Que España se muestra esquiva y en
ocasiones huera con sus personajes y héroes es cosa que, con el
nivel que suele haber entre los lectores de este blog, no necesite de
mucha más explicación. La labor de desenterrar y otorgar un poquito
más de conocimiento público a españoles que lo merecen es ingente
y, tal vez por eso, sólo puede llevarse a cabo de cuando en cuando y
en adecuadas diócesis. Estas notas que comienzo aquí son una de
esas ocasiones, pues hoy os quiero hablar de un personaje del que
cuando menos yo creo que se debería hablar mucho más, sobre todo en
los textos escolares de Historia, que a veces reservan la gloria para
tanto mediocre cuyo único mérito es ofrecer una biografía
compatible con conceptos actuales.
En realidad, el personaje que voy a
tratar ya nos ha visitado en este blog. Si recuerdan aquellos
lectores que lo hayan sido de la
historia trazada aquí sobre el
cálculo de las dimensiones del metro decimal, tal vez recuerden que,
en los párrafos destinados a la polémica en torno a la adopción
del sistema decimal por España, se citaba a Gabriel Ciscar. Pues es
de don Gabriel de quien queremos hablar aquí, entre otras cosas
porque el personaje tiene más dimensiones que la matemática. En
realidad, Císcar es un personaje importante para la Historia de
España y, diría yo, un ejemplo de coherencia en el pensamiento.
Ensayemos, pues, un esbozo geográfico que sea capaz de trazar ese
camino de justicia histórica.
Gabriel Ciscar, según el retrato que
de él nos han dejado sus contemporáneos, era un hombre alto,
delgado y que rara vez abandonaba su gesto serio y hasta adusto. Esto
probablemente se justifica por el hecho de que su vida, en buena
parte, estuvo presidida por el sufrimiento físico y moral. Además
de la pérdida de los suyos, que le golpeó varias veces, él mismo
fue persona de escasa salud. A los quince años de edad cayó enfermo
de la dolencia-resumen de su época, las fiebres tercianas. Fuera
cual fuera en términos precisos la dolencia que lo atacó, se quedó
latente en su cuerpo para regresar en episodios agudos durante toda
su vida. A los 37 años, padeció otra enfermedad, entonces llamada
destilación, que le provocó grandes toses y expectoración
sanguínea. Para colmo, Císcar era muy corto de vista, como pronto
se dieron cuentas sus maestros en el arte de la marinería.
Gabriel Ciscar y Ciscar nació el 17 de
marzo de 1760, segundo hijo de Pedro Ciscar Fernández de Mesa y Rosa
Ciscar y Pascual, ambos miembros de una rama de hidalgos rurales de
Tortosa que llevaba ya entonces uno dos siglos radicada en Oliva.
La familia Ciscar era una familia pija.
Don Pedro era un propietario próspero, con importante educación
universitaria, dedicado por completo a la administración de sus
heredades y al cumplimiento de las obligaciones para con el bien
común que le dictaba su posición altoburguesa (de hecho, fue
alcalde de Oliva). Tuvo el matrimonio ocho hijos de los cuales
Gabriel, como he dicho, fue el segundo. El mayor de la familia,
Fernando, llegó a ocupar sitial en las Cortes de Cádiz; pero no
desarrolló su labor con gran interés, pues sus intervenciones son
pocas y de escaso fuste.
En 1787, con 27 años de edad, pues,
Gabriel se casó con Ana Agustina Berenguer de Marquina. Con este
matrimonio Ciscar, que para entonces ya era teniente de fragata,
trataba claramente de consolidar su posición, ya que su suegro era
un personaje muy importante en aquella España y, de hecho, en el
momento de la petición de mano acababa de ser nombrado capitán
general de Filipinas. Se casó en Cartagena el 19 de septiembre de
aquel año. Sin embargo, Ana Agustina era mujer de poca salud. Un mes
antes de la boda, de hecho, estuvo muy enferma de paludismo, y las
caídas y recaídas formaron parte de su vida desde entonces. La
escasa salud de ambos cónyuges, pues ya te he dicho que el propio
Gabriel tenía bastantes problemas en este terreno, le fue legada a
los vástagos: de siete hijos que tuvo el matrimonio, sólo dos
alcanzaron la mayoría de edad. Incluso en aquellos tiempos de
elevada muerte infantil o puerperal, es una tasa inusitadamente
elevada. Sin embargo, la que realmente tiene mérito es Ana Agustina,
una mujer a la que la medicina moderna con seguridad habría
aconsejado evitar los partos pero que, sin embargo, se enfrentó a
siete, ello a pesar de que fue el primero de ellos el que le causó
más secuelas y problemas, y de haber estado en 1792 a las puertas de
la muerte, hasta el punto de que le fue administrado el viático.
Murió, sin embargo, bastante más tarde, el 13 de mayo de 1816.
Una buena demostración de que el
matrimonio, hasta hace relativamente poco, ha tenido en la sociedad
un uso instrumental bastante lejano a la relación por amor que se
produce hoy y que se empeñan en vendernos los malos escritores de
novela histórica, es que Ciscar no tardó ni un año en volver a
casarse tras la muerte de su mujer; matrimonio el suyo que contó con
la aprobación inmediata de su suegro, por cierto. En este caso, la
elegida estaba en su propia familia, ya que Teresa Ciscar de Oriola
era nieta por parte paterna de un hermano de la madre de Gabriel.
