Enrique VIII se divorció de Catalina
de Aragón y se casó con Ana Bolena por dos razones: por amor, pues
el rey amaba sinceramente a aquella mujer; y porque tenía prisa por
tener hijos. Por tener un heredero varón. De hecho, Enrique estaba
tan convencido de que Ana Bolena le iba a dar un varón que le puso
nombre ya en la barriga (Edward Henry) e hizo escribir decenas de
cartas anunciando la buena nueva mucho antes de que la reina rompiese
aguas.
Las cartas anunciaban the
deliverance and bringing forth of a prince.
Cuando Ana parió, tuvieron que cambiarse una por una; pero en la
mayoría no había sitio para colocar dos eses. Así pues, aquellas
cartas anunciaron el nacimiento de una princes,
palabra que no existe en el inglés y que parece viene a designar una
especie de interpolación entre hombre y mujer.
Y es muy probable
que eso mismo fuese Isabel, aquel hijo tan esperado.
Isabel de
Inglaterra fue coronada en 1559 y, con el tiempo, se convertiría en
la primera gran reina de la Historia de Inglaterra; una Historia que, en los últimos 400 años, han escrito básicamente las mujeres, para bien y para mal. Consolidó la
reforma anglicana y colocó a su país en el complicado tablero del
poder europeo. Para ello tuvo que enfrentarse con la principal
potencia militar del momento, España, en diversos momentos de los
cuales el más famoso es lo que conocemos como el fracaso de la
Armada Invencible.
La Historia de las
relaciones entre España e Inglaterra en aquellos tiempos la hemos
escuchado o leído (algunos) muchas veces desde el punto de vista
español. Lo que yo pretendo con estas notas es hacerlo justo con el
prisma inverso. Voy a intentar contar aquel reinado desde su propio
punto de vista. A ver si lo consigo.