La capital que quería ser mayor
El funcionario catastral antifascista
Hacienda pica como la membrilla que es
La prima de Zumosol
Los estafadores pierden una batalla, pero no la guerra
Mola el franquismo, ¿eh?
La
Fundación puso el asunto en manos de uno de los condueños, un
abogado llamado Joaquín Matut. Lo primero que hizo Matut es lo que
hay que hacer cuando se sabe de estas cosas, y es por eso que las
expropiaciones públicas, tantas veces, son auténticas estafas a los
propietarios: poner las cosas en su sitio. En su habitual forma de
hacer chulesca y mediocre, que la verdad da igual que lo dirija el
conde de Mayalde, el marqués viudo de Pontejos, Alberto Ruiz
Gallardón, Manuela Carmena o Batman, la mierda de Ayuntamiento de
esta ciudad, sabedor de que La Escuadra era una finca única, por así
decirlo, resolvía expropiarla toda. Tó
p'a mi, tó p'a mi.
Matut, sin embargo, tiró de planos y de planificaciones urbanísticas
y pronto descubrió que, en realidad, lo que entonces el Ayuntamiento
llamaba Parque del Este era sólo el espacio situado al este de la
calle Sainz de Baranda, es decir, entre ésta y la M30; y eso era
sólo una parte
de
la finca. Así pues, a base de escritos y otras mamonadas que la
calculada estupidez del Ayuntamiento de Madrid obliga a hacer (hecho
éste que el autor de estas notas puede certificar sin mácula de
duda), se consiguió situar la expropiación en sus justos términos
métricos decimales. Lo siguiente que hizo Matut fue contestarle al
Ayuntamiento, educadamente, que no mamase con la valoración.
La
respuesta del Ayuntamiento fue reconocer que de los 20.841 metros
cuadrados que inicialmente quería expropiar sólo
necesitaba 4.941 (tócate
los remueldes, María Remigia; pensad en la cantidad de humildes, y
no duchos en derecho de la propiedad, propietarios de terrenos en
España, que han sido, son y serán engañados por la maquinaria de
la Administración Pública). Aunque, eso sí, no se movió de la
valoración inicial. Ahora, pues, se ofrecía a soltar 150.869
pesetas. Esto, obviamente, era un problema. Pero Matut tenía pensada
una solución, que era proponerle al Ayuntamiento una permuta. Matut,
excelentemente bien informado, sabía que, años atrás, el
Ayuntamiento le había comprado a los herederos del jardinero Cecilio
Rodríguez los terrenos que una vez le había regalado en la llamada
Huerta del Cordero, al norte (para que lo entendáis: hacia el
Pirulí) de los terrenos que ahora quería expropiar. Esos terrenos
no formaban parte de la planificación del Parque del Este; así
pues, el plan de Matut era proponerle al Ayuntamiento que pagase la
expropiación con esos terrenos. En mayo de 1957, y tras consultarlo
con otro abogado (Miguel García Obeso, letrado de Banesto),
presentaron un escrito en tal sentido. El Ayuntamiento acabaría
aceptando, y la permuta se firmó el 1 de marzo de 1958. La parcela
permutada, de 1.860 metros cuadrados entre el Camino Alto de
Vicálvaro y la prolongación de las calles Elvira y Gorbea, tenía
una edificabilidad de 11.000 metros cuadrados; los condueños podrían
resarcirse sobradamente de la expropiación. Pero con lo que os
tenéis que quedar es con el dato de que, en el momento en que aceptó
la permuta el Ayuntamiento, los condueños de La Escuadra
dispusieron de un documento legal de toda legalidad en el que:
primero, se delimitaban perfectamente los lindes de La Escuadra;
segundo, se adveraba sin mácula de duda la propiedad de la misma por
sus legítimos y reales propietarios; y, tercero, se adveraba la
propiedad municipal de los otrora terrenos de Cecilio Rodríguez, y
su voluntad de permutarlos.
