varios retratos colgados en los banos, entre ellos el de Lenin y el de Stalin. Ambas fotos combinadas son una buena forma de resumir de qué fue aquella milonga.
Un aspecto de la misma misa. En el altar se puede apreciar un Cristo al que le falta un brazo. También tiene la cara medio destrozada. Se trata de un Cristo profanado tras el 18 de julio en una iglesia de Madrid, que fue sacado en procesión más o menos espontánea justo antes de la celebración religiosa.
Como siempre, me dejo para el final mi preferida. Esta foto está tomada en los soportales de la Plaza Mayor, y en ella se ve a cuatro soldados moros de las tropas de Franco. Las tropas de África fueron la mejor baza militar del bando nacional desde el principio y, dentro de éstas, las unidades indígenas destacaron por su combatividad y, a decir de los republicanos, crueldad para con el enemigo; aunque también parece ser que muchas de las atrocidades que se les atribuyeron fueron más bien fruto de la propaganda.
Ciertas o no las historias, los moros, hoy diríamos combabientes musulmanes, fueron fundamentales en el esquema de muchas acciones bélicas. Las primeras compañías que llegaron a Sevilla fueron paseadas por Queipo de Llano por las calles, consciente como era el general de que la mera noticia de su llegada sería fundamental para debelar la resistencia civil contra el golpe.
La mayoría de las memorias que he leído que se refieren a estos combatientes musulmanes los describen dedicándose a tiempo compartido a la guerra y al comercio. Cuando no estaban pegando tiros, estaban vendiendo cosas en la misma calle. Es lo que más que probablemente están haciendo estos soldados, es decir preparando el tenderete del día. Llama la atención el paisano (del país) que se ha parado unos metros más allá y los observa con las manos en los bolsillos. Ciertamente, entonces los españoles, salvo que hubiesen ido a servir a África, no habían visto un musulmán en su vida.
Bueno, y esta noche ya no doy para más. Hasta otra.