Con 57 años y mucha mierda vivida,
tanto personal como política, todo parece indicar que este segundo
matrimonio de Gabriel fue mucho más tranquilo y frío. Si a su
anterior esposa el marino le había dedicado poemas líricos, a esta
segunda no parece que Ciscar le dedicase ya ninguna égloga. En todo
caso, el matrimonio tuvo dos hijas, Josefa y Rosa; ambas llegarían a
la edad adulta. Cuando en 1891 murió Josefa, el rastro sanguíneo de
su padre se perdió, si bien pervivió en su hija. En vida, Josefa
Ciscar había estado casada con Ramón González Almunia.
Una característica muy
particular de la familia Ciscar, procedente del padre, es la elevada
valoración de los estudios universitarios. Ya hemos dicho que el
patriarca de la familia los tenía, como los tuvo también Fernando,
el primogénito. En ese ambiente, es lógico que Gabriel también
sintiese el gusanillo de la formación. Tanto padre como hermano
estudiaron para la doctorarse en Derecho; y, la verdad, en un inicio
todo los indicios venían a apuntar que el destino de Gabriel sería
el mismo. Como estudiante, Ciscar recibió una sólida formación
humanística, y de hecho tradujo a varios poetas griegos y latinos.
Su ingreso en la Universidad de Valencia, que se produce en 1776,
tenía como objetivo estudiar Derecho.
Una Navidad, los estudiantes del aula
de Gabriel se apuntaron a una típica astracanada propia de esas
fechas, y montaron una movida en la que se negaron a entrar en clase.
Juan Antonio Mayans, rector de la universidad, pariente lejano del
propio Ciscar, decidió, no sabemos basándose en qué, que él había
sido el instigador de la movida, por lo que lo castigó (entonces los
rectores podían hacer eso) a estar tres días en un calabozo
universitario (entonces las universidades tenían calabozos).
Gabriel, hondamente mosqueado con el castigo, decidió abandonar la
universidad valenciana. Quiso la casualidad que prácticamente en las
mismas fechas en que tomó la decisión de pirarse, una Real Orden
crease la compañía de guardias marinas de Cartagena; Ciscar decidió
unirse a ella.
Aquello era un giro copernicano para un
estudiante acostumbrado a los latines y los textos legales. Lo que se
pedía para entrar en la compañía era, sobre todo, matemáticas.
Por ello, Ciscar tuvo que matricularse en una academia de preparación
de Valencia, dirigida por el sacerdote Gaspar Pérez y Gómez. El
cura debía de ser muy bueno enseñando números, porque Ciscar
ingresó como guardia marina el 24 de octubre de 1777 y apenas dos
meses después se presentaba a los exámenes, obteniendo
sobresaliente en matemáticas, geometría y cosmografía, entre otras
notas. Para Ciscar se hizo evidente que tenía las aptitudes
intelectuales necesarias para ser un buen marino, si bien para el
desarrollo de su carrera siempre le jugaría en contra su poca salud y su pobre vista.
Entrando en la academia de Cartagena,
Gabriel Ciscar se vinculaba a la enseñanza científica en un país
donde era difícil obtenerla de calidad. Sin embargo, ya años antes
de su ingreso Jorge Juan se había comprometido en el diseño de
curricula formativos en las academias de marina fuertemente dotados
para estas materias. Si bien también es cierto que cuando este
excelente marino dejó la enseñanza, las academias lo notaron. Sin
embargo, Ciscar tuvo la suerte de entrar en la de Cartagena en el
momento en que la estaba dirigiendo uno de los marinos más capaces
de la época, José Mazarredo. Mazarredo, de hecho, debió de fijarse
especialmente en Ciscar, pues en agosto de 1778, cuando éste contaba
con 18 de edad, lo nombró ayudante interino de la Academia y le
encargó algunas clases. Ese año de 1778, además, fue especialmente
importante en la vida de Ciscar, pues en abril fue la primera vez que
se embarcó.
La carrera militar de Gabriel Ciscar
fue continuada y provechosa. Él siempre se consideró eso mismo: un
militar, por encima de todas las cosas. Aprovechó muy bien los
vientos de cola que le aportaba el apoyo de Mazarredo a su carrera y,
por lo tanto, fue escalando en el escalafón, en ocasiones incluso
antes de lo que las normas marcaban. Esto le permitió ser brigadier
ya en 1808, lo que hizo que su carrera militar no peligrase por los
importantes sucesos que habrían de ocurrir durante aquellos años, y de los que por fuerza habremos de ocuparnos en estas notas.
Paradójicamente, sin embargo, no es
por las características que él más valoró en sí mismo por lo que
Ciscar fue recordado, o debería serlo. En realidad, son dos los
detalles de su vida que realmente marcaron su personalidad: su
colaboración en la definición del sistema métrico, y su
implicación en la alta política de España, que tantos sinsabores
habría de provocarle.
No me ocuparé, por lo tanto, de la
larga y prolija carrera militar de Ciscar. Prefiero centrarme más en
otras cosas, a la postre, mucho más relevantes.