jueves, mayo 16, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (21): Los poderes de Lavrentii

El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no  

   



Beria, pues, estrenó su cargo de director de la policía política soviética (justo cuando terminaron las purgas; una de las maneras de saber que alguien no tiene ni puta idea de Historia de la URSS es observar si te dice eso de que Beria dirigió las purgas de Stalin, cosa que es cierta sólo para Georgia). Había llegado al cargo, como ya hemos visto, en el entorno de una lluvia de críticas por la presunta actuación errónea de la NKVD durante las purgas. Esto supone que lo primero que tenía que hacer Beria era... purgar la NKVD. En efecto, centenares de mandos de la NKVD fueron arrestados y ejecutados.

martes, mayo 14, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (20): De la purga al mando

El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no  

  


 



Al igual que ocurrió en el resto de la URSS, las purgas georgianas se aprovecharon también para ajustar cuentas dentro de la NKVD. El otrora jefe de Beria, Kvantaliani, fue uno de los que fue para dentro. Como también Argba, un tal I. F. Stanskii, que había sido vicedirector de la NKVD transcaucásica; A. N. Mikeladze, viejo conocido de Ordzhonikidze; obviamente, los respetados fueron los chekistas que trabajaban con Beria.

lunes, mayo 13, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (19): Los toros desde la barrera

El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no  

  



El 2 de septiembre, Jean Payart, en encargado de negocios de la Embajada francesa en Moscú, llamó a Litvinov. La cuestión que tenía era simple: su jefe, el ministro Georges Bonnet, quería saber qué ayuda le cabía esperar a Checoslovaquia por parte de la URSS. Litvinov empezó por recordarle a Payart que Francia estaba obligada a ayudar a Checoslovaquia cualquiera que fuera la actitud soviética. Luego dijo que, si Francia daba el paso, la URSS cumpliría escrupulosamente el pacto firmado, usando “todos los caminos que sean accesibles para nosotros”. De alguna manera, los soviéticos venían a decir que si Polonia o Rumania, o las dos, ponían algún problema, tal vez su ayuda no podía ser ésa en la que todos estaban pensando.

viernes, mayo 10, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (18): El problema checoslovaco

El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no  

 



Dentro y fuera de los grandes procesos judiciales, uno de los elementos fundamentales del Terror estalinista fueron los no soviéticos o los soviéticos con contactos o trabajo en exterior. Hay muchos ejemplos. Los rusos que se fueron a trabajar en la línea ferroviaria de Manchuria fueron, a su vuelta, arrestados en masa como espías a favor de Japón. Stalin decretó, asimismo, la detención de todos los residentes de Astracán de origen persa, muchos de ellos refugiados políticos huyendo de Reza Shah, y los hizo volver a su país, donde muchos fueron asesinados. En 1937, en Jarkov, se produjeron arrestos masivos de judíos, alemanes, polacos, fineses, bálticos o chinos residentes en la zona.

jueves, mayo 09, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (17): El Juicio de los Veintiuno

El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no  

   



Y llegó el momento del Gran Juicio contra el Bloque Antisoviético Trotskista-Derechista; el tercero de los grandes juicios de las purgas estalinistas. Veintiún acusados con dos prima donnas: Bukharin y Rykov. Entre el resto de acusados: el viejo líder trotskista Cristian Rakovsky; Nikolai Krestinsky, un hombre de la diplomacia soviética al que hemos visto implicado en las negociaciones con Alemania, y que había sido nada menos que miembro del Politburo con Lenin; Sergei Bessonov, el consejero de la embajada soviética en Berlín que había intentado varias veces, sin éxito, conseguir acercamientos con el gobierno nazi para un pacto político; Yagoda; Arkadi Pavlovitch Rosengolts, comisario de Comercio Exterior; Grigori Fiodorovitch Grinko, comisario de Finanzas; Milhail Alexandrovitch Chernov, comisario de Agricultura; Vladimir Ivanovitch Ivanov, comisario de Industria de la Madera; Isaac Abramovitch Zelensky, responsable de cooperativas de consumo; los líderes uzbekos Khodzhayev e Ikramov; el bielorruso Sharangovitch; los doctores Levin, Pletnev e Ignatiy Kazakov, los tres del hospital del Kremlin; Pavel Petrovitch Bulanov, secretario personal de Yagoda; Kriuchkov, el secretario de Gorky, también tenido por muy cercano a Yagoda; Veniamin Maximov-Dikovski, secretario del Partido en Kuibyshev; Prokopi Timofeyevitch Zubarev, un cuadro comunista de la Administración agrícola. Nueve de los 21 (Bukharin, Rykov, Chernov, Ivanov, Zelensky, Grinko, Rogelgolts, Ikramov y Yagoda) habían sido elegidos para el Comité Central en el XVII Congreso.

