- Las envidias entre Valente y Graciano y el desastre de Adrianópolis.
- El camino hacia la primera paz con los godos.
- La llegada en masa, y desde diversos puntos, de inmigrantes al Imperio.
- La entrada en escena de Alarico y su extraño pacto con Flavio Stilicho.
- Los hechos que condujeron al saco de Roma propiamente dicho.
- La importante labor de rearme del Imperio llevada a cabo por Flavio Constancio.
- Las movidas de Gala Placidia hasta conseguir nombrar emperador a Valentiniano III.
- La movida de los suevos, vándalos y alanos en Spain.
- La política de recuperación del orgullo y el poder romanos llevada a cabo por Flavio Aecio.
- La entrada en acción de Atila el huno.
- La guerra de Atila en Europa oriental, y su consolidación.
La
decisión de Atila de ir hacia el oeste no tiene una exégesis fácil.
La porción
Sálvame de la Historia de la época que nos ha
llegado, porción que no es en modo alguno despreciable, nos ha
dejado el rumorcillo de que Atila decidió ir a por el Imperio
ravenés porque tenía una oferta. Esa oferta provenía de la hermana
del emperador Valentiniano III, una mujer muy echada para alante
llamada Iusta Grata Honoria. Ambiciosa y por lo que se ve capaz de
velar por sus propios intereses, Justa Gracia le habría ofrecido a
Atila casarse con él, aportando más o menos la mitad del Imperio
occidental como dote. Las tradiciones escritas dicen que le mandó
un broche con su retrato, acompañado con una carta explicativa de la
movida; y que Atila, cuando la leyó o se la leyeron, dijo ésta es
la mía.
¿Qué
parte de esta historia es cierta? Es evidente que no lo sabremos
nunca pues, aunque con los años aparezcan nuevos testimonios que hoy
no conocemos, con toda seguridad adolecerán de la parcialidad de los
panegíricos y textos movidos por el odio que hoy forman nuestro
corpus de conocimiento sobre el tema. Eso sí, hay cosas que nos
permiten hacer alguna que otra especulación. Por ejemplo, no hay
que olvidar que Honoria era hija de Gala Placidia, la del útero
multifunción, vaginalmente preparada para servir tanto para un roto
romano como para un descosido godo. De su madre bien pudo aprender
Honoria que no importa demasiado el aspecto ni el olor de un guerrero
si es capaz de acopiar y conservar poder. Gala le había dado un hijo
al godo Ataúlfo; una buena demostración de que era capaz de llegar
donde hiciese falta a cambio de poder jugar el intrincado juego de
poder romano.
La cosa
es que a Honoria las cosas no le habían ido bien. Se había dedicado
a chuscar con uno de los altos funcionarios de la Corte, llamado
Eugenio, que la dejó en estado de gravidez. Eugenio acabó ejecutado
por esa tontería y Valentiniano, tal vez aprovechando la situación
pues es evidente que su hermana era muy ambiciosa, decidió imponerle
un matrimonio de conveniencia con un senador de tercera fila, un tal
Herculiano. Fue ante la perspectiva de tal matrimonio que Honoria le
escribió, al parecer, a Atila para excitarle sus ambiciones
territoriales.
Cuando
se descubrió lo que había hecho, Honoria fue sometida a arresto
domiciliario bajo la atenta vigilancia de su madre; un arresto del
que, en todo caso, parece bastante probable que se escapase varias
veces.
Como
historia no está mal y da para una peli de presupuesto medio; pero
es difícil que ésta sea toda la verdad, ni siquiera la verdad más
probable. Es un hecho, esto lo sabemos, que cuando Atila decidió
atacar occidente lo que hizo fue entrar en la Galia; si realmente
hubiese realizado ese ataque para encontrarse con Honoria, lo obvio
habría sido marchar hacia Italia. Todo eso sin olvidar el pequeño
detalle de que Atila y Honoria no se reencontraron, por lo que cabe
estimar que el huno no tenía demasiadas ganas de conocerla.
