jueves, marzo 05, 2009

Álvaro de Luna, o el parto de España (5)

Pues sí. No resulta exagerado decir que en aquella batalla, cerca de la raya de Aragón, pudo acabarse España como proyecto. Aquel enfrentamiento de armas muy bien pudo haber generado entre castellanos y aragoneses inquina suficiente como para llamarlos en el futuro a seguir destinos distintos, cambiando los mapas de Europa. Y, sin embargo, todo eso lo salvó una mujer. Una mujer llamada María. María de Aragón.

María era hermana del rey castellano Juan y esposa de Alonso. Estaba, pues, en medio. Dicen las crónicas del tiempo que se desplazó al lugar de la batalla «en jornadas no de Reyna, sino de trotero»; lo cual quiere decir, claramente, que fue a toda leche. Una vez que estuvo ahí, pidió una tienda para establecerse y la colocó justo entre los reales de ambos ejércitos, tratando con ello de impedir que se atacasen. Con ese gesto, María de Aragón consiguió detener la batalla y ganar tiempo para trabajarse a su marido y a su hermano, buscando que aceptasen tres condiciones de paz. María se comprometía a conseguir de su hermano que volviese grupas sin hacer guerra, a cambio de que Juan de Navarra no fuese desposeído de sus tierras castellanas y que su hermano Enrique no fuese perseguido.

Hay que decir, no obstante, que aún este acuerdo estuvo a punto de irse al carajo. Ya hemos dicho que Juan II de Castilla era ser voluble y ciclotímico. Todo aquello de Cogolludo y la mediación de su hermana le pilló con el biorritmo empalmado y en fase supermán, así pues no quería oír hablar de nada más que no fuese apiolarse a sus enemigos. Así pues, mientras María negociaba con Álvaro de Luna, el rey, por su cuenta, daba orden a las ciudades fronterizas de hacer la guerra, juntaba un montón de tropas y entraba en Aragón, tomando Ariza y llegándose hasta Calatayud. Sin embargo los aragoneses, sabiendo que había encima de la mesa una propuesta de paz que tampoco estaba tan mal, reaccionaron con inteligencia. Los castellanos pensaban encontrarlos en Ariza dispuestos a la batalla, pero en Ariza no había nadie. Juan II estaba guerreando contra el viento. Así las cosas, Álvaro de Luna y sus generales consiguieron, por fin, convencerlo de que no sería prudente internarse en Aragón, donde podrían ser objeto fácilmente de una celada.

El problema que se planteó de seguido fue el de siempre. Hemos dicho que los aragoneses reaccionaron con inteligencia. Pero nos referíamos a los aragoneses listos, o sea el rey Alonso y el rey Juan de Navarra. Los otros dos, los hermanos Enrique y Pedro, eran mucho más fogosos y gilipollas. Cualquier persona con dos dedos de frente, en esa situación, habiendo estado días atrás frente a una batalla final que afortunadamente no se produjo, habría dejado pasar el tiempo sin dar por culo. No obstante, nada más volver grupas los castellanos, Enrique y Pedro de Aragón tomaron a sus hombres, cruzaron Castilla, se presentaron en Extremadura, y allí se dedicaron al pillaje y la mala leche.

Álvaro de Luna solicitó, y obtuvo, la merced de ser el general que acudiese a las dehesas extremeñas a encenderles el pelo a estos dos reyezuelos sin corona.

Del De Luna se podrán decir muchas cosas; pero una de ellas no es que no dominase los resortes del poder. Con su primer movimiento labró su victoria sobre los dos aragonesitos. Le recordó al rey de Portugal los acuerdos de tregua que tenía firmados con Castilla, lo cual automáticamente secó a los infantes, pues éstos se dedicaban, sobre todo, al robo de ganado, que hacían pasar a Portugal; ahora, en cambio, el rey luso se encargó de que las vacas y los cerdos volviesen a sus propietarios. Álvaro de Luna, mientras tanto, armó su campaña militar, alcanzando a los infantes en Trujillo, de donde salieron con el rabo entre las piernas para refugiarse en Alburquerque. Allí, viéndose más o menos perdidos, los infantes intentaron la jugadita medieval propia del que va perdiendo, y ofrecieron solventar lo problemas mediante un enfrentamiento personal entre ambos infantes, por un lado; y Álvaro de Luna y el conde de Benavente, por otro. Los castellanos aceptaron; pero los infantes nunca encontraron tiempo para organizar definitivamente la pelea. Finalmente llegó el rey, hemos de suponer que con el biorritmo decubito prono, porque se avino a ofrecer a los infantes el perdón si salían del castillo y se rendían. Los aragoneses o eran tan imbéciles como yo me supongo, o no se fiaban de la palabra de los castellanos (y es que cree el ladrón...); pero el caso es que respondieron a la oferta con una salva de disparos. Era el 2 de enero de 1430.

