sábado, noviembre 10, 2007
¡Fascista!
Todo empezó porque Hugo Chávez se refirió por tres veces al ex presidente del Gobierno español, José María Aznar, motejándolo de fascista. Y este es el punto en el que el presidente venezolano sacó los pies del plato; porque ser fascista es algo muy concreto, tan concreto que hay países del orbe occidental donde serlo es delito. Y, por lo tanto, cuando se acusa a alguien de ser fascista, lo menos que se puede hacer es, al punto, demostrar la acusación con hechos y palabras indubitables.
El fascismo es una ideología tan efímera en la Historia como importante en las trazas que dejó. Sí, ya sé que el fascismo existe hoy en día, así pues no llevo razón al considerarlo efímero; pero hay una diferencia enorme entre existir y existir siendo una alternativa seria de gobierno, ejerciendo cuotas de poder, y es en este terreno del ejercicio del poder donde el fascismo ha perdido notablemente terreno en los tiempos actuales, como también le ha ocurrido al comunismo.
Hoy en día y para siempre, los politólogos, los sociólogos y los historiadores discuten interminablemente sobre los orígenes y la existencia del fascismo. Esto es así porque hay elementos del fascismo, como es el ultranacionalismo o la exaltación de la raza, que existen desde hace mucho tiempo; por citar dos pueblos alguna vez gobernados por fascistas, tanto alemanes como españoles nos hemos sentido superiores al resto desde mucho tiempo antes a la existencia del fascismo en nuestro seno. Y no digamos los italianos, en el punto y hora que resucitan su pasado imperial, truquito éste que explica que el saludo fascista sea el viejo saludo romano.
No obstante estas discusiones, el fascismo como tal estructurado, existente como una alternativa política cierta, como una doctrina de dominación del Estado, es un fenómeno propio de la primera posguerra mundial. En la llamada Gran Guerra muchas cosas del orden mundial vigente hasta entonces hicieron crisis, pero lo más importante de esa catarsis es que se resolvió malamente. Se habla mucho de los tratados de Versalles o de Trianon como caldos de cultivo de la deriva fascista en Italia y en Alemania, aunque yo creo que hay algún otro elemento de mayor importancia. Las potencias que ganaron la primera guerra mundial, que se la ganaron fundamentalmente a Alemania, cometieron un grave error del que aprenderían veintipocos años después. En la primera guerra mundial, las hostilidades se acabaron prácticamente antes de pisar tierra alemana, con lo que el prestigio de aquel país quedó intacto, presto, por así decirlo, a sentirse humillado, pero no vencido. Este hecho sería crucial para el renacimiento entre los alemanes de la idea de la Gran Alemania.
El fascismo de poder, en todo caso, no lo inventan los nazis. Lo inventa Benito Mussolini, un líder socialista italiano de quien, sin embargo, el sindicalista francés Georges Sorel vaticinó, nada menos que en 1912, que acabaría siendo «un condottiero del siglo XV». En 1914 Mussolini, hijo de un herrero y de una maestra, se separó del partido socialista por su antibelicismo; él, lejos de ser pacifista, veía en la guerra mundial una oportunidad de oro para realizar y perfeccionar la unidad de Italia. Tras la guerra, en la que fue herido de cierta consideración, creó un haz (o fascio) de excombatientes, cada vez más radicalizados a causa de la violencia de la extrema izquierda.
La filosofía de acción directa del fascismo italiano fue notablemente atractiva para los más jóvenes, igual que ocurrió en Alemania e igual que ocurrió en España, sobre todo con las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS) de Ramiro Ledesma, que acabarían fusionándose (no sin problemas) con la Falange de José Antonio Primo de Rivera. Cuando el sistema parlamentario italiano cayó en el descrédito, Mussolini organizó una marcha sobre Roma que operó de presión sobre el rey Víctor Manuel, el cual le dio el poder.
A diferencia de Hitler, que es un fenómeno meramente alemán y cuyos seguidores en otros países lo son, sobre todo, por interés, Mussolini es el gran irradiador del fascismo. La FE de las JONS joseantoniana se sentía más mussoliniana que nazi, pero hay más ejemplos, tales como Averescu en Rumania, Stoyadinovich en la antigua Yugoslavia, Gömbös en Hungría, Tsankov en Bulgaria, Carmona en Portugal...
¿Qué es ser fascista? En primer lugar, y sobre todo, ser fascista supone superditar al individuo a una idea (que suele tener en un partido a su guardían sagrado) hasta el límite que sea necesario. En tal sentido, todo fascista es, por definición, antiliberal, entendiendo por liberalismo no las estrechas fronteras de una determinada doctrina política, sino la creencia genérica de que el individuo y su libertad han de ser la base de toda relación política y social. La máxima supeditación a una idea (el nacional-socialismo, el nacional-sindicalismo, la supremacía de la raza, etc.) hace que el fascismo sea, además, una ideología que aspire a la toma completa del poder sin alternativas; como ideología antiliberal y antiparlamentaria (de hecho, la mayoría de los fascistas ven en los sistemas de partidos políticos un cáncer social que hay que extirpar), el fascismo propugna, pues, sistemas de partido único o sin partido en los que el derecho al voto o bien es descafeinado, o bien no existe. Siempre ha de existir una organización monopolística que marque el paso de la vida pública; en algunos casos no es estrictamente un partido; por ejemplo, el fascismo español, al ser nacional-sindicalista, lo que propugnaba era el monopolio de la organización sindical y, de hecho, el lema del falangismo radical en los años cuarenta y cincuenta era «Estado sindical»
Es un error identificar siempre el fascismo con la extrema derecha, en el sentido de defensa de los intereses de las derechas, es decir de las clases sociales más pudientes. No pocos fascismos se dotan de tintes obreristas en los cuales el fascista es el auténtico liberador de la clase obrera. En las bases de fusión de Falange Española y las JONS (13 de febrero de 1934) figuran algunos puntos que podrían ser fácilmente suscritos por cualquier radical de izquierdas («Afirmación nacional-sindicalista en un sentido de acción directa revolucionaria»), amén de otros curiosos como la limitación de los mandos de la formación a personas menores de 45 años o la afirmación de «una línea económica revolucionaria que asegure la redención de la población obrera, campesina y de pequeños industriales». Más allá, en el falangismo español hay todo un mito sobre la elección de la camisa azul como uniforme (algunos testimonios hablan de que había bastantes partidarios de la camisa parda, al estilo nazi); aunque yo tiendo más a creer que José Antonio se limitó a copiar a los grupúsculos fascistas portugueses, que ya la usaban, se cuidó mucho de alimentar el mito de que la elección tenía que ver con que dicha camisa se parecía a la de los mecánicos de los talleres, pequeños obreros manuales, pues.
