Los Borbones trataron de reforzar su
presencia en Asia. Tal vez las Filipinas no fuesen la plataforma estratégica para
la conquista de Asia, pero aún podían convertirse en la cabeza de un emporio
comercial.
En 1717 llegó a Filipinas un nuevo y
animoso gobernador, Fernando Manuel de Bustamante. Entre sus primeras medidas
estuvo la de eliminar las corruptelas que habían ido surgiendo en torno al
Galeón de Manila, para mejorar los ingresos de la Corona. Esas corruptelas
consistían básicamente en embarcar bienes de tapadillo para no tener que pagar
impuestos. Vinculado al saneamiento del Galeón estuvo su intento de desarrollar
lazos comerciales con los estados vecinos de forma que la economía filipina
fuese menos dependiente del Galeón de Manila y del comercio con China.
En 1718 envió una embajada al reino de
Siam que fue un gran éxito. El 18 de julio de ese año, el enviado español firmó
un acuerdo con los siameses en virtud del cual, España obtenía unos terrenos
para edificar una factoría que podrían utilizar para comerciar y para aparejar
barcos. Se fijaron cláusulas para regular el comercio entre Siam y Filipinas y
se establecía que Siam otorgaría a España el trato de nación más favorecida.
El éxito de la embajada a Siam animó
al Gobernador a enviar otra al reino de Tonkin al año siguiente. Esta embajada
fue más azarosa que la anterior. Siguiendo una vieja costumbre española,- la de
cagarla en el mar-, embarrancaron junto a las costas de Vietnam y hubieron de
abandonar el barco. Aun así la embajada tuvo sus frutos: obtuvo el permiso para
comerciar con Vietnam, así como un terreno para establecer una concesión.
Por desgracia, estos inicios
prometedores quedarían en nada. El gobernador se había enajenado las voluntades
de las élites manileñas con sus intentos de poner orden, no siempre ejecutados
con tacto. La noche del once al doce de octubre de 1719 se produjo un motín,
inspirado por sus enemigos, y el gobernador fue asesinado. La política de
apertura comercial que había animado quedó en nada y Filipinas siguió
dependiendo del Galeón de Manila.
La incuria y la falta de visión sobre
lo que se podía hacer con Filipinas quedaron de manifiesto en 1762 con la
invasión británica. España había entrado del lado francés en la Guerra de los
Siete Años en sus etapas finales, cuando el pescado ya estaba vendido. El 23 de
septiembre de 1762 quince buques británicos aparecieron en la Bahía de Manila
para pasmo del Arzobispo Manuel Antonio Rojas, que hacía las veces de
gobernador, ya que el anterior había muerto ocho años antes y España todavía no
se había molestado en reemplazarlo. El pasmo del Arzobispo se debió a que nadie
le había informado de que España e Inglaterra llevaban nueve meses en guerra.
Los ingleses ocuparon Manila durante
dos años e hicieron mucho daño al comercio filipino. Se apoderaron tanto del
galeón que iba a salir para México, como del que estaba llegando y confiscaron todos
los barcos españoles. Al perjuicio hecho por los ingleses vino a sumarse que el
sistema del Galeón de Manila había empezado a quedar obsoleto. Habían surgido
nuevas redes comerciales que le restaban importancia y en Hispanoamérica los
textiles españoles estaban desplazando a los chinos en los gustos de la gente.
Durante el reinado de Carlos III se
hizo un serio intento por rentabilizar las Filipinas y desarrollar sus
posibilidades económicas. En 1778 se fundó en Manila la Sociedad Económica de
Amigos del País con el objetivo de revitalizar la economía de las islas de
manera racional y científica. Los proyectos que se concibieron en esos años
fueron impresionantes: sederías, cultivo del tabaco, las especias y la caña de
azúcar, explotación de los minerales de las islas, silvicultura y explotación
de sus riquezas marinas… La realización de esos proyectos fue menos
impresionante. A la larga sólo funcionó la idea de cultivar tabaco, que
terminaría convirtiéndose en la principal riqueza del país en el siglo que le
quedaba de dominio español, y la caña de azúcar.
En 1785 se estableció la Real Compañía
de Filipinas para promover el comercio entre Filipinas y España. Por primera
vez se permitió que los barcos extranjeros recalasen en Manila, aunque en un
principio se limitaba a aquéllos que llevasen cargamentos de productos chinos o
indios. Aunque sus inicios habían sido prometedores, a finales del siglo XVIII
empezó a decaer. Las tensiones entre España e Inglaterra, la enemiga de los
hispano-filipinos involucrados en el Galeón de Manila, que habían visto sus
intereses afectados, los problemas con monopolios de la Corona que trabajaban
con los mismos productos procedentes de Hispanoamérica y la mala gestión
hicieron que la Compañía languideciese durante el primer tercio del siglo XIX
hasta su disolución en 1834.
Los cambios introducidos por los
Borbones en el último cuarto del siglo XVIII comportaron una mayor
centralización y que el poder de Manila se hiciese sentir con más peso en el
resto del archipiélago. Ya no bastaba con gobernarlo indirectamente por medio
de cuatro frailes y caciques locales.