En mi
opinión, pero esto es bastante subjetivo, la forma de actuar de
Atila, sus por así decirlo antecedentes estratégicos, hacen pensar
que tenía un conocimiento geográfico bastante preciso de Europa y,
sobre todo, estaba adecuadamente informado de la distribución de las
diferentes fuerzas políticas que en ese momento la poblaban. No es
en modo alguno aventurado considerar que Atila pudo tener contactos
con Geiserico, el ahora rey vándalo de Túnez, quien por supuesto le
pudo dar información muy precisa de dónde terminaba Europa y las
posibilidades de avance que ofrecía. Por otro lado, las
posibilidades de expansión de Atila hacia el este se concentraban en
Persia, y eso ofrecía grandes problemas de toda índole,
fundamentalmente logística porque en un área tan fuertemente
dominada por el Imperio oriental, más fuerte que el occidental,
resultaría difícil aprovisionarse y, en general, hacer gala de la
movilidad que era una de los secretos de la armada huna.
Atila,
además, conocía bien la posición que ocupaban los visigodos en el
imperio occidental, y las posibilidades que ofrecían a la hora de
dividir las fuerzas que se le opondrían. Dejó traslucir tanto que
quería atacar a los visigodos como aliarse con ellos. Es de suponer,
por ello, que tal vez pospuso la decisión final al momento en el que
se encontrase en Galia. Además, ofreció generoso asilo a los
reyezuelos que se oponían a las tropas de Aecio, en un intento claro
de socavar a la oficialidad romana alimentando a sus pequeños
enemigos.
Fuesen
cuales fuesen las cosas que se cocieron en la mente de Atila, en la
primavera del 451 ya estaban suficientemente cocinadas, pues éste
fue el momento elegido por los hunos para cruzar el Danubio hacia el
oeste, más o menos por los mismos sitios por los que lo hicieron,
años antes, los inmigrantes germánicos. Desde el principio,
diversos elementos godos estuvieron presentes en sus filas.
Llegados
al Rhin, los hunos lo cruzaron más o menos a la altura de Coblenza,
y siguieron avanzando. Tras someter a algunas ciudades de la zona,
los hunos siguieron avanzando hacia la Galia. En junio, habían
llegado a la ciudad de Orléans, que era el lugar de concentración
de unas tropas alanas subcontratadas por los romanos, al mando de un
alano llamado Sangibano; es probable que Atila contase con pasarlo a
su bando, teniendo en cuenta su escaso nivel de vinculación con el
poder ravenés. De aquellos tiempos data la tradición según la cual
los hunos llegaron hasta las afueras de París, pero allí Santa
Genoveva les dio una mano de hostias.
Frente a
sus acciones, Atila tenía a Flavio Aecio, quien todavía era el
commander in chief de las tropas romanas occidentales. Aecio,
inmediatamente, trató de formar una coalición lo suficientemente
fuerte como para parar lo que se venía encima. El entonces rey de
los godos de Aquitania, Teoderico, aceptó aliarse con él, como
hicieron los burgundios; y juntos se fueron a por Atila desde el sur
de la Galia hacia el norte. El 14 de junio, en efecto, le obligaron a
levantar el sitio de Orléans. A finales de mes, los romanos
perseguían a los hunos a la altura de Troyes.
Entonces
se produjo una batalla cuyo teatro no ha podido ser nunca definido
con exactitud. La conocemos como la batalla de los Campos
Catalaúnicos o campus Mauriacus (los franceses, muy suyos, la
llaman batalla de Châlons). La batalla fue la pera limonera de las
batallas y en la misma Teoderico perdió la vida. Pero los romanos
habían ganado. Y era la primera vez. Atila había terminado el día
retirándose y realizando un círculo defensivo, cosa a la que no
estaba demasiado acostumbrado. Tan poco acostumbrado estaba, que su
primera reacción fue formar su propia pira funeraria. Sus
lugartenientes, sin embargo, parece ser le explicaron la diferencia
entre una batalla y una guerra, y lo convencieron de que permaneciese
en el mundo de los vivos. Y no les faltaba razón, porque los
romanos, a pesar de ganar la batalla, no avanzaron. Pasaron días
ambos ejércitos uno frente al otro, a prudente distancia, sin
decidirse ninguno de ellos a atacar, hasta que los hunos comenzaron a
retirarse. Aecio no les persiguió; si lo hubiera hecho, habría
tenido que mantener la coalición de fuerzas que había formado, y
eso era algo de lo que, en ese momento, no podía estar seguro. Los
visigodos de Aquitania habían perdido a su rey, y eso significa que,
en ese momento, lo principal para ellos era regresar a casa para
elegir uno nuevo. Los hunos no pararon hasta llegar a Hungría, su
cuartel general.
