Uno de los temas que se discute y se discute eternamente, sin demasiada razón para ello, es cuándo comenzó o nació el golpe de Estado del 36. La culpa la tiene la historiografía franquista, que se empeñó en establecer una extraña relación causa-efecto entre el asesinato de Calvo Sotelo y el 18 de julio, algo que no le entra en la cabeza a nadie que sepa cuatro cosas sobre todo lo que hay que tener organizado para dar un golpe de Estado militar que pase de los tres primeros minutos. Así pues, normalmente los foros y discusiones varias bullen de opiniones que recuerdan que el golpe se estaba fraguando mucho antes de dicho asesinato. ¡Pues claro!
Lo malo para muchos supporters de esta teoría es que el hecho de que sea cierta no avala precisamente la tesis que muchos de ellos defienden, esto es que los golpistas organizaron el golpe de Estado cuando lo único que estaba haciendo España era avanzar hacia la democracia.
El golpe de Estado del 18 de julio del 36 nace el 8 de marzo de dicho año en un piso céntrico de Madrid, muy amplio y acogedor, propiedad de un político de derechas. Y no nace para acabar con la democracia, sino para acabar con el caos, que son cosas distintas. El 8 de marzo de 1936, tal y como ya venimos relatando, apenas dos semanas después de haberse producido la votación de las elecciones, los muertos tapizan las calles de media España, las cárceles han sido abiertas mediante procesos no demasiado legales, y la seguridad ciudadana brilla por su ausencia. Éste es el principal asunto que se trata en la reunión auspiciada por el general Mola, recién trasladado de África a Pamplona, y a la que asisten los también generales Varela (que ostenta la representación de Sanjurjo), Franco, Rodríguez del Barrio, Fanjul, Saliquet, González Carrasco y Kindelán, a los que hay que añadir al general Goded, que no pudo asistir pero se adhirió, y Valentín Galarza. La reunión dura cuatro horas. Todos los asistentes están de acuerdo en que hay que dar un golpe de Estado cuyo objetivo es el gobierno, no el régimen. Atrás ha quedado la teoría de Franco de que lo que hay que hacer es declarar el estado de guerra; los contertulios están de acuerdo en que esa declaración, caso de conseguirse, podría ser incluso contraproducente.
Las discusiones se centran en el hecho que algunos días antes le ha confesado Franco a Portela: la desunión del ejército. Los propios promotores del movimiento son conscientes de que las diferentes unidades no tienen criterios unificados a este respecto y, por lo tanto, un golpe tiene muchas trazas de salir mal, como salió el de Sanjurjo en 1932; sólo que esta vez los conspirados son conscientes de que el gobierno no iba a resolver la cuestión de forma suave. Por ello, se acuerda preparar un movimiento que sólo se realizará en caso de extrema necesidad.
De donde cabe concluir que, de no haber llegado la República a esa situación de extrema necesidad, quizás no habría habido golpe.
Pero no es el caso. Marzo se despliega con más de lo mismo. José María Maura y Gamazo es asesinado en Bilbao. Manuel Sepúlveda, militante de la CEDA, cae en La Puebla de Almuradiel, Toledo; las derechas convocan una manifestación de repulsa que es tiroteada por los izquierdistas, con el resultado de dos muertos más. Un obrero de derechas, José Antonio Aumendi, es agredido con porras en Santander y, posteriormente, asesinado. En Bilbao, son tiroteados por la calle los tradicionalistas Jaime Villamor y José Hernández, el primero de los cuales queda muerto en la calzada. En Castril, Granada, un choque entre la guardia civil e izquierdistas deja dos muertos. En Palencia, un militante de derechas llamado Jesús Álvarez es acosado por izquierdistas, saca una pistola para defenderse y es abatido por los guardias de Asalto. En Toledo, la guardia civil protege a unos derechistas que están siendo agredidos y produce un muerto. En Ceheguín, Murcia, un izquierdista muere durante el intento de asalto de una iglesia. En La Coruña, la CNT declara la huelga general. A los obreros de una obra que ha decidido trabajar los cercan y los tienen cuatro días sitiados; al primer trabajador que intenta salir lo disparan y lo hieren. Carlos Bacler, oficial de prisiones, es asesinado a tiros en Málaga. En Consuegra, Toledo, los frentepopulistas se hacen con el pueblo, registran casas de derechistas y ponen cerco a la casa-cuartel. En Mancera de Abajo, Salamanca, izquierdistas y derechistas se enfrentan a tiros en la calle, como en el Far West. Mueren una mujer y un niño de tres años.
