Las revoluciones no tienen más remedio que eclosionar en momentos jodidos. Como escribió una vez el politólogo Karl Deutsch, la decisión política básica se produce entre orden y caos; y, esto lo añado yo, en tiempos de bonanza general sólo los muy frikis apuestan por lo segundo. Sin embargo, cuando pintan bastos en las calles, en las casas, en los cuarteles y en las panaderías, hay mucha más gente que, por no tener nada que perder y sí mucho que ganar en el caos, se apunta a bombardear lo que sea necesario.
Es por esta razón que cuando se produjeron las revoluciones rusas (y es que yo veo dos: la que echó al zar y la que echó del nido revolucionario a todos los pajaritos que no fuesen el pájaro cuco leninista) la situación fuese, más que mala, malísima. La Rusia heredada por Kerenski primero, y Lenin-Trotsky después, estaba hecha unos zorros. A Kerenski, teórico representante de la mayoría, le acabó costando muy cara su decisión de seguir en guerra con Alemania, pues el deseo de cambiar esto, mucho más que el deseo de construir la dictadura del proletariado, alimentó los pies de la masa que pasó por el Palacio de Invierno como la Acorazada Brunete.
Instalados los bolcheviques en el machito, y sobre todo porque estaban dispuestos a no compartir el nido con nadie más anymore (cosa que cumplieron durante 70 años), su principal objetivo fue parar la guerra. Como es bien sabido, enviaron a Trotsky a negociar con los alemanes, que a las primeras de cambio sólo enviaron militares a la mesa. La combinación entre la urgencia que tenía Lenin por parar el belicismo ruso y el hecho de que Trotsky no era ningún genio militar que digamos tuvo como consecuencia que la paz de Brest-Litovsk estuviese preñada de triles que los bigotudos mariscales de campo teutones le vendieron al revolucionario judío, y que éste se tragó como ruedas de molino. Pero, al fin y a la postre, Trotsky volvió a Petrogrado con la paz debajo del brazo.
Llegado el momento de la paz, llegaba el de la construcción del socialismo. Comenzaron las medidas socializadoras, sobre todo en el campo, porque el leninismo, para mi gusto con gran acierto, se sentía razonablemente seguro de las masas proletarias urbanas, pero sabía que en las zonas rurales no las tenía todas consigo. El bolchevismo se aplicó con dureza con el campo, y esto despertó los recelos de sus antiguos socios: socialrevolucionarios, anarquistas, comunistas de izquierda (curiosa expresión, que incluso los hagiógrafos de la URSS utilizan, pese a que automáticamente presume la existencia de un comunismo de derechas); y, por supuesto, mencheviques, kadetes, liberales, etc.
A las innúmeras torpezas y violencias de Lenin y Trotsky les vino a salvar la impaciencia occidental. A las otrora aliadas de Rusia en la Gran Guerra, la paz unilateral soviética les había jodido bastante, entre otras cosas porque Trotsky la negoció tan de puta pena que no logró evitar, aunque juró que lo haría, que dejar de luchar en el frente ruso reforzase a los alemanes en el frente occidental. Entre esto y el internacionalismo de Trotsky, que llevaba a los bolcheviques a estar todo el día llamando a la rebelión a los proletariados de las otras naciones (esto encuentra su lógica en que Lenin esperaba soltar presión hacia la URSS mediante una revolución comunista en Alemania), Francia e Inglaterra acabaron mosqueándose y decidiéndose a apoyar a los contrarrevolucionarios. En junio de 1918, galos y brits desembarcan en Murmansk y Arkangel y nombran un gobierno del Norte de Rusia. Como ese toro que se lanza a cornear al compañero de manada al que de repente ve débil, los japoneses respondieron entrando en el país por Vladivostok.
Para responder a esta situación es por lo que Lenin dictó el comunismo de guerra que, en mi opinión, debería llamarse comunismo a secas, pues no significó otra cosa que la aplicación hasta el final del catón marxista, la estatalización de absolutamente todo, del control total de lo que las personas poseían o consumían, y todo ello al servicio del esfuerzo bélico.
A Lenin no le salieron las cosas bien. En Alemania, el régimen burgués que él consideraba podrido y a punto de derrumbarse se llevó por delante a Rosa Luxemburgo y Karl Liebnecht, aplazando con ello la revolución comunista en Alemania sine die. El almirante Kolchak atacó desde Siberia, Yudenich en la zona de Petrogrado, y Denikin en la de Moscú. Hay quien ha escrito que en varios momentos entre 1918 y 1920, apenas dos divisiones razonablemente pertrechadas podrían haber tomado Petrogrado con la punta del nabo. Pero no hubo tal. Lenin, o más bien Trotsky, multiplicándose en los frentes en aquél su famoso tren que se recrea en Doctor Zhivago, logró sacar petróleo de un Ejército Rojo que tenía más voluntad que otra cosa. Entre eso y el esfuerzo sobrehumano que se le exigió a la población, la guerra terminó por ganarse.
