El 7 de noviembre de 1945, en la presentación de su gobierno ante las Cortes, José Giral aparece con una evidente voluntad integradora bajo la cual, entre otras cosas, asevera que «aspiramos a superar la oposición entre el Oeste y Rusia, adalid del Este europeo». Esta frase del informe presentado ante los diputados indica que el gobierno republicano en el exilio es, en buena parte, consciente del gran problema de política internacional que se le presenta a sus intenciones. De hecho, en buena parte es este argumento el que explica el distanciamiento de los republicanos respecto de Negrín y de los comunistas. Pero, sin embargo, es un distanciamento que no conseguirá, o más cabe decir que no podrá, ser tan intenso como le gustaría al Foreign Office, sobre todo. Como los hechos por venir en el seno de las Naciones Unidas demostrarán bien pronto, en realidad el apoyo internacional a la República se reduce a un par de apoyos diplomáticamente más o menos exóticos, como el de México, y el apoyo decidido del bloque soviético, bien que no ejercido directamente desde Moscú sino a través de diplomacias satélite. La República no puede, y en buena parte probablemente tampoco quiere, abandonar el lenguaje más que comprensivo hacia el «adalid de la Europa del Este», aunque cada vez se haga más difícil ir por la vida diciendo que se es una democracia parlamentaria y, a la vez, amiguito de semejante sistema.
Otro aspecto de cajón de madera de pino del discurso giralista es su decidido republicanismo. En el mismo informe, Giral dice: «no creemos que España, dada su Historia, pueda salvarse sino por la República». Los veteranos republicanos del exilio, políticos del exterior que, con el tiempo, estarán cada vez más divorciados de lo que se cuece en la que fue su casa, retienen como argamasa fundamental de su unión la apuesta republicana en clave binaria o maniquea: la República es Uno, la Monarquía es Cero. No se le puede reprochar esta postura a Giral et altera; es lógico, justo y necesario. Pero que las cosas sean justas no quiere decir que no sean incómodas o problemáticas. En el ajedrez de las diversas transiciones del franquismo que durante cuarenta años se irán manejando, habrá siempre un alfil situado en Londres. Y Londres, por un montón de razones, apostará siempre, de forma irrestricta de quién ostente su gobierno, por una solución monárquica para España. Por lo demás, la identificación del exilio, República = democracia y libertad, es una identificación en la que muchos no creen, y la República exiliada hará poco por acallar esos pruritos, convencida como está de que son absurdos.
Hay, por lo demás, una frase en el informe Giral que, la verdad, se podía haber ahorrado. Ésta: «Si la desventura, a nuestro pesar, hiciera imposible una solución de paz para nuestro problema, lo que acusaría inmadurez en la conciencia moral internacional, el gobierno de la República no vacilaría en aceptar, con inmenso dolor, y así lo declara, la responsabilidad de la violencia». Ojalá viviesen los testigos de aquellos tiempos para poder contarnos por qué narices se incluyó esta frase en el informe, por qué estúpida razón se hizo una lectura tan torpe de los tiempos y de las situaciones.
En noviembre de 1945, el mundo era un boxeador agotado que hace dos minutos ha ganado un combate a los puntos tras quince asaltos durísimos. El púgil sólo desea una cosa: quedarse tranquilo. Y sólo rechaza una cosa: tener que volver a subir al ring a boxear. Empapados de su filosofía moral según la cual el mundo libre tenía que hacer lo que fuese por echar a Franco, los republicanos españoles fueron, a mi modo de ver, incapaces de percibir que Occidente no estaba por la labor de echarlo a hostias, a menos que Franco hiciese de Hitler y se dedicase a consolidar e incrementar su ejército para, por ejemplo, preparar una acción sobre Gibraltar. Algo que el Caudillo, obviamente, se guardó mucho de hacer.
La filosofía republicana es aquélla que sostiene que la violencia es legítima contra lo ilegítimo. La filosofía de las agotadas sociedades europeas que han perdido hijos y padres a miles en la guerra es que ni de coña va a volver a haber leches. Como veremos cuando lleguemos a la famosísima Nota Tripartita, verdadero eje y pivote de la historia que se cuenta en estas notas, será allí donde las grandes cancillerías contesten, indirectamente, a esta desgraciada salida de pata de banco de Giral y, por extensión, de la República en el exilio.