Este episodio de Alburquerque demuestra lo lila que podía llegar a ser Juan II cuando estaba con la ciclotimia en fase recesiva. Lejos de reaccionar llevándose por delante a los que osaban recibirle a arcabuzazos, reiteró su oferta de perdón unos pocos días después, con igual resultado. Y aún así les dio a los infantes 30 días para que se lo pensaran bien.

Volvió el rey a Medina y convocó en consejo a los grandes, a los que ya había comunicado por carta las putadas de los infantes, y entre todos deliberaron que lo mejor era desposeer a toda la familia de sus posesiones castellanas (again). Así pues, las tierras castellanas de Juan de Navarra y Enrique AKA El Acojonao de Alburquerque, fueron repartidas entre los nobles fieles a la corona.

El inteligente Alonso, mucho más dueño de sus tiempos que sus hermanos los echaos p'alante, resolvió en ese momento aprovecharse. De hecho, la guerra entre Castilla y Aragón nunca se había dado por terminada; los castellanos habían vuelto grupas, pero no se había firmado paz alguna. Aprovechando dicha situación, Alonso penetró en Castilla obteniendo algunas conquistas, como Deza. Castilla reaccionó movilizando tropas al mano de Pedro Manrique que entraron en Navarra y tomaron el castillo de Asa. Allí en la raya de Navarra, por cierto, también combatiría, y muy bien, Íñigo López de Mendoza, a quien el personal conoce más por haber sido el primer marqués de Santillana y haber escrito algunos versos que no pueden faltar en un libro de literatura escolar que de tal se precie.

Esto, sin embargo, apenas duró unas semanas. Y es que Alonso de Aragón tenía un problema: la guerra con Castilla no era en modo alguno popular en Aragón. A los aragoneses, los castellanos no les habían hecho nada. Creo que estas notas os habrán podido explicar con bastante claridad que el teatro de las leches no era Aragón, sino Castilla; y venía provocado por el enorme error del anterior rey aragonés de dejar en herencia tierras castellanas a alguno de sus hijos, especialmente el levantisco Enrique. Así pues, en los pueblos de Cataluña, en Valencia, en Baleares, en las montañas oscenses y en las leridanas, no se alcanzaba a entender aquella guerra que, además, era una guerra entre hermanos. Las guerras civiles necesitan de un odio muy neto y muy definido para estallar y durar. No era el caso. Esto Alonso lo supo pronto y, por eso, a finales de julio, acabó por firmar la paz con Castilla, paz en la que se consiguió que los infantes no fuesen perseguidos, pero a cambio de que Aragón se comprometiese a no darles refugio si contravenían las condiciones de la tregua.

Así las cosas, hecha la paz en Castilla, en 1431 los castellanos hicieron guerra al moro, enfrentamiento en el que el principal mojón fue la victoria cristiana de Sierra Elvira. Pero que, sin embargo, no fue efectiva, primero porque los granadinos opusieron más fuerza de la esperada; y, segundo, porque no pocos combatientes castellanos, un poco hasta los huevos de tanta batallita, le dijeron al rey que qué tal si se volvían a casa. Y el rey, al que al parecer le tocaba el Momento Soy Una Mierda, accedió.

¿Hubo respiro? Seldom. Hemos de recordar, en este punto, que Henry & Peter siguen en Alburquerque encastillados. Y no sólo eso; espías castellanos descubren en Lisboa que en Portugal se está buscando mercenarios para ellos. Así pues, de nuevo se envía allí a embajadores para parlamentar. A uno de ellos, el doctor Franco, lo hace preso el infante don Pedro en Alcántara; pero el taimado embajador se las arregla para poner de su parte a las gentes de la orden que lleva el nombre de dicha población y prender él al aragonés. Enrique, en Alburquerque, una vez que supo lo de su hermano, se rinde.