El racismo no es un elemento fundamental del fascismo, aunque suele aparecer. En realidad, la pimienta que suele figurar en todo fascismo es el nacionalismo. Se podría decir que no todo nacionalista es necesariamente un fascista, pero resulta difícil encontrar un fascista que no sea nacionalista. El fascismo, en tanto que ideología que sustenta una idea común supraindividual, genera inmediatamente el concepto de destino común (así lo decían los puntos programáticos de la Falange, que definían a España como una Unidad de Destino en lo Universal) y supremacía. A Mussolini le encantaba leer a Friedich Nietzsche, filósofo alemán que lo mismo vale para un roto marxista que para un descosido brazo en alto; una de las cosas de él que atrae a los fascistas es su afirmación del superhombre, donde quieren ver la confirmación de sus ideas.
La exaltación de lo propio trae prendida la denigración de los otros. La Alemania nazi consideraba escoria a determinadas nacionalidades y razas: judíos, gitanos, polacos... Eran untermenschen, menos que hombres, razón por la cual estaba justificado su asesinato, incluso cuando eran niños. El fascismo nazi comenzó siendo un nacionalismo muy radical que propugnaba el renacimiento de Alemania, fuertemente humillada tras la Gran Guerra, para pasar rápidamente a buscar enemigos (los judíos y otros) y defender, primero su aislamiento (existen no pocos testimonios de que los nazis estudiaron la posibilidad de encerrar a todos los judíos en la isla de Madagascar) y después su exterminio. El asesinato masivo de judíos, gitanos, alemanes izquierdistas y no pocos homosexuales fue posible por algo que hoy se ve con otros ojos: la eutanasia. De hecho, Hitler es probablemente el primer gobernante que apoyó decididamente la eutanasia, aunque a su fascista manera. La eutanasia hitleriana, repugnantemente aplaudida por la clase médica alemana (y algún día debería pedir perdón por ello, ciertamente) propugnaba la eliminación de los arios defectuosos. Puesto que la raza aria había de ser perfecta y dominar el mundo, era necesario hacer una selección de la misma eliminando las malas hierbas. Así pues, antes que a los judíos, la Alemania nazi gaseó a unos 40.000 esquizofrénicos, paranoides y oligofrénicos, y a otros los esterilizó para que no pudiesen reproducirse.
La gran humillación pública del racista Adolf Hitler se produjo en 1936. Para entonces los nazis gobernaban en Alemania y en Berlín se celebraban los juegos olímpicos. Hitler esperaba que dichos juegos sustantivasen la supremacía de los arios, pero comenzó a ver que los negros les superaban en las pruebas atléticas, especialmente en las relacionadas con la velocidad, para las que es bien sabido que las razas de origen africano están mucho mejor dotadas que los semíticos. Así pues, empezaron a pasar cosas raras. Durante las series de calificación para la final de salto de longitud, que se celebraría poco después de que el atleta negro Jesse Owens hubiese ganado la final de 100 metros lisos, todo se confabuló para que Owens no pudiera pasar a dicha final. De los tres saltos de cualificación, los jueces le cantaron nulo los dos primeros. Uno de dichos nulos ni siquiera fue un salto; siguiendo, probablemente, instrucciones del palco, los jueces consideraron que una carrerilla de prueba que había dado Owens por la pista del salto había sido un intento, y se lo calificaron como nulo.
En ese momento aparece el héroe de esta historia. Se llamaba Luz Long, era alto, rubio y de ojos azules, era alemán y era el segundo mejor saltador de longitud del mundo, después de Owens. O sea: era quien más podía ganar con las putadas que le estaban haciendo al puñetero negro. Y, sin embargo, Long no estaba hecho de la misma madera que Hitler; la suya podría ser, quizá, más blanda, pero era, con seguridad, más noble.
Long se acercó a Owens, que estaba un poco bloqueado con todo el asunto de las putadas, y le dio la solución: sólo era la calificación, así pues no tenía que hacer un record. Le aconsejó que dejase una marca (si no recuerdo mal, Owens dejo caer una toalla) algunos centímetros antes de la tabla de saltado, y que calculase el salto no desde la tabla, sino desde la marca. De esta forma, los jueces no podrían cantarle nulo. Owens le hizo caso y se clasificó.
Luz Long hizo algo más que eso. Al día siguiente, en la final, cuando Owens lo derrotó, felicitó a Owens. O sea: se abrazó a un negro que le había ganado ante los ojos de Hitler. Con un par.
Luz Long murió en la segunda guerra mundial, lo cual quiere decir que, lejos de disfrutar de los privilegios de que gozaban los deportistas de élite fue enviado, oh casualidad, al frente a pegar tiros (en el frente más duro, es decir el ruso). Sin embargo, pocas, muy pocas personas le recuerdan hoy, a pesar de que es un héroe. Ya que se habla tanto de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, quizá no habría demasiadas discusiones si consistiese en cosas como contarle a los niños la historia de Long.
Para mí, además, el mérito de personas como Long es mayor teniendo en cuenta que fue capaz de ir donde no llegaron otros que tuvieron una posíción más cómoda que la suya. Una de las cosas que tal vez sería bueno que algún día se explicasen bien es el porqué del cambio de última hora en el equipo estadounidense de 4x100 en aquellas Olimpiadas. Inicialmente, el relevo estaba formado por Martin Glickman (10,6 segundos en los trials), Sam Stoller (10,6), Foy Drapper (10,6) y Frank Wykoff (también 10.6). Con ello, EEUU renunciaba al propio Owens (10.4) y a Ralph Metcalfe (10.5), ambos negros. Esta decisión, en cualquier caso, podría no estar fundamentada en el racismo, sino en una política que EEUU ha seguido siempre de intentar que cuantos más atletas ganen medalla, mejor.
Días antes de la final, sin embargo, el entrenador estadounidense reunió a los relevistas y les contó la milonga de que el equipo alemán era fortísimo y que por eso había que jugar las mejores cartas, razón por la cual Owens y Metcalfe entraron en el cuarteto en sustitución de Glickman y Stoller.
