El grupo socialista en el Congreso ha propuesto que en ese ámbito monetario en el que aún tenemos la soberanía de poner lo que nos plazca, es decir las monedas, aparezca la figura de alguna mujer. Es una propuesta lógica y loable, aunque también es cierto que la aparición de la mujer en los estampillados y acuñaciones no es completamente nueva. Por ejemplo, el primer sello de correos que existió en España lleva, si no me equivoco, el retrato de una mujer (Isabel II). Y desde el primer billete de mil pelas que logré ahorrar yo (con el que me compré un reloj en la calle del Pez, no se me olvidará nunca) me miraban, entre atónitos y aburridos, Fernando e Isabel, que tanto monta, monta tanto. Y no hay que olvidar aquel billete de quinientas pelas, creo, con el retrato de Rosalía de Castro (o, como la llamaba mi padre, a chorona).
Pero el tema ha generado inmediatamente la polémica que hoy quiero traer aquí, que es qué mujer española merece pasar a las monedas de euro o de dos euros o, dicho de otra manera, quién es la mujer más importante para la Historia de España.
Los socialistas han propuesto a Clara Campoamor, lo cual es una prueba de generosidad porque, muy al contrario de lo que se anda diciendo hoy por ahí en algún que otro foro de internet, Clara no era socialista, sino radical; era, pues, miembro del partido de Alejandro Lerroux, que se deshizo durante la república como un azucarillo; tras de lo cual ella intentó ingresar en la formación presidida por Azaña (Izquierda Republicana), pero no en el PSOE.
Clara Campoamor asomó la cabeza por la ventana de la Historia durante los debates parlamentarios, producidos en 1933, sobre si convenía en las elecciones de noviembre del 33 extender el derecho al voto a las mujeres. Y hay que decir que en aquellos debates hubo una oposición cerril... por parte de las izquierdas. Los partidos así llamados progresistas no son distintos del resto del mundo: son lo que son básicamente cuando les conviene. La izquierda española pensaba que, en la España de 1933, las mujeres eran como setenta veces más conservadoras que los hombres, así pues permitirles votar era ponerle la cosa más fácil a las derechas. Y es un hecho que las derechas ganaron aquellas elecciones. Aunque tampoco está claro que fuera por eso. El mito de la mujer conservadora tiene también mucho de mito. Sin ir más lejos, tengo yo por mí que las 500 mujeres, 500, que durante la huelga general revolucionaria de 1917 se tiraron a las vías del tren para impedir su avance, no eran muy de derechas, no.
No obstante todo lo dicho, es lo cierto que, si el CIS hiciese hoy una encuesta, no creo que más allá del 3% de los españoles, y porcentaje similar de españolas, declarase saber quién era Clara Campoamor. ¿Injusto? Desde luego. Las mujeres tienen mucho que agradecerle a esta gallarda parlamentaria que se defendió, ahí está para demostrarlo el Diario de Sesiones (ahí, quiero decir, en la biblioteca del Congreso; ya sabemos lo que entiende el Sr. Marín por transparencia), como gato (perdón, gata) panza arriba, que cantaban los de Palacagüina. No obstante, no parece que el recuerdo le haya hecho muchos favores.
En toda esta historia hay otro elemento que es, además, asexuado, que es la selección en sí del personaje. Si nos olvidamos de las tías, todavía tenemos bastantes cosas que discutir porque, la verdad, no siempre las monedas han acertado. Los billetes de cien pesetas se adornaron con el rostro de Gustavo Adolfo Bécquer y yo, la verdad, no acabo de entender tamaño homenaje al poeta si todavía seguían en la lista de espera, a menos que me equivoque, personajes como Quevedo o Góngora. También había un billete con el retrato de un pintor, no recuerdo si Zuloaga u otro, y que yo sepa Goya o Velázquez no han tenido billete (aunque no estoy muy seguro). En todo caso, para un anverso de billete se usó a la mujer morena que pinto Julio Romero de Torres; cuadro que está muy bien, pero se me ocurren, sólo del catálogo del museo del Prado, como veinte que lo merecen antes.
