De nuevo vuelve hoy a este blog, como artista invitado, Tiburcio Samsa. Este post se publica hoy en el blog de Tiburcio y en éste. Dentro de poco, cuando yo termine una cosita que estoy haciendo, seré yo quien pase un rato en casa del elefante.
La muerte del Gobernador Pérez Dasmariñas. By Tiburcio Samsa.
El Tratado de Tordesillas dividió el mundo en dos hemisferios, uno para Portugal y otro para Castilla, de forma que en lugar de darse capones el uno al otro se los dieran a los desgraciados indígenas que cayeran en sus respectivos dominios. El Tratado funcionó razonablemente bien, si quitamos algunas pataditas que se daban a la espinilla por debajo de la mesa. Aun así, hubo un contencioso que el Tratado no consiguió resolver satisfactoriamente: a quien pertenecían las Islas Molucas.
Los portugueses conquistaron el importante emporio comercial de Malaca en 1511. Inmediatamente tras la conquista comenzaron a explorar las rutas que iban hacia el sur, hacia las islas de las especias, y para 1513 ya habían llegado a las islas Molucas. Uno de los portugueses que en aquellos años visitó las Molucas fue Magallanes.
Magallanes más tarde se enemistó con la Corona portuguesa porque consideró que no había recompensado adecuadamente sus servicios y se pasó al Emperador Carlos V. Magallanes, armado con los mapas de sus viajes, convenció al Emperador de que las islas Molucas caían dentro de su hemisferio y de que era posible alcanzarlas yendo todo el rato hacia Poniente. En aquel tiempo los geógrafos estaban convencidos de que debía existir un paso que comunicase el Atlántico con el Mar del Sur descubierto pocos años antes por Núñez de Balboa. Magallanes se proponía encontrar ese paso.
Magallanes partió de Sanlúcar de Barrameda el 20 de septiembre de 1519. Mandaba una escuadra de cinco navíos y 234 hombres. Magallanes encontró el paso que buscaba en noviembre de 1520 y pasó al Pacífico. El 6 de marzo de 1521, en la isla filipina de Mactán, encontró algo que no había ido buscando, la muerte. Juan Sebastián Elcano le sustituyó al mando de la expedición y fue él quien llegó a las Molucas y de allí continuó hasta España.
Puede que a Carlos V le fascinase saber que uno de sus navegantes había circunnavegado el globo y había demostrado que efectivamente era redondo. De lo que estoy seguro es de que le fascinó todavía más saber que efectivamente era posible alcanzar las Molucas por poniente, sin tener que atravesar la parte del globo atribuida a los portugueses.
En 1525 Carlos V envió una importante expedición rumbo a las Molucas, a la cual el adjetivo exitosa no se le puede aplicar demasiado. En 1529 se firmó con Portugal el Tratado de Zaragoza, en virtud del cual Carlos V vendió sus derechos sobre las islas. Los motivos fueron tres: 1) Habiéndose casado tres años antes con Isabel de Portugal, su política buscaba el acercamiento a Lisboa; 2) Quería centrarse en el escenario centroeuropeo y para ello prefería tener paz con Portugal; 3) No se había descubierto todavía el tornaviaje, que permite cruzar el Pacífico en dirección este, con lo que no había manera de llevar las especias de las Molucas a Europa sin atravesar el hemisferio portugués.
La situación cambiaría radicalmente con el reinado de Felipe II. Los españoles descubrieron el tornaviaje. Desde finales de la década de los 60 del siglo XVI tuvieron una base en Filipinas que podía servir de plataforma para llegar a las Molucas. Y, finalmente, en 1580 Felipe II unió las coronas de España y fue su política ordenar que los gobernadores de Filipinas socorriesen en lo posible a los portugueses en las Molucas. Y es aquí donde entra el gobernador Gómez Pérez Dasmariñas.
Gómez Pérez Dasmariñas era natural de Galicia. Había sido gobernador de León y corregidor de Murcia, Lorca y Cartagena. En esos cargos Dasmariñas se reveló como un administrador eficiente y concienzudo. Como recompensa, Felipe II le nombró gobernador de Filipinas en 1589.
Dasmariñas llegó a Filipinas en mayo de 1590. Cuando llegó se encontró con que Manila no tenía fortificaciones y que le habían dejado las arcas vacías. Puso en orden los asuntos hacendísticos y en poco tiempo fue capaz de dotar a Manila de una muralla y de establecer una fundición para producir cañones.
Tan pronto hubo consolidado la situación en Manila, Dasmariñas empezó a verse tentado por las islas Molucas. Varios de sus consejeros, como los jesuitas Antonio Marta y Gaspar Gómez y Jerónimo de Acevedo, se pusieron a pincharle para que acometiese la empresa. Una carta del padre Marta resume los argumentos para emprender la campaña: 1) El señuelo de la gloria que alcanzaría, algo importantísimo para un general de aquellos tiempos; hoy habría hablado de dineros; 2) Las riquezas que las islas aportarían a la Monarquía; 3) Ganar al Cristianisno las más de doscientas mil almas que se estimaba que habitaban en aquellas islas. El padre Marta traza también una coyuntura estratégica complicada: los musulmanes del archipiélago están unidos al rey de Ternate y andan crecidos a causa de la captura el año anterior de una galeota que procedía de Goa. El rey de Tidore, aliado teórico de los españoles, se mostraba timorato y prefería nadar entre dos aguas y sus contribuciones eran siempre menores de las prometidas.