El juicio se celebró en la Sala Octubre entre el 2 y el 13 de marzo, y fue, por así decirlo, la gran obra de la invención estalinista, con más acusados que nunca, que se confesaron culpables de una conspiración que hundía sus raíces en el pasado.

La tesis “probada” fue ésta: dos revolucionarios, Vladimir Lenin y Iosif Stalin, fueron los líderes de una revolución soviética triunfante que, desde Brest-Litovsk, había estado cuestionada por conspiraciones contrarrevolucionarias. Con ocasión del mentado pacto con los alemanes, Bukharin y su grupo derechista habría confluido con los socialrrevolucionarios de izquierda, así como con Trotsky, para conspirar contra Lenin. Bukharin propuso arrestar al gobierno soviético y asesinarlo en pleno. Así las cosas, Fanni Yefimovna Kaplan, la mujer que atentó contra la vida de Lenin en 1918, no lo habría hecho sólo bajo órdenes de los socialrrevolucionarios, sino también de Bukharin. En los años veinte, además, Trotsky se convirtió en agente de la inteligencia alemana y, después, también de la inglesa. Bukharin, Rykov, Krestinsky, Rosengolts y Rakovsky fueron todos agentes internacionales.

En 1932, cuando derechistas e izquierdistas tuvieron que reconocer la solidez del régimen, los dos grupos, bajo instrucciones de servicios de inteligencia, formaron “el Bloque”, es decir, una organización terrorista. Krestinsky, haciendo valer su posición de viceministro, le ordenó a Bessonov, a punto de regresar a Berlín, que fuese el enlace de Trotsky con los nazis, así como usar su puesto en la Embajada para obstaculizar en todo lo posible el entendimiento entre Berlín y Moscú (la verdad es que hizo todo lo contrario). Trotsky negoció un acuerdo con los nazis cuya base era la derrota de la URSS en una eventual guerra futura, en la cual el grupo de Tukhachevsky complotaría para abrirle los frentes a los alemanes. Karakhan fue otro negociador del acuerdo con los nazis, que contemplaba la cesión de Ucrania a los germanos. En enero de 1934, un grupo conspirador establecido en el mismo Kremlin, protegido por Yenukidze, organizó un golpe que culminaría con el arresto de los participantes en el XVII Congreso. Si no lo llevaron a cabo, según el sumario, fue por lo extraordinariamente popular que era el gobierno comunista en el país. Bukharin implicó en estos proyectos a los mencheviques y a la Segunda Internacional. En marzo de 1937, Tukhachevsky le habría confesado a Rosengolts y Krestinsky que en mayo quería dar un golpe de Estado y asesinar a los gobernantes; su arresto, pues, fue providencial.