Respecto de los músicos, en su día se eligió a Manuel de Falla. Y digo yo: ¿cómo se puede honrar a Falla estando el Fary?
Todo ello teniendo en cuenta que la política de homenajes en billetes y monedas ha tendido, históricamente, a preterir profesiones como: médicos, ingenieros, jueces, astrónomos, marinos, editores, bla, bla, bla. O blogueros, ya puestos.
En fin. ¿Mujeres relevantes para la Historia de España? A ver cuántas nos salen. Por poner unas reglas, diré que se pueden dar 10, 9 y 8 puntos a tres de ellas, aunque se pueden citar muchas más, a ver si logramos hacer una buena lista de féminas relevantes.
Empezando un poco a mocosuena:
Agustina de Aragón
María Pita
Teresa de Ávila
Fernán Caballero
Mariana Pineda
Emilia Pardo Bazán
La Princesa de Éboli
Catalina de Erauso (La Monja Alférez)
Lilí Álvarez
Zahara (la novia de Abderramán)
Marie Anne de la Trémoille
Dolores Ibárruri
Clara Campoamor
Margarita Nelken
Victoria Kent
De éstas, yo me quedaría con Mariana Pineda (10 puntos), María Pita (cómo no, 9 puntos) y la Pardo Bazán (8 puntos).
¿Que barro para casa? ¡El blog es mío, no te jode!
jueves, junio 14, 2007
martes, junio 12, 2007
Nos hemos vuelto locos
Ya sabeis, porque yo os lo he contado, que este blog viene registrando, en días de diario, un nivel de visitas entre poco menos de 250 y 300. El 60% o 70% de ellas de usuarios nuevos, con un 30% (esto es, unas 80 personas) de usuarios repetidos y bastante fieles.
Pero esto fue hasta que el elefante Tiburcio decidió teorizar sobre si Hitler podría o no haber ganado la guerra mundial. Esto ocurrió ayer, que fue cuando coloqué el post. Y... ¿sabéis cuántas visitas dice Google Analytics que llevamos hoy?
Ahora mismo, 2.827.
La razón es que el post de Tibur ha sido «meneado» repetidamente a lo largo del día de hoy. Juro por Santa María Egipciaca que hasta hace unas horas no tenía yo ni idea de lo que es eso del meneo (de hecho, ha sido un comentario sobre el asunto lo que me ha llevado a averiguarlo). Pero ahora me he enterado; cuando te menean 2.400 veces, vaya si te enteras.
Va por ti, Tiburcio. Eres un hacha. Si no fueras un elefante, si no tuvieras tan mala leche, si no te oliese tanto el aliento a gramínea, si no dieses esos pisotones, si no fueses tan obstinado al atacar al pobre Von Ribentropp y sobre todo, si supieses cocinar, me casaría contigo.
JdJ
Pero esto fue hasta que el elefante Tiburcio decidió teorizar sobre si Hitler podría o no haber ganado la guerra mundial. Esto ocurrió ayer, que fue cuando coloqué el post. Y... ¿sabéis cuántas visitas dice Google Analytics que llevamos hoy?
Ahora mismo, 2.827.
La razón es que el post de Tibur ha sido «meneado» repetidamente a lo largo del día de hoy. Juro por Santa María Egipciaca que hasta hace unas horas no tenía yo ni idea de lo que es eso del meneo (de hecho, ha sido un comentario sobre el asunto lo que me ha llevado a averiguarlo). Pero ahora me he enterado; cuando te menean 2.400 veces, vaya si te enteras.
Va por ti, Tiburcio. Eres un hacha. Si no fueras un elefante, si no tuvieras tan mala leche, si no te oliese tanto el aliento a gramínea, si no dieses esos pisotones, si no fueses tan obstinado al atacar al pobre Von Ribentropp y sobre todo, si supieses cocinar, me casaría contigo.
