El modesto mequí que tenía the eye of the tiger
Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro
La muerte de Mahoma, cuya calidad como líder indiscutible de la grey musulmana nadie, obviamente, osó discutir nunca, marca el inicio de las divisiones entre los musulmanes. Como acabamos de contar, el Profeta la cascó en el año 632 y, prácticamente sin solución de continuidad, desaparecer él y comenzar una guerra civil entre musulmanes fue todo uno. Las tribus islamizadas debían elegir un nuevo líder, partiendo desde luego de la base de que la elección se produciría, sí o sí, entre los compañeros del Profeta durante la vida de éste; es decir, el Islam se planteó una lógica, y estricta, estrategia continuista. Por otra parte, y puesto que entre los primeros musulmanes el elemento tribal tenía una gran importancia, la segunda gran condición fue que el nuevo lider fuese un coraichita, esto es, la tribu a la que el propio Mahoma había pertenecido.