lunes, abril 03, 2023

El otro Napoleón (16: Empantanados en Sebastopol)

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El emperador ya no manda
Oportunidades perdidas
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El fin
El final de un apellido histórico
Todo terminó en Sudáfrica 



El antiguo Quersoneso Táurico y las extensiones al sur del mismo que eran el objetivo de todas aquellas acciones militares conformaban entonces, que todavía no había llegado Stalin, un territorio enormemente variado. Estaba poblado de tártaros, de armenios, de judíos, de griegos y de rusos. El teatro crimeo carecía, por lo demás, de grandes concentraciones urbanas, con la única excepción de Sebastopol, una creación de Catalina la Grande, con un activo fundamental que era su puerto. Mal defendido desde la tierra pero, sin embargo, bastante inexpugnable por mar.

La defensa de la plaza y de la zona le fue ordenada a Menshikov. Y para ello tampoco es que contase con grandes activos, puesto que el zar estuvo cicatero a la hora de adjudicarle tropas de las que se habían desplegado en el teatro danubiano: apenas unos 40.000 hombres. En esa situación logística, el comandante ruso decidió que lo principal era impedir que los agresores se acercasen a la ciudad, y por eso trató de frenarlos en las riberas del Alma, entre Eupatoria y Sebastopol. Al caer la tarde del 19 de septiembre, ambos ejércitos estaban frente a frente. La división Bosquet, que llevaba el nombre de su general, Pierre François Joseph Bosquet, recibió la orden de cruzar el Alma para tratar de caer sobre el flanco izquierdo ruso; mientras que Francisco de Canrobert, el príncipe Napoleón y los ingleses irían por el centro.

La operación se retrasó como hora y media porque, como ya os he contado, aquella guerra era un puto desastre. Finalmente se dio la orden, una orden que aprovechaba el dato de que el Alma, en aquella zona, era bastante poco profundo. Menshikov, por su parte, también estuvo tardón y gilipollas. Aparentemente, llegó a juzgar que la operación la podía abordar reservando tropas para otros enfrentamientos, lo cual no era el caso. Los británicos se centraron en el flanco derecho de los rusos y, aunque sufrieron bastantes pérdidas, lograron situarse sólidamente en el terreno. Fueron, pues, finalmente las divisiones de Canrobert y el príncipe Napoleón las que cargaron, bayoneta calada, contra el centro de la formación rusa. Tras unas horas de enfrentamiento, las banderas aliadas habían alcanzado los objetivos y Menshikov ordenaba la retirada; una retirada que fue bastante cómoda pues su enemigo, falto de tropas suficientes de caballería, no le podía perseguir. En todo caso, Saint-Arnaud, a pesar de la mala situación personal en la que estaba, dictó un parte de guerra en tonos muy optimistas. En realidad, creía que tomar Sebastopol era ya cosa de pintar y colorear.

Sebastopol, en realidad, estaba en una situación bastante comprometida. Menshikov tomó medidas, sobre todo, para prevenir el ataque desde el mar, por lo que trató de proteger el puerto todo lo que pudo. Conocedores de estos hechos, los ingleses, sobre todo Lord Ranglan y el comandante en jefe de la flota del mediterráneo inglesa, Edmund Lyons, primer barón de Lyons, querían un ataque inmediato desde el norte. Sin embargo, aquélla no era la única opinión. La guerra de Crimea es la guerra de las opiniones divergentes entre generales, todos buscando la gloria personal. El principal consultor de Estado mayor de Ranglan, el mariscal de campo Sir John Fox Burgoyne, tenía otra idea. Según él, el golpe de mano desde el norte de Sebastopol sería un error. Aquella batalla, en su idea, había que ganarla poco a poco; y, por eso, la estrategia adecuada era desembarcar por la bahía de Kalamita y abordar un asedio desde el sur. Era Burgoyne hombre que sabía hablar bien y defender sus ideas como si fuesen las del mismo Aristóteles; así pues, prevaleció sobre el impresionable Saint-Arnaud, que en todo este teatro crimeo parece haber tenido más bien poco criterio personal.