Estaréis pensando: vaya cataplines, los americanos. Quitan a dos blancos para meter a dos negros ante las narices de Hitler. No obstante, vuestra valoración tal vez cambie un poquito si os cuento que Glickman y Stoller eran judíos.
Que yo sepa, nunca se ha aclarado del todo quién sacó a los judíos del 4x100. Como ya habéis leído, no existía razón específica para ello, pues tenían la misma marca que otros dos corredores que sí corrieron. Lo que no se sabe es si fueron los alemanes quienes presionaron o fueron los norteamericanos motu proprio. Ambas versiones son posibles.
Por cierto: en la final, los alemanes llegaron cuartos, aunque se clasificaron terceros porque el equipo que les precedió, Holanda, perdió el testigo. La medalla de plata, Italia, llegó a más de diez metros de los americanos. Queda claro, pues, que la milonga de que los alemanes tenían un superequipo resultó ser eso, una milonga, y que, aún cediendo las tres décimas de menos que tenían Owens y Metcalfe sobre los atletas judíos, el equipo americano habría ganado la final más o menos con un segundo de ventaja sobre su inmediato perseguidor.
Así pues, quienquiera que decidiera que dos judíos no recibiesen sus medallas de oro delante de Hitler, ése sí que era un fascista.
El paroxismo nazi llegó hasta tal punto que hubo médicos que acariciaron la idea de ayudar a construir la supremacía aria mediante la reducción del periodo de gestación; si conseguían que la mujer concibiese en menos de nueve meses, la capacidad de generar arios se multiplicaría. En sus experimentos, casi siempre carentes de base científica, utilizaron normalmente mujeres prisioneras, a menudo judías, a las que radiaron los ovarios en interminables sesiones hasta dejarlas, en el mejor de los casos, estériles. Aunque tampoco tenía demasiada importancia, pues su destino, en todo caso, era la cámara de gas.
Ser fascista, por lo tanto, es ser ultranacionalista, antiparlamentario, partidario del colectivo y no del individuo, exaltador de la violencia y de la dominación del diferente, racista y xenófobo. Para ser fascista hay que ser todo eso. Decir de alguien que es fascista, pues, es un insulto muy grave. Decirlo tres veces, tres insultos muy graves.
La confusión, en lo que a nosotros se refiere, comenzó en la República. Cuando en noviembre de 1933 las elecciones dan un vuelco al país y colocan a las derechas en el gobierno, las izquierdas reaccionan aseverando que en España va a pasar como en Austria y en Alemania, es decir que el fascismo va a tomar el poder legalmente pero luego va a quedárselo para siempre. No está claro si el gran líder de la derecha, Gil-Robles, se sentía o no fascista. El mandamás de la CEDA justifica plañideramente en sus memorias (No fue posible la paz) su asistencia a un congreso del NSDAP (el partido de Hitler) y pasa de puntillas por cosas que sabe que dijo en aquel entonces, como que si el Parlamento no entendía su mensaje, sometería al Parlamento (y someter es un verbo lo suficientemente polisémico para que cada uno se crea lo que le dé la gana). Se explaya, claro, en lo que le defiende: una vez que las izquierdas dieron un golpe de Estado revolucionario, y una vez que dicho golpe fue sofocado, el sistema democrático fue conservado, así pues la amenaza de dictadura, según Gil-Robles, nunca existió.
El caso es que ya en el bienio de las derechas comienza a construirse la dicotomía sencilla fascistas-antifascistas. Dicotomía que alcanza su máximo esplendor al estallar la guerra civil, pues en zona republicana todo aquel que está con los golpistas se convierte en un fascista (entonces se decía más fachista) y el bando contrario se convierte en el antifascismo. La ayuda de Hitler y Mussolini a Franco no hizo demasiado por destruir ese tópico, aunque a mí me parece sociológicamente insostenible. A Franco en el 36 le apoyaron grupos sociopolíticos que comienzan en la derecha del Partido Radical y engloban, por lo tanto, al maurismo, las derechas coligadas en la CEDA, elementos católicos, agrarios, monárquicos de muy variada laya y, por supuesto, el requeté y la Falange. En España, en julio del 36, no habría ni 50.000 fascistas, y con 50.000 pollos no se gana una guerra ni aunque venga la Legión Cóndor siete veces.
A ello hay que unir el hecho, quizás más allá de la temática de este post, de que tampoco todas las izquierdas antifascistas lo eran.
El tópico pervivió a la guerra, llevándonos a la dinámica de pensar que el franquismo fue fascista y, por lo tanto, la lucha contra el franquismo fue aquella vieja lucha contra el fascismo. Afortunadamente, la historiografía ha terminado por darse cuenta de que Franco desfascistizó su régimen desde el momento en que vio que Hitler podía perder la guerra, convirtiéndolo en una dictadura militar (porque no hace falta ser fascista para aplastar las libertades de los pueblos; ésta es otra confusión bastante común en el lenguaje actual).
Que Franco fue sinceramente fascista, yo creo que no lo duda ni la fundación que lleva su nombre. Que dejó de serlo y que, ítem más, al principal elemento fascista de su gobierno, su cuñado Serrano Súñer, se lo apioló comme il faut, es igual de cierto. Tras esto, ya digo, no hace falta elevar a Franco a los altares, porque se puede dejar de ser un fascista y seguir siendo un cabronazo. Yo, de hecho, conozco personalmente a muy pocos fascistas, apenas uno o dos. Pero cabronazos, los conozco a puñaos.
Una discusión interesante es, por ejemplo, si Stalin fue fascista. Yo creo que sí. Como lo fue Mao, o Pol Pot. Como ya he dicho, el fascismo no es una ideología ni de derechas ni de izquierdas. Es una forma muy concreta de entender la ideología o, si se prefiere, una tentación totalitaria. Y se puede llegar a experimentar lo mismo cantando Por Dios, por la Patria y el Rey que La Internacional.
Pero lo que ha de quedar meridianamente claro es que cuando alguien opina algo pero te permite discrepar, no es fascista. Cuando alguien no pretende imponer sus criterios mediante el uso de la violencia, no es fascista. Cuando alguien no propugna de todos los ciudadanos debieran supeditar su libertad, sus acciones y su albedrío a una Idea, no es fascista.
Y si no nos damos cuenta de esto, seguiremos usando la palabrita a humo de pajas, y todo lo que conseguiremos es que cada vez signifique más cosas distintas, o sea no signifique ninguna.
