El funeral por Antonio Gibaldi se celebró en el cementerio de Cypress Hills. Al día siguiente de las exequias, su hijo Vincenzo se presentó en una tienda de objetos deportivos de la calle Fulton y compró un rifle de aire comprimido Daisy y varias cajas de balines. A partir de entonces, el arma y las balas fueron sus compañeros, junto con los escritos de un sheriff de Kansas reconvertido a periodista, William Barclay Masterson, quien le había enseñado a Gibaldi, a través de la lectura, que el pistolero ha de tener tres grandes características: coraje, habilidad con el arma y sangre fría. Estas son las tres cosas que Vince Gibaldi comenzó a educar apenas unas horas después de haber enterrado a su padre. En abril de 1923, coincidiendo con su cumpleaños, se compró un revólver del 38.
Dos días después de la adquisición, el 17 de abril, Vincenzo le pidió prestado a su hermano Frank su Chevrolet marrón. Luego fue a una armería en la zona comercial de Brooklyn, donde compró una caja de balas del 38. De allí condujo al local de la calle Furman que había estado vigilando discretamente los últimos quince días. Encontró rápidamente lo que esperaba encontrar ahí: un LaSalle negro. Miró el reloj. Eran las nueve y cuarto de la noche.
Alguien salió del McGuire's, la taberna de la calle Furnam, y se subió al LaSalle. Condujo hacia el sur, precisamente al lugar donde, realizando el cambio de sentido, habían encontrado la muerte Irish Eyes Duggan y Pug McCarthy el 26 de junio del año anterior. El LaSalle tomó dirección hacia la avenida Flatbush, hasta llegar a las instalaciones del ferry que cruzaba el río hasta Fort Lee, en New Jersey. Ambos coches entraron en el barco. Gibaldi aparcó el suyo justo a la derecha del LaSalle. Cuando el ferry atracó en New Jersey, Gibaldi siguió al coche negro. Finalmente el coche llegó a su destino, y su conductor salió de él. Por la actitud en la salida, Gibaldi se dio cuenta de que para entonces su perseguido ya no las tenía todas consigo, y algo sospechaba. Él también salió del Chevrolet. Sin esperar más, Vince Gibaldi, recordando el consejo de Bat Masterson de que quien dispara primero dispara dos veces, levantó el revolver, y apretó el gatillo.
Pum. La primera bala estalló en el pecho de la víctima, quien se echó hacia atrás. No había caído aún cuando ya Gibaldi le había disparado otras dos veces. Y tres más ya en el suelo. Fríamente, Gibaldi recargó el revolver con otras seis balas, y las disparó parsimoniosamente en diversas partes del cuerpo de su víctima. Repitió la operación dos veces más, hasta dispararle 24 veces.
En el suelo, Jimmy The Bug Callaghan, uno de los asesinos de Antonio Gibaldi, yacía muerto. En la mano derecha, alguien le había dejado unas monedas, tres níqueles con la cabeza de un indio. La firma de su asesino.
Mucha gente en Nueva York, al leer este detalle en los periódicos, pensó en la firma de un asesino en serie. Todos, menos uno: Frankie Yale. Para ser un buen jefe mafioso hay que tener inteligencia para cosas como ésta. Yale fue, que se sepa, la única persona que se dio cuenta del significado de estas tres monedas, que con el tiempo se convertirían en la firma de Gibaldi como pistolero profesional.
En el local de Carmine Balsamo, limpiar los zapatos costaba tres níqueles.
El jefe de la Mano Negra de Brooklyn hizo llamar urgentemente a Vincenzo Gibaldi. Cuando lo tuvo enfrente, le informó a bocajarro de que se había dado cuenta de que él había sido el asesino de Callaghan. Si Gibaldi tuvo miedo tras esa confesión de que Yale fuese a castigarlo por haber realizado una acción así, su temor se disolvió pronto. Yale, con una sonrisa, le ofreció emplearse en la Mano Negra como asesino profesional. El joven Gibaldi no le hizo ascos a la propuesta pero, dijo, antes tenía un par de cosas que hacer.
Yale entendía, obviamente, que la intención de Gibaldi era ir a por los asesinos de su padre. Así pues, razonó que su siguiente víctima sería Joey Bean. Pero se equivocó. En realidad, el joven Vicenzo tenía mucha más sangre fría, y mucha más ambición, de la que nadie, incluso Yale, había imaginado.