JdJ
lunes, junio 11, 2007
¿Pudo Alemania ganar la segunda guerra mundial?
Bueno. Paciencia, que es la madre de la ciencia. Mi cocina comienza a parecer una cocina, así pues albergo esperanzas ciertas de regresar, algún día, a mis cuarteles de invierno, desde donde podré retomar un ritmo razonable de alimentación del blog.
Mientras tanto, me veo obligado a vivir de Tiburcio. Nuestro particular elefante sabio nos deleita hoy con un ensayito más que aseado que tengo yo por de lectura necesaria, sobre todo para aquellas personas, legión, que tienen una especie de visión fatalista de la Historia: al final, las cosas que ocurren, ocurren porque tienen que ocurrir.
En el texto que sigue subyace la idea de que Alemania ganó la que llamamos segunda guerra mundial como también pudo perderla. ¿Que es al revés? Pues eso...
Le dejo la palabra (aunque no he podido evitar introducir un par de llamadas en el texto, con comentarios míos que van al final).
¿Pudo Alemania ganar la segunda guerra mundial? By Tiburcio Samsa. Notas de JdJ.
En el verano de 1940, con Francia derrotada, Hitler intentó hacer la paz con Inglaterra. Hitler admiraba a Inglaterra y odiaba tanto a Francia como a la URSS. Pensaba que era factible un acuerdo entre los dos países en el que Inglaterra dejase a Alemania las manos libres en Europa Central y Oriental, mientras que Alemania no se inmiscuiría en las colonias. Si Eduardo VIII, ese Rey que cambió la corona por una estricta gobernanta, hubiese estado en el Trono en esos momentos y el Primer Ministro no se hubiese llamado Winston Churchill, tal vez Inglaterra habría acabado aceptando la proposición alemana. Tras la guerra pocos quisieron recordar que en 1940 había bastantes en el establishment británico que querían una paz con Hitler y que temían más al comunismo que al nazismo.
Una vez que se vio que Inglaterra no se avenía a razones, Alemania tenía dos vías para doblegarla, la directa y la indirecta. La directa consistía en la invasión, la famosa operación León Marino. Pienso que los alemanes nunca se tomaron esa operación demasiado en serio. No sólo había que desembarcar tropas en Inglaterra, sino que después había que mantenerlas abastecidas. Cuando Göring sugirió que la Luftwaffe podía hacerse cargo del problema inglés, supongo que muchos vieron el cielo abierto. No habría que enfrentarse a la Navy.
La Batalla de Inglaterra fue un despropósito desde el inicio. La autonomía de los aviones alemanes era insuficiente: el combustible apenas sí les daba para sobrevolar Inglaterra durante menos de una hora, largar las bombas y retirarse. Además debían de combatir contra dos enemigos temibles: el rádar y los cazas Spitfire. La campaña alemana se centró inicialmente sobre los aeródromos ingleses y las industrias y empezó a volverse preocupante para los ingleses. Sin embargo, los alemanes cayeron en la tentación de Londres y en el ensueño de que desmoralizando a la población civil mediante el terror aéreo podrían sacar a Inglaterra de la guerra.
Cuando la Batalla de Inglaterra tuvo que darse por terminada en el otoño de 1940, Alemania hubiera podido intentar la estrategia mediterránea, que el almirante Räder y algunos en la Armada preconizaban y que habría entusiasmado a los italianos: conquista de Gibraltar para cerrar el Mediterráneo; conquista de Malta y ofensiva contra el Canal de Suez, que eventualmente habría podido llegar hasta el pro-germano Iraq y sus campos petrolíferos. Esta estrategia seguramente habría forzado la entrada en la guerra de EEUU, pero habrían tenido que enfrentarse a una Alemania que sólo estaba luchando en un frente y que estaba en posesión de más petróleo del que podía utilizar.
