Un proyecto acabado
El rey de España
Un imperio por 850.000 florines
La coalición que paró el Espíritu Santo
El rey francés como problema
El éxtasis boloñés
El avispero milanés
El largo camino hacia Crépy-en-Lannois
La movida trentina
El avispero alemán
Las condiciones del obispo Stadion En busca de un acuerdo La oportunidad ratisbonense Si esto no se apaña, caña, caña, caña Mühlberg Horas bajas El Turco Turcos y franceses, franceses y turcos Los franceses, como siempre, macroneando Las vicisitudes de una alianza contra natura La sucesión imperial El divorcio del rey inglés El rey quiere un heredero, el Papa es gilipollas y el emperador, a lo suyo De cómo los ingleses demostraron, por primera vez, que con un grano de arena levantan una pirámide El largo camino hacia el altar
Por una vez, y sin que sirva de precedente, los horóscopos tenían razón: el rey Eduardo, al contrario de lo que suele ser el patrón entre los monarcas ingleses, no iba a vivir mucho. Enfermizo y esas cosas, el chavalote comenzó a dar muestras de estar pidiendo pista; y esto hizo saltar todas las alarmas en la cabeza del emperador Carlos. Visto cómo estaba evolucionando la política inglesa y siendo tan consciente como lo era el Habsburgo de que los protestantes tenían (tienen) un punto talibán de la hostia morena, Carlos dio en pensar que, con Eduardo al borde del gua, María estaba en real peligro de palmarla de alguna forma más o menos elegante. Así las cosas, envió a Londres a un pequeño ejército de embajadores a parlamentar con John Dudley, duque de Northumberland, para asegurarle, entre otras cosas, que no pensaba en nada que no fuera un casorio de María con un inglés.