Como
podéis comprobar, pues, tenemos: un grupo de estafadores que decide
engañar a un tercero estafador él mismo (el usurero) inventándose
una finca que dicen poseer pero no poseen, para así avalar un
préstamo; además, se plantean seguir con el momio después,
buscando incautos gilipollas que acaben comprando dicha finca que,
repetimos de nuevo, no poseen. Y resulta que esa finca está
emplazada sobre unos terrenos que tienen unos dueños bien claros y
establecidos documentalmente, que son, básicamente: Antonio López,
el que podemos denominar “pequeño terrateniente de Sáinz de
Baranda”; la Fundación Caldeiro y otros condueños; y el Banco
Central/Dragados y Construcciones. Y por medio se mete el
Ayuntamiento de Madrid, pretendiendo expropiar una parte de esos
terrenos; pretendiendo, por lo tanto, expropiar una parte de esa
finca inventada.
Y
os preguntaréis: todo esto, ¿qué tiene que ver con Pilar Franco?
Y
yo os contesto: paciencia, joven Padawan. Paciencia.
De
todas las circunstancias que rodeaban la estafa de Bruguera, el
primero que fue consciente fue Sergio Orbaneja. El avispado
conseguidor visitó la zona un domingo y se encontró, para su
sorpresa, con un partido de fútbol. Indagó y habló, sobre todo,
con Claudio Jadraque, el utillero. Así pues: tomó conciencia de que
los terrenos que Bruguera había “ocupado” con su certificado de
Hacienda y su escritura privada falsa tenían dueños muy bien
definidos y, lo que es peor, había centenares de testigos de ello:
labriegos de la zona, inquilinos de la Casa Blanca, jugadores,
árbitros y público. De hecho, al ser partidos de fútbol oficiales,
incluso había policías que asistían a los mismos por seguridad.
Sergio
Orbaneja descubrió, desalentado, que la finca llamada Casa Blanca,
lindante al norte con la carretera de Vicálvaro y la Huerta del
Cordero, por el este con los herederos de Pedro Barbería, por el sur
de nuevo con los Barbería
hereus
y un foso, y por el oeste con el hospital de San Juan de Dios y
terrenos de la Diputación; esa finca, digo, estaba perfectamente
registrada en el Registro de la Propiedad número 2 de Madrid como
finca 574. El registro de la Propiedad hacía notaría de todos los
cambios de propiedad que se habían producido desde la primera
inscripción, en 1871, a nombre de los herederos de doña María
Josefa Mosquera y Moscoso Guimarey, más conocida como la marquesa de
Aranda.
Ni
qué decir tiene que estas constataciones dejaron a los estafadores
más fríos que Yolanda Díaz escuchando el Sermón de las Siete
Palabras. Sergio Orbaneja, que había tomado la dirección de la
estafa, consideró la parte fundamental de la misma totalmente
perdida. Pero no todo. Todavía pensaba que, si no eran demasiado
ambiciosos, todavía podían pillar cacho. De la enorme finca que
Bruguera había “construido” en su beneficio, podían todavía
quedarse con parte si sabían evitar los problemas mayores. Para el
conseguidor, el mayor problema estaba en la Casa Blanca, la finca del
Central y Dragados porque, como ya os he explicado, al propietario,
que además no era cualquier propietario, le resultaría muy fácil
adverar su propiedad; y sería muy difícil instar nada, ni
expediente de dominio ni leches, sin que notarios o jueces diesen con
el legítimo dueño.
Había
que ir a por un objetivo más fácil. Por eso se fijó en la parte de
aquellos terrenos que era un vertedero de tiempo atrás. Es decir: la
parte de los terrenos de la Fundación Caldeiro que ahora el
Ayuntamiento se quería chupar.
El
tema, sin embargo, estaba en un stalemate.
Es un momento en el que los estafadores de poca monta ya no pueden
seguir solos; necesitan un primo, o prima, de Zumosol. Y, por eso, es
aquí donde se produce un giro dramático de los acontecimientos.