Atila,
ya lo hemos dicho, no era ningún tonto. Y, como todas las personas
inteligentes, aprendía de las adversidades. En la campaña del 451
aprendió que la Galia era un territorio demasiado amplio, y
demasiado lleno de suficientes recursos militares, como para ser un
terreno propicio para presentarle batalla al romano. Además, hechos
como la fidelidad de Sangibano, probablemente, le enseñaron que
había sobrevalorado su capacidad de inclinar a los galos y godos de
su lado.
No. Si
quería atacar a los italianos, debería ser en su casa.
Es por
esto que, en la primavera del 452, Atila dirigió los trancos de su
caballo hacia los Alpes.
Las
cosas no empezaron bien. En la localidad udinesa de Aquileia encontró
una resistencia tan resiliente que incluso llegó a pensar en
desconvocar la invasión. El historiador Prisco nos cuenta que, en
ese momento, vio a una cigüeña, que había anidado en una de las
torres de la ciudad, que se estaba llevando, uno a uno, a sus retoños
todavía incapaces de volar. Eso le convenció de que algo terrible
iba a pasar en la ciudad (y, por lo visto, lo sabía una cigüeña,
pero no sus habitantes), así pues decidió quedarse. Y lo que pasó
es que los hunos acabaron por romper las defensas de la ciudad, y la
tomaron.
Abierta
la lata italiana por el Udine, los hunos se dirigieron a las llanuras
del Po, donde fueron tomando ricas ciudades romanas una a una: Padua,
Mantua, Vicentia, Verona, Brescia, Bergamo. De esta manera, se llegó
a Milán, la sitió y, cuando consiguió someterla, la saqueó.
Tras el
saqueo de Milán, Atila regresó a Hungría. La propaganda vaticana
ha sostenido durante siglos que eso fue por la habilidad del Papa
León, que le envió una embajada que lo convenció, formada por un
prefecto llamado Trigetio y un antiguo cónsul llamado Avieno. La
verdad es otra: Atila regreso a sus llanuras húngaras por la misma
razón que también regresaban los germánicos décadas antes que él:
por razones logísticas. Plenamente ingresado en un territorio
hostil, el ejército huno tenía serios problemas para encontrar
hamburguesas suficientes y, para colmo, parece ser que había sido
pasto de algún tipo de epidemia. Quedarse habría sido suicida, y el
general huno lo sabía. Además, hay algunos indicios de que el
Imperio oriental les estaba atacando en sus cuarteles generales, y
hubieron de regresar para defenderse.
Así que
aquí tenemos la verdad de las cosas: Atila, el temible general de
los hunos que ha pasado a la Historia como jefe de una horda
invencible que se llevaba todo lo que encontraba a su paso, era, en
el año 452, un general tenido por acabado. Por dos veces había
atacado el imperio occidental, y por dos veces había tenido que
volver grupas con el rabo entre las piernas. Si a cualquier ciudadano
informado de la elite romana de aquel año le hubiésemos dicho que
su Imperio estaba dando las últimas boqueadas, probablemente se
habría carcajeado en nuestra cara. Las apuestas eran las contrarias.
La apuesta era que el huno, cualquier día de ésos, se podía quedar
hasta sin sus posesiones húngaras.
El
origen de todo era la escasa capacidad de Atila a la hora de
planificar campañas complejas. Sin embargo, el huno decidió seguir
siendo fiel a sí mismo. En el año 453 preparó una nueva campaña
de invasión europea. Sin embargo, cometió el error (dirán algunos)
de casarse, probablemente una vez más pues es probable que tuviera
varias esposas. En la noche de bodas se pilló un moco de la hostia
y, de repente, escupió sangre, y murió. Su nueva esposa se quedó
tan acojonada con el espectáculo que se quedó tumbada junto a él
toda la noche, sin dar la alarma. En la mañana la encontraron así,
durmiendo con un cadáver.