Así las cosas, la tropa vencedora del primer enfrentamiento debía marchar desde la ribera del Alma que habían ganado hasta las cercanías de Sebastopol. Y en ese traslado fue donde ya se empezó a ver la poca organización con que contaban aquellos soldados, puesto que la marcha fue desordenada e indisciplinada como pocas. Así estaban las cosas: una tropa mal uniformada, mucho soldados sin quepis y con las guerreras desabotonadas, marchando cuando y donde les salía de los cojones; todos ellos, al mando de un comandante en jefe que permanecía en su coche, atacado por la angina de pecho. Tan mal se encuentra que el 26 de septiembre, en unas tropas que siguen sufriendo la mordedura del cólera, le entrega el mando a Canrobert y, tras despedirse una última vez de sus soldados, lo embarcan en el buque Berthollet para repatriarlo. Saint-Arnaud, sin embargo, morirá antes incluso de que la línea de la costa crimea deje de verse desde el puente. El emperador ordenó su entierro en Los Inválidos; un gran honor que, la verdad, muchos franceses consideran que no merecía.

Canrobert, el general sustituto al mando de la tropa, era un joven militar curtido en África; pero, la verdad, una operación de la complejidad de la guerra de Crimea le venía demasiado grande. Las demandas de asertividad y decisión que provocaba una operación como aquélla incidían y exageraban su inseguridad. Sus oficiales lo llamaban El Ansioso. Alguien así no podía ser el jefe ideal para un asedio.

Los ingleses, como es bien conocido por los que saben algo de la guerra de Crimea y la supuesta gran aportación británica a la misma, se establecieron en Balaclava, dejando Sebastopol al este. Desde allí, desde el 27 de septiembre, tenían una visión bastante clara de la ciudad, con las cúpulas de sus iglesias siempre brillantes. Veían, por ejemplo, la llamada Torre Malakov, que se había construido con aportaciones de los comerciantes locales. Además, los fuertes de la Cuarentena, de Alejandro y de Constantino. Y todo con un montón de defensas que seguían la línea de la costa.

En su retirada, Menshikov había dejado una tropa bastante pequeña, unos 16.000 hombres. Pero éstos se aplicaron a realizar y mejorar sus defensas, bajo la dirección de un entonces joven teniente coronel, Franz Eduard Grav von Totleben. Para entonces, todo hay que decirlo, la población de Sebastopol se sentía un poco como los cristianos en Constantinopla rodeados por los turcos, todos en un estado de sobre excitación merced a las arengas del vicealmirante Vladimir Alexeyevitch Kornilov y, sobre todo, de los jefes religiosos de la plaza. En un tiempo récord, la población entera de la ciudad, a la que se unieron incluso los presos de la cárcel, creó una serie de bastiones de defensa que generaban una red tupida: el bastión de la Cuarentena, el bastión central, el del mediodía, los Redans grande y pequeño... Todo ello con el centro en la torre Malakov (o Malakoff, como se la conoce más habitualmente).

Canrobert y Ranglan dejaron a los rusos hacer; pero, conforme fue pasando el tiempo, se dieron cuenta de que se estaban equivocando, por lo que decidieron atacar. Comenzaron por bombardear la ciudad desde unos tres kilómetros al sur; pero esa agresión fue contestada con eficiencia por los rusos, que contaban con muchas baterías en los barcos surtos en puerto. El 17 de octubre, los ingleses fueron capaces de abrir una brecha en el bastión del Gran Redan; sin embargo, una vez más la improvisación o la falta de un mando inteligente se dejó ver pues, faltos del apoyo necesario, fueron incapaces de sacar beneficio de esta ventaja y hacer avanzar a la infantería.

Tres días de bombardeo habían pasado, bombardeo que había causado miles de bajas, entre ellas la de Kornilov. Las bajas eran muchas, pero los avances, pocos. En ese momento, los mandos aliados, sobre todo los ingleses que eran los que habían estado más en primera fila de algunos de los intentos con mayores posibilidades de éxito, se dieron cuenta de que el asedio de Sebastopol iba a ser bastante más largo de lo que había imaginado Saint-Arnaud (lo cual, por cierto, y aunque la táctica militar y la Historia bélica no es lo mío precisamente, siempre me ha llevado a pensar que, en el fondo, los franceses y los ingleses tuvieron mucha suerte con que el sanguíneo general la roscase; de haber estado al mando de las operaciones sobre la ciudad, probablemente su impaciencia por tomarla le habría causado más de un disgusto a los aliados).

La clave estaba en que, habiendo aceptado el approach de crear un frente sur, y no haber atacado rápidamente por el norte como quería Ranglan, se había abierto la espita para la llegada de refuerzos. Lo que claramente quería Lord Ranglan era cortar el cordón umbilical entre Sebastopol y el Imperio ruso; y, puesto que eso no se había hecho, el feto seguía alimentándose. Menshikov, de hecho, llegó a tener hasta 100.000 tropas a su cargo cuando, como os he dicho, antes de la acción del Alma tenía menos de la mitad,

El 25 de octubre de 1854, apenas una semana después de la muerte de Kornilov, sonó la hora de los contraataques. Los rusos se fueron a por Balaclava.