Algunos de los acusados eran confidentes infiltrados. Es, posiblemente, el caso de Sharangovitch. Si hemos de hacer la prueba del qui prodest, hemos de ver que los tres acusados que fueron acusados a prisión y no a la pena de muerte fueron Bessonov, Rakovsky y el doctor Pletnev. Bessonov le contaría en prisión a un compañero que había sido salvajemente torturado. Por otra parte, Bukharin, en su intervención final, deslizó la información de que había resistido tres meses de interrogatorios antes de ceder. De todas formas, con práctica seguridad la principal arma de coerción contra Bukharin fue dañar a su mujer. Anna Larina fue mantenida en su apartamento de la Casa del Gobierno y, un mes después de que su marido fuese arrestado, recibió una nota de él, en la que Bukharin le pedía algunos libros porque, le decía, había comenzado a escribir uno: La decadencia de la cultura bajo el fascismo. La policía conminó a Larina para que le escribiese una nota a su marido informándole de que seguía en el apartamento, recibiendo sus raciones de cuando eran miembros de la elite vodka y putas. Bukharin decidió colaborar, tras lo cual Anna Larina, puesto que ya no era útil, fue exiliada a Astracán y, después, a un campo de concentración especial para “miembros de familias traidoras”.

Krestinsky fue uno de los pocos arrestados por el Terror que cometió el peor pecado que se podía cometer a ojos estalinistas: una vez en la Lubianka, había confesado todo lo que se le dijo que confesara; pero, en el momento de declarar en el juicio, se retractó de todo y dijo que si había firmado las cosas que había firmado, era porque entendió que era la única manera que podría tener de defender su inocencia en el juicio. Este testimonio fue eliminado de las actas taquigráficas de la sesión que se facilitaron a la Prensa, aunque sí figuró en el libro final de actas del juicio que se publicó en 1938. Una médica vio el 3 de marzo a Krestinsky en Lefortovo completamente cubierto de sangre tras una brutal paliza. De hecho, siempre se ha especulado con que murió en esa sesión de tortura y que el hombre que días, después, y con voz mecánica, se reafirmó en sus primeras deposiciones, era un doble.

Los líderes periféricos todos confesaron intenciones de desmembramiento de la Unión. Grinko confesó que había complotado con nacionalistas ucranianos para entregar el país a los alemanes; Ivanov, que había preparado la secesión de Arcángel para entregárselo a los ingleses; Sharangovitch conspiró para entregarle Bielorrusia a Polonia; Khodzhaev e Ikramov, por su parte, intentaron cederle Uzbekistán y el resto de Asia Central a los británicos para que estableciesen un protectorado.

El Bloque, por otra parte, había intentado matar a Stalin, Kaganovitch, Molotov, Voroshilov y Yezhov. La imaginación de los interrogadores no tuvo límites; así, los acusados confesaron que, en el caso de Yezhov, habían intentado matarlo emponzoñando el aire de su despacho con mercurio. El jefe asesino era Yagoda, quien confesó haber formado desde 1931 un grupo especial de asesinos derechistas en la OGPU. En 1934, Yenukidze le comentó que el grupo trotskista-zinozievista estaba planificando el asesinato de Kirov, y él se apuntó, ordenando a Zaporozhets que no obstaculizase nada.

Los doctores Levin, Pletnev y Kazakov estaban ahí para confirmar la confesión de Yagoda, en el sentido de que Yagoda les había ordenado acortar la vida de algunos objetivos, como Máximo Gorky, o su hijo Maxim Alexeyevitch Peshkov. Kuibyshev, o Viacheslav Menzhinsky. Parece ser que Yagoda se quiso resistir a confirmar su participación en la conspiración contra la vida de este último, su antecesor al frente de la policía secreta. Hubo un receso, se lo llevaron y, minutos después, reapareció y se reafirmó en lo confesado. Algunos testigos dijeron que parecía diez años más viejo que media hora antes. Gorky, por su parte, habría vuelto a Moscú sin deber haberlo hecho por ser inducido para ello por Kriuchkov, lo que le provocó la gripe o neumonía que adquirió. En el hospital, Letvin y Pletnev se lo cargaron con medicación; todos ellos, bajo las órdenes de Yagoda.

Ivanov, Zelensky y Zubarev, los que tenían edad para ello, confesaron haber sido agentes de la Okhrana zarista.

