El hijo del césar de Occidente.
Augusto, o tal vez no
La conferencia de Carnutum
Puente Milvio
El Edicto de Milán
Como ya hemos insinuado algunos párrafos más
arriba, las persecuciones de que fueron objeto los cristianos por el
poder imperial establecido supusieron grandes problemas para ellos y,
de hecho, plantaron entre ellos el germen de un cisma. Como siempre
cuando se produce una represión, hay muchas historias diferentes
entre quienes la sufren; historias que, básicamente, se pueden
dividir entre los que tragan, y los que no. Los cristianos, a pesar
de los inventos de la literatura martirológica y de Hollywood, no
fueron una excepción. Entre ellos hubo muchos que permanecieron
firmes en su fe, desobedecieron los decretos imperiales y arrostraron
las consecuencias, en casos terribles; pero hubo otros muchos que,
ante la oferta que no pudieron rechazar de las autoridades, se
echaron para atrás y, como mínimo, colaboraron con la represión.
De ahí, por cierto, viene la palabra traidor. Un traidor y es
alguien que trae; y lo que traía, en el origen de la palabra, era
las escrituras cristianas a la policía romana; les entregaba los
textos cristianos para que los destruyesen.