sábado, marzo 28, 2009
Putas (1)
miércoles, marzo 25, 2009
Fútbol (y 4)
España se consagró como un miembro más del variopinto universo futbolístico europeo en 1964, cuando se hizo perdonar la espantá de Moscú en 1960 y consiguió ser sede de la Eurocopa. La roja ya ha hecho el relevo generacional de sus primeros jugadores eternos (Basora, Kubala, Gainza, Pahíno, o Zarra, que hay quien dice que es el Manolete del fútbol español, es decir una estrella no superada por nadie) y presenta en su once algunos jóvenes valores que inscribirán sus nombres en el imaginario colectivo con letras de oro: el gallego Amancio Amaro, el navarro Zoco, el rojiblanco Isacio Calleja, el sobrio defensa culé Fusté, Marcelino, el Chopo José Ángel Iríbar (que años después se destacaría como batasunero de pro) y el otro genio galaico, Luis Suárez, uno de los primeros españoles que triunfó en una liga entonces tan exigente como el scudetto italiano.
La suerte, el esfuerzo y el factor campo quieren que España haga un campeonato de ídem y gane en las semifinales a Hungría. Por lo tanto, llegamos a la final, donde nos espera Rusia.
El Madrid de 1964 se hace lenguas con cuál será la actitud de Franco. Para el Caudillo, acudir a la final no es trago de gusto; supone, de por sí, tener que escuchar reverentemente el muy bello himno soviético, y ver alzarse delante de sus barbas la bandera roja con la hoz, el martillo y toda la pesca. Pero había un escenario peor y, además, altamente probable: que Rusia ganase. ¿Franco, entregando la copa a unos comunistas? ¡Eso habría que verlo!
Fue, al parecer, don José Solís Ruíz, más conocido como La sonrisa del régimen, un político falangista que con los años se haría famoso por decir imbecilidades como aquélla de «menos latín y más deporte» (y así nos va en los informes PISA); fue él, digo, quien convenció a Franco de que acudiese a la final. Una vez que lo consiguió, se fue escopetado a ver a Benito Pico, presidente de la FEF, al que sugirió que no estaría mal que los hombres del comandante Villalonga (el entrenador nacional tenía galones) se partiesen los huevos con tal de ganar. Algunos rumores señalan que incluso hubo jerifaltes de la Federación, falangistas puros y duros, que pensaron echarle en la comida a los rusos algún tipo de tranquilizante para que jugasen un poco drogados.
España salió muy motivada al campo. Aunque sólo sea por la espontánea demostración de adhesión patria que realizaron los 120.000 espectadores que abarrotaban el Bernabéu, coreando al unísono el apellido de su Caudillo. Marcamos en el minuto seis. Pero tres minutos después Jusainov aprovechó un mal despeje para equilibrar las cosas. El partido se consume en dominios alternos pero sin realización. Hasta que, en el minuto 84, Pereda corre la banda derecha casi hasta el final, centra hacia el punto de penalty y allí Marcelino, de soberbio cabezazo, coloca la pelota donde la Araña Negra, el portero Yashin, no puede alcanzarla.
Para hacerse una idea del ambiente que generó aquella victoria, que hemos tenido que esperar hasta el 2008 para ver repetida, he aquí el texto de cómo la saludó el ABC: «Al cabo de 25 años de paz, detrás de cada aplauso sonaba un auténtico y elocuente respaldo al espíritu del 18 de julio. En este cuarto de siglo, diríase que nunca había rayado más alta la intencionada y entusiasta adhesión popular al Estado nacido de la victoria sobre el comunismo y sus compañeros de dentro y de fuera».
Y dos huevos duros.
Otra anécdota jugosa de aquellos años de franco-madridismo, anécdota muy querida de los culés entendidos en Historia, se produce en la final de la copa de 1968, en la que el Barça le ganó al Madrid por 1-0. El partido fue una batalla campal. El árbitro, señor Rigo, se comió con patatas un penalty cometido por el defensa blaugrana Torres sobre Serena, lo que originó una auténtica cascada de botellas sobre el campo, una de las cuales impactó en la cabeza de un jugador barcelonista y otra estuvo a punto de alcanzar al árbitro. Y eso que Franco estaba en la tribuna.
Finalizado el partido, la mujer del ministro Camilo Alonso Vega, hombre de la máxima confianza de Franco y al que tan sólo estar más cascado que él le impidió sucederle, se acerca en el palco a Santiago Bernabéu y le dice: «¡Santiago, qué desgracia, hemos perdido!». El general Alonso Vega, que se da inmediata cuenta de lo impolítico de la exclamación delante de los directivos culés, le ordena: «¡Ramona, por Dios! ¡Felicita ahora mismo al presidente del Barcelona!»