Todo
lo que sabía Mercedes Romeu Vaqué de aquella movida era que su
novio, Manuel Bruguera, le había hecho dueña de unos terrenos en
las afueras de Madrid, con los que podía soñar con una jubilación
dorada. Esa jubilación, sin embargo, pasaba porque Merche lograse
vender aquello; y para venderlo, necesitaba registrarlo en el
Registro de la Propiedad. Y esto era lo que ahora parecía imposible,
por lo que le decía Bruguera.
Para
desatascar la cosa, Mercedes le habló a su novio de una amiga suya,
Julia Rodríguez Álvarez, viuda de Núñez. Esta señora tenía un
hijo, José Luis Núñez Rodríguez, de quien se decía que había
hecho una fortuna en América y que estaba excelentemente empleado en
España como asistente y apoderado de una señora principal.
Esa
señora principal era Pilar Franco Bahamonde, viuda de Jaráiz y
Hermanísima de la España del Nuevo Amanecer.
No
podemos saber si a Bruguera le pareció buena o mala idea meter a una
Franco en aquel embrollo. Siendo como era un hombre que llevaba
sesenta y pico años nadando en aguas muy turbias y conociendo a todo
tipo de hijos de puta como él, es difícil que no se maliciase que
tan importante señora, en el caso de carecer de moral, pudiera
soltar alguna que otra puñalada de pícaro en sus mismos riñones.
Pero, probablemente, lo que pensó fue: no queda otra. Aquí estamos
hablando de subvertir la bien engrasada maquinaria de la fe pública
y el registro de la propiedad; y eso sólo lo puede conseguir alguien
que esté por encima del bien y, sobre todo, del mal. Así pues, dio
su placet a
la gestión. Se pactó el contacto. El tema llegó a Núñez y, de
Núñez, a la hermanísima. Y, de la hermanísima, a su abogado:
Alfredo Gómez de la Serna. Un nota de muchas gónadas, como podréis
ver.
Gómez
de la Serna ya era la Champions League. Hasta ahora, hemos visto
abogados expulsados y timadores que pretenden ser ingenieros sin
serlo. Pero De la Serna estaba a otro nivel. Era abogado en ejercicio
y, además, registrador de la Propiedad; esto es, se sabía de
memoria cada rincón del laberinto normativo de la propiedad
inmobiliaria. Era el registrador de Ocaña, provincia de Toledo; y,
obviamente, esto le hacía conocer muy bien al notario local, Miguel
González Rodríguez; por eso sabía que Miguel era el profesional de
la fe pública ideal para plantear un bisnes
como
el proyectado.
Manuel
Bruguera y Alfredo Gómez de la Serna se conocieron al inicio del
verano de 1957. En dicha entrevista, Bruguera le entregó al
registrador copia de todo lo que había hecho hasta el momento: el
acta de Hacienda, la escritura falsa, las hojas kilométricas, la
cédula parcelaria de la finca de la marquesa de Aranda y una
certificación del Catastro indicando en
su día
la inexistencia de las cédulas parcelarias causada por los
conflictos de Pedro Barbería con sus vecinos colindantes. En aquel
acto, pues, Manuel Bruguera, se podría decir, vendió su alma; no al
Diablo, pero sí a Pilar Franco.
Ahora
el tema estaba en manos de Gómez de la Serna. El abogado era hombre
de recursos, y de contactos. Sabía que necesitaba implicar a más
personas en lo que estaba imaginando; personas que fuesen lo
suficientemente estafadoras como para participar en una estafa.
Afortunadamente para él, tenía todo tipo de clientes.
Pensó
enseguida en José María Gutiérrez Soto. Se trataba de un conocido
suyo que no era lo que se dice una perita en dulce. Ni él, ni su
amigo y asociado a ratos, Claudio Pardo Fernández. Ambos eran
timadores habituales y, llevados por la necesidad, habían puesto en
circulación una gran letra de cambio, por 110.000 pesetas, bastante
dinero hace setenta años, librada por Gutiérrez Soto y aceptada por
Pardo, que éste le había endosado posteriormente a un tal Feliciano
Ballestín.