Los estrategas alemanes nunca se tomaron en serio esta estrategia mediterránea. Desde finales de 1940, Hitler había decidido que el siguiente golpe sería contra la URSS. Las justificaciones que se dieron en su momento fueron: privar a Inglaterra de toda esperanza de prolongar la guerra buscando una alianza con la URSS y hacerse con las inmensas reservas soviéticas de materias primas con vistas a una guerra que amenazaba con prolongarse.
Ambas justificaciones resultan ridículas. Por un lado, la URSS ya tenía un pacto de no agresión con Alemania y aunque Stalin no fuese de fiar y fuese pescador en río revuelto, no hay indicios de que se propusiese romper el pacto. En los archivos soviéticos aparecieron, tras la perestroika, planes militares que preveían un ataque preventivo contra Alemania en Polonia. Sin embargo, parece probable que esos planes no fuesen más que los típicos planes de contingencia que todos los ejércitos preparan.
En cuanto a la cuestión de las materias primas, Alemania entró en guerra con una sorprendente falta de preparación económica. Aparentemente el mando nazi pensaba que si estallaba un conflicto en Europa, ocurriría hacia 1942 ó 43, no en 1939 (1). No se les puede culpar por ese error de cálculo: si las democracias occidentales habían permitido que se merendasen a la República Checoslovaca, ¿por qué pensar que la invasión de la dictadura militar polaca iba a desencadenar un conflicto europeo? En todo caso, la URSS ya estaba suministrando materias primas a Alemania.
La verdadera justificación de la invasión de la URSS era ideológica. Desde siempre Hitler había menospreciado a los pueblos eslavos y había visto en el Este el área natural de expansión para la raza alemana. Hitler tenía flexibilidad táctica, pero no estratégica. Era un buitre, que sabía captar en cada momento cuál era el animal que estaba a punto de sucumbir. Pero carecía de flexibilidad estratégica. Llevaba tantos años soñando con la expansión hacia el Este, que era incapaz de ver que, con Inglaterra invicta, resultaba lo peor que podía hacer.
Vender la idea de la invasión de la URSS al Ejército alemán no fue difícil por dos factores. El primero fue el pobre desempeño soviético en la guerra ruso-finesa de 1939-40. Si los rusos sólo habían logrado la victoria frente a un enemigo menor a base de pura superioridad numérica y muchas bajas, ¿qué podía esperarse de un enfrentamiento con Alemania? El segundo fue una deficiente inteligencia. Los servicios de inteligencia alemanes, que dejaron mucho que desear durante toda la guerra, aquí se lucieron. Estimaron la fuerza militar soviética muy por debajo de la realidad. Así en septiembre de 1941 los militares alemanes descubrieron que ya llevaban aniquiladas tantas divisiones soviéticas como sus agentes les habían dicho que existían y, sin embargo, seguían llegando tropas al frente.
La Operación Barbarroja fue un todo o nada. O Alemania noqueaba a la URSS antes del invierno o se vería en problemas. Creo que Alemania tuvo posibilidades reales de haber derrotado a la URSS, pero hubo tres factores que lo impidieron, dos causados por los propios alemanes y otro, un imponderable. Primero, el imponderable: el tiempo. Las lluvias otoñales empezaron en 1941 demasiado temprano y el invierno que las siguió fue de los más severos del siglo. Los otros dos factores fueron las deficiencias logísticas y la brutalidad.
Las victorias alemanas al comienzo de la II Guerra Mundial, la calidad de su armamento y su superioridad táctica hace que nos olvidemos generalmente de una cosa: logísticamente eran unos cenutrios y es en las cocinas donde se pierden y se ganan las guerras. Increíblemente, parece que los planificadores alemanes no habían pensado que en Rusia nieva y que el invierno podía pillarles a sus muchachos en trincheras en torno a Moscú con temperaturas de 20 grados bajo cero (2). Tampoco habían pensado que las carreteras rusas podían no estar asfaltadas y que los ferrocarriles rusos podían dejar mucho que desear. Eso fue lo que ocurrió y más de un soldado alemán pagó en forma de dedos la imprevisión de sus superiores.
