Muy probablemente, los atenienses
podrían haber ambicionado ser una talasocracia, un imperio basado en
el poderío marino, bastante antes de lo que lo hicieron. Al fin y al
cabo, la Historia de Atenas mira desde muy pronto hacia el Egeo y las
islas allí situadas, y concibe todos esos territorios como elementos
lógicos de la expansión de la metrópoli continental. Sin embargo,
como bien nos cuenta Fustel de Coulanges en su seminal La cité
antique, los griegos, en
realidad, eran gente profundamente constreñida por su religión, una
religión que se basaba fundamentalmente en la conservación de los
cuerpos muertos (que no consideraban propiamente muertos y, de hecho,
vivían con sus parientes vivos en las mismas casas); por lo que la
perspectiva de morir en el mar, ahogados, durante una batalla, no les
molaba mucho.
En eso, como en
otras muchas cosas, los griegos en general, y los áticos muy en
particular, acabaron por evolucionar. En el sexto siglo antes de
Cristo, los atenienses ya se habían anexionado la isla de Salamis,
una conquista que marcó el inicio de una expansión hacia el
noreste, con objetivos en el Egeo y el Helesponto que ser mantuvieron
vivos hasta la dominación macedonia (dominación que, obsérvese el chiste gilipollas, fue muy variada). En aquel sexto siglo, Atenas
vivió la dictadura conocida como de los pisistrátidas, que ya
estuvo, en buena parte, teñida de estos deseos imperialistas. De
hecho, en los tiempos por venir, en Atenas habría gobiernos de muy
variada naturaleza; pero todos ellos compartirían el sueño
talasocrático; pues para Atenas, que, a falta de la Unión Europea
que todavía no se había inventado, basaba en buena parte su
Producto Interior Bruto en el comercio de granos, era fundamental
controlar el Helesponto.
Cito a los
pisistrátidas (que gobernaron del 546 al 510 antes de Cristo) porque
creo que son muy importantes en el dibujo de lo ateniense. Es cierto
que muchos contemporáneos de Pericles ya los veían como lo que
fueron, esto es, unos dictadores bastante poco consistentes con el
ser de Atenas. Pero también lo es que, como le ocurre a muchos
dictadores, en su momento no fueron percibidos como tales; y, de
hecho, a los pisistrátidas los echaron de Atenas los espartanos, no
los atenienses. Bajo su mando, Atenas se convirtió, en buena parte,
en la ciudad poderosa que luego fue, por no mencionar que la etapa
relativamente traumática de su gobierno sirvió, a la postre, para
que el pueblo llano adquiriese conciencia de su posible papel en la
gobernación.
La incorporación
al mando ateniense de las pequeñas villas del Ática había
comenzado ya en el octavo de los siglos antes de Cristo. Al fin y a
la postre, Atenas conseguiría controlar una superficie de terreno
tan grande que sólo Esparta sería capaz de competir con ella. Fue,
en realidad, un proceso bastante generalizado dentro de la Grecia
clásica en aquel periodo; un proceso en el que las ciudades-Estado
del territorio que hoy conocemos básicamente con Grecia se aplicaron
a una multitud de expediciones colonizadoras, que los llevaron desde
las orillas del Mar Negro hasta, como sabemos bien, nuestras costas.
Atenas, de hecho,
anduvo tardana en ese proceso. La gran mayoría de sus vecinas ya
habían comenzado a explorar el Mediterráneo cuando Atenas seguía
centrada, básicamente, en el Ática propiamente dicha. Sin embargo,
allá por el 600 antes de Cristo, los atenienses ya se están dando
cuenta de que están haciendo un poco el maula; que para defender el
Pireo y su modelo de negocio necesitan ir más allá; así pues, ya
los encontramos peleando para controlar la región de Sigeion,
fundamental para hacerse con la llave del Helesponto.
De hecho, la
política exterior ateniense, desde ese tiempo, se centrará en
obtener la consiguiente influencia a ambos lados de ese estrecho
estrecho sin el cual todas sus capacidades como potencia exportadora
de cereales serían nada. Así las cosas, el principal interés de
Atenas era lo que luego sería Macedonia y la Tracia septentrional,
así como las islas del Egeo. Todo esto creó todo un espíritu
ateniense basado en la necesidad de defender constantemente esa
presencia de la ciudad-Estado como elemento fundamental de su poder y
su capacidad de proveer bienestar a sus ciudadanos. Los atenienses,
pues, eran gentes que hacían valer la famosa frase de John
Fitzgerald Kennedy: antes de preguntarse qué podía hacer Atenas por
ellos, se preguntaban qué podían hacer ellos por Atenas.
