Manuel Azaña, para sorpresa de propios y extraños, forma gobierno en apenas unas horas; signo bastante claro que la política de brazos caídos de Portela Valladares era tan descarada que desde horas, tal vez días atrás, el líder de Izquierda Republicana estaba esperando ser llamado por el presidente Alcalá-Zamora. El nuevo presidente del gobierno intenta llegar con todos los pronunciamientos positivos y por eso pronuncia una alocución radiada el día 20 cuya tesis central es: perdón para todos, borrón y cuenta nueva, gobierno para todos los españoles, incluso los que no son republicanos. La CEDA parece recibir ese testigo con una nota, también el 20, aseverando su colaboración para la normalización del país. Pero el país no se normalizará. Los radicalismos no le darán, no ya 100 días, sino 100 horas, al nuevo gobierno. Y éste, en 1936 como en 1931, no sabrá, o no querrá, imponer su capacidad de acallar a quienes descarrilan de la democracia para llevar demasiado lejos sus estrategias.
Azaña lo sabe porque lo ha visto. En la misma noche del 19 ha tenido que salir al balcón de la Puerta del Sol a responder a la multitud vociferante que celebra su nombramiento. A ellos les suelta un discurso un tanto frío en el que promete la amnistía y la restitución de los ayuntamientos removidos tras el golpe de Estado del 34. La multitud le contesta con silbidos y pidiendo la cabeza de los líderes de derecha. Así pues, el mensaje para el presidente del Gobierno es claro y, en el fondo, el mismo que el de Pretty Woman. Las izquierdas quieren que se les haga más la pelota. Mucho más.
En La Rambla, Córdoba, el viejo ayuntamiento de izquierdas, destituido, considera que el anuncio de Azaña es ley, y se presenta en la casa consistorial para tomar el mando. El alcalde y concejales obrantes se niegan. Se enzarzan en una pelea de la que salen siete heridos y el incendio del archivo municipal. En Jumilla, Murcia, los anarquistas declaran el comunismo libertario. Los nacionalistas montan una mani en Barcelona que termina con un muerto y varios heridos.
Con todo, la verdadera actividad está en las cárceles. Quien quiera consultar uno de estos conflictos paso a paso, no tiene nada más que consultar las memorias de Pasionaria, en las que la líder comunista cuenta, con indisimulado orgullo, la movida de la cárcel de Oviedo, que terminó con todos los presos en la calle, incluidos los comunes (tuvo muchos años doña Dolores para explicar exactamente qué relación tenían la pederastia, la violación y el robo con la República; pero nunca lo dejó del todo claro). El viejo político liberal republicano Álvaro de Albornoz trató de convencer a las izquierdas de que las cárceles sólo las pueden abrir los Parlamentos, pero no le hicieron ni puñetero caso.
En Chinchilla, Albacete, hubo una fuga masiva de presos, que tuvo que frenar la guardia civil con el resultado de un muerto. Mientras tanto, en Eltx se sustantivaba la tradicional querencia del levantino hacia el fuego. Sin ser Fallas ni nada, ardieron en la misma noche la sede de la Derecha Regional Valenciana, el casino, la sede del Partido Radical, la sede de Acción Cívica de la Mujer y varias iglesias. La guardia civil causó dos muertos.
Ese mismo día 20 ardieron templos en Betanzos (La Coruña), Melilla, Palma del Río (Córdoba), Sanz (Barcelona), Torres de Berrellén (Zaragoza), Benajoan (Málaga), Almería, Béjar (Salamanca), La Coruña o Córdoba. Cinco periódicos de derechas fueron asaltados y en uno de ellos, La Unión Mercantil de Málaga, hubo un muerto. En más de quince poblaciones las sedes de partidos de derecha fueron asaltadas. En Carmona, Sevilla, los asaltantes incluso trataron de tomar el puesto de la Guardia Civil.
