El 12 de febrero de 1938 fue
sábado. Los periódicos del domingo, en Viena, se publicaron a base
de generalidades, sin ofrecer ningún detalle realmente preciso de la
jornada histórica del día 12. Por su parte, los diarios franceses e
ingleses iban incluso más allá, sugiriendo una imposición de las
tesis austríacas. Todos los funcionarios exteriores austríacos
habían recibido la instrucción de referirse al encuentro casi con
displicencia, otorgándole el trato de encuentro de trámite dentro
del lógico devenir de los acuerdos de julio. A la hora del
crepúsculo dominical, en las oficinas del poder en Viena se estaba a
la expectativa de conocer exactamente el minuto y resultado del
encuentro, pero en una ausencia total de inquietud. Sin embargo,
entre las personas más finamente agudas en su capacidad de análisis,
la zozobra por la excesiva tardanza que se tomaban las noticias en
llegar fue acreciéndose.
Al final de la tarde, poco a poco, fue sabiéndose la verdad.