Las intervenciones finales de los acusados ofrecieron poca novedad, salvo en el caso de Bukharin. En realidad, Vyshinsky ya había sospechado que el viejo comunista aprovecharía su turno de palabra para hacer lo que definió como “absurdos juegos acrobáticos finales”. Y eso fue lo que pasó. Más o menos.

En realidad, Bukharin, a quien durante el juicio le daban un papel cada vez que tenía que hablar con lo que tenía que decir, tuvo desde el principio sus rebeldías. Se declaró, tal y como le ordenaron, culpable de “la suma total de crímenes cometidos por esta organización contrarrevolucionaria”, pero acto seguido añadió, de su cosecha, que no sólo no participó, sino que no tuvo conocimiento de ninguno de los actos individualmente considerados en el juicio. Negó que los acusados fuesen un grupo, negó conocer cualquier conexión con los nazis, negó tajantemente haber conspirado para matar a Lenin, Stalin y Yakov-Aaron Milhailovitch Sverdlov en 1918; negó cualquier negociación con servicios secretos internacionales; y negó haber participado en el asesinato de Kirov, así como en los supuestos de Kuibyshev, Menzhinsky, Gorky o su hijo. Durante las conclusiones del fiscal, tomó constantemente notas y sus palabras finales apenas aparecieron muy resumidas en la Prensa del día siguiente. Según Fitzroy McLean, el funcionario de la Embajada británica que atendió al juicio, Bukharin intervino en un tono desafiante y con un discurso típicamente comunista, en el que dijo una cosa y la contraria. Empezó por admitir su participación en la conspiración juzgada para, acto seguido, según McLean, comenzar a desmontarla “pieza a pieza”. Aceptó la responsabilidad por la formación del Bloque contrarrevolucionario, pero dejó claro que se trataba de una responsabilidad política.

Después de que la sentencia de muerte fuese pronunciada sobre él, Bukharin renunció a hacer petición de clemencia alguna. En su lugar, le escribió una nota a Stalin. Una nota que comenzaba: “Koba, ¿por qué te hace tanta falta que yo muera?”. Esta nota se ha hecho especialmente famosa en la historiografía del estalinismo (me refiero a la seria, no a los hilos de licenciados en Historia en Twitter) por el dato de que fue encontrada en el cajón del escritorio de Stalin el día de su muerte, junto con la nota de Lenin, de la que ya hemos hablado, en la que éste amenazaba con romper relaciones con él a causa de haber maltratado de palabra a su mujer, Krupskaya.

En todo caso, el 15 de marzo, Bukharin y los otros 17 condenados a muerte fueron ejecutados.

Hay que decir, en honor a la verdad, que algunas de las cosas que se juzgaron en el Juicio de los Veintiuno, aunque no siempre de la forma en que se describieron, eran reales. La oposición de Bukharin a Brest-Litovsk existió. Los contactos de Krestinsky en Berlín con militares alemanes se produjeron; el puesto de Stalin como secretario general fue seriamente cuestionado en los preparativos del VII Congreso. Kirov fue asesinado y, ciertamente, Yagoda y Zaporozhets no fueron ajenos a lo que pasó; aunque la mano que meció la cuna fue otra. El ataque al corazón de Kuibyshev es sospechoso, como lo es la muerte de Gorky.