Resulta difícil de creer que una conflictividad tan extensa y atrevida sea fruto de la espontaneidad. Espontaneidad es la de abril del 31, fecha que demuestra que, cuando la gente reacciona a su bola, no suele hacerlo para abrirle la cabeza a nadie. El hecho de que las inmediatas horas a la votación del 16 de febrero, las jornadas consiguientes, y las horas que siguieron a la llegada de Azaña al poder, se siguiesen de tantos conflictos y tan violentos, da que pensar que pudo haber organización. Así lo insinuó, a mi modo de ver, el propio Niceto Alcalá-Zamora, quien escribió en 1937 que, para hacerse con la mayoría de los diputados, el Frente Popular «consumió dos etapas a toda velocidad, violando todos los escrúpulos de legalidad y de conciencia».
La primera etapa, para Alcalá, es adelantarse a la proclamación de resultados, que debería producirse el día 20 ante las Juntas Provincias del Censo (y que nunca se produjo), desencadenando en la calle «la ofensiva del desorden». «A instigación de dirigentes irresponsables», dice el ya ex-presidente, «la muchedumbre se apoderó de los documentos electorales; en muchas lcoalidades los resultados pudieron ser falsificados».
En la segunda etapa el Frente Popular, «reforzado con una extraña alianza con los reaccionarios vascos, eligió la Comisión de validez de las actas parlamentarias, la que procedió forma arbitraria. Se anularon todas las actas de ciertas provincias donde la oposición resultó victoriosa».
Azaña era un fatuo, pero no era idiota. Sabía bien que el gran ganador de las elecciones, cuando menos por la vía de los hechos, había sido el golpe de Estado del 34, lo cual quería decir que más le valía dar pasos hacia la amnistía. El mismo día 20 reúne al gobierno para estudiar el proyecto de la misma. Para darle a la amnistía un viso de realidad, convoca a la Comisión Permanente de las Cortes, todavía formada según la composición del 33 y, por lo tanto, con mayoría de las derechas. Éstas ni siquiera presentan media oposición e, incluso, votarán mayoritariamente un decreto exento de formalidades jurídicas, que se limita a declarar la amnistía en sí misma; y sin poner en duda la legalidad constitucional de que algo tan importante como una amnistía sea aprobado por un pequeño órgano de continuidad legislativa.
Los azañistas pararon algunas enmiendas que quería introducir la izquierda para que se amnistiase también a presos comunes. La razón de fondo está en que el bienio derechista había utilizado la legislación común para, en ocasiones, encarcelar a activistas políticos y sindicales. La emienda no prosperó pero, y éste es otro síntoma importante, los comunes salieron de las celdas. Con ese detalle, las izquierdas demostraban que, en el fondo, lo que dijesen o dejasen de decir los decretos les importaba un bledo.
Es posible que Azaña, en el marco de esos análisis tan profundos que hacía consigo mismo, pudiera pensar que la amnistía traería el reposo del orden público. Una vez más, y van como dos millones desde el 14 de abril, se equivocó. El día 21, para «celebrar» la amnistía, arden los periódicos derechistas Gaceta de Levante, en Alcoy; El Faro de Ceuta; y La Voz de Asturias, en Oviedo. En Cartagena, el Saucejo y Fuentes de Andalucía arden las iglesias. El día 22, en Córdoba, se producen asaltos de fincas en Monturque, Fernán Núñez, Fuente Carreteros, Villanueva del Rey, Montoro, Bujalance, Lucena, Encinas Reales, Montilla y La Carlota. En Aguilar, en la misma provincia, es asaltado un centro campesino y su encargado arrastrado por las calles. En Palma del Río, los jornaleros son la ley por un día, durante el cual incendian las casas de derechistas, tiendas, molinos, lo que se pone por delante.
En Piñar, Granada, los manifestantes de izquierda disparan a la guardia civil; el mundo al revés. En Bujalance se produce un atentado contra un propietario llamado José Navarro, en el que resulta muerta su hija, probablemente una peligrosa capitalista de instintos explotadores.
El día 23, continúa la fiesta. En Pechina, Almería, de nuevo disparan contra los guardias civiles, los cuales contestan provocando un muerto; los manifestantes respondieron cebándose en un derechista del pueblo, al que se apiolaron comilfó. En Jaén, de las máquinas del periódico derechista Diario de la Mañana no quedan ni las tuercas.
