De esta serie se ha publicado ya un primer, segundo y tercer capítulo.
Resumen de lo publicado: Gandalf-Bendit, El Rojo, reune a los hobbits en la plaza mayor de Minas Tirith y les suelta un discurso de la hueva, con algunas partes que parecen sacadas de un monólogo de Mariano Ozores. Pocos días después, el tema se encabrona de la hostia cuando un elfo es atacado por un orco sin motivo aparente, acción que motiva que los hobbits arrasen una taberna orca.
A pesar de la unión que opera en los revolucionarios el ataque orco, los rojirrim siguen pensando que ellos deben liderar la batalla contra el malvado Sauron, así pues empiezan a convocar a sus guerreros por separado. Un día, deciden enviar a uno de sus generales a Hobbiton para convencerlos. Pero los hobbits les esperan con el cuchillo de capar entre los dientes.
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En diciembre de 1966, en el curso de una reunión organizada por los maoístas, el servicio de orden de la UEC, de los comunistas oficiales por lo tanto, se había aplicado con una enorme dureza para reprimir algunos enfrentamientos. Desde aquel día, los prochinos se la tenían jurada a Pierre Juquin, a quien consideraban responsable de aquella acción.
Resumen de lo publicado: Gandalf-Bendit, El Rojo, reune a los hobbits en la plaza mayor de Minas Tirith y les suelta un discurso de la hueva, con algunas partes que parecen sacadas de un monólogo de Mariano Ozores. Pocos días después, el tema se encabrona de la hostia cuando un elfo es atacado por un orco sin motivo aparente, acción que motiva que los hobbits arrasen una taberna orca.
A pesar de la unión que opera en los revolucionarios el ataque orco, los rojirrim siguen pensando que ellos deben liderar la batalla contra el malvado Sauron, así pues empiezan a convocar a sus guerreros por separado. Un día, deciden enviar a uno de sus generales a Hobbiton para convencerlos. Pero los hobbits les esperan con el cuchillo de capar entre los dientes.
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En diciembre de 1966, en el curso de una reunión organizada por los maoístas, el servicio de orden de la UEC, de los comunistas oficiales por lo tanto, se había aplicado con una enorme dureza para reprimir algunos enfrentamientos. Desde aquel día, los prochinos se la tenían jurada a Pierre Juquin, a quien consideraban responsable de aquella acción.
Es por ello que aquel miércoles 24, a las cinco de la tarde,
cuando Juquin entra en el salón de actos D1, el personal está nervioso,
afiebrado. En una de las paredes del salón, una enorme pancarta dice: “los
intelectuales revisionistas son vómito para la clase obrera y los estudiantes
progresistas”. Otros carteles, todos ellos colocados por la UJC (m-l), acusan a
Juquin de ser muy poco comunista (lo llaman “el Lecanuet comunista", en
referencia a Jean Lecanuet, un político de centro-derecha) y, sobre todo, de
ser “Judas Juquin”.
Con estos precedentes, la conferencia de Juquin toma
rápidamente los derroteros propios de los actos en los cuales la audiencia está
repleta de demócratas de toda la vida. Acaba de empezar a hablar, y los
prochinos ya están berreando. Al principio, el político comunista espera,
creyendo que es una interrupción que se detendrá pronto. Pero cuando ve a
varias decenas de estudiantes caminar hacia la mesa presidencial, muchos con el
Libro Rojo de Mao en la mano y un rostro que denota a todas luces que le van a
dar de hostias, sale de allí como alma que lleva el Diablo.
El asunto de Juquin puede parecer anecdótico; pero no lo es.
Marca un paso más allá en las tensiones centrífugas de Mayo del 68. Las
primeras, ya lo hemos visto, fueron la mera formulación de las diferencias
entre unos y otros. Pero es que, ahora, los prochinos habían hecho algo más;
habían roto un pacto.