Aproximadamente en
los cien años anteriores al momento del nacimiento de Pericles,
Atenas estuvo en un estado de guerra prácticamente constante,
impulsado por sus ambiciones imperialistas y colonialistas. Su gran
problema era Megara, una ciudad situada en la hebilla del estrecho
cinturón que une el Peloponeso con el resto de Grecia. Ambas
ciudades se enfrentaron en una guerra bastante complicada cuyo botín
era el control de la isla de Salamis. Los atenienses reclamaron la
propiedad de esta isla invocando los poemas homéricos y afirmando
que ellos eran los herederos, por así decirlo, de los descendientes
de Ajax, ese potente guerrero que formó parte de la tropa griega que
tomó Troya y que, por si no lo sabéis, era oriundo de Salamis.
Según los atenientes Fileo, el hijo de Ajax, se había hecho
ateniense, y de hecho la familia de Cimón, quien sería el gran
contrario de Pericles, afirmaba ser descendiente de este Fileo y, por
lo tanto, heredera de Salamis. Otros, sin embargo, acusaban a los
atenienses nada menos que de interpolación, pues decían que las
líneas de la Ilíada en las que más claramente se establece
la identidad de Ajax con Salamis habían sido introducidas por Solón
para así sustentar las reclamaciones atenienses. Y los más
cultivados de entre todos venían a recordar que el papel de Atenas
en la guerra de Troya había sido poco menos que decorativo (¿quién
se acuerda de Menesteo? Pues fue el campeón ateniense que, según
Homero, participó en dicha expedición); lo que no era otra cosa
sino la constatación de que el papel de Atenas en la Grecia
preclásica había sido más bien poca cosa. Atenas era un parvenu
en el mundo de las reivindicaciones griegas, y por eso se vio
obligada a jugar el complicado juego de carambolas relacionado con
Ajax.
La importancia de
la guerra (más precisamente, las guerras) por el control de Salamis
queda afirmada por detalles como que tanto Solón como Pisístrato
sirvieron en la armada ateniense en estas guerras. Les costó casi un
siglo pero, al final del siglo VI, los ateniense habían arrimado el
ascua a su sardina, o más bien el Salamis a su Pireo, y habían
integrado el territorio dentro de los de su dominio común. Fue la de
Salamis la última posesión de Atenas que les aportó, además de
nuevos territorios y riquezas, también nuevos ciudadanos.
A mediados del
siglo VI se produjo en Atenas la dominación dictatorial de los
pisistrátidas. En esa época, Atenas guerreó para controlar Sigeion
y también el Chersoneso; de hecho, un ateniense, Miltíades, tío
del vencedor de Maratón, se convirtió en el tirano de la zona,
inaugurando una dinastía de poder que conocemos como los cimónidas
o, en ocasiones, como los filaides. El último de los cimónidas que
dominó el Chersoneso fue el propio Miltíades que resultaría
ganador en Maratón, y siguió conquistando territorio, pues se hizo
con el control de la isla de Lemnos (muy cerquita de Monmforte). Toda esta red de influencias y
poder, y teniendo en cuenta que los cimónidas y los pisistrátidas
colaboraban muy estrechamente entre ellos, hizo que Atenas
consiguiese en aquella época, aproximadamente medio siglo antes de
que naciera Pericles, su ansiado objetivo de controlar ambos lados
del Helesponto; lo que la convertía, digamos, en algo así como la
dominadora del Canal de Panamá o de Suez de su época. Así es como
debe de entenderse el salto de poder dado por la polis en
relativamente poco tiempo, y que justifica que los atenienses, por lo
general, y a pesar de reconocer que Pisístrato había sido un poco
mala burra, guardasen un excelente recuerdo de él (imagínese el
lector que el general Franco hubiera, durante su dictadura, obtenido
para España el control de la Costa Azul francesa, y trate de
imaginar cómo influiría esto en su juicio histórico
contemporáneo).
Pisístrato,
además, fue el responsable de la conquista ateniense de la isla de
Naxos. Sin embargo, en algún momento, aproximadamente en el 510, los
pisistrátidas fueron expulsados de Atenas, pues nada dura
eternamente. Pero dejaron su impronta militarista, porque es un hecho
que, con su desaparición, Atenas no cedió en su política de
reforzamiento militar. En torno al año 506, por ejemplo, realizaron
una expedición a la isla de Eubea, donde tomaron grandes porciones
de territorio que hasta entonces habían sido propiedad de la ciudad
de Chalkis.
Fue en esta Atenas
peleona, talasocrática e imperialista, en las que había de nacer
Pericles.