Y eso, es decir que la palabra fascista en el fondo no signifique nada, es, exactamente, lo que quieren los fascistas.
jueves, noviembre 08, 2007
La encuesta (3): Ellos y ellas
Hay una cosa que me gustaría dejar clara porque justo cuando iba a postear este comentario ha llegado el de Anónimo sobre el valor estadístico de la encuesta. A ver: el valor estadístico de la encuesta es nulo. Esto lo sé hasta yo que soy de letras. Cualquiera que se repase los post que he escrito al respecto verá que, entre otras lindezas, lo califico de juego de amiguetes, que es lo que es. Un estudio estadístico serio sobre la materia de la que trata esta consulta es algo absolutamente inútil. Si en abril del 2006 (según el CIS) un 43% de los españoles desconocía quién es Josu Jon Imaz, un 17% Josep Lluis Carod, y un 15,6% Gaspar Llamazares, que están todo el día dale que te pego en la tele, ¿qué porcentajes reales de conocimiento arrojarían Alejandro Lerroux o Indalecio Prieto? Aquí no se trata de otra cosa que de esparragar un rato.
Anyway, en esta tercera toma de la encuesta Ponle nota a los políticos de la República me voy a ocupar de las valoraciones de los votantes clasificados según su sexo.
¿Somos los hombres iguales que las mujeres? Lo dudo mucho. Machos y féminas tendemos a ver las cosas diferentes y a pensar diferente; ésta es una de las razones, aunque no la única, de que este mundo sea tan divertido. Si nos atenemos a la encuesta, los datos no hacen más que abonar esta tesis. O sea:
El premio Le Molo a Ellos se lo lleva Julián Besteiro, ganador ya de nuestro primer premio absoluto, con una calificación de 6,39. Sin embargo, no se lleva el premio Le Molo a Ellas. Este premio es, increíblemente, para Ángel Pestaña (8,5); y digo increíblemente porque en mi anterior post, en el que traté el asunto del nivel de conocimiento, ya dije que el de Pestaña era muy bajo; podemos concluir, por lo tanto, que no sólo lo conoce poca gente, sino que esa poca gente es básicamente femenina, y además le tiene en alta estima.
Inmediatamente después, y es quizá quien merece el premio dado que ha recibido más votos, se sitúa Federica Montseny (8 puntos de media). Ambos son, pues, de la misma cuerda. Las féminas que han contestado nuestra encuesta se decantan claramente por la bandería rojinegra; aunque quizá no les guste recordar que ésa es, también, la combinación de colores de la Falange.
El tercero en discordia, con una calificación de 7, es Dolores Ibárruri. Dicho de otra forma: de dos mujeres que había en la lista de 30, las dos son votadas entre las tres primeras por nuestras encuestadas. Ellas se votan a ellas. Y, ¿por qué no habrían de hacerlo, si nosotros también practicamos el mismo deporte?
Una diferencia fundamental entre hombres y mujeres es el nivel de exigencia: entre los hombres hay tan sólo cinco políticos que aprueban: el mentado Besteiro más Azaña (5,42), Alcalá-Zamora (5,22), Prieto (5,18) y Federica Montseny (5,08). Las chicas, sin embargo, aprueban a… ¡19 políticos! Caray con la diferencia, ¿no?
A los tres ya mentados (Pestaña, Montseny, Ibárruri), los aprobados femeninos son para: Azaña (6,71), García Oliver (6,67), Besteiro y Companys (6,57), Portela Valladares (6,33), Carrillo (6,14); Martínez Barrio, Domingo, Negrín y Casares (6 puntos); Prieto (5,57); Largo (5,29); Alcalá-Zamora (5,14); y Miguel Maura, Calvo Sotelo y José Díaz, cada uno con un 5 raspadito.
Pestaña es el político de la República en torno al cual más se diferencia la valoración de hombres y de mujeres: ellas le dan 4,3 puntos más de nota. Le sigue García Oliver, con una diferencia de 3,7 puntos. Bueno, Pestaña y García Oliver no compartieron partido, pero sí universo: el de la izquierda más radical. Todo parece indicar, por lo tanto, que es en esos predios donde se dirimen las diferencias de sexo en cuanto a juicio histórico.
Los hombres, por su parte, valoran mejor que las mujeres, aunque con diferencias muy pequeñas, a Gil Robles, a Andreu Nin (correligionario de García Oliver; o sea, no entiendo nada), Lerroux y Alcalá-Zamora.
Si observamos la desviación estándar de las calificaciones, que por lo tanto nos dicen qué personajes obtienen valoraciones más extremas, entre los hombres el premio Ellos no se Aclaran es para Juan García Oliver, con una desviación típica de 3,6 puntos, seguido del lehendakari Aguirre (3,24) y de Pasionaria (3,11 puntos).
¿Y entre ellas? ¡Pues se acabó la guerra de sexos! El premio Ellas no se Aclaran es también para Juan García Oliver, 3,51 puntos, seguido a muy corta distancia (3,46) por su correligionario Nin.
La parte baja de las desviaciones es más difícil de juzgar, porque en ella se encuentran, habitualmente, los poco votados. De entre los registros que veo correspondientes a políticos razonablemente votados, veo que en los hombres las opiniones son sólidas para los políticos de derecha, pues personajes como Gil-Robles, Calvo-Sotelo o Maura tienen bajas volatilidades; fenómeno que entre las mujeres está más repartido y ligeramente escorado a la izquierda. Especialmente remarcable es el caso de Juan Negrín, que con una desviación de 0,71 puntos revela haber recibido votaciones prácticamente homogéneas en el campo femenino.
Y hasta aquí hemos llegado de momento. Ya sólo nos quedan los tramos de edad. Nos vemos en diez días, o asín.
miércoles, noviembre 07, 2007
La encuesta (2). Manuel Azaña, premio al Más Conocido
En esta segunda toma de la encuesta me voy a ocupar, tal y como reclamaba Tiburcio, del problema del conocimiento. Como espero convenceros, la cosa tiene su intríngulis.
Recordaréis que la encuesta se realizó en torno a 30 políticos de la República. Pues bien, prácticamente la mitad de ellas (14) registran niveles de conocimiento inferiores al 50%. Los datos parecen demostrar que, en realidad, nuestros conocimientos del pasado, del pasado de nuestros abuelos, se circunscriben, en la mayoría de los casos, a juicios generales sobre la situación (esto me gusta, esto no me gusta) y el conocimiento de bastantes pocas personas de las que protagonizaron esos procesos.