La cuestión de confianza subsiguiente al informe no fue sencilla. Alfonso Rodríguez Castelao, en representación de los republicanos gallegos; Lasarte, por el PNV; Cordero, por el Partido Federal; y Gomáriz, de Unión Republicana, la apoyaron. Sin embargo, Lamoneda, socialista negrinista; Uribe, comunista, y Fernández Clérigo, en representación de un grupo llamado Agrupación de Izquierda Republicana, intervinieron para decir que hubieran preferido a Negrín de presidente del gobierno. Ante tamañas intervenciones en apoyo de un militante del PSOE para primer ministro, otro militante del PSOE, Indalecio Prieto, se levantó para defender a Giral. Como se ve, el socialismo estaba muy unido en aquel entonces.
En todo caso, la confianza se otorgó por aclamación, es decir sin votación; y a mi modo de ver es una pena, porque de haberse votado se dispondría de una información muy interesante para el análisis histórico actual. La cosa iba sobre carriles. Pero, claro, estaba presente en aquellas Cortes uno de esos políticos acostumbrados a dar una de cal, y otra de arena.
Al día siguiente, 8 de noviembre, en el turno de explicación de voto, Indalecio Prieto elaboró un discurso muy medido que puso de los nervios a Giral y a su gobierno. Básicamente, la tesis del discurso fue: apoyo al gobierno Giral, siempre y cuando sirva para lo que tiene que servir, es decir para conseguir que las potencias mundiales echen a Franco. Si no, ya lo siento, pero que le den. Más aún: Prieto lanzó el Misil Pershing sobre la República en el exilio cuando pronunció la siguiente frase: «obedeceremos lo que se nos diga desde dentro de España cuando lo diga voz autorizada. Si allí se traza un camino, desde luego digno, que no sea el que hemos emprendido nosotros aquí, nosotros lo seguiremos sin vacilaciones».
La diferencia entre el antifranquismo de interior y del exilio es, básicamente, que el primero de ellos, como estaba comiendo mierda todos lo días, acabó por ser mucho más posibilista que el segundo. Por decirlo de alguna manera: los antifranquistas clandestinos apostaron pronto por cualquier fórmula que acabase con Franco, mientras que los antifranquistas exiliados sólo estaban dispuestos a aceptar aquéllas de esas fórmulas que cuadrasen con su cosmovisión política. Estamos hablando, claro, de la forma de Estado. Tierno Galván describe muy bien en sus memorias como para la mayoría de los socialistas de interior llegar a la democracia bajo el ala de un rey no les producía urticaria republicana; de hecho, los socialistas de hoy son los nietos de ese posibilismo. El Prieto de noviembre de 1945 ya sabe cosas. Sabe que hay por ahí un runrún de convergencia con las fuerzas conservadoras pero democráticas (hecho éste que repugna a muchos republicanos exiliados, para los cuales conservador democrático es un oxímoron), y no está dispuesto a dejar que ese proceso, que reputa con muchas más posibilidades de triunfo que la oposición frontal y republicana al franquismo (y los hechos demuestran que acertaba), se haga sin que él participe.
Prueba de ese posibilismo de la oposición de interior es la formación, por republicanos, socialistas y anarquistas de interior, de la llamada Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas, que se produce por aquel entonces y es casi contemporánea de la creación por los comunistas de la Unión Nacional Antifascista. La ANFD, en su primer comunicado, declara que «no tiene relación alguna» con la Junta Suprema de Unión Nacional inspirada por el PCE y asevera que «rechaza por igual el contubernio con el enemigo y la irresponsabilidad peligrosa del amigo». Mientras Giral, por lo tanto, llama a Stalin «adalid de la Europa del Este», el antifranquismo de interior no comunista se apresta a aseverar que ellos no van con los comunistas ni a comprar lotería. La ANFD sufrió la infiltración de un tapado de la policía franquista, y todos sus miembros, salvo Sánchez Guerra, fueron detenidos.