La buena señora se acerca a Narcís de Carreras, presidente culé, y le dice: «¡Ah, claro que le felicito! Porque Barcelona también es España, ¿verdad?»
A esta boutade, más debida a la torpeza que a la mala intención, De Carreras responde con un sincerísimo, y más bien escaso de seny: «¡Senyora, no fotem!» (Señora, no jodamos)
Días después, Bernabéu echará gasolina en la hoguera con unas declaraciones a la prensa en la que asevera que «quiero y admiro a Cataluña, a pesar de los catalanes». Así eran las cosas entonces (¿entonces?)
Ahora bien, si un hecho hizo correr toneladas de tinta, a pesar de la censura, sobre el asunto de la relación entre madridismo y franquismo, ese algo fue el Barça-Madrid jugado en el Camp Nou el 6 de junio de 1970. Dentro de nada, pues, hará 39 añitos.
En el primer tiempo, Rexach aprovecha el rechazo de un córner y perfora la portería de Junquera. En el minuto 14 del segundo tiempo, Amancio centra sobre Velázquez, que se escapa hacia el área. A un mundo del área (no menos de dos metros), Rifé, uno de los defensas más inteligentes que han jugado en España, le hace una falta táctica. Velázquez, que es un pillo, comienza a dar trompicones y se las arregla para caer en el área. El árbitro Guruceta pita penalty. Y se monta la de Dios es Cristo y habla catalán en la intimidad. Guruceta expulsa a Eladio, lateral culé, porque directamente le llama sinvergüenza y madridista (y, por cierto, en el acto de expulsar a Eladio, y por accidente, le calza una hostia al madridista Grosso). Caen almohadillas a cientos. Amancio, claro, era como Gerd Müller: no fallaba un penalty ni recién operado de cataratas en ambos ojos. Gol. Uno a uno.
Minutos más tarde, Rifé cae dentro del área madridista. A Guruceta la acción le pilla observando las nubes de Magallanes. En todo el segundo tiempo, apenas hay momentos en los que dejan de caer almohadillas, hasta dar la impresión de que el catalán medio tiene cosa de seis o siete culos. En el minuto 85, a las almohadillas se han unido espontáneos que saltan al verde con la intención de saludar efusivamente al colegiado. El partido se suspende. Al entrenador del Madrid, Miguel Muñoz, le arrean un botellazo en todo el cabolo.
El aftermath del partido deja sentir que aquéllos eran otros tiempos. Agustí Montal, presidente del Barça, hace pública una nota en la que justifica la reacción del público; hoy que eso de la violencia en los campos se toma en serio, sería seguramente cesado por incitar a la violencia. El gerente del Real Madrid contesta afirmando que «estas cosas sólo ocurren en los pueblos», lo cual pone a los catalanes todavía más de canto. Bernabéu dice haber recibido hasta 300 amenazas de muerte.
El fútbol, como vemos, da para mucho. Cuesta saber si el fútbol es nosotros o nosotros somos fútbol. Pero es lo cierto que el deporte del balón tiene la virtud de no dejar a nadie indiferente.
En eso, no es por nada, se parece a Franco.
lunes, marzo 23, 2009
Fútbol (3)
La temporada 1950-51, hace por lo tanto ahora más de medio siglo, comenzó, a su manera, la Liga de las Estrellas. Aquel año, el fúbol comenzó a ser un espectáculo en España, o más bien el espectáculo. Y lo hizo de la mano de aquel húngaro rubio, aquel tipo que cuando se inclinaba alrededor de un balón convertía la misión de quitárselo en misión imposible, llamado Ladislao Kubala.
En la primavera de 1950, Kubala había llegado a España formando parte de un equipo de exiliados húngaros. En junio de aquel mismo año firmó con el Barcelona. Fue una jugada muy arriesgada por parte de los catalanes, pues resultaba muy dudoso que Kubala pudiera llegar a jugar competiciones internacionales, toda vez que las federaciones del Este comunista lo consideraban un desertor. El asunto fue oro molido para el régimen de Franco (y esto lo deberían recordar todos aquellos, culés en no pocos casos, que consideran que el franquismo siempre estuvo al lado del Real Madrid) por los interesantísimos matices que presentaba aquella historia de un futbolista huído de un país comunista que quería rehacer su vida en aquella España que perdía el culo por caer bien en las cancillerías occidentales.