He clasificado a los 30 de la fama en cuatro categorías: izquierda (PSOE, comunistas y anarquistas); centro-izquierda (partidos burgueses, incluido el radical); derecha (Renovación Española, CEDA, Falange, Bloque Nacional, agrarios, el partido de Maura y Chapaprieta, que era independiente pero de derechas); y nacionalistas (ERC y PNV). Para esta clasificación he tenido que tomar alguna decisión un poco polémica, como clasificar a Niceto Alcalá-Zamora dentro del grupo de centro-izquierda vista la hostilidad que mostró hacia no pocos miembros de la derecha. Y los resultados son curiosos.
El promedio de conocimiento de los personajes de la izquierda es el más alto: el 62,7%; le siguen los nacionalistas con un 59,6%, luego la derecha con un 51,6% y, finalmente, los políticos de centro-izquierda con un 48,5%. O sea, entre el grupo menos conocido y el más conocido hay nada menos que 14 puntacos, que ya le vale.
¿Qué conclusión saco de esto? Hombre, conclusión ninguna; esto es un juego de amiguetes. Lo que sí puedo decir es que estos resultados coinciden bastante con cosas que yo me barrunto que ocurren hoy en día con la República, a saber:
* Gentes que viven pensando que la II República española empieza en Azaña y
termina en los anarcosindicalistas; o sea, que no hubo más política en aquellos
años que la que va, en términos de hoy en día, entre una especie de PSOE liberal
no de clase y los grupos de izquierda radical. A la mayoría de las personas, al
ponerle nombres y apellidos a la República, sólo le sale los de las
izquierdas, hasta el punto de que no es inhabitual encontrar personas que,
preguntadas sobre el partido en que militaba Manuel Azaña, contestan muy ufanas
que en el PSOE.
* Como consecuencia de lo anterior, se produce un segundo efecto, por el cual las derechas son juzgadas sin que sus nombres se conozcan. Para mucha gente, las derechas en la República se identifican con Franco; pero cuando las derechas gobernaron, cosa que hicieron durante el 41% de la duración de la República, a lo más que llegó Franco fue a jefe de Estado Mayor del Ministerio de Defensa; anda que no tuvo gente por encima y, además, entre otras cosas, jamás pisó las Cortes republicanas (estuvo a punto de presentarse a diputado por Cuenca, pero finalmente se echó atrás).
Además, el conocimiento no se corresponde, o no se corresponde estrictamente, con la importancia del personaje en aquellos tiempos. Veamos.
Azaña es el político con mejor tasa y, por lo tanto, ganador del Premio al Más Conocido: 92,3% de conocimiento, especialmente entre las personas de treinta y tantos y las de más de 60 o así, y más entre los seres de género destrógiro (machos) que levógiro (hembras) . Nada hay que objetar a esto. Fue el gran arquitecto de la República, fue presidente del Gobierno, Presidente, ideólogo y muchas cosas más.
Pero es que detrás va Dolores Ibárruri (90,38%). Evidentemente, a Pasionaria le ayuda el hecho de haber vivido muchos años y haber regresado a España en la Transición y todo eso. Pero que sea el segundo personaje más conocido de la República es, a mi humilde entender, colocarla en un pedestal que no merece; y no me refiero a la calidad de sus actuaciones, sino a la importancia intrínseca que tuvo su persona en aquellos tiempos.
En consecuencia con lo antedicho, el tercer personaje más conocido de la República es Santiago Carrillo (86,5%), que tuvo un papel importantísimo en la España de la Transición, pero en los años republicanos era más bien poco importante, entre otras cosas porque era demasiado joven para tocar poder partidario.
A causa de esta invasión de los primeros puestos por parte de estos personajes del pasado que vivieron nuestro presente tenemos que esperar hasta el cuarto puesto para encontrar a otro arquitecto de la República, Francisco Largo Caballero (84,6%); curiosamente más conocido por las personas más jóvenes que por las de más edad, lo cual también me confirma en la idea que tengo de que Largo es un personaje en parte rescatado (y bien rescatado, dada su importancia) por los historiadores.
En el quinto puesto, ex aequo, encontramos a un batiburrillo de políticos, todos ellos conocidos por el 80,7% de los encuestados: Lluis Companys, Indalecio Prieto y José Antonio Primo de Rivera. Por deshacer el empate, el único que consigue un nivel de conocimiento del 100% en algún tramo de edad (descontado el tramo yogurín, donde sólo ha habido un voto y por eso no lo cuento) es Companys.
Y ya tenemos aquí otro desajuste: el político de derechas de la República más conocido es José Antonio Primo de Rivera. Si sostuviésemos esto, un suponer, ante un votante de derechas (o de izquierdas) en 1934, nuestro interlocutor, simple y llanamente, se descojonaría de la risa. Una vez más, se revela que los grandes personajes de la derecha son básicamente desconocidos.
Alejandro Lerroux, Niceto Alcalá-Zamora y José María Gil Robles arrojan un conocimiento del 76,9%. La nómina de los conocidos por más del 50% de los encuestados se completa con: Julián Besteiro y José Calvo Sotelo (75%); Juan Negrín (71,1%); Federica Montseny (65,4%) y Miguel Maura (55,8%).
No son conocidos ni por la mitad de los encuestados un montón de personajes que fueron nada menos que primeros ministros: Santiago Casares Quiroga (42,3%), Diego Martínez Barrio (36,5%), Portela Valladares (34,6%) y Joaquín Chapaprieta (26,9%). También podríamos contar a Giral (36,5%).
El resto de las notas que me quedan por dar son:
Andreu Nin: 42,3%.
José María Aguirre: 38,5%
Ángel Pestaña: 34,6%
José Díaz (¡el jefe de Ibárruri!); 32,7%.
Juan García Oliver: 26,9%.
Goicoechea: 26,9%.
Marcelino Domingo: 21,1%.
Félix Gordón Ordax: 19,2%
Martínez de Velasco: 19,2%.
Si consideramos los resultados por sexos, ocurre algo que es consecuencia de que han votado muchos más buitres que palomis. Los resultados en los hombres calcan bastante los resultados totales, como digo lógico teniendo en cuenta que ellos somos (sic) la mayoría de los votantes.
O sea: entre los chicos, Azaña gana como el más conocido, seguido de Pasionaria, Carrillo, Largo, Companys, Prieto y Primo de Rivera, igual que en los resultados generales. Pero entre las chicas no hay un ganador, sino… ¡once! Esos mismos siete políticos que acabo de citar, además de Alcalá-Zamora, Calvo Sotelo, Julián Besteiro y Federica Montseny, arrojan la misma calificación: 87,5%.