Ese mismo día 23, los anarquistas encarcelados, imputados y condenados por los sucesos de Castilblanco, donde se cometió no sólo asesinato sino el brutal linchamiento de los cuerpos de cuatro guardias civiles, salen de la cárcel. Difícil de entender, porque los sucesos de Castilblanco ocurrieron la friolera de 22 meses antes del golpe del 34. A su salida del penal de Cartagena son recibidos con vítores y homenajeados en la redacción de El Socialista. Curioso antecedente histórico éste del PSOE de haber encumbrado y tratado como héroes a unos tipos a los que les faltó el más mínimo respeto por la condición humana.
Otros que salen del penal, en este caso del Puerto de Santa María, son los catalanes que en 1934 dirigieron un golpe de Estado contra el gobierno de España, y que con total desparpajo, Companys al frente, al pasar por Madrid se van a ver a Azaña y le dicen que no piensan pisar Barcelona sin que se restablezca la autonomía. Ni corto ni perezoso, Azaña obedece, y el 26 ya está la Generalitat repuesta aunque, la verdad, el día 24 ya se había reunido la comisión permanente del Parlamento catalán; una vez más, el mismo mensaje: los decretos dicen lo que quieren y tienen su ritmo. Pero, mientras tanto, yo hago lo que me da la gana, que para eso mando.
El día 28, el gobierno aprueba suspender la enseñanza religiosa, y estudia vías para la depuración del Ejército. En suma, Azaña llegó, el día 20, prometiendo un gobierno para todos. Pero, en diez días, la señal que le envía al país, neta y clara, es que sólo piensa gobernar al gusto de algunos.
Sólo entre el 17 y el 29 de febrero, hubo 11 choques armados y 14 agresiones personales, que produjeron 22 muertos y 112 heridos, a los que hay que sumar 40 incendios y 85 asaltos a propiedades.
La normalidad y la concordia prometida por el presidente del gobierno, don Manuel Azaña, bien pronto se resquebrajó.
El 1 de marzo, los comunistas y socialistas celebraron el triundo del Frente Popular con una gran manifestación en Madrid en la que se portaron carteles de Pablo Iglesias, Stalin, Dimitrov... además de esfigies bufas de los líderes de la derecha. La mani terminó en la plaza de Colón, o mejor dicho en Castellana, 3, frente al despacho de Azaña. Éste salió al balcón y pronunció un discurso equívoco en el que afirmó que el pueblo había conquistado la República y ya nadie se la arrebataría; frase que se puede interpretar, benevolentemente, como una soflama florida, y a mala leche como la insinuación de que pronto ni puñetera falta que haría votar. En fin, no es que yo dude de las convicciones democráticas de Azaña; pero es que tampoco dudo que tenía un concepto patrimonial de la República que le llevaba a considerar el poder como «propiedad» de unos y, consecuentemente, «usurpación» de otros cuando gobernaban. Este sentimiento, de hecho, ha pervivido más de setenta años en algunos votantes de izquierdas.No hay más que pasearse minuto y medio por los hilos de sitios como Menéame para percibirlo.
Mientras se celebraba la manifestación de Madrid, un cedista, Valentín Gómez, era asesinado a puñaladas en Badajoz. No fue el único muerto de la jornada. En El Coronil, Sevilla, las masas trataron de quemar la iglesia, y la actuación de las fuerzas de seguridad provocó la muerte de un manifestante.
Dos muertos en un día de movidas. Poca cosa para la «normalidad» del 36.
Ese mismo primero de marzo, por cierto, se publicó el decreto que establecía la obligación de readmitir a todos los despedidos tras el golpe de Estado del 34. En la práctica, esta medida puso en la calle a centenares de trabajadores apolíticos o no significados, movimiento que fue oro molido para José Antonio Primo de Rivera, quien comenzó a ver cómo su Falange se descargaba de señoritos y comenzaba a llenarse de gente cabreada con las manos llenas de callos. Mucho mejor material cuando de repartir hostias se trata.