A las nueve de la noche del sábado 12 de mayo de 1923, Wild Bill Lovett se enconbtraba en su casa de Front Street, cambiándose de ropa. A las diez habían quedado en ir a buscarle para llevarle a una sala de fiestas llamada Buckley's. Lovett iba allí casi cada sábado.
Lovett vivía entonces en un edificio de tres plantas que por la parte de atrás tenía una escalera de incendios cuya solidez había comprobado ya Gibaldi en sus visitas furtivas a la zona. Por allí escaló silenciosamente Vincenzo. El joven entró en el edificio con mucha cautela y entró en el piso de Lovett en el justo momento en que éste se encontraba frente al espejo... con los pantalones bajados.
Gibaldi levantó con tranquilidad su revólver, apuntó al pecho del irlandés, y disparó. Le acertó en la mitad derecha. El topetazo del disparo dio con Lovett en el suelo, pero el irlandés era una persona experimentada en esas lides. Cualquiera de nosotros se había quedado quieto, pero él comenzó a reptar por el suelo hacia la cama, para intentar llegar a su propia arma, que estaba colgada de uno de los extremos de la cama, enfundada.
El pistolero, que no había esperado fallar en su primer disparo, hizo otros dos más a la figura moviente de Lovett. Uno le acertó en un hombro y el otro en un muslo. Cada vez más nervioso, disparó tres tiros más que no le dieron. En ese momento, se dio cuenta de que no podría matar a Lovett. El revólver estaba vacío, debía recargarlo, y el irlandés estaba cerca de su arma. Así pues, se acercó a la ventana y, antes de huir, cogió un níquel y lo tiró en la habitación.
Lovett fue ingresado en el hospital Cumberland, operado de urgencia e ingresado como paciente durante dos semanas. En ese tiempo, el mando sobre la Mano Blanca recayó en Pegleg Lonergan, quien estaba, lógicamente, convencido de que el atentado contra Lovett era una acción de la Mano Negra como respuesta a la agresión sobre Yale. El 18 de mayo por la noche, cuando Lovett aún estaba en el hospital, recibió el soplo de que Two Knife Willie Altierri estaba jugando al póker en la calle 18 de Brooklyn. Eddie Lynch y Joey Bean irrumpieron en el piso con las armas en la mano. Cuando Altierri estaba ya pensando en que aquellos eran los últimos segundos de su vida, Inazio Amadeo, el dueño del lugar donde se celebraba la partida, perdió los nervios, se levantó, y se fue contra Joey Bean, quien le disparó en el pecho a bocajarro. Justo el tiempo que necesitaba Altierri para huir por una ventana.
A las nueve y media del 20 de mayo, un Chevrolet marrón recorrió la Dean Street. En la esquina de esta calle con la quinta vivía Joey Bean. Gibaldi entró silenciosamente en la casa y encontró al irlandés a punto de entrar en el dormitorio para unirse con su mujer. Le disparó seis balas seguidas. La mujer de Bean comenzó a gritar mientras el asesino abandonaba el lugar lentamente. En la puerta de la casa, se volvió y tiró hacia adentro un níquel con la figura de un indio.
En apenas 33 días, un joven de 19 años había acabado con dos pistoleros de la Mano Blanca y había estado a punto de hacer lo mismo con su líder. Nadie en la Mano Negra podía exhibir un curriculum como ése.
Al Capone visitó a Frankie Yale en Nueva York. Bebieron en el Adonis Club. Scarface había oído hablar de aquel Vincenzo Gibaldi, y quería saber cuáles eran las intenciones de Yale respecto a él. Pero el jefe de la mafia de Brooklyn ya no estaba interesado en el chico. Tras la acción de Lovett, había llegado a la conclusión de que era demasiado impulsivo; el típico pistolero que puede meterte en problemas a base de meter los pies en los charcos. Le dio vía libre a Big Al. Capone hizo llamar a Gibaldi, y le ofreció 300 dólares a la semana.
Y fue así como Vincenzo Gibaldi, apenas un mes después de la muerte de su padre, un mes después de comprar su primer rifle, se fue a Chicago y se convirtió en «Machine-Gun» Jack McGurn, uno de los principales pistoleros de Al Capone.