La independencia de México supuso un
shock para Filipinas que nunca habían dejado de ser un apéndice del Virreinato
de Nueva España. El último Galeón de Manila zarpó en 1815. Que Filipinas
sobreviviese, muestra que las reformas de finales del siglo XVIII habían
servido para algo. La puesta en valor de su riqueza agrícola y el fomento del
comercio con Asia le permitieron superar el final del sistema del Galeón.
Filipinas se reorientó convirtiéndose
en una economía orientada a la exportación, que era la vía en la que la habían
puesto las reformas borbónicas. El tabaco, el azúcar, la copra, el abacá, el
arroz, el café y el añil se convirtieron en sus principales productos de
exportación. Esta orientación exportadora se vio favorecida por el creciente
interés europeo por Asia y por la apertura del Canal de Suez y la aparición de
los barcos de vapor, que facilitaron las comunicaciones entre Filipinas y España.
Hubo un momento en la segunda mitad de
la década de los 50 y la primera mitad de los sesenta del siglo XIX, en los que
a España le volvieron a entrar resabios imperialistas y nuevamente pareció que
Filipinas podría ser el trampolín para una España que quería adquirir un mayor
protagonismo en Asia.
En 1858 tropas españolas procedentes
de Filipinas participaron en la expedición que envió a Cochinchina el Emperador
francés Napoleón III. La excusa para la intervención fue el asesinato del
vicario apostólico en Tonkín, que era el dominico español José María Díaz
Sanjurjo. Mientras que los franceses montaron la expedición con objetivos
coloniales claros, España participó en ella sin saber por qué se metía. De
hecho, el Capitán General de Filipinas no vio con buenos ojos esta aventura que
distraía fuerzas de lo que de verdad importaba: el sometimiento de los moros de
Mindanao. Al final, la aventura de Cochinchina sólo sirvió para que pudiéramos
sacar pecho diciéndonos que aún éramos una gran potencia. O sea, que salimos de
aquello echando pecho y con cara de gilipollas. La que se nos quedó cuando
vimos que Francia se instalaba en el país como potencia colonizadora.
Aunque con torpeza, en esos años España desarrolló una actividad
en Asia muy intensa para lo que había sido la norma en el siglo anterior. Abrió
embajadas en Pekín y Tokio y consulados generales en Yokohama, Singapur, Macao
y Shanghai. En octubre de 1864 España firmó con China un Tratado de Amistad y
Navegación que, entre otras cosas, reguló la emigración de chinos a Filipinas. En
1868 se firmó un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con Japón y dos años
después uno similar con Siam.
El mayor activismo español también se
puso de manifiesto en otras dos áreas: Mindanao y el Pacífico, aunque en ambos
casos estuviese motivado más por la conciencia de la debilidad propia que por
mostrar lo chulos que éramos. Se trataba de demostrar a otras potencias que
éramos capaces de ejercer una soberanía efectiva sobre los territorios que
poseíamos o sobre los que teníamos títulos.
En 1851 España organizó una expedición
militar contra el Sultanato de Sulu, que terminó con la firma de un tratado de
paz un tanto ambiguo que los españoles interpretaron en el sentido de que el
sultán reconocía la soberanía española sobre su territorio. A nivel
internacional, la campaña sirvió para mostrar a otras potencias que España
consideraba que el archipiélago de Sulu y la isla de Basilán pertenecían a su
esfera de influencia. Durante la década de los sesenta, España afianzó su dominio
sobre Mindanao y tomó medidas para su administración efectiva. En 1876 España
lanzó una nueva expedición contra Sulu, dado que era evidente que los nativos
no interpretaban el Tratado de 1851 de la misma manera que los españoles. El 22
de julio de 1878 España y el Sultán de Sulu firmaron el Tratado que regiría sus
relaciones hasta el final de la presencia española en Filipinas. El Tratado
estableció una suerte de protectorado español sobre el sultanato, que retenía
una amplia autonomía en cuestiones de administración interna y de comercio.
En el Pacífico España intentó labrarse
un imperio en Micronesia. España tenía títulos históricos para atribuirse casi
todo el Pacífico, pero la Conferencia de Berlín de 1885 había establecido que
lo que valía era la ocupación efectiva, no los títulos históricos. España tenía
alguna presencia en Guam y las Marianas, pero siempre las había tenido muy
abandonadas y no les había sacado ningún rendimiento. En la década de los
ochenta del siglo XIX España trató de recuperar el tiempo perdido. Consiguió
que su principal competidor en la región, Alemania, le reconociese en 1885 sus
derechos sobre la Micronesia y trató de colonizarlas con fortuna desigual.
Tal vez fuera durante las últimas
décadas de su dominio colonial, cuando España tuvo más claro lo que hacer con
las Filipinas y fuese más consciente de su valor económico y geoestratégico. Lo
que faltó entonces fue lucidez para acomodar las aspiraciones de los filipinos
a un mayor autogobierno y los medios para hacerse respetar por otras potencias.
Igual que España había reconocido el valor de las Filipinas, otros países,
desde Alemania hasta Japón, pasando por Bélgica, que llegó a ofrecer comprar
las islas a España, y EEUU también lo habían hecho y con ese reconocimiento
estaba el de la debilidad de España y el de que teníamos los días contados en
las Filipinas.