A pesar de esta retórica revolucionaria bottom-up, Muamar el-Gadafi se tomó su tiempo para partir peras con
los Estados Unidos. Washington colaboró en este sentimiento, pues consideraba
que todavía era posible que Libia permaneciese fuera de la órbita de la URSS,
que era lo único que, al fin y a la postre, le interesaba.
Como consecuencia, Estados Unidos no le puso peros a la que
se convirtió pronto en la principal idea expresada y defendida por Gadafi: la
unión árabe. El mandatario libio compartía con su maestro y ejemplo, el egipcio
Nasser, el sueño de una unión de países árabes que crease una nación con
capacidad de influencia en el mundo. Creía, además, que la enorme fuerza de su
petróleo era un interesante activo a añadir a aquel experimento. Y no se puede
decir que no creyese lo que decía, porque en apenas dos décadas acabaría por
impulsar la friolera de siete uniones diferentes: En 1969, impulsó el que se
conoció como el Charter de Tripoli, esto es la unión de Libia, Egipto y Sudán;
en 1971, Tratado de Bengasi, creó la unión con Egipto y Siria; en 1972 se fusionó
con Egipto, en 1973, en virtud de los acuerdos de Hassi Messaoud, con Argelia;
en 1974, Tratado de Djerba, con Túnez; con Chad en 1981; y, finalmente, en
1984, firmando el Tratado de Oujda, con Marruecos.