Cuando
la letra venció, Ballestín exigió su dinero pero, claro, los dos
estafadores no tenían con qué pagar. Pardo ganó tiempo con un
cheque sin fondos; pero aquello tenía toda la pinta de ir a
estallar. Ballestín los denunció y fueron citados por un juzgado;
en ese momento, habían acudido a Gómez de la Serna.
Lo
cierto es que no salieron indemnes. La operación de las 110.000
pesetas les acabaría por costar la cárcel a ambos. Pardo salió al
poco en libertad provisional y huyó a México, donde una mujer,
probablemente su amante, le clavó un cuchillo en el cuello y lo
mató. Por su parte, Gutiérrez Soto, tras todo el follón que ahora
contamos, fue condenado por otra estafa y, en 1974, fue declarado en
busca y captura por abandono familiar.
Gutiérrez
Soto, que era quien debía pagarle las 110.000 pesetas a Ballestín,
salió sin embargo pronto de la cárcel, puesto que Gómez de la
Serna pagó su deuda (aunque, con el tiempo, el abogado sostendría,
falsamente, que había sido absuelto). ¿Por qué hizo eso? Pues
porque Gutiérrez Soto tenía los mismos apellidos que un afamado
arquitecto madrileño. Jugando al equívoco, Gómez de la Serna había
decidido que Gutiérrez Soto fuese, por ello, el “comprador” de
la “finca” “vendida” por Mercedes Romeu. Dado que Pardo había
desaparecido (de hecho, pronto estaría muerto), lo podía guardar en
la manga para echarle toda la culpa si se descubría el engaño.
En
paralelo a todo esto que os cuento, y que conforma el tronco
fundamental de los sucesos, estaba Arcadio Cruz Velasco, el estafador
original por así decirlo, tratando de convencer a un cada vez más
escéptico Alfonso Sergio Orbaneja de que tirase para delante con el
“negocio”. Orbaneja, ya os lo he dicho, cada vez creía menos en
todo aquello. Pero, presionado por Cruz Velasco, se avino a preparar
el documento de compraventa de una parcela de una hectárea,
segregada de la parcela total; es decir, aceptó comprarle a Mercedes
Romeu una parte de lo que en realidad no poseía. Escogió el
vertedero al sur del campo de fútbol del Banco Central; como ya os
he contado, era la parte de la finca con el que Orbaneja consideraba
que todavía se podía perpetrar una estafa, pues consideraba que sus
dueños estaban menos claros (Orbaneja, claro, desconocía que el
aleve Ayuntamiento había puesto sus ojos de vieja'l'visillo sobre
aquel albañal). El 30 de junio de 1957, Bruguera, como apoderado de
su amante, y Sergio Orbaneja, firmaron la venta de aquella finca que
ni vendedor ni comprador poseían, y que estaba a piques de ser
expropiada.
La
misma mañana en que firmaron la venta, Bruguera se marchó,
mintiéndole a Cruz Velasco y a Orbaneja (les dijo que iba a visitar
a una pariente) al cercano edificio de los juzgados, donde se había
citado con Alfredo Gómez de la Serna y su cliente José María
Gutiérrez Soto.
Gómez
de la Serna presentó a los dos estafadores (que, por suerte para el
abogado, no se conocían) e informó de que “el señor Gutiérrez”
estaba interesado en comprar la parcela del “señor Bruguera”.
Gómez de la Serna le dijo que ya tenía preparada la escritura de
venta de la
totalidad de la finca
y que ya había concertado una cita con su amigo, el notario de
Ocaña, Miguel González Rodríguez. Bruguera, pues, supo al instante
que iba a vender una parcela que no poseía; pero que, en realidad,
el tema era peor, porque una hectárea de dicha parcela, en realidad,
la iba a vender
dos veces,
porque la acababa de enajenar en una mesa del Chun-Chao.
Así
las cosas, Alfredo Gómez de la Serna citó a Bruguera en Ocaña el
día 12 de julio. Cuando hizo eso, ya había hablado con su amigo el
notario. González, parece ser, había puesto algunos peros al
principio; pero cuando Gómez de la Serna le insinuó que podía
sacar tajada del negocio (que, como veremos, la sacó), accedió a no
ser muy porculo con la operación.