La UJM (m-l) no era el único grupo que estaba cabreado con
Juquin, en realidad con todo el PCF. Los estudiantes del movimiento 22M tampoco
entendían los ataques que habían recibido de L’Humanité, y reputaban aquel acto como perfecto para saldar
cuentas. En tal sentido, todos los grupos políticos de Nanterre habían
acordado, antes del acto, que sólo hablaría Cohn-Bendit, quien realizaría al
comunista una serie de preguntas sobre todos estos sucesos. Los prochinos
habían aceptado, de hecho, su papel de testigos silenciosos, con derecho a
hablar sólo si Juquin se negaba a contestar a alguna pregunta que les
concerniese directamente. Pero, como acabamos de ver, los maoístas se cagaron y
se mearon en los acuerdos alcanzados. Y esa actitud fue muy premonitoria.
Lo peor de aquella movida es que tuvo la misma consecuencia
que dicen que tiene dejar que un tigre coma carne de hombre: que ya no quiere
otra cosa.
Andaba por Nanterre, aquel mismo día, un eminente matemático
francés, Laurent Schwartz, ganador en 1950 de la medalla Fields, trotskista y,
en aquel momento, dirigente del Comité Vietnam Nacional (su última gran batalla política fue oponerse a la intervención
soviética en Afganistán. Murió en el 2002). Ese día, Schwartz estaba
invitado en el salón de actos B1, bautizado Che Guevara, a participar en una
mesa redonda sobre las funciones sociales de la universidad. Compartía mesa con
André Gorz (filósofo y periodista de
origen austriaco, discípulo de Sartre y de Marcuse, desarrolló una serie de
teorías sobre la necesidad de abandonar progresivamente el capitalismo y el
cambio social totalmente respetuoso con el individuo, que se dieron en llamar socialismo
difícil. Murió en el 2007, quizá
suicidándose junto a su mujer).
Como se ve, en la mesa no había grandes sorpresas. A nadie
se le había ocurrido a invitar a alguien que fuese mínimamente de derechas. Sin
embargo, cuando Schwartz comienza a hablar , un miembro de la CLER (Comité de
Liaison des Étudiants Révolutionnaires. Grupo de la misma tendencia que la FER,
Fédération des Étudiants Révolutionaires, sólo que también para no estudiantes.
Se trata de una organización lambertista, esto es seguidora de Pierre Lambert,
líder de una de las tendencias del trotskismo francés) toma el micro y,
mostrando el respeto habitual por la libertad de expresión, himpla: “Laurent
Schwartz es un seleccionista. No forma parte del movimiento obrero. No debe
tomar la palabra en Nanterre”.
¿Qué tenía de malo, en qué consistía, en 1968, ser
seleccionista? Pues, la verdad, tengo unas cuantas lecturas revolucionarias a
la espalda, pero debo confesaros que no he conseguido encontrarlo; lo más
racional me parece pensar que se trata de una forma un tanto alambicada de
llamarle a alguien racista. Pero quedaros, sobre todo, con la corriente
subterránea que hay en las palabras de este espontáneo interruptor de
conferencias. Sobre todo eso de “aquí, en Nanterre, sólo tienen derecho a
hablar quienes forman parte de la clase
obrera”. Conforme pasen las semanas y los meses, sobre todo cuando M68 haya
pasado, habrá mucha gente, sobre todo todos aquéllos interesados en convencer
al mundo de que todo aquello fue la coña ésa de “seamos realistas, pidamos
lo imposible” y resto de polladas del mismo jaez, que dirán que la deriva
revolucionaria de Mayo del 68 fue algo que fue llegando conforme el proceso fue
siendo manipulado por los políticos (que lo será, ya lo veréis, y mucho). Pero,
la verdad, esa versión no se tiene. El 24 de abril, lo estamos viendo, en la
misma tarde, a dos personas se les impidió hablar en Nanterre; más que eso, a
uno de ellos se le echó amenazándolo gravemente. Y esto podía ser así porque en
Nanterre, decían los estudiantes, sólo
podía hablar quienes ellos quisieran. Caray con el espontáneo movimiento,
de profunda raigambre democrática, que, según algunos, se estaba produciendo…
Como se supo después, el chavalote que habló no estaba solo.
Lo acompañaban otros 14 miembros de CLER que, al parecer, tenían orden de
cargarse aquel acto para hacer más atractiva la manifa que habían convocado
para las seis de esa misma tarde.