De esta
forma tan poco edificante, con una borrachera, se acabó uno de los
principales peligros que habían enfrentado al Imperio romano, tanto
de oriente como de occidente. Una amenaza que había seguido a la de
los visigodos y los vándalos, en un auténtico tren de problemas
que, sin embargo, Flavio Aecio supo gestionar para dar al viejo sueño
romano la oportunidad de vivir durante una generación más.
Los
grandes ganadores de este proceso fueron los tipos que se quedaron
más apartados de todo: los suevos.
Estos
tipos rubios, altos y bigotudos habían tenido la inteligencia, o más
bien se habían visto forzados, a escoger para establecerse el
puñetero culo del mundo, un lugar hostil, frío, húmedo coo pocos,
y que hoy llamamos Galicia. Entonces falto de autovías y del
indudable atractivo que le aporta O Rei das Tartas, Galicia
era entonces un lugar que ni por esfuerzo bélico, ni por expectativa
de beneficio por la vía del cobro de tributos, ofrecía demasiados
alicientes. Si los suevos se querían quedar allí, allá ellos.
Rekila
sucedió a su padre como rey de los suevos en el año 438, esto es en
el momento en el que Aecio dedicaba el 80% de su tiempo a pensar en
el norte de África y el cabrón de Geiserico. Consciente de que eso
dejaba España en un lugar de relativa poca importancia. En el año
439, guió a sus hombres por la ruta de la Plata hasta Mérida, que
entonces era la metrópoli de la Lusitania. En el 440, vencieron y
capturaron a Censorio, el principal comandante romano en la
península. En el 441, tomaron Sevilla, pasando a controlar la Bética
y la Cartaginense, en un punto de máxima expansión territorial que
hace salivar a muchos nacionalistas gallegos, tanto de corazón como
adecuadamente subvencionados, a la hora de hablar de un viejo imperio
gallego, que tiene de gallego más o menos lo mismo que de imperio.
Tanto
los suevos como otros grupos establecidos en la península ibérica
se aprovecharon, claramente, del hecho de que Flavio Aecio no pudiese
ni soñar con realizar una gran expedición al territorio para
encenderles el pelo. El comandante romano envió varios generales a
la zona con tropas: Asturio, Merobaudes, Vito. La mayoría de sus
acciones se concentró en tratar de recuperar el control sobre la
Tarraconense, aunque Vito, que contaba con tropas godas, intentó
recuperar la Cartaginense y la Bética. Pero Vito fue derrotado por
los suevos, e Hispania se perdió, como se había perdido el norte de
África, como fuente de recursos para Rávena.
Britania
no estaba mejor. Ya en una famosa carta, el entonces emperador
Honorio le había escrito a los britanos en el 410 que fuesen
pensando en lamerse ellos mismos los pies. El Imperio no estaba por
la labor de intentar incrementar su poder y control sobre aquellas
islas tan relapsas, por mucho que algunos obispos, como Germano de
Auxerre, se dejaran caer por ahí para tratar de luchar contra el
pelagianismo. En todo caso, el principal problema para la
civilización romana británica era la presión que del oeste le
llegaba de los gaélicos irlandeses, y del norte (Escocia) de los
pictos, por no mencionar las expediciones sajonas del Mar del Norte.
Al
parecer, las islas cayeron en poder de una especie de tirano llamado
Vortigerno. Vortigerno decidió defenderse de los peligros que lo
acechaban contratando mercenarios sajones. Pero los mercenarios
pidieron más, y más, y más, hasta que se cansaron de pedir y
saquearon todas o casi todas las ciudades del reino. Los romanos de
Britania le escribieron una carta a Aecio en solicitud de ayuda;
pero, que se sepa, ni les contestó.
Recapitulando:
en el año 453, el Imperio había logrado repeler el peligro huno
hasta que el propio Atila la palmó. Pero, por elcamino, había
perdido: todas las Islas Británicas; la península ibérica hasta el
Ebro; el norte de África, el área Aquitania que ahora formaba un
reino visigodo avant la lettre, y la Galia sureste, que había
sido cedida a los burgundios.
Más que
un imperio, era una mierdilla.