En marzo de 1920 se celebra el primer acto que podríamos decir normal de la etapa bolchevique: el IX Congreso del PCUS. Lenin convocó esa reunión para poner el contador a cero y llamar al país a una especie de Plan de los Mil Días, durante los cuales la economía sería robustecida, los pequeños negocios permitidos, las infraestructuras construidas... lo normal en un país que quiere salir de la mugre. Sin embargo, para su desesperación se encontró con lo que podríamos denominar la oposición bolchevique. Una parte de esta oposición se centra en el Ejército Rojo, al que quiere convertir en unidades de milicianos que hagan guerra de guerrillas y no sean, en modo alguno, un ejército jerarquizado y disciplinado; este mismo problema, por cierto, se lo encontrarán los comunistas otra vez en la guerra civil española y entonces, como en la URSS, conseguirán hacer valer su criterio de que debe construirse un ejército como tal. La otra vertiente de la oposición a Lenin está formada por los comunistas más anarcoides, asamblearios, que exigen algo así como un régimen de soviets de verdad y que, por lo tanto, las fábricas, los barrios, los hospitales, etc., no los gobiernen burócratas desde Moscú, sino asambleas de trabajadores.
Lenin bien podría haber perdido esa batalla, porque esas teorías tenían mucho eco fuera del partido bolchevique entre socialrevolucionarios y, sobre todo, anarquistas. Pero, una vez más, la flor le brotó en el culo en forma de guerra. Los polacos invadieron Ucrania y la necesidad de ir a la guerra lo borró todo. La URSS contraatacó, apisonó a los polacos y puso proa hacia Varsovia; pero tuvo el problema de que el comandante de su ala izquierda se desvió en exceso en su avance, y por el espacio que dejó libre se coló el mariscal Pilsudsky, obligando a los soviéticos a retirarse con el fusil entre las piernas.
Aquel comandante se hacía llamar, ya por entonces, Stalin. Por supuesto, la historiografía soviética le echa la culpa del error a Trotsky, faltaría más.
Producida la victo-derrota de los soviéticos, las tensiones internas regresaron. Todos los no bolcheviques comenzaron a cargar contra Lenin a todo trapo. 1920 terminó con manifas en Petrogrado donde a Zinoviev, presidente del soviet local, le llamaban de todo menos bonito; y, poco a poco, el ambiente social en la ciudad se hizo más contrario al bolchevismo. Zinoviev declaró el estado de sitio.
Cerca de Petrogrado estaba la base naval de Krondstadt. Sabido es que, por motivos que sería interesante explorar algún día, en general los hombres de mar suelen ser más cultivados y concienciados que la media. Marineros de Kronstadt participaron en la pre-revolución de 1905, y habían recibido a Lenin en la Estación de Finlandia. De hecho, el 13 de enero de 1918, cuando en un Petrogrado convencido de que Alemania iba a atacar a Rusia de nuevo se celebró una reunión del Comité Central (a la que Lenin, siempre tan valiente, no asistió, dejándole el marrón a Trotsky), portavoces de diversas unidades militares fueron invitados a hablar. Uno por uno, todos los comisarios de las divisiones subieron a la tribuna para quejarse de estar mal alimentados y peor pertrechados, y echar la culpa a los bolcheviques de la situación. El único discurso que escucharon los jerifaltes rusos favorable a sus tesis fue, precisamente, el de Baranov, representante de la flota.
Más pruebas. El primer acto de los bolcheviques tras forzar la disolución de la Asamblea Constituyente y la ilegalización de facto de todos los partidos revolucionarios distintos de ellos, fue asesinar a dos ministros mencheviques: A. I. Shingarev y F. F. Kokoshkin. Estos dos ministros se encontraban encarcelados en la fortaleza de los santos Pedro y Pablo y fueron trasladados el 19 de enero de 1918 al Hospital de María, con la excusa de su delicada salud. A la una de la madrugada del 20, unos militares entraron en la sala pretextando que tenían que auditar la situación de los detenidos para comprobar que estaban bien aunque, en realidad, lo que hicieron fue matarlos. Como responsable de estos sucesos se llevó a encarcelar a dos de los guardias del hospital, Kulikov y Baskov. El primero de ellos fue colocado en la misma celda que el coronel Kalpashnikov, otro señor que tuvo una experiencia directa del concepto bolchevique, o más bien troskista, de Justicia (cualquier día, si hay tiempo, contaremos el caso Kalpashnikov); coronel que escribió un libro de su cautiverio en el que incluía el relato de una conversación con Kulikov en el que éste ofrecía datos muy precisos de que habían sido los marineros los que habían realizado la acción criminal.