El Juicio de los Veintiuno, sin embargo, fue una pasada de frenada de Stalin respecto de los alemanes. Da la sensación de que el secretario general, envalentonado por haber salvado la cara en el juicio de los militares (que, no se olvide, fue secreto), se creyó que todo el monte era orgasmo y que, consecuentemente, los nazis no se mosquearían. Más cierto es que, conforme se fueron desarrollando las sesiones de Los Veintiuno, Schelenburg se fue poniendo cada vez de peor hostia. El embajador prohibió a su personal acudir al juicio y, de hecho, casi intentó que el embajador estadounidense Davies dejase de ir; le expresó mil veces su sorpresa porque aquel subnormal rooseveltiano se empeñase en defender la idea de que se trataba de un juicio justo y con todas las garantías procesales. El primer ministro británico, apelado en la Cámara de los Comunes, declaró que las acusaciones que se habían vertido en el juicio contra Gran Bretaña “obstaculizaban seriamente las relaciones con la Unión Soviética”. En Francia, la Prensa no comunista publicó largas crónicas sobre el juicio, poniendo a parir a los soviéticos. El verso suelto de todo aquello fue Benito Mussolini. El periódico oficial fascista Popolo d'Italia publicó un comentario en el que especulaba con que Stalin, en realidad, “se había convertido en un auténtico fascista” (cosa en la que acertaba, la verdad); y se felicitaba de que, mediante las purgas, le estuviese haciendo un gran favor al movimiento fascista internacional.

miércoles, mayo 08, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (16): El Gran Proyecto Ruso

El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
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Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
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El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no  

    



Poca gente puede decir que superó la tortura. Hay, eso sí, casos como el del militar Alexander Vasilievitch Gorbatov. Pasó cuatro días en la Lubianka, tras lo cual le dieron papel y bolígrafo para que confesase sus crímenes por escrito. Pero se negó. Lo trasladaron a Lefortovo. Lo torturaron cinco veces, todas las cuales terminó literalmente bañado en sangre. Luego recibió otras cinco sesiones. Y una tercera serie, en la que el comandante deseó su muerte, pero no confesó. Finalmente, lo condenaron a quince años sin haber confesado. En 1941 lo sacaron de los campos de Kolyma. Lo recibió el mariscal Semion Konstantinovitch Timoshenko, quien le restituyó el rango a cambio de que estuviese callado.

martes, mayo 07, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (15): La URSS no soporta a los asesinos de simios

El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
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El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no  

    



En la segunda mitad de 1937, se produjo un rosario de nuevos juicios en las provincias, regiones y repúblicas de la URSS. La función de estos juicios, además de condenar a algunas personas, era proveer a los ciudadanos con la información que necesitaban sobre el tipo de actos de sabotaje político detrás de los cuales iba la NKVD. En este sentido, los juicios se convirtieron en guías sobre aquello que había que confesar y denunciar. Aparecieron artículos, libros y panfletos dedicados a describir estas prácticas; el mensaje machacón era que el denunciante no se preocupase por no tener pruebas de lo que decía, que la policía tenía maneras de conseguir esas evidencias. Las denuncias comenzaron a multiplicarse en la segunda mitad del 37, lógicamente con preferencia en los miembros del Partido, aunque no estar afiliado tampoco era una garantía frente a nada. Muchísimas personas, dentro y fuera del Partido, fueron denunciadas por cometer crímenes contemplados en el artículo 58, sección 10, del Código Penal soviético: participar en propaganda o agitación con la intención de atacar el régimen (de cinco a ocho años en un campo de trabajo). Este artículo permitía en la práctica enjaretar a cualquier ciudadano que tuviese obras escritas que se considerasen contrarrevolucionarias, incluso aunque solamente las hubiera heredado; y eso incluía ejemplos como el testamento de Lenin que, durante esos años, fue oficialmente declarado una falsificación. Un grupo muy importante de condenados, conocidos en los campos como “los charlatanes” (yo creo que, hoy en día, sería más correcto traducir “los bocachanclas”) eran aquéllos condenados por haber hecho simplemente un comentario en voz alta. Aquí se encontraban, por ejemplo, todos aquellos que alguna vez dijeron que vivían mejor que antes de la colectivización, o una mujer de la limpieza que, repasando con su trapo un retrato de Stalin, lo llamó “mi querido picado de viruelas”. En la novela de Anatoli Naumovitch Ribakov Los hijos del Arbat, un peluquero termina en el Gulag tan sólo por pronunciar jocosamente el nombre Lev Davidovitch (Trotsky) cuando está cortándole el pelo a un cliente. Te cagaban la vida detalles como entrar en una cafetería y colgar por error el gabán en un busto de Lenin.