Si el tema logístico es de idiotas, lo de la brutalidad ya es de nota. No se puede decir que el régimen estalinista despertase entusiasmos entre muchos sectores de la población. Muchos ucranianos y bálticos, e incluso rusos, hubieran podido simpatizar con cualquiera que les librase de Stalin. Con cualquiera menos con los nazis. Los nazis entraron avasallando, por utilizar un eufemismo. Desde los primeros días lanzaron campañas de exterminio de comunistas y judíos y no hicieron ningún secreto de que su intención era hacer de Rusia una colonia alemana, en la que los rusos que sobrevivieran serían los criados y los campesinos; no los mayordomos, porque para eso ya tenían a los rumanos. No es de extrañar que los rusos se galvanizaran. Stalin sería un hijoputa, pero al menos era su hijoputa.
Con el fracaso de la ofensiva final contra Moscú y la entrada en guerra de los Estados Unidos, la suerte de la II Guerra Mundial estaba echada y ya sólo era cuestión de tiempo ver cuánto tardaría Alemania en rendirse.
(1) Este hecho, es decir que la lógica indicase que la guerra no debía comenzar hasta 1942 aproximadamente, es lo que ha provocado que, en no pocos libros, los historiadores coqueteen con la idea de que Hitler estuviese gravemente enfermo. En el búnquer berlinés, al final de sus días, tenía evidentes síntomas de enfermedad, probablemente mal de Parkinson. Estas teorías señalan que Hitler lo sabría a finales de los añós treinta, y por eso adelantó las hostilidades. Personalmente, creo más en la teoría de Tiburcio: simplemente, no calculó bien las consecuencias de la invasión de Polonia.
(2) La logística era el principal punto débil de la estrategia alemana, lo cual es lógico porque se da un poco de leches con la famosa Blitzkrieg o guerra relámpago. Una parte nada desdeñable de las tropas alemanas atrapadas en la bolsa de Stalingrado no había recibido nada más que ropas de verano.
Mientras tanto, me veo obligado a vivir de Tiburcio. Nuestro particular elefante sabio nos deleita hoy con un ensayito más que aseado que tengo yo por de lectura necesaria, sobre todo para aquellas personas, legión, que tienen una especie de visión fatalista de la Historia: al final, las cosas que ocurren, ocurren porque tienen que ocurrir.
En el texto que sigue subyace la idea de que Alemania ganó la que llamamos segunda guerra mundial como también pudo perderla. ¿Que es al revés? Pues eso...
Le dejo la palabra (aunque no he podido evitar introducir un par de llamadas en el texto, con comentarios míos que van al final).
¿Pudo Alemania ganar la segunda guerra mundial? By Tiburcio Samsa. Notas de JdJ.
En el verano de 1940, con Francia derrotada, Hitler intentó hacer la paz con Inglaterra. Hitler admiraba a Inglaterra y odiaba tanto a Francia como a la URSS. Pensaba que era factible un acuerdo entre los dos países en el que Inglaterra dejase a Alemania las manos libres en Europa Central y Oriental, mientras que Alemania no se inmiscuiría en las colonias. Si Eduardo VIII, ese Rey que cambió la corona por una estricta gobernanta, hubiese estado en el Trono en esos momentos y el Primer Ministro no se hubiese llamado Winston Churchill, tal vez Inglaterra habría acabado aceptando la proposición alemana. Tras la guerra pocos quisieron recordar que en 1940 había bastantes en el establishment británico que querían una paz con Hitler y que temían más al comunismo que al nazismo.