Once upon a time, pues, los marineros de Krondstadt habían sido devotos comunistas; pero, en realidad, su intenso espíritu revolucionario les había hecho virar, con el tiempo, hacia posiciones más cercanas al anarquismo. El anarquismo, además, se nutría, como ocurrió también en España en la primera mitad del siglo pasado, del descontento de ver que los avances de la sociedad comunista no se producían.
Los marineros de Kronstadt enviaron a una delegación a Petrogrado para hablar con los manifestantes y conocer sus reivindicaciones. Esa delegación regresó apoyando al cien por cien las reivindicaciones de las manifas.
El 28 de febrero de 1921, la tripulación del buque Pretropavlosk elabora un manifiesto que hace público el 1 de marzo. Es éste:
Habiendo oído a los representantes de las tripulaciones enviados por la Asamblea General de las brigadas navales para informarse sobre la situación en Petrogrado, los marineros han decidido:
1.- Dado que los actuales soviets no expresan la voluntad de los obreros y campesinos, organizar inmediatamente reelecciones a los soviets con voto secreto y tratando de realizar una propaganda electoral libre.
2.- Exigir la libertad de reunión y la libertad de organizaciones sindicales y campesinas.
3.- Exigir la libertad de palabra y prensa para los obreros y campesinos, los anarquistas y los partidos socialistas de izquierda.
4.- Organizar, lo más tarde para el 10 de marzo de 1921, una asamblea de obreros sin partido, soldados y marineros de Petrogrado, de Kronstadt y del departamento (provincia) de Petrogrado.
5.- Liberar a todos los prisioneros políticos de los partidos socialistas, así como a todos los obreros y campesinos, soldados y marineros detenidos, de los diferentes movimientos obreros y campesinos.
6.- Elegir una comisión para la revisión de los expedientes de los detenidos en prisiones y campos de concentración.
7.- Suprimir todas las secciones políticas, puesto que ningún partido debe tener privilegios para la propaganda de sus ideas, ni recibir subvenciones del Estado. En su lugar, deben crearse círculos culturales con recursos procedentes del Estado.
8.- Suprimir inmediatamente los destacamentos de control.
9.- Igualar la ración para todos los trabajadores, excepto en los oficios insalubles y peligrosos.
10.- Suprimier los destacamentos de choque comunistas en las unidades militares y desaparición del servicio de guardia comunista en las fábricas. En caso de que estos servicios de guardia sean necesarios, designarlos por compañía de cada unidad militar, teniendo en cuenta la opinión de los obreros.
11.- Dar a los campesinos completa libertad de acción, así como el derecho a tener ganado, que deberán cuidar ellos mismos sin utilizar trabajadores asalariados.
12.- Pedir a todas las unidades militares, así como a todos los camaradas oficiales, que se adhieran a estas resoluciones.
13.- Exigir que se dé en la prensa una amplia publicidad a todas las resoluciones.
14.- Designar una oficina de control itinerante.
15.- Autorizar la libre producción artesanal, sin utilizar trabajo asalariado.
Los quince puntos del manifiesto del Pretropavlosk contienen lo que mucho comunista de oído cree que reivindicaban los comunistas soviéticos en aquellos años; es posible, de hecho, que los marineros de Krondstadt lo pensaran también. En su manifiesto, de hecho, hay mucho marxismo: considerar que sólo los obreros y sus partidos merecen la libertad y poder expresarse (dictadura del proletariado); y la prohibición el trabajo asalariado (asunción básica de la teoría marxista sobre la plusvalía del obrero). Sin embargo, si el marxismo que quizá Lenin podía compartir con ellos está presente, mucho más lo están dos elementos que, lejos de lo que consideran los comunistas de oído, jamás estuvieron en la agenda de los bolcheviques: uno, las consideraciones egalitaristas y anarquistas, que repelían el control estatal; y, otra, la consideración de que todos los revolucionarios tenían derecho al mismo nivel de libertad. O sea, que todos los pajaritos tenían derecho a estar en el nido con el pájaro cuco.
El manifiesto de Krondstadt, lejos de identificarse con el bolchevismo, era un torpedo en su línea de flotación. Un clamor por un cambio en el gobierno en el que los bolcheviques deberían dejar de tener el monopolio.
El 2 de marzo, siguiendo las directrices revolucionarias que habían aprendido en el proceso que luego el régimen soviético sacralizaría como la revolución perfecta, los marineros de Krondstadt eligieron un Comité Provisional, presidido por un marinero llamado Petricenko.