Así las cosas, el gobierno, a través de Gordón Ordax, presentó una moción que finalizaba abruptamente las deliberaciones de las Cortes, para evitar que hubiese bronca.
En ese mismo año, 1945, se ha lanzado un manifiesto que asevera que «el régimen del general Franco, inspirado en sus orígenes por los sistemas totalitarios de las potencias del Eje tan contrarios al carácter de nuestro pueblo, es fundamentalmente incompatible con las circunstancias que la guerra está creando». Estas afirmaciones tan categóricas las hace un ciudadano llamado Juan de Borbón, que apenas algún año antes de escribir estas lindezas se presentaba voluntario para luchar a favor de ese régimen inspirado por el fascismo y contrario al carácter del pueblo español, sin que pareciese que estos handicap le preocupasen mucho. Ahora, sin embargo, los movimientos franquistas tendentes a hacer de España un reino sin rey, mueven a Juan a tratar de alinearse con la oposición al franquismo.
Quizá el Borbón, o los gilrrobleses que le rodeaban, pensaron que esta declaración por parte del jefe de la Casa de Borbón crearía una fractura dentro del franquismo. Pronto descubrieron, sin embargo, que los monárquicos franquistas eran, en realidad, franquistas monárquicos. Hubo, desde luego, monárquicos que pensaron que los militares de tal filiación tomarían el poder y llamarían a Juan de Borbón para tomar el gobernalle del Estado; pero nada de eso ocurrió. Todo lo que ocurrió es que un fiel colaborador de Franco como el duque de Alba, embajador en Londres desde 1930, presentó la dimisión. Hay quien ha dicho que la cúpula militar monárquica le ofreció a Juan de Borbón que el aviador Juan Antonio Ansaldo lo recogiese en Lisboa para llevarle al aeródromo de Puerta de Hierro, donde sería recibido por los militares, que le acompañarían al Pardo a convencer a Franco de que no retrasase más el retorno de la monarquía. Sin embargo, para entonces hasta Juan de Borbón, que nunca fue un fino analista que digamos, entendía que en la España de Franco nada podía cambiar sin la anuencia de Franco (salvo, claro, que se muriese, como le pasó en el 75). Nadie habría convencido al pueblo español de 1945 de la necesidad de un cambio que Franco no reputase necesario.
En noviembre de aquel año de 1945, la Venezuela de Rómulo Bethancourt se une a México, Guatemala y Panamá en la lista de países que reconocen el gobierno republicano en el exilio como el legítimo de España. El 19 de diciembre, la Comisión de Asuntos Extranjeros de la Asamblea Francesa pide al gobierno que rompa sus relaciones con Franco. El 21 de diciembre, Míster Armour, embajador de Estados Unidos en Madrid, abandona el país.
En enero de 1946, media Europa considera que al régimen de Franco le quedan dos telediarios.Para entonces, la lista de los que han repudiado a Franco es larga: México, Rusia, China, Checoslovaquia, Polonia, Austria, Hungría, Bolivia, Yugoslavia, Bulgaria y Rumania. Los parlamentos de Cuba, Ecuador, Uruguay y Francia han solicitado la ruptura de relaciones. México, Guatemala, Panamá y Venezuela han reconocido la legitimidad del gobierno republicano. El 8 de febrero, el mismo día que las Naciones Unidas aprobaban una moción antifranquista presentada por Panamá y que no recibió ni un solo voto en contra, Giral llega a París. Instalar al gobierno republicano en el exilio en la capital francesa es uno de los pasos que se han diseñado para mejorar su presencia internacional.
Las cosas pintan bien. Y, a ojos de muchísimos exiliados, sobre todo de a pie, pasarán a pintar aún mejor con el siguiente acto de esta historia. Este acto, sin embargo, a pesar de ser epidérmicamente prorrepublicano, lleva en su seno el germen de lo que, con el tiempo, hará que las tornas se vuelvan a favor de Franco.
Hablamos, hablaremos, de lo que la Historia conoce como Nota Tripartita.