Una vez que se vio que Inglaterra no se avenía a razones, Alemania tenía dos vías para doblegarla, la directa y la indirecta. La directa consistía en la invasión, la famosa operación León Marino. Pienso que los alemanes nunca se tomaron esa operación demasiado en serio. No sólo había que desembarcar tropas en Inglaterra, sino que después había que mantenerlas abastecidas. Cuando Göring sugirió que la Luftwaffe podía hacerse cargo del problema inglés, supongo que muchos vieron el cielo abierto. No habría que enfrentarse a la Navy.
La Batalla de Inglaterra fue un despropósito desde el inicio. La autonomía de los aviones alemanes era insuficiente: el combustible apenas sí les daba para sobrevolar Inglaterra durante menos de una hora, largar las bombas y retirarse. Además debían de combatir contra dos enemigos temibles: el rádar y los cazas Spitfire. La campaña alemana se centró inicialmente sobre los aeródromos ingleses y las industrias y empezó a volverse preocupante para los ingleses. Sin embargo, los alemanes cayeron en la tentación de Londres y en el ensueño de que desmoralizando a la población civil mediante el terror aéreo podrían sacar a Inglaterra de la guerra.
Cuando la Batalla de Inglaterra tuvo que darse por terminada en el otoño de 1940, Alemania hubiera podido intentar la estrategia mediterránea, que el almirante Räder y algunos en la Armada preconizaban y que habría entusiasmado a los italianos: conquista de Gibraltar para cerrar el Mediterráneo; conquista de Malta y ofensiva contra el Canal de Suez, que eventualmente habría podido llegar hasta el pro-germano Iraq y sus campos petrolíferos. Esta estrategia seguramente habría forzado la entrada en la guerra de EEUU, pero habrían tenido que enfrentarse a una Alemania que sólo estaba luchando en un frente y que estaba en posesión de más petróleo del que podía utilizar.
Los estrategas alemanes nunca se tomaron en serio esta estrategia mediterránea. Desde finales de 1940, Hitler había decidido que el siguiente golpe sería contra la URSS. Las justificaciones que se dieron en su momento fueron: privar a Inglaterra de toda esperanza de prolongar la guerra buscando una alianza con la URSS y hacerse con las inmensas reservas soviéticas de materias primas con vistas a una guerra que amenazaba con prolongarse.
Ambas justificaciones resultan ridículas. Por un lado, la URSS ya tenía un pacto de no agresión con Alemania y aunque Stalin no fuese de fiar y fuese pescador en río revuelto, no hay indicios de que se propusiese romper el pacto. En los archivos soviéticos aparecieron, tras la perestroika, planes militares que preveían un ataque preventivo contra Alemania en Polonia. Sin embargo, parece probable que esos planes no fuesen más que los típicos planes de contingencia que todos los ejércitos preparan.
En cuanto a la cuestión de las materias primas, Alemania entró en guerra con una sorprendente falta de preparación económica. Aparentemente el mando nazi pensaba que si estallaba un conflicto en Europa, ocurriría hacia 1942 ó 43, no en 1939 (1). No se les puede culpar por ese error de cálculo: si las democracias occidentales habían permitido que se merendasen a la República Checoslovaca, ¿por qué pensar que la invasión de la dictadura militar polaca iba a desencadenar un conflicto europeo? En todo caso, la URSS ya estaba suministrando materias primas a Alemania.
La verdadera justificación de la invasión de la URSS era ideológica. Desde siempre Hitler había menospreciado a los pueblos eslavos y había visto en el Este el área natural de expansión para la raza alemana. Hitler tenía flexibilidad táctica, pero no estratégica. Era un buitre, que sabía captar en cada momento cuál era el animal que estaba a punto de sucumbir. Pero carecía de flexibilidad estratégica. Llevaba tantos años soñando con la expansión hacia el Este, que era incapaz de ver que, con Inglaterra invicta, resultaba lo peor que podía hacer.