Por lo que se refiere al PCUS, jamás pensó ni remotamente en negociar o acordar nada con los sublevados; que, además, no estaban formalmente sublevados, pues no habían agredido a nadie. Trotsky y Zinoviev fueron designados para gestionar el problema. El 3 de marzo, bajo la inspiración del primero de los citados, los medios de comunicación de Moscú emitieron la noticia de la sublevación en Krondstadt del Petropavlosk, a las órdenes de un fantasmagórico general ruso blanco Kozlovski, que no era más real que Mickey Mouse, puesto que el general Kozlovski, que efectivamente era bastante conservador, había sido precisamente relevado de todo mando por los marineros amotinados. Asimismo, tomando el rábano por las hojas de una forma acojonante, se basaban en el hecho de que un periódico francés (Le Matin) hubiese publicano noticias de la sublevación para concluir que Francia e Inglaterra estaban implicadas en la conspiración, con la ayuda de los socialrevolucionarios.
Lejos de lo que defiende Trotsky a través de estas afirmaciones, todas falsas, la sublevación de Krondstadt no estuvo dirigida por ninguna formación política. Surgió de una forma tan espontánea que se produjo en invierno, es decir en una época en la que los buques no eran operativos por estar helado el mar; cualquier revolucionario organizado habría montado la tangana en primavera o verano. De hecho, los marineros de Kronstadt, aquejaos de un buenismo revolucionario que recuerda en algo a los tiempos presentes, pensaron que su simple ejemplo movería a los demás a unírseles, así pues no tomaron más medida que hacer asambleas. En dichas asambleas se hablaba de un nuevo orden socialista, que sustituiría al orden comunista burocrático.
Con una simpleza que, sin embargo, tiene la virtud de hacerse entender, los marineros de Kronstadt acusaban a la dictadura del proletariado de haberse convertido en dictadura sobre el proletariado. Recuperaban, además, la vieja máxima de Lenin (el desaparecido Lenin) en sus tesis de abril, y que es bien conocida: todo el poder para los soviets. En esas circunstancias, la ideología de Krondstadt viraba a marchas forzadas hacia el anarquismo, y así, para cuando los socialrevolucionarios, a través de Tchernov, intentaron hacerle una OPA al movimiento, ya era tarde. Todo lo que no fuese autogestión les parecía poco.
Trotsky tenía que terminar con Krondstadt para poder convocar el X congreso del partido. El 6 de marzo, esta luminaria de los derechos humanos y las libertades civiles da por escrito orden de preparar lo que haga falta «para aplastar la revuelta y a los rebeldes por la fuerza de las armas».
El 7 de marzo, por la tarde, comenzó el ataque. Aprovechando el terreno de más regalado por el mar helado, las tropas del gobierno (éstas sí, dirigidas, por cierto, un general ex-zarista, Tujachevski) pudieron presentar un frente muy amplio, lo cual hizo difícil, cuando no imposible, la defensa de la plaza. A partir del 8, Trotksy ordena un ataque non-stop, buscando una rendición rápida del puerto que impida la posible rebelión de otros puntos de Rusia. El 16, Tujachevski atacó por el flanco más inesperado, es decir desde el camino de Petrogrado (el área para cuya defensa se construyó Kronstadt). A partir de ese momento, sólo necesitó dos días para tomar la plaza.
Como ya dijo Víctor Serge, Kronstadt marca el momento de la ruptura definitiva entre el anarquismo y el comunismo. Hasta ese momento, ambas ideologías, amalgamadas en su condición obrerista, habían convivido e incluso colaborado. Pero, a partir de ese momento, devienen incompatibles. En Kronstadt, el comunismo como forma de gobierno se muestra con dos características fundamentales: en primer lugar, como gobierno absolutamente pragmático, por lo tanto capaz de la mentira y el engaño con tal de defender sus intereses; en segundo lugar, como régimen totalitario, en el sentido de régimen que no sólo pretende prevalecer sobre los demás, sino que también pretende hacer desaparecer a los demás.
La intelectualidad de izquierdas, por otra parte, se ha pasado todo el siglo XX escribiendo páginas y páginas en las que los marineros de Kronstadt eran tratado con la conmiseración que se le dedica a alquien bienintencionado que, sin embargo, está equivocado. Así, en efecto, son tratados los marineros de Krondstadt: buenos chicos que se empeñaron en no darse cuenta de que Lenin y Trotsky eran dos gobernantes amenazados por potencias exteriores, por la resistencia interior y la amenaza de los rusos blancos; eran, pues, unos pobres chicos que no tuvieron más remedio que acallar todas las voces que no fuesen la suya, meter a los opositores a puñados en las checas, joderle la vida a miles de personas, cuando no asesinarlas.
Todo eso lo hicieron, estos santos varones, porque no tenían más remedio. Y los burros de la Historia, por lo visto, son los marineros de Kronstadt, que no supieron entenderlo.