Hemos de consignar aquí otro hecho. Tras su rendición, los infantes se fueron a casita, donde su hermano Alonso se los llevó a Italia a hacer la guerra en defensa de las posesiones aragonesas. Pero aquella guerra fue de puta pena para los españoles. De hecho, en la batalla de la isla de Ponce, las naves de Génova le dieron tal mano de hostias a los aragoneses que apresaron a toda la familia (Juan no estaba) salvo el infante don Pedro, que debía de nadar como un pez.

La pregunta es. Si en ese momento Castilla invade Aragón, ¿exactamente quién le habría presentado oposición? Apenas Juan de Navarra. Y habría perdido, seguro.

¿Por qué Castilla no acabó todo aquello? Pues las hipótesis pueden ser muchas. Lo que yo pienso honradamente es que la fidelidad castellana a las treguas tiene mucho que ver con la visión política moderna, quizá de Álvaro de Luna. Como demostrará bien décadas después la boda de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, la hora en que las naciones se forjaban a fuerza de invasiones había pasado. Las naciones ya no se compraban; se fusionaban. La invasión castellana no habría servido de nada, en realidad. Pero lo que es más que probable es que, además de ser así, alguien en aquel círculo fuese capaz de verlo; lo cual, hay que decirlo, tiene su mérito.

miércoles, marzo 04, 2009

Adivinanza con dos imágenes: la solución

Pues sí. Era fácil. La foto era del bautizo de Francisco Franco y la otra es una copia del pleno que el dictador se marcó en 1967. No es ningún mito y, de hecho, ese boleto estuvo durante mucho tiempo enmarcado y expuesto en el Patronato de Apuestas Mutuas; ahora mismo, ya no sé si lo está. De hecho, es pregunta curiosa si las provisiones de la Ley de la Memoria Histórica le afectan.

Francisco Franco ha sido, probablemente, el jefe de Estado español más futbolero que ha existido nunca. Hay testimonios de que jamás se perdía un partido de fútbol en la tele; y, de hecho, hay quien piensa que su episodio tromboflebítico de 1974 se debió a lo poco que se movió del sillón durante el Mundial de Munich. Como todo españolito que se precie, rellenaba la quiniela. Eso sí, la mayoría las firmaba Francisco Cofrán, por aquello de no ser descubierto.

En la jornada que nos ocupa, un compromiso de la selección española obligó a rellenar el boleto con partidos del scudetto italiano. En realidad, el pleno no fue de 14, sino de 12, porque hubo varios partidos que se aplazaron.

Sabemos que Franco envió a un asistente suyo a cobrar el boleto a toda pastilla.

En fin. Ya he dicho que era fácil. Pero eso no durará. Desde aquí lo digo: pronto, muy pronto, pienso edulcorar vuestras lecturas sobre don Álvaro de Luna con un Spanish Football History Quiz. Avisaos quedáis.

martes, marzo 03, 2009

Adivinanza con dos imágenes

Bueno, esta adivinanza es fácil. O eso creo yo. Al menos, no tiene una pista, sino dos. Quien lo pille por una foto, lo pillará por la otra. Sólo hay que ser observador para pillarlo. Todo está escrito.

Los más talludos de entre los lectores de este blog no tendrán problema en reconocer la primera imagen. Es el resguardo de una quiniela de los antiguos; llevaban una especie de sello que era de diferente color según el tipo de apuesta que hubiera hecho el apostante. Si la leeis con atención, comprobaréis que corresponde a la jornada celebrada el domingo 28 de mayo de 1967.




Esta quiniela guarda una estrecha relación con la foto de aquí abajo. Que se comenta por sí sola. Dos orgullosos padres posando en un estudio de fotografía con su reciente retoño, o tal vez retoña, que yo, por lo menos, por la imagen no sé distinguirlo.


¿Cuál es la relación?

PS1: Esto siempre es discutible. Pero, en mi modesta opinión, el bebé sale a su madre. Salvo en los ojos, que sale a su padre.

PS2: Al loro con el anuncio del Barreiros. ¡Más potente! ¡140 km/h! ¡Wow!

lunes, marzo 02, 2009

Dos gráficos coruñeses

Bueno, como de todos los que pacen por este blog de vez en cuando es sabido que soy coruñés, y dado que ayer hubo elecciones autonómicas en Galicia, parecía casi obligado asomar la manita para decir un par de cosas.