Los pisistrátidas,
como ya os he dicho, fueron tiranos de Atenas a mediados del siglo VI
y, como una prueba más (por si hacen falta) de que no hay que mirar
nunca el pasado con los ojos del presente, que eso no es Historia
sino relato (y del malo), los atenienses clásicos siempre
contemplaron esos años como una edad de oro. Lo realmente
importante, sin embargo, son las consecuencias permanentes que parece
dejó aquel gobierno en la ciudad. Parece ser, por ejemplo, que una
de las consecuencias permanentes del dominio pisistrátida en Atenas
fue la pérdida de poder por parte de algunas familias aristocráticas
que hasta entonces habían dominado el momio. Según la mayoría de
los indicios de que disponemos, los tiranos de Atenas, entre otras
cosas, trataron de construir en la ciudad estructuras centralizadas,
ensayando los primeros intentos de exacción tributaria, para
conseguir construir eso que hoy nos parece tan natural: la existencia
de un poder centralizado, con capacidad económica, que pueda abordar
las inversiones y los gastos por el bien común. Los pisistrátidas,
de hecho, abordaron diversas obras públicas en la ciudad, en lo que
más que probablemente fue un intento de hacer las cosas de manera
que esos desarrollos ya no dependiesen, nunca más, del albedrío de
las familias dominantes en la ciudad.
Cuando los tiranos
cayeron, este modelo, cuando menos parcialmente, se quedó ahí.
Atenas, por así decirlo, se había acostumbrado a que existiese un
poder centralizado, independientemente de que lo ejerciese un tirano
o un cargo electivo; lo importante es que la ciudad ya no estaba
dispuesta a cederlo de nuevo a quienes habían tenido, por derecho
natural por así decirlo, ese poder de decisión antes del periodo
tiránico. En términos actuales que podamos entender, tras la caída
de los pisistrátidas se dio el primer paso, pequeñito obviamente,
en una dirección en la que no han dejado de avanzar ya nunca los
sistemas políticos, esto es, hacia la dominación de la economía de
los particulares por parte del Gobierno; pues, a los políticos,
tengan en el color que tengan, eso de firmar en el BOE estatuyendo
que tienes que hacer esto o aquello, les gusta más que a un tonto un
lapicero. Y por mucho que digan, cuando todavía no se han subido al
pedestal, que cuando lo hagan van a dejar de presionar el botoncito
del mando social luego, cuando llegan, seguirán apretándolo.
Existe otra razón
para que Atenas desarrollase, durante el sexto siglo antes de Cristo,
una política tan ambiciosa de expansión y poder: la plata. Era la
ciudad la única de toda Grecia que poseía minas propias de este
metal y, como no quería dejar de tener ese poder, por eso, en parte,
se expandió por todo el Egeo, precisamente por las islas que también
tenían minas de este tipo. Dado, además, que el descubrimiento de
los mejores yacimientos parece haberse producido en plena dominación
tiránica pisistrátida, esto explicaría que, desde el inicio de la
explotación intensiva de la plata, los atenienses considerasen las
minas como propiedad pública (lo que inicia toda una tendencia
jurídica, sólidamente establecida, según la cual es subsuelo es
público, es de todos; y, por eso, aquél que tiene una mina tiene,
en realidad, una concesión).
Esto explica, en
buena parte, el proyecto centralizador ateniense: antes del periodo
tiránico, apenas se explotaban minas de plata. Éstas fueron
perfeccionadas durante la tiranía, lo cual hizo que los
pisistrátidas las poseyeran en nombre de la ciudad. Cuando los
tiranos fueron expulsados, la ciudad, sin embargo, se había
acostumbrado a ser empresaria de la plata, además de que, en
puridad, no tenía a nadie a quien devolverle las minas, puesto que
nadie había sido su propietario antes. Así pues, se las quedó.
Este detallito sin importancia marca, sin embargo, un antes y un
después en la Historia de Atenas, pues supone que, de golpe y
porrazo, la ciudad accedió a una fuente generosa y continuada de
ingresos públicos, con los que, por ejemplo, pudo construir
la potente flota con que obtendría resonantes victorias ya en el
siglo V.
De alguna manera,
pues, el juicio de Pericles debe comenzar por una paradoja: este
personaje, que es tomado por mucha gente (muy notablemente por los
ignorantes que ni siquiera saben señalar a Grecia en un mapa, pero
que aun así se presentan a elecciones y esas cosas) como el epítome
de la democracia, fue, sí un gobernante democrático y todo eso.
Pero todo lo que pudo hacer, pudo hacerlo porque alguien había
sentado las bases socioeconómicas para que pudiera hacerlo; y ese
alguien era un tirano o, más propiamente, una familia de tiranos.
La Historia,
hermanos, se escribe con renglones torcidos.