Otro decreto por esas fechas legalizaba la ocupación de fincas por parte de los yunteros de Badajoz, fruto de la presión de los mismos; norma que vino inmediatamente seguida de otras que extendían la medida a provincias limítrofes.
El día 4, un grupo de socialistas comienza a cachear a la gente en la Plaza Mayor de Alcalá de Henares. Sí, así de peripatética y exótica es la «normalidad» del 36: ciudadanos privados, formando parte de milicias alegales, realizando labores propias de los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado. Cuando dieron por pasar por la plaza unos cuantos derechistas, se negaron al cacheo, negativa que fue seguida de un amable tiroteo (repetimos: en pleno epicentro de la ciudad cervantina) en el que se produjeron varios heridos. Minutos más tarde, la patrulla amateur se cruza con un capitán del ejército de uniforme, al que acosan y obligan a usar la pistola para ahuyentarlos. Al día siguiente, tamaña provocación provoca una huelga general. Durante la misma, es asaltada e incendiada la antigua casa de los Jesuitas, así como las iglesias de Magdalena y Santiago.
El día 8, arden templos en Cádiz y Granada. Un izquierdista resulta herido en un tiroteo en la ciudad de la Alhambra, motivo por el cual los días 10 y 11 las turbas se enseñorean de las calles. Durante esta fiesta caritativa, y para iluminar bien los hechos y que nadie se quede sin poder hacer fotos, arden las iglesias de El Salvador, San Gregorio, San Cristóbal, Nuestro Salvador y el convento de Santo Tomás, el edificio de El Ideal de Granada, una fábrica de chocolate (lo mismo querían organizar un botellón-tazón, yo qué sé...), el palacio del duque de Gor, el del conde de la Jarosa y varios domicilios particulares de derechistas. Todo muy normal, como puede comprobar cualquiera que hoy mismo se pasee por el centro de Granada, donde todos los días hay tres o cuatro incendios. Los enfrentamientos con la fuerza pública provocan 30 heridos, 8 de ellos para el arrastre.
El 14, en la bella ciudad riojana que rima con moño y con otras cosas, unos izquierdistas rodean a unos militares con la sana intención de visitarles las costillas, ante lo cual los atrabiliarios y desagradecidos funcionarios salen de najas y se refugian en su cuartel. Por ello, la masa intenta asaltar el dicho cuartel (lo cual, cualquiera que se sepa la ley sabe que está prohibido), ante lo cual los soldados de guardia abren fuego, matando a un manifestante. Visto que con eso no pueden, los manifestantes asaltan las sedes de Falange y la Comunión Tradicionalista, donde al parecer dejaron, por error, un cenicero sano. Luego van a la cárcel y al periódo La Región, que tratan de asaltar sin éxito. Se desfogan quemando las iglesias de Las Delcalzas, Agustinos, Carmelitas, Maristas y Santiago.
En Jumilla, el pueblo que declaró el comunismo libertario nada más producirse la votación del 16, unos derechistas se llevan por delante a un activista anarquista. La guardia civil detiene a unos cuantos sospechosos. De madrugada, el cuartelillo sufre un asalto. Pedro Castilla y Antonio Martínez, que estaban en el calabozo, son sacados a la calle y asesinados a hachazos.
A hachazos.
La guardia civil reacciona y acaba matando a uno de los extremistas. Pero los manifestantes contraatacan, los rodean, desarman y encierran. A partir de ese momento, por supuesto, las masas de izquierdas son las dueñas del pueblo.
Se dirigen a la casa de un derechista, Constantino Porras. Lo sacan a la calle, lo tiran al suelo y le cambian la forma a la cabeza al modo de Atapuerca, es decir cincelándosela a golpes de sílex. Al día siguiente, llegan destacamentos de la guardia civil, que ponen orden. También llega el gobernador civil; aunque este señor no viene a poner orden, sino a presidir los funerales del izquierdista asesinado.
En el asalto al Diario de Navarra, en Pamplona, se producen doce heridos.
Será en este ambiente en el que nazca la guerra civil.