A los gallegos de la diáspora corta no nos queda más remedio que echar cuentas para ligarnos a las autonómicas. Hay que ser gallego de diáspora larga, o sea residir más allá de la raya de Francia, para poder votar. En fin, como decimos en mi tierra, es lo que hay.

Pero, bueno, el caso es que, en cuanto he podido, me he ido a la página de la Xunta para pillar algunos datos electorales. Alquien debería decirle algún día al personal que hace estas webs de información pública tan bonitas que a las personas que gustan de los datos, el Adobe Illustrator, con todos los respetos ante dicho programa, no nos gusta . Pero ná de ná. Los datos hay que darlos en Excel o, mejor, en Access, que es cuando se pueden marear a gusto.

Como no tengo mucho tiempo, me he limitado a echar un vistazo a la provincia de La Coruña, o sea la mía; limitándome, asimismo, al voto mayoritario, es decir PP, PSOE y BNG. Lo que he hecho ha sido clasificar los municipios coruñeses por tamaño (voto escrutado) en percentiles. O sea: he hecho cien montoncitos. Una vez que he hecho eso, he visto cuáles son los votos conseguidos por las tres formaciones en dichos percentiles.

Tal y como cabía imaginar, el PP supera el 50% del voto mayoritario en la mayoría de los percentiles, aunque su posición tiende a ser más débil cuanto más grande es la población. Tanto el Bloque Nacionalista como el PSOE, aunque yo diría que en mayor medida el primero, tienen una posición muy elevada en los pueblos de más pequeño tamaño.

Pero lo que a mí me llama más la atención de este gráfico es un dato: cada vez que la brecha entre el PP y sus perseguidores se ensancha más, cosa que ocurre sobre todo una vez superada la segunda décila y la mediana, parece que se aprecia un acercamiento entre PSOE y BNG o, si se quiere ver coloquialmente, un enfrentamiento cainita por el voto de izquierdas. Da la sensación, por lo tanto, de que, allí donde el liderazgo de la izquierda coruñesa está más en cuestión; o, si se prefiere, allí donde el BNG consigue acariciar el sueño de ser alternativa líder de izquierdas al PSOE, el PP se beneficia obteniendo sus mejores tasas.

Otro grafiquín:

La diferencia de votos obtenidos por el PP sobre la suma de PSOE y BNG, medida como porcentaje sobre el total de votos de las tres formaciones, es especialmente elevada en las poblaciones más pequeñas y, otra vez, entre las medianas. A partir, aproximadamente, de la mediana, desciende hasta hacerse prácticamente inapreciable en la cola de la distribución. En las ciudades más grandes, y especialmente en La Coruña, los adultos que han votado se han distribuido, fifty-fifty, entre izquierda y derecha. Pero, quizá, ha habido visiones que han tendido a cometer un error muy común entre los que vivimos en ciudades grandes: pensar que todo el mundo es nosotros o que, por lo menos, es como nosotros.

Esto es Galicia, señores. Son las villas que ni suben ni bajan, las ciudades que no son ni grandes, ni pequeñas, las que han decidido quién se sentaba en la Xunta.

¿Lo hice bien, Wonka? :-D

Álvaro de Luna, o el parto de España (4)

Bueno, pues ya tenemos a nuestro buen condestable de Castilla desterrado y muerto políticamente. Sin embargo, Álvaro de Luna no es alguien a quien podamos dar de lado fácilmente, pues sus aptitudes para la política son innegables. Un político inteligente sabe dar pasos atrás para conseguir pasos adelante. El de Luna llevaba años comiéndole la oreja al rey desde que era un niño y es muy probable que calculase que una derrota parcial, lejos de hundirle, lo que haría, a la larga, es favorecerle. El rey castellano, tras su destierro, quedaba en manos de gentes en las que no confiaba y a las que sabía seriamente comprometidas con el otro gran poder operante en la península, que era la corona de Aragón. Así las cosas, falto del consejo de su hombre de confianza, no tardó en echarlo de menos.

Aunque el destierro incluía la obligación de permanecer ajeno al rey, es más que posible que, entre gentes notables, el valido se las ingeniase para hacer llegar su criterio al monarca. Esto, a mi modo de ver, es posible imaginarlo dado el cambio de humor que se produjo en el monarca respecto de los infantes de Aragón. Juan II siempre había tenido inquina hacia Enrique, quien, como hemos visto, era el más brutote, el más echado para delante de los tres hermanos. Juan, en cambio, era más taimado y negociador; como buen político, y lo era en grado superlativo, dominaba el arte del disimulo. Sin embargo, si para algo había servido el affaire de la expulsión del condestable, era para desenmascararlo. Después de aquello, el rey castellano ya no volvió a confiar en Juan de Navarra.

