Bueno, pues la cosa ha quedado tal que así.
Antonio Maura, dos votos.
Cánovas, Romanones, Azaña, Alcalá-Zamora y Dato, un voto cada uno.
Tiburcio Samsa no se moja y hace una etérea apuesta por la época.
And the winner is...
¡The Count of Rome-No Way!
En efecto. Nuestro ganador es ese aristócrata que en su título niega vehementemente la posibilidad de visitar la Ciudad Eterna (Roma-Nones; es que hoy es el Día Internacional del Chiste de Mierda).
Veo que habéis interpretado bien las pistas que el ejercicio portaba. En efecto, como bien nos decía el lado budista de este blog,
regionalismo es una palabra que no utilizaría un político moderno. Cabe aducir, únicamente, que sí se utilizó, generalmente, durante la República, así pues Azaña o Alcalá-Zamora son candidatos racionales.
Otra pista que habéis sabido ver es que la frase transmite claramente la impresión de estar escrita por alguien que ha sido ministro o presidente del Gobierno un montón de veces. Esto, a mi modo de ver, hace difícl optar por Cánovas, que no lo fue tantas veces; y curiosamente a Maura, quien no gobernó tanto como puede parecer porque fue el Aznar de su época, y con esto quiero decir que concitó tantas oposiciones que, en realidad, para muchos políticos conseguir que Maura no gobernase se convirtió en objetivo principal. También invalida a Alcalá, que tampoco gobernó tantas veces.
El colocar el proteccionismo en la lista de las reivindicaciones catalanas también da una pista de la época a la que se refiere la frase.
Con todo, no veo que nadie haya interpretado
la pista que dejé yo. Porque si por algo es conocido Romanones en el mundo de las frases célebres es aquella de: ¡Joder, qué tropa! (véase la última línea y el título de
este post, sin ir más lejos). Así pues, el título del post no era en modo alguno inocente.
Ya veis, a veces meto una trampa, a veces ayudo... Los gallegos, ya se sabe.
En fin, ya que estamos, os contaré que de Romanones se cuentan muchas cosas, pero no se suele destacar que era un personaje caracterizado, por decirlo elegantemente, de hábitos extremadamente ahorrativos. En el curioso libro de memorias del otorrino Mateo Jímenez Quesada (pues sí; leo memorias de otorrinos. Como hay gente que se pirra por la música House, no te jode), que lo trató, el médico nos cuenta que, cuatro años de morir el conde, es decir en 1946, llegaron a España los primeros sonotones, a un precio prohibitivo: 6.000 pesetas de la época.
Según Jiménez, el conde de Romanones fue el primer español que se puso un audífono moderno. Fue necesario el concurso de un técnico para ajustar el aparato. El otorrino, que sabía perfectamente de qué palo iba su cliente, le advirtió al dicho técnico que sería conveniente que le hiciera una rebaja por el aparato.
Cuando el conde hubo portado el sonotone, y comprobando que funcionaba, preguntó lo que costaba.
- 5.500 pesetas -respondió el técnico, aplicando disciplinada rebaja.
Entonces el conde sacó la chequera y extendió un cheque... por 5.000 pesetas. Cuando el técnico le indicó, suavemente, que el documento estaba erróneo, el conde le dio la respuesta más castiza que he leído nunca:
- El cheque está bien. Es que yo no pago fracciones.
Pocos días después de aquello, el conde "estrenó" su aparato en una representación teatral, en medio de la cual, en gesto propio de los sordos, casi detuvo la representación al prorrumpir con su vozarrón:
- ¡Casilda, Casilda, oigo muy bien, este aparato es estupendo!
Romanones fue un maniobrero acojonante y uno de los grandes beneficiarios de una época del parlamentarismo español presidido por la corrupción y el caciquismo. Pero hemos de reconocerle que, en el momento climático de su vida política, le echó un par. Don Álvaro resultó elegido en las primeras Cortes republilcanas, donde apenas quedaba nadie de su época y los que quedaban, como Santiago Alba, Alcalá Zamora y me parece que Melquiades Álvarez, ya no compartían sus visiones políticas. Romanones estaba solo, pero eso no le arredró a la hora de defender al rey
en el pleno en el que se le juzgó. Dicen las crónicas que su discurso fue unos cuantos cienes de veces mejor que el del acusador, que ahora mismo no recuerdo bien quién fue pero pudo ser Ángel Galarza. En algunos momentos la montó bien montada, como cuando le recordó a los diputados catalanes que habían aplaudido con las orejas cuando Primo de Rivera dio su golpe de Estado.
El momento más triste de la vida de Romanones fue, supongo, el 14 de julio de 1931. Le tocó ir a la casa de Gregorio Marañón a negociar con Alcalá-Zamora; a negociar nada, más bien, pues Alcalá le exigió la marcha del rey esa misma noche. El conde acompañó a Alfonso XIII hasta el último momento y en ese último momento, cuando el rey se despedía de Madrid y de España, ya nadie reparó en el conde, que se quedó sentado en una esquina, solo.