El día 6, izquierdistas agreden con pistolas a una cuadrilla de obreros de afiliación falangista que trabaja en el derribo de la vieja plaza de toros de Madrid, violando una huelga. Hay cuatro muertos. Falange responde allegando a unos ignotos activistas de su primera línea a una taberna de comunistas, donde su paso deja varios muertos.
Ese mismo día, por cierto, miembros de la policía, guardias de asalto, son agredidos a tiros en la misma Gran Vía. No hubo heridos de consideración, pero lo cito porque me parece que no se puede considerar muy «normal» una situación en la que se ve a gente pegándose tiros a metros del H&M.
El día 11, la situación es muy comprometida en Vallecas. Grupos de izquierdistas asaltan el Círculo Católico y el de Acción Popular, saquean e incendian domicilios, un almacén, una fábrica de tejas, una serrería, tres tiendas, una pescadería, cuatro conventos, un colegio parroquial y dos iglesias. Esa misma tarde, en la calle Sagasta, un grupo de policías amateur sin placa rodea en la acera a dos estudiantes de Derecho falangistas, José Olano Orive y Enrique Valsobel. Les conminan a enseñarles la documentación y pretenden cachearlos, a lo que los falangistas se niegan. La negativa le costará la vida a Olano.
El asesinato de Olano, que fue, como casi todos los del normal 36, absolutamente gratuito, tuvo una enorme repercusión en Falange. Como las historias escritas de aquellos tiempos lo fueron durante el franquismo y a la mayor gloria de la figura del mártir José Antonio Primo de Rivera, es difícil saber con exactitud qué pasó dentro de la organización, pero cabe sospechar que alguna tecla se pulsó, algún palillo se rompió, con la muerte de Olano. A partir de la misma, José Antonio ya no pudo evitar, si es que antes lo había conseguido o lo quería (yo tengo mis dudas de ambas cosas), que Falange se convirtiese en un grupo terrorista en la práctica.
La historiografía falangista, cierto es, ha hecho siempre mucho hincapié en la mucha paciencia que tuvo la organización antes de dar el paso; el mucho tiempo que pasó durante el cual a José Antonio lo conocían como Simón el Enterrador, en alusión a los muchos entierros a los que acudía, antes de pasar a la acción. Característica propia del terrorista es siempre destacar las razones que le han llevado a serlo, como si eso pudiese justificar un comportamiento fuera de la legalidad y basado en el terror. Las izquierdas de la República, y sus corifeos presentes, sostienen también más o menos el mismo discurso.
Nadie, en Falange, pareció pensar que, si hacían lo que querían hacer, y lo que hicieron, inclinarían un poquito más la cuesta hacia la catástrofe.
El 12 de marzo, en la calle Goya de Madrid, un grupo de falangistas dispara al profesor de Derecho, ponente constitucional socialista y futuro presidente de una fantasmagórica república en el exilio, Luis Jiménez de Asúa. No le dieron, pero su escolta, el policía Jesúis Gisbert, recibió unos disparos que le causaron la muerte. Asúa huyó a gatas por la calle y se refugió en una carbonería en Velázquez.
El 12 de marzo, por lo tanto, hay una vuelta de tuerca más a la situación. Falange ha atentado contra un diputado (cosa que olvidará la historiografía franquista cuando se mese los cabellos por el asesinato de Calvo Sotelo, que no estaba ni más ni menos aforado que Jiménez) y, lo que es casi más importante, ha matado a un policía. Desde ese preciso momento, no habrá ya tregua para el grupo de José Antonio.
El asesinato del policía Gisbert tiene, además, otra consecuencia. El día 13 de marzo, muy probablemente por pensar exactamente lo contrario de lo que dice en el escrito, el Gobierno publica una nota de prensa en la que asevera que todo el ejército está con la legalidad y, más aún, se duele de las injustas agresiones de que han sido objeto miembros de las Fuerzas Armadas.
Sea como sea, la acción de Falange marca un antes y un después para el 36.