Vender la idea de la invasión de la URSS al Ejército alemán no fue difícil por dos factores. El primero fue el pobre desempeño soviético en la guerra ruso-finesa de 1939-40. Si los rusos sólo habían logrado la victoria frente a un enemigo menor a base de pura superioridad numérica y muchas bajas, ¿qué podía esperarse de un enfrentamiento con Alemania? El segundo fue una deficiente inteligencia. Los servicios de inteligencia alemanes, que dejaron mucho que desear durante toda la guerra, aquí se lucieron. Estimaron la fuerza militar soviética muy por debajo de la realidad. Así en septiembre de 1941 los militares alemanes descubrieron que ya llevaban aniquiladas tantas divisiones soviéticas como sus agentes les habían dicho que existían y, sin embargo, seguían llegando tropas al frente.
La Operación Barbarroja fue un todo o nada. O Alemania noqueaba a la URSS antes del invierno o se vería en problemas. Creo que Alemania tuvo posibilidades reales de haber derrotado a la URSS, pero hubo tres factores que lo impidieron, dos causados por los propios alemanes y otro, un imponderable. Primero, el imponderable: el tiempo. Las lluvias otoñales empezaron en 1941 demasiado temprano y el invierno que las siguió fue de los más severos del siglo. Los otros dos factores fueron las deficiencias logísticas y la brutalidad.
Las victorias alemanas al comienzo de la II Guerra Mundial, la calidad de su armamento y su superioridad táctica hace que nos olvidemos generalmente de una cosa: logísticamente eran unos cenutrios y es en las cocinas donde se pierden y se ganan las guerras. Increíblemente, parece que los planificadores alemanes no habían pensado que en Rusia nieva y que el invierno podía pillarles a sus muchachos en trincheras en torno a Moscú con temperaturas de 20 grados bajo cero (2). Tampoco habían pensado que las carreteras rusas podían no estar asfaltadas y que los ferrocarriles rusos podían dejar mucho que desear. Eso fue lo que ocurrió y más de un soldado alemán pagó en forma de dedos la imprevisión de sus superiores.
Si el tema logístico es de idiotas, lo de la brutalidad ya es de nota. No se puede decir que el régimen estalinista despertase entusiasmos entre muchos sectores de la población. Muchos ucranianos y bálticos, e incluso rusos, hubieran podido simpatizar con cualquiera que les librase de Stalin. Con cualquiera menos con los nazis. Los nazis entraron avasallando, por utilizar un eufemismo. Desde los primeros días lanzaron campañas de exterminio de comunistas y judíos y no hicieron ningún secreto de que su intención era hacer de Rusia una colonia alemana, en la que los rusos que sobrevivieran serían los criados y los campesinos; no los mayordomos, porque para eso ya tenían a los rumanos. No es de extrañar que los rusos se galvanizaran. Stalin sería un hijoputa, pero al menos era su hijoputa.
Con el fracaso de la ofensiva final contra Moscú y la entrada en guerra de los Estados Unidos, la suerte de la II Guerra Mundial estaba echada y ya sólo era cuestión de tiempo ver cuánto tardaría Alemania en rendirse.
(1) Este hecho, es decir que la lógica indicase que la guerra no debía comenzar hasta 1942 aproximadamente, es lo que ha provocado que, en no pocos libros, los historiadores coqueteen con la idea de que Hitler estuviese gravemente enfermo. En el búnquer berlinés, al final de sus días, tenía evidentes síntomas de enfermedad, probablemente mal de Parkinson. Estas teorías señalan que Hitler lo sabría a finales de los añós treinta, y por eso adelantó las hostilidades. Personalmente, creo más en la teoría de Tiburcio: simplemente, no calculó bien las consecuencias de la invasión de Polonia.
(2) La logística era el principal punto débil de la estrategia alemana, lo cual es lógico porque se da un poco de leches con la famosa Blitzkrieg o guerra relámpago. Una parte nada desdeñable de las tropas alemanas atrapadas en la bolsa de Stalingrado no había recibido nada más que ropas de verano.
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