En 1951, el doctor Muñoz Calero, representante de España ante la FIFA, consigue arrancar de ésta el permiso para que Kubala juegue en España. Inmediatamente, el húngaro solicita la nacionalidad española. E, igual de inmediatamente, Franco se la concede. Con Kubala en el once, el Barcelona gana la copa del 51, del 52 y del 53, así como la liga del 52 y del 53. Da la impresión de que el reinado blaugrana va a ser eterno, y eso a pesar de que en los otros equipos juegan deportistas que no son mancos, como el madridista Pahíno. Pahíno, que consiguió arrebatarle algún año el pichichi a Kubala, es un casi desconocido precedente de Jorge Valdano, pues era un futbolista que gustaba de leer libros profundos e intelectuales. De hecho, el defensa barcelonista Biosca, tras sufrir una tarascada del delantero blanco, se levantó exclamando: «¡Que se puede esperar de un delantero que lee a Dostoievsky!»
De aquellas temporadas de los primeros cincuenta es la anécdota de Pardo de Santallana; anécdota que, por supuesto, el amanuense que estas notas pergeña ha escuchado alguna que otra vez. Pardo era un falangista enorme y ancho, sanguíneo y echado para delante, aparte de, cómo decirlo, un poco simplón. Siendo como era un miembro conspicuo del partido único, era miembro de su nomenkatura de cargos intermedios, por lo que ocupó diversos gobiernos civiles. Y, aficionado que era al fúbtol, tenía una manía o deseo: que el equipo de la zona donde se ubicase su mando estuviese en primera.
El Deportivo de La Coruña estuvo a punto de joderle la estadística. Siendo Pardo de Santallana gobernador civil de mi tierra, temporada 52-53, el equipo de La Coruña tuvo una de sus habituales pájaras (en mi infancia lo llamábamos El Ascensor, por la facilidad que tenía para subir y bajar) y se fue al pozo de la clasificación de primera. En Oviedo tenía un partido a vida o muerte. Todo parecía indicar que el torreón azul, de aquella, iba a tener que irse al infierno con el equipo.
Pero Pardo de Santayana era como era.
Reunió a los jugadores (sí; el gobernador civil reunió a los jugadores. No habéis leído mal) y les soltó una arenga, al final de la cual anunció a la plantilla que, de no conseguirse al menos el empate en Oviedo, ordenaría afeitar la cabeza de todos los jugadores, además de administrarles aceite de ricino (la ingestión de aceite de ricino, a veces mezclado con sidol, era un castigo inventado por Ramiro Ledesma en los tiempos de la República, que fue adoptado por Falange tras la fusión con las JONS).
El Deportivo conservó la categoría. No te jode. Yo mismo la habría conservado jugando solo.
En todo caso, el gran cambio de aquellos años, como ya se ha dicho, fue el fichaje de Kubala. Algo ante lo cual el Real Madrid tenía que reaccionar; reacción que provocó el grave conflicto en torno al argentino Alfredo di Stefano.
Di Stefano jugaba en el Millonarios de Bogotá después de haberse marchado sin permiso del River Plate argentino, lo cual generó un conflicto en torno a la propiedad del jugador o, lo que es lo mismo, quién podía transferirlo. En 1953, el Congreso Americano de Fútbol decide que la propiedad es del River, pero Di Stefano prosigue en la disciplina del club colombiano esa temporada, que es la que aprovecharon los directivos del Madrid para alcanzar un acuerdo con ellos, acuerdo que es previo en el tiempo al que alcanza el Barcelona con el River.
Ante el conflicto debe mediar la Delegación Nacional de Deportes, la cual lo primero que intenta es quitarse el marrón de encima de una forma tan expeditiva como es la suspensión de la autorización para fichar jugadores extranjeros. Pocas semanas después, la Federación de Fúbtol toma la famosísima y salomónica decisión de decretar que Di Stefano pertenece a los dos clubes, de forma que el Madrid lo disfrutará en las temporadas 53-54 y 56-57, mientras que será culé en la 54-55 y la 57-58, tras lo cual ambos clubes deberán llegar a un acuerdo consensuado con el jugador.