Todo parece indicar que el conocimiento entre las féminas es más homogéneo. Los hombres somos más anárquicos.
En fin, esta última afirmación no es muy feliz, teniendo en cuenta lo mucho que conocen y valoran las mujeres a Federica Montseny. Pero todo parece indicar que la conocen más por mujer que por anarquista. ¿Por qué digo esto? Pues porque el otro compañero anarquista de viaje de Montseny en esta encuesta, Ángel Pestaña, obtiene un putomiérdico ratio de conocimiento del 25% entre las mujeres. No parece, pues, que sea la acracia lo que atrae a las mujeres, sino más bien la condición femenina de la señora ministra.
En resumidas cuentas: a despecho de memorias históricas, histéricas y de otro tipo, todo parece indicar que vivimos bastante de espaldas, quizá no hacia lo que pasó, pero sí, desde luego, hacia quienes lo protagonizaron.
lunes, noviembre 05, 2007
El chungo asunto del Vita
Que lo disfrutéis.
Con los hechos históricos de por medio, la mistificación es algo que, más que ser habitual, es normal. El nacionalista mistifica negativamente los hechos en los que quiere ver agresión a su nación, y el antinacionalista realiza una mistificación inversa. El monárquico mistifica cualquier acción de la corona y el republicano mistifica la gestión republicana. Quizá por esto yo tengo por norma, cada vez que discuto, en persona o en internet, sobre algún aspecto histórico, abandonar la discusión cuando me encuentro con argumentos del tipo «como todo el mundo sabe», «es algo obvio», etc. En Historia hay muy pocas cosas obvias y si alguien las ve así, entonces debería pensar que está mistificando en exceso.
Uno de los mitos o mistificaciones que existen sobre nuestra Historia reciente, que yo quiero traer hoy aquí, es el relativo a la República en el exilio, es decir, al devenir de los grupos políticos que apoyaron el bando republicano en la guerra civil a partir del momento en que dicha guerra terminó hasta más o menos la instauración de la democracia. Puesto que existe una primera mistificación, merced a la cual se señala que todos los grupos políticos republicanos eran democráticos, la idea por fuerza ha de permanecer en el tiempo, así pues la mistificación quiere ver en los años del exilio una existencia muelle y sobre todo consensual que estuvo lejos de ser así. De hecho, las fuerzas republicanas comenzaron a tirarse los trastos a la cabeza casi desde el primer minuto tras el famoso parte de Franco en el que decía que cautivo y desarmado el ejército rojo bla, bla, bla.
En puridad, las leches comenzaron antes. No otra cosa es el golpe de Estado del coronel Casado, es decir la rebelión de un militar para tomar el poder de la República con el solo objetivo de rendirla ante Franco, ya triunfante (Franco ya había ganado la guerra, como poco, cinco o seis meses antes). A Casado lo apoyó el líder del PSOE Julián Besteiro a título personal y el cenetista Cipriano Mera con sus fusiles y sus columnas. Como quiera que los comunistas reaccionaron contra el golpe, por las calles de Madrid, y sobre todo en los aledaños de lo que hoy son los Nuevos Ministerios, se produjo una guerra dentro de la guerra, en la que comunistas por un lado, y anarquistas y restos del ejército de la República por otro, se tiraron a matar. Y siguieron haciéndolo durante décadas. Las librerías de viejo están repletas de memorias, casi todas publicadas en los años setenta, de viejos combatientes de izquierdas. La tesis de los comunistas es: si los anarquistas no hubiesen jodido la marrana, la guerra se habría ganado. La tesis de los anarquistas es exactamente la misma. Lo único que hay que hacer es cambiar comunistas y anarquistas de sitio.
Con todo, y es de esto de lo que va este post, la más agria polémica se produjo en los primeros años tras terminar la guerra, y se produjo en el seno del PSOE. Debemos recordar que el Partido Socialista ha protagonizado, durante los años de la guerra, la coordinación de la misma. Una vez que, finalizando el verano del 36, se hizo patente que los partidos de izquierda burguesa no eran capaces de movilizar a las masas republicanas, Largo Caballero accedió a la presidencia del Gobierno. Largo hizo más o menos lo que pudo, lo cual incluye un par de capulladas y muchos errores de cálculo, tal como echar de su despacho al embajador soviético. Enemistado con los comunistas, éstos lo hicieron saltar del gobierno para poner a otro miembro del partido, Juan Negrín, más proclive a entenderse con ellos. Hoy es el día que, en toda la parafernalia de la llamada memoria histórica, en esta España actual el PSOE habla de todo, pero jamás pronuncia el nombre de Juan Negrín. De hecho, jamás he escuchado a un solo político socialista declararse heredero de Negrín.
En el gobierno Largo primero y en el que le siguió de Negrín después brilló, como gran organizador bélico, un tercer miembro del PSOE, Indalecio Prieto. Prieto era un político de corte socialdemócrata que gustaba de significarse como no marxista aunque, en realidad, la característica que mejor se le aplicaba era la de maniobrero; era capaz de ser casi cualquier cosa si lo creía conveniente para su futuro político. Pero era un gran organizador, razón por la cual se le considera, yo creo que con bastante razón, uno de los mejores ministros de Obras Públicas que ha tenido España. En la guerra se encargó de la organización bélica y por ello, porque era Prieto quien leía los partes de verdad y conocía con exactitud la situación del ejército y las milicias republicanas, en 1937 fue cayendo en un estado de depresión nada conveniente para la persona que se supone que tiene que ganar una guerra, motivo por el cual fue apartado del gobierno y, en los últimos meses de la República, lo tenían de florón viajando por el mundo a hacerse bolos.
Negrín y Prieto. Prieto y Negrín. Dos correligionarios, como lo puedan ser hoy, un suponer, Zapatero y Pepiño Blanco, que acabaron a hostias. Discutiendo por la cosa más desagradable que se puede discutir entre hermanos: por dinero.
El Gobierno de la República declaró, durante la guerra, la obligatoriedad de que los ciudadanos entregasen los metales preciosos y las joyas que tuviesen al Banco de España. Además, decretó delito la posesión de más de 400 pesetas en moneda de peseta y procedió a incautaciones al amparo de estas leyes. A lo que hay que unir que partidos políticos y sindicatos, en algunas zonas de España, camparon por sus respetos, ocuparon edificios y se quedaron con un montón de cosas que encontraron en las casas de los que consideraban sus enemigos.