Pero no fue ésa la única fuerza centrífuga que se presentó. Porque en política hay que saber perder pero, sobre todo, hay que saber ganar y administrar la victoria. Los infantes habían ganado pero, la verdad, ganar y empezar a enfrentarse entre ellos, fue todo uno. Álvaro de Luna, desterrado en Ayllón, dejaba que creciese su imagen como personaje más allá de esos enfrentamientos y con capacidad de convicción en la Corte, con lo que las diferentes capillas lo buscaron para ganárselo.

Los enfrentamientos entre las facciones de Enrique y Juan de Aragón, unidas al hecho de que la de gobernar no era la principal habilidad del rey Juan, sumieron Castilla en cierto caos; lo suficientemente grave como para que, finalmente, los mismos que habían pedido el apartamiento de Álvaro de Luna, solicitasen su rehabilitación. Que el de Luna esperaba esta jugada lo demuestra el hecho de que hasta tres veces se negó a volver. Volvemos pues, como en el lejano caso del casorio amañado, a encontrarnos con el perfil del hombre decidido que resiste las mayores tentaciones.

Como Roma no paga traidores, lo primero que hizo Álvaro de Luna nada más regresar a la diestra del rey fue convencerle de algo por otra parte obvio: un reino sólo tiene un rey y lo que no puede ser es que haya dos en uno y ninguno en otro. La crítica iba por Juan de Navarra, el cual se había asentado en Castilla como si fuese su casa. Así que el rey castellano acabó por indicarle amablemente a su cuñado la puerta que llevaba al norte.

Estamos en 1429. Si las condiciones geopolíticas de la península ibérica hubiesen sido otras, tal vez hoy estaríamos estudiando que no más tarde de 1460, o bien el propio rey Juan o bien su hijo Enrique perpetraron la toma de Granada. Las cosas con el moro estaban agraces, los musulmanes debilitados y dando sus últimas boqueadas en España, y las armas de Castilla ya forjadas para la empresa. Pero, tal es la tesis que trato de demostraros con estas notas, España estaba de parto y apenas se le veía la cabeza al bebé saliendo. Antes de culminar la Reconquista, era necesario consolidar el proyecto nacional. Eso, 63 años antes de la toma de Granada, no estaba hecho ni de lejos. Álvaro de Luna, en 1429, esperaba el fin de las treguas con los moros para emprenderla contra ellos. Pero no fue contra Granada contra quien haría guerra.

Castilla, Aragón y Navarra acordaron un pacto de paz perpetua. Los castellanos, que algo se olerían, dijeron que no se conformaban con que por parte de Aragón firmase un plenipotenciario. Querían la firma del mismo Alonso en el papel. Para ello, enviaron al oídor Gómez Franco a Zaragoza para que exigiese la firma. El rey Alonso tuvo a este ilustre visitante con él varias semanas, pretextando historias pero sin firmar. Finalmente, cuando siguiendo instrucciones de la Corte castellana Gómez Franco exigió la inmiediata firma, Alonso se negó a hacerlo. Este detalle hizo bien evidente para Álvaro de Luna que, con toda probabilidad, Aragón y Navarra se habían concertado para atacar a Castilla. Algunos movimientos lo dejaron más claro aún en forma de acciones por parte de nobles castellanos en realidad acordados con los infantes; así, el conde de Castro, declarado enemigo del rey castellano, quien tomó y abasteció Peñafiel, donde se reunió con Pedro de Aragón, el tercer infante.

Álvaro de Luna juntó 2.000 lanzas con la intención de ir a la raya de Aragón para contener la entrada de las tropas enemigas. Por el camino, sentó sus reales en Rábano, muy cerca de Peñafiel, forzando la rendición de la plaza. Por esos días, por cierto, Garci Manrique, un enriquista confeso, hizo juramento solemne de fidelidad al rey castellano, en su nombre y en el del infante aragonés; lo que resulta increíble es que el rey todavía diese credibilidad a las promesas de tamaño chaquetero.