Aunque la situación estratégica se presentase complicada, los argumentos eran de peso: gloria y riquezas en la tierra y méritos en el cielo. Por mucho menos que eso los caballeros de aquel tiempo se tiraban a la piscina sin comprobar si tenía agua. Dasmariñas comenzó a preparar cuatro galeras para la empresa.
Uno de los principales problemas con los que se encontró Dasmariñas fue la falta de remeros. Compró a los esclavos que los jefes locales tenían a su servicio, pero no fueron suficientes para dotar a todas las naves. Pidió entonces a la numerosa colonia china que le proporcionasen 250 hombres para dotar a la nave capitana. Para dorarles la píldora, les dijo que recibirían dos pesos mensuales de paga, que no irían encadenados, que se les permitiría tener armas para que sirvieran luego como soldados y que sólo remarían en momentos críticos en los que no hubiera más remedio. ¡Era todo un ofertón! Realmente los chinos debían de tener muy buenos sindicatos.
A pesar del ofertón, a los chinos lo de ir de remeros no les apetecía ni poco ni mucho. El Gobernador apretó al gobernador de la comunidad china y éste viendo que peligraba su posición les dijo a sus compatriotas que, se pusieran como se pusieran, había que encontrar 250 remeros. Al final los chinos hicieron una colecta y recaudaron 20.000 pesos para repartir entre los 250 que se ofrecieran voluntarios. Los ochenta pesos de sueldo, unida a la paga de dos pesos mensuales, ya eran palabras mayores y hubo más voluntarios de los que se necesitaban.
La armada zarpó de Manila el 17 de octubre de 1593. Dasmariñas iba en la nave capitana. Con él iban ochenta españoles y los 250 remeros chinos. El 19 de octubre salieron de Cavite, un puerto al sur de Manila. El 25 de octubre la nave capitana se distanció de las otras naves que navegaban a vista de tierra y ese día uno no sabe que fue más Dasmariñas, si imprudente o confiado.
Ese día la nave se encontró con vientos contrarios y hubo que bogar fuerte. A los chinos, que más o menos les habían vendido que aquello sería un viaje de placer, la cosa les empezó a mosquear. Dasmariñas no mejoró mucho las cosas, cuando los apostrofó, les dijo que remaban como mariconas y que como no pusiesen más empeño les iba a cargar de cadenas y les iba a cortar las coletas. Esto último era la afrenta peor para un chino. En fin, cuando estás en un barco en alta mar con gente que te supera a razón de tres a uno y a la que has dejado que conserven sus armas, o bien les tratas con guante de seda o bien los desarmas y los encadenas. Dasmariñas optó por el suicidio: no hizo ni lo uno ni lo otro.
Los chinos acordaron que los españoles se iban a enterar, empezando por Dasmariñas. Al llegar la hora de dormir, cada uno se acostó al lado de un español. Para no dejar nada al albur, acordaron que a una señal cada uno se pondría una túnica blanca para distinguirse en el fragor del combate y a continuación degollarían al español que tuvieran al lado. Todo ocurrió con tanto sigilo y velocidad, que muy pocos lograron escapar a la escabechina saltando por la borda y de éstos la mayor parte murieron ahogados, porque, aunque la playa estaba cerca, la corriente era muy fuerte.
El Gobernador, que estaba durmiendo en su recámara, acabó despertándose con el ruido. Los chinos le dijeron que saliese a aplacar una pendencia que había surgido entre ellos y los españoles. Dasmariñas, confiado, salió en camisón de dormir y ya no volvió a entrar.
Lo que sucedió después en la nave capitana lo sabemos porque de la escabechina se salvaron el fraile Francisco Montilla y el secretario del Gobernador, Juan de Cuéllar. Aquella noche los chinos no repararon en ellos y cuando más tarde repararon, ya se les habían pasado las ganas de matar, pero sólo un poquito.
Los chinos determinaron volver a China con la nave que habían capturado. Se les había ocurrido que tal vez no fueran muy bien recibidos en Manila después de lo que habían hecho. Asustados al ver que los vientos y las corrientes les eran contrarias, empezaron a hacer sacrificios a sus dioses y hubo casos de posesión, en los que los posesos indicaban lo que se debía hacer.
Pararon en Ilocos a hacer agua y allí los locales, que ya sabían lo que habían hecho con el Gobernador, les tendieron una emboscada cuando bajaron a tierra en la que mataron a 20 de ellos. Finalmente, tras muchos avatares, lograron costear la isla y llegar al reino de Tonquín, cuyo rey se apoderó de todo lo que llevaba la galera y, según unos, los metió en prisión, y según otros, los dejó a su suerte, sin más bienes que las ropas que llevaban puestas.