A día de hoy, año 2007, nadie sabe, y yo creo que no se sabrá nunca, a cuánto ascendieron aquellas incautaciones. Es uno de esos misterios de los que poca gente quiere hablar, una de esas memorias que nadie quiere recuperar. Pero lo que sí sabemos es que una parte, no sabemos cuál, de aquellas incautaciones aparece, muy poco antes de terminar la guerra, en las sentinas de un yate. El Vita.
El 23 de marzo de 1939, o sea a cosa de una semana o así del final de la guerra, el Vita atracó en el puerto mexicano de Veracruz. En su interior se acumulaban cerca de doscientos paquetes, bultos y baúles, conteniendo joyas y otros bienes valiosos incautados a particulares. Toda esa pasta había salido de España por orden del presidente del Gobierno, Juan Negrín, el cual, cotizando el final de la guerra, quería tener dinero en el extranjero para atender a los exiliados. Sin embargo, el hecho de que Francia reconociese a Franco y adoptase una actitud cada vez menos beligerante hacia los rebeldes le hizo temer que tal vez el país vecino cogiese las joyas y se las diese al general. Ésta fue la razón final de que ordenase cargarlas en un barco y enviarlas a México, pues tanto México como su presidente, Lázaro Cárdenas, tenían una posición prorrepublicana a prueba de bombas.
El rector de la Universidad de Valencia, José Puche, fue la persona encargada por Negrín para estar en Veracruz el día señalado para la recepción del Vita. Sin embargo, Puche se retrasó, motivo por el cual, al llegar el barco, no había nadie para hacerse cargo de él. Las gentes de la embarcación se pusieron nerviosas. No eran tontas y sabían que, llevando un barco cargado de riquezas, no podían confiar en el secreto; los puertos son sitios muy permeables donde todo, de una forma o de otra, se acaba sabiendo. Así las cosas, se buscó a un republicano de pro que se pudiera hacer cargo del cargamento. Asunto solucionado, porque en México se encontraba don Indalecio Prieto.
De acuerdo con su amigo el presidente mexicano Cárdenas, Prieto se llevó el barco a un puerto menos público, Tampico, y luego desde allí transportó las riquezas a Ciudad de México.
Es bastante claro que Prieto estaba pensando en encargarse de coordinar la ayuda económica a los exiliados. La cosa tiene su lógica: siempre había sido el hombre de las pelas en el PSOE (fue, por ejemplo, el financiero del golpe de Estado del 34); tenía una bien ganada fama de organizador infatigable; y, para colmo, en uno de los que se adivinaban principales destinos de la emigración forzada, México, tenía línea directa nada menos que con el Presidente de la República. Así las cosas, Prieto había solicitado, en las mismas semanas en que sucedía todo lo del Vita, ser colocado por el PSOE en México al frente del organismo de ayuda a los refugiados que había creado Negrín.
Pero Negrín dijo no.
Don Juan abrigaba la misma ambición. Quería ser él quien coordinase esa ayuda. Por altruismo o por alguna otra razón, eso no lo sé. Pero lo quería con mucha fuerza y, además, la razón parecía estar con él, porque él era el Presidente del Gobierno. Así lo había dictaminado, en efecto, la Comisión Permanente de las Cortes republicanas, reunida en París, el 31 de marzo de 1939 (unas horas antes del final oficial de la guerra, pues).
¿Cómo le sentó todo aquello a Prieto? Pues lo suficientemente mal como para no obedecer. Para cuando el pobre Puche llegó a México y exigió tomar los bienes del Vita, Prieto los había trasladado a algún lugar secreto.
Estamos en abril de 1939 y Prieto comienza con sus maniobras, técnica ésta en la que, como he dicho, era un consumado maestro. Lo primero que hace el político socialista es enviar a la Diputación Permanente del Congreso un informe sobre su gestión relacionada con el barco y sus bienes y ligando dicha gestión a su amistad con el presidente de México (primer mensaje: hace falta que la pasta la gestione yo). En segundo lugar, juega a las claras una carta que será, a la postre, la que le dará la victoria: la carta de demostrar que es dicha Diputación Permanente el único vestigio real de las instituciones republicanas que queda en pie (segundo mensaje: ya no existe el Gobierno Negrín; el señor Negrín es hoy un diputado mediopensionista más). Así lo dictaminó la Diputación permanente en una reunión el 26 de junio de 1939 (con lo que se puede apreciar lo que le duraban las convicciones a la mencionada Diputación, pues tomó, en dos meses, dos decisiones que se anulaban la una a la otra).
En todo caso, el dictamente de la Permanente suponía, como consecuencia, declarar la inexistencia del gobierno de la República, con lo que Negrín quedaba sin legitimidad para administrar la pasta. Se da la circunstancia de que ambos contendientes, Prieto y Negrín, viajaron a Francia desde México en julio, pocos días después de esa decisión, y lo hicieron en el mismo barco. Durante todo el viaje, Negrín hizo denodados esfuerzos por entrevistarse con Prieto; sin embargo, a pesar de que un barco es un espacio finito donde los encuentros son prácticamente imposibles de evitar, dicha entrevista jamás se celebró. Como poco, hay que reconocerle a Prieto que era un tipo hábil.
La JARE, siglas de la junta de ayuda a los refugiados de la que Prieto fue vicepresidente y principal valedor, nunca elaboró un inventario de los bienes del Vita, que fueron su principal fuente de recursos. Los responsables de administrar todos aquellos bienes nunca sintieron más labor fiscalizadora que la de la Diputación Permanente de las Cortes republicanas, organismo casi fantasmagórico que carecía de los medios mínimos para ejercer dicha labor. Por supuesto, de auditorías externas ni hablamos. Ésta es la razón, lógica en casos de silencio como éste, de que la rumorología se dispare notablemente. Según a quién leamos, sin salir del bando republicano, podemos leer que en el barco viajaban bienes por valor de entre 10 y 200 millones de dólares.