Las crónicas de la época nos dicen que el ejército navarroaragonés se estableció «cerca de la Huerta hariza»; lo cual, más que probablemente, serán los campos que rodean la actual villa de Ariza, muy cerquita de Santa María de Huerta. Los castellanos pararon en Almazán. Visto lo visto, los invasores cortaron por Hita, tratando de esquivar el ejército castellano, pero éste los avistó en Cogolludo. La armada aragonavarra estaba en cierta inferioridad de condiciones, algo que intentó equilibrar Enrique uniéndoseles, apenas días después de haberle jurado fidelidad al que estaba enfrente.

El listo en esta operación fue Álvaro de Luna. Y el tonto Alonso de Aragón. Cuesta creer que un hombre tan avezado en hechos de armas como él, que tenía los huevos pelados de luchar en Nápoles, cometiese la gilipollez que cometió. Por no ser avistado en Ariza hizo el quiebro de Hita que queda contado; pero haciendo eso, se internó en Castilla. Visto lo visto, el condestable situó sus ejércitos entre el enemigo y la raya de Aragón. Esto situó a los aragoneses y navarros ante la gran putada guerrera que vivirían otros generales, como Hitler o Napoleón: lo importante no es avanzar, sino ser capaz de seguir avanzando. Tan importante en la guerra es tener espadas como tener bocadillo para que se los zampe el que lleva la espada; y cuanto más está uno en tierra extraña, más difícil se le hace allegar esos pertrechos. El 19 de julio de 1429, los aragoneses decidieron pelear contra los castellanos, a pesar de su inferioridad; se dieron cuenta de que el tiempo jugaba en su contra y necesitaban provocar las hostias lo antes posible.

Mascándose ya la batalla, llegó la mediación eclesial. La Iglesia, en ese momento tan comprometido, supo jugar el papel que le correspondía de institución representativa de la embrionaria unión de la patria. Ya sé que estos discursos que ligan lo español con el catolicismo suenan rancios. Pero es que no es lo mismo que diga cosa tal, un suponer, José Antonio Primo de Rivera en el siglo XX, que el cardenal Fox en el XV. 500 años antes, la fuerza moral eclesial existía, pues todas las coronas eran católicas. Y todos parecían ser conscientes del peligro que traía prendida una guerra abierta entre castellanos y aragoneses, que no era otro que la ruptura de España y un destino histórico en el que ambos pueblos vivirían avecindados pero tan ajenos como hemos vivido, y seguimos viviendo, hispanos y lusos.

In extremis, los curas arrancaron de ambas partes el compromiso de un último parlamento. Éste se llevaría a cabo entre Enrique de Aragón y el adelantado Pero Manrique. La elección de los contertulios lo dice todo; no son, ninguno de los dos, personajes principales de la trama. Eso nos habla de lo enconadas y difíciles que estaban las posturas.

El diálogo, tal y como lo recoge la Historia, fue éste [coloco entre corchetes una traducción libre actual]:

ENRIQUE: Maldito sea aquél por quien tanto mal ha venido [Me cago en la puta madre que parió al Álvaro de Luna éste de los huevos].

PERO: Señor, así plega a Dios [es lo que hay, julay].

ENRIQUE: No perdamos tiempo: ved si hay algún remedio porque España no perezca el día de hoy.

PERO: Señor, sabe Dios quel condestable é nosotros queríamos servir á vosotros guardando el servicio del Rey nuestro señor; pero pues así vos plugo de nos venir á buscar, forzado es que nos defendamos [Aquí, macho, el que ha faltado a su palabra eres tú; y ya va siendo hora de que te demos una buena mano de hostias], é si no venciéremos, mucha merced nos hará Dios; é si la muerte pasáremos, nuestras ánimas serán en gloria, muriendo por servicio de Dios y de nuestro Rey, y en defensa de sus Reynos [y para qué pactar; cualquier cosa que pase porque mandéis vosotros nos la suda].

ENRIQUE: Pues que así es, pártalo Dios como a él le placerá [pues si a vosotros os la suda, no te digo a nosotros].

La entrevista, la leais en español medieval o en idioma malsonante jotadejotajiano, siempre os dará el mismo resultado: ninguno. Así pues, estaba escrito que, al amanecer del siguiente día, España habría de partirse en dos, quizá para siempre.

La cosa estaba tan jodida que ya ni la Iglesia podía arreglarla. Ya sólo quedaba una esperanza.



La mujer.