La caballería cosaca hizo albóndigas de rabo de toro con las tropas turcas allí establecidas; sin embargo, se estrelló contra los orgullosos highlanders, unos tipos que, la verdad, cuando estaban sobrios peleaban muy bien y cuando estaban mamados eran casi imbatibles. Los rusos, efectivamente, acabaron perseguidos por los royal scots greys y los dragones. La cosa debería haber terminado ahí, pero lo que parece ser fue una orden mal interpretada acabó por lanzar contra los cosacos a la famosérrima Brigada Ligera.

Es muy difícil, por no decir imposible, adverar exactamente lo que pasó. La primera dificultad que tenemos es que no podemos saber exactamente qué órdenes recibió el comandante de la Brigada Ligera, James Thomas Brudenell, séptimo conde de Cardigan. El superior de Cardigan era el mariscal de campo George Charles Bingham, tercer conde de Lucan y, por lo tanto, Lord Lucan. Lucan, sin embargo, transmitió sus órdenes a través del capitán Louis Edward Nolan, que fue quien se presentó en Balaclava propiamente. No está claro cómo transmitió las órdenes Nolan o qué fue lo que dijo, un elemento que, además, está lógicamente afectado por la circunstancia de que Nolan falleció durante la carga.

El caso es que, fuere porque Nolan transmitió mal las órdenes de Lucan; fuere porque Lucan transmitió unas órdenes estúpidas; o fuese porque Cardigan, buscando la gloria, aunque se le ordenase ser prudente, decidiese cargar, el caso es que cargó, en una acción que, desde el punto de vista bélico, tenía poco sentido; pues si es cierto que la Brigada Ligera llegó hasta las posiciones artilleras rusas, lo que también lo es, es que no pudo conservarlas.

Con todo, lo que siempre persiguió a Lord Cardigan durante todo el resto de su vida (la roscó el año de La Gloriosa) fue la sospecha de cobardía. En una carga bastante absurda y falta de apoyos en la que falleció, aproximadamente, uno de cada seis jinetes que formaron parte de la misma, hubo testimonios de que Cardigan se había ido a la naja cuando había visto cómo estaba el tema. Las versiones son varias: desde que eso no es verdad, hasta que se le encabritó el caballo y no lo pudo controlar, o que, en realidad, consciente de que no podrían conservar las piezas artilleras, estaba tratando de ir a la retirada tras el primer golpe.

En términos generales, la historiografía, conforme se desarrolla (eso de que avanza ya es más discutible) tiende a ser menos comprensiva con el séptimo conde de Cardigan. Eso sí, siempre le quedará el consuelo de que, durante aquella campaña, popularizó un tipo de jersey de abrigo que, hoy en día, sigue llevando su nombre. ¿Quién no se ha puesto alguna vez un cardigan?

El general Bosquet, quizás también imbuido de esa característica propia del francés, a quien le cuesta ver méritos en un inglés (aunque, en realidad, lo que le cuesta es ver méritos en cualquiera que no sea francés), vino a decir, con gran acierto en mi opinión, de la carga de la Brigada Ligera, que “fue una acción brillante; pero la guerra no es esto”. Lo decía, sobre todo, porque, una vez producida la carga, no tuvo más remedio que dar apoyo a los ingleses con regimientos de chausseus d'Afrique, tropas muy veteranas y valiosas que, por ello, habrían de sufrir bastantes pérdidas. Todo ello, como digo, sin poder impedir que los rusos se retirasen con cierta tranquilidad, y conservando su artillería.

El 5 de noviembre, consciente de su superioridad numérica, Menshikov atacó a los británicos en la explanada de Inkermann. Los ingleses, inicialmente sorprendidos, consiguen rehacerse y contraatacar. Un segundo ataque, sobre los coldstream guards, se convierte en una acción de cuerpo a cuerpo, con gravísimas consecuencias para los ingleses. Sólo cuando llegaron los refuerzos enviados por Bousquet los rusos se retiraron a la ciudad.

Todo en la misma dirección. Una dirección bastante jodida: los aliados tendrán que hibernar en los alrededores de Sebastopol. Algo que ni de lejos habían previsto.

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