A despecho de mitos y leyendas varios, lo cierto es que la ayuda económica a los refugiados durante los primeros años de la posguerra, los más duros, se consumó en una especie de competencia entre la JARE y el CTARE, es decir el Comité Técnico de Ayuda a los Refugiados Españoles, que administraba los fondos del SERE fundado por Negrín. Ambos servicios fueron, en algún momento, acusados de sectarios, es decir de favorecer con más cariño a los exiliados de su cuerda ideológica (socialistas en el caso de la JARE, negrinistas y comunistas en el caso del CTARE); pero, sean estas discriminaciones o no ciertas, lo que sí lo es, es que actuaron separados. En ambos casos, los fondos dieron no sólo para subvencionar a muchas personas, sino para fundar empresas, comprar ranchos, etc.; iniciativas casi todas que tarde o temprano fueron cayendo en la ruina, en casos por la impericia de quienes decidían los proyectos, que no eran inversores profesionales; y en casos por el propio diseño de los proyectos, pues cuando se compra un rancho y se pretende convertirlo en explotación ganadera a base de meter a trabajar dentro a exiliados que en su vida han visto una vaca a menos de cien metros, lo más normal es que acabe quebrando; pues en esta vida para todo, absolutamente para todo, hay que valer.
A la ineficiencia cabe añadir la acusación de falta de transparencia. El exilio español era muy variado pero, en el fondo, muy fácil de definir: todo aquel al que Franco no dejaba entrar en España sin el correspondiente trinque y encarcelamiento, podía considerarse un exiliado. Sin embargo, es lo cierto que la pasta (o sea, los manejes de la JARE y del CTARE) sólo la controlaron unos pocos de ese exilio, los más organizados. Los demás pudieron ser, y lo fueron en miles de casos, beneficiarios de la cosa. Pero en materia de información, fiscalización y control, hubo más bien poco. Hubo organizaciones como la denominada Asociación de Inmigrados (una asociación mexicana, pues), que jamás pudo, a pesar de sus peticiones, colaborar con la JARE. La JARE, de hecho, tenía una comisión que hacía las veces de control, la llamada Comisión de Socorros; que, sin embargo, acabó por ser disuelta.
En estas condiciones, la Historia de la ayuda a los refugiados españoles, a pesar de tener su base en un importante volumen de acciones de gestión, compras, montaje de empresas, etc., apenas cuenta con contabilidades o balances para escribirse. La transparencia brilla por su ausencia.
En septiembre de 1940, dos organizaciones de exiliados españoles en México, ajenas a la JARE, presentaron un escrito ante el Gobierno mexicano quejándose de la situación de opacidad en que se gestionaban aquellos fondos. Según acabaría reconociendo José Giral, que tenía una posición importante dentro de aquel montaje, la JARE tenía frente a él a los socialistas negrinistas y largocaballeristas (o sea, sólo tenía a favor a los prietistas), a los anarcosindicalistas y a sectores de Izquierda Republicana y Unión Republicana. O sea, apoyarles, apoyarles, lo que se dice apoyarles, les apoyaban Manolo y el de la guitarra. Por ello ese mismo mes, los gestores de los fondos (Prieto, Giral y Andreu) dimitieron ante la Diputación Permanente; aunque esa dimisión fue como la de Felipe González de la secretaría general del PSOE: la hicieron tan sólo para que la Diputación Permanente les pidiera, que les pidió, que se quedasen.
El Gobierno mexicano, presionado por el descontento de los exiliados que no estaban tocando pelo, inició una movida, que le llevó dos años, para hacerse con el control de la JARE. Le costó dos años porque ahí estaba Prieto para maniobrar. Cuando se creó la empresa mixta hispano-mexicana que gestionaría los fondos, se las arregló para tener mayoría en el consejo. Cuando el Gobierno mexicano empezó a recibir más que evidentes notas de protesta del exilio, se las arregló para hacer creer que provenían siempre del pérfido comunismo (mentira y gorda: eran todos los que estaban cabreados).
La suerte de Prieto se acabó cuando un decreto publicado en México que prohibía la circulación de dólares (a causa de un intento de fraude cometido por los alemanes) obligó a la JARE a intentar canjear los que tenía, acción ésta que sirvió para que los mexicanos se enterasen de que tenía una pastizara colocada fuera del país. México se sintió engañado por la JARE pues, después de todos los favores que le había hecho, ésta había respondido deslocalizando beneficios. En este ambiente, el Gobierno mexicano tomó pleno control de la JARE. Sin embargo, la comisión creada por los mexicanos nunca pudo tener la constancia total de que la información que llegó a tener sobre el volumen de los bienes del Vita respondiese a la realidad. Como he dicho ya un poco más arriba, el monto real de las riquezas que transportaba aquel yate es uno de los misterios de la Historia que yo creo que jamás se aclarará, pues todo el mundo que gestionó esos recursos era bien consciente de su procedencia y de la posibilidad de que algún día hubiese reclamaciones, así pues las señales dejadas fueron mínimas.
En suma, el episodio que comienza con el atraque del yate Vita en el puerto de Veracruz es uno de los episodios más desconocidos, y a la vez más desagradables, de esa Historia dentro de la Historia que es la que se ocupa de las vicisitudes del exilio español tras la guerra civil. Y como con casi todo lo que tiene que ver con la guerra, puede ser visto a través de cristales de diferentes colores, con diferentes conclusiones por lo tanto. Quienes son más partidarios del bando republicano tienden a entender que el oscurantismo con el que se desenvolvió la gestión de aquellos fondos era natural, tratándose de una labor humanitaria realizada desde la clandestinidad. Quienes son más partidarios del bando franquista incluyen este episodio en el mismo baúl donde meten el oro de Moscú y otra serie de episodios, demostrativos, según ellos, de la propensión de los republicanos por la rapiña.
Lo cierto es que la pasta del Vita sirvió, mayoritariamente, para dar ayuda y un futuro a personas que se encontraban, en muchos casos, en situaciones muy comprometidas tras su expulsión del país donde vivían. Sin embargo, dicha labor, ciertamente, se realizó con un oscurantismo que tiene poca justificación. La República en el exilio hizo denodados esfuerzos durante décadas por aparecer ante el mundo como un auténtico gobierno en el exilio, un gobierno además democrático; y los gobiernos democráticos no gestionan con la falta de transparencia y el sectarismo con que ellos lo hicieron.
Ahora sólo nos queda esperar que en algún lugar, en algún cajón, duerma el sueño de los justos algún diario, alguna contabilidad, algún inventario ignoto, realizado quizás por alguna de las muchas personas que estuvieron ligadas a esta situación, en el que se detalle cuánto dinero había en el barco y en qué se gastó. Y que tal vez alguien encuentre algún día esos papeles y, además, entienda su importancia.
Son tres condiciones, y se tienen que dar las tres. La verdad es que la cosa está chunga.