El Barcelona, que como vemos por el acuerdo es el que pierde el uso del jugador en el más corto plazo, reacciona poniendo pies en pared. La directiva del club dimite en pleno (obsérvese el detalle de que hace medio siglo las directivas de los grandes clubes dimitían) y es sustituida por una gestora, que decide no compartir al jugador; por una compensación de unos cuatro millones y medio de pesetas, el Madrid se hace con la propiedad total del argentino. En todo caso, todo hace pensar que al Barcelona aquel jugador no acababa de convencerle. Los directivos catalanes tenían encima de sus mesas un informe el entrenador culé, Daucik, que desaconsejaba a Di Stefano por un problema de mal carácter. Impresión que, quizá, no sea del todo descaminada. No hay que olvidar que Di Stefano se vio envuelto, poco tiempo después, en un pequeño escándalo después de que fuera acusado de haber golpeado a un periodista en la cabeza con una toalla en unos vestuarios.
Di Stefano es hoy presidente de honor del club blanco. Y no es para menos. Su llegada supuso que automáticamente el Madrid rompiese, en la temporada 53-54, una serie de nada menos que 21 años sin ganar la liga. Y, por supuesto, cinco copas de Europa, que se dice pronto.
En el año 54 nos quedamos fuera del Mundial tras un sorteo, pues habíamos quedado empatados con Turquía. Pero lo importante de dicha eliminación no es en sí el resultado sino el extraño telegrama que se recibió antes del partido de desempate, por el cual la FIFA decretaba la imposibilidad de alinear a Kubala con la roja. Lo cierto es que días después del partido la FIFA declararía que no sabía nada de dicho telegrama; más aún, que nunca había prohibido la alineación de Kubala y nadie le había exigido dicha prohibición. Nunca, que yo sepa, se supo a ciencia cierta quién envió aquel telegrama. El franquismo, por cierto, hizo mucha leña con aquel árbol. Habló, desde luego, de conspiración comunista. Pero también se echó la culpa a los masones e incluso se insinuó que podían haber sido los turcos como venganza... ¡por Lepanto! ¿Suena ridículo? Pues no tanto. Al fin y al cabo cuando, en plena guerra, España jugó contra Portugal y perdió, la prensa portugesa saludó la gesta de su selección calificándola de «la más grande victoria portuguesa desde Aljubarrota».
Los años que siguen son los de las grandes victorias del Madrid, los de las cinco copas de Europa seguidas, logros que fueron jaleados por el régimen con un favoritismo que está fuera de toda duda. Toda la plantilla del Madrid del año 55, por ejemplo, fue condecorada con la Orden del Yugo y las Flechas (la pregunta es: Ley de Memoria Histórica en la mano, ¿estarán obligados los supervivientes de aquel once, entre ellos Di Stefano, a devolverla?); Bernabéu recibió la Gran Cruz del Mérito Civil; Di Stefano, la Encomienda de Isabel la Católica. Datos éstos que abonan la tesis de la consideración del Real Madrid como equipo del régimen; tesis en la que, sin embargo, no casan otros datos, como que ese mismo Real Madrid se pasara los primeros 15 años del franquismo a dos velas, sin ganar la liga, y estando a punto de descender un año incluso. Más parece, como dije en la primera toma de estas notas, que fue el franquismo el que se aprovechó de los éxitos del Madrid, como habría hecho con otro club que hubiese ganado la copa de Europa cinco años seguidos.
En mayo de 1960 teníamos que jugar el partido de ida de los cuartos de final de la Eurocopa de naciones. Nos tocaba la URSS y el partido tenía que haberse celebrado en Moscú. Las entradas se agotaron pronto en Moscú mientras en Madrid se mascullaban los escasos pros y las toneladas de contras que se veían en dicho partido. A ello se une la rumorología periodística. Se habla de la posibilidad de que los jugadores españoles sean drogados o detenidos y llevados a un campo de concentración. Finalmente, el franquismo anunciará que, ante la negativa de los soviéticos de jugar en un campo neutral, España no jugaría el partido. En el libro de Franco Salgado Araújo sobre sus conversaciones con su primo nos informa de que el Caudillo tomó personalmente esta decisión ante las noticias que tenía de que el partido en Moscú se iba a convertir en un acto de repulsa al régimen franquista. Todo parece indicar que fueron los elementos más reaccionarios del gobierno, probablemente sus teóricos sucesores naturales Camilo Alonso Vega y Luis Carrero Blanco, quienes lo convencieron.
Cuatro años después, en la nueva edición eurocopera, volvimos a cruzarnos con la URSS. Pero esa vez sí que jugamos. E incluso marcamos un gol épico: el gol de Marcelino.
Pero todo a su tiempo. A bientôt.