A los prochinos, que como sabemos una hora antes estaban
echando a Juquin, les parece que aquello no tiene pase (claro, porque es idea
de los trotskistas lambertianos) y se suben a la tribuna a defender a Schwartz y
a hostiar a los de la CLER, que se van de najas elegantemente.
Cohn-Bendit toma el micrófono y dice: “vuestras querellas de
grupúsculos no tienen cabida aquí”. Y luego le echa un capote a Schwartz, como
sólo te los echa un buen amigo: “Dejarle hablar, aunque sea un cabrón”.
El jueves, día 25, el movimiento 22 de marzo celebra
Asamblea General. La presiden cinco militantes voluntarios, porque el 22M, como
el 15M, no tiene líderes (y así le irá). En la pared de atrás del salón de
actos E1, una gran pancarta con uno de esos hábiles eslóganes a los que es tan
aficionado Mayo del 68: “De la critique de la Université a la Université
critique”. Confieso que, después de mucho pensarlo, no le pillo el punto.
En un gesto muy del maoísmo, un militante de la UJC (m-l) se
levanta para hacer autocrítica. Lee unas frases del libro de Mao y acto
seguido, perora: “En su inicio, hemos calificado de reaccionario el movimiento
22 de Marzo. Teníamos ideas preconcebidas, sectarias y abstractas sobre los
movimientos estudiantiles en general, porque éstos rara vez han sido eficaces”.
Y termina, entre aplausos, con una frase digna de Bruce Lee: “Hemos decidido
ser como peces en el agua del movimiento de Nanterre”. Dí que sí, chavalote; be fish in the water, my friend.
El movimiento autocrítico de los maoístas anima a la
Asamblea en general a darse golpes de pecho. Los estudiantes se suceden, uno
tras otro, para decir: hemos hecho muchos cartelitos y muchas polladas, mucho
frufrufrú, pero poco ñiqui-ñiqui. Así pues, se decide convocar, para el 2 y 3 de
mayo, dos jornadas sobre las luchas anti-imperialistas (parece ser que la
autocrítica de los prochinos no llegó hasta considerar la política de China en
Tibet como imperialista). Asimismo, deciden convocar una manifestación el día
11 delante de la embajada de Alemania, en solidaridad con la marcha sobre Bonn
prevista ese mismo día por el SDS.
El domingo, día 28, quedará claro que este buen rollito
revolucionario va a ser difícil de llevar. Ese día, el llamado Front Uni de
Soutien au Sud Viêt-nam, organización obviamente de derechas que preside Roger
Holeindre (que llegará a vicepresidente del Frente Nacional), ha organizado una exposición
en un inmueble. A eso de la una de la tarde, unos 250 jóvenes prochinos se
dirigen al local. Un comando de unos 50 entra dentro, mientras el resto se
queda en la puerta, bloqueándola. Los 50 amantes de la libertad de expresión no
dejan ni los ceniceros. Las urgencias del hospital Laennec vibran aquel domingo
con la llegada de diez heridos de la movida.
Como los amantes de la libertad se entienden siempre casi
sin palabras, el Comité organizador de la exposición hace pública una nota en
la que afirma, sin ambages, que “responderá a cada golpe con un golpe”. Pero
eso no es nada al lado de la nota de los pacifistas de L’Occident. A partir del
lunes, dice el comunicado, habrá guerra, puesto que los marxistas la desean. “Todos
nuestros militantes están movilizados. De aquí a una semana, las alimañas
bolcheviques serán aplastadas”. “Se abre la caza del bolchevique”, anuncia.
Al día siguiente, 8 militantes del 22M serán detenidos
mientras reparten propaganda. Pero eso no será lo más importante. Lo más
importante, a largo plazo, es la nota de L’Occident, o si se prefiere la acción
de los prochinos de los Comités Vietnam de Base, porque es la que dará alas a
los grupos más violentos del movimiento estudiantil, y la que convencerá a las
autoridades de que el proceso debe cortarse de raíz (por ejemplo, deteniendo a
los 8 pollos).
Aquel domingo, con aquella nota, de alguna manera Mayo del
68 entra en la Fase 2, sin posibilidad de regreso a la Fase 1.