A la altura del año 1972, cuando por lo tanto Macías llevaba tres años en el poder, no quedaba en Guinea ni un solo político anterior a la independencia o que hubiese ostentado algún cargo de importancia en el país en los primeros tiempos de su existencia. Al que no estaba exiliado, Macías lo había ejecutado, en una represalia sangrienta que había alcanzado, no sólo a los propios políticos, sino a sus familias, a sus amigos e, incluso, a sus vecinos. Macías, como muchos africanos, tenía un fuerte sentido localista y tribal. El país, en sí, estaba en manos del clan de Mongomo; y, en justa correspondencia (justa según su forma de ver, se entiende), los lugares de donde eran oriundos sus enemigos debían de sufrir las consecuencias. Los oriundos de Evinayong, Río Benito, Acurenam, Kogo o Fernando Poo, eran sistemáticamente perseguidos por el régimen. Para entonces, y como consecuencia de esta política tan liberal, aproximadamente uno de cada seis guineanos estaba exiliado.
Macías decretó que los desplazamientos por el interior del país sólo podrían realizarse de mediar un certificado de autorización expedido por el Gobierno. De hecho, pues, convirtió Guinea en una inmensa cárcel. Para algunos lo fue con más claridad. En 1973, todos los sacerdotes católicos y protestantes fueron colocados en arresto domiciliario y les fue prohibido separarse de la cocina de su casa más de tres kilómetros. Los seminarios fueron cerrados, en una medida que fue dramática para el nivel cultural de la clase, llamémosla, intelectual de Guinea, por la mayor parte de los ciudadanos alfabetos salían precisamente de los seminarios.
1973 fue también el año en el que se produjo un cambio sustancial en la estructura de poder española con el acceso de Luis Carrero Blanco a un puesto que Franco, jefe del Estado, se había reservado hasta entonces para sí: presidente del Gobierno. Si la presidencia de Carrero puede interpretarse de muchas formas en relación con el régimen franquista, desde el punto de vista de Guinea Ecuatorial la lectura está muy clara. Carrero era un colonialista, opuesto en gran medida a las posturas algo más pro tercermundistas de Castiella, y una persona aliada de los grandes empresarios que habían tenido intereses en el país. No es extraño, pues, que la llegada de Carrero viniese casi a coincidir en el tiempo con el inicio por parte de estos empresarios de acciones ante el Tribunal Supremo, exigiendo indemnizaciones por las expropiaciones de que habían sido objeto por Macías, en unas cantidades, más de 100 millones de pesetas, que Guinea no quería pagar y, probablemente, no podía.
El hecho de que España pusiese pies en pared hizo ver a Macías, quien de todas formas ya se consideraba rodeado de conspiradores, lo solo que estaba. Un tiempo antes había tenido un gravísimo conflicto con Gabón del que salió perdedor, en gran parte por su aislamiento internacional (acentuado por el detalle de que el embajador que envió a Naciones Unidas ni siquiera sabía hablar inglés).
En aquel mundo, sin embargo, siempre había una salida para quien se sintiese aislado: los otros, o sea el llamado bloque del Este.
La Unión Soviética y sus satélites aceptaron encantados. Para entonces, 1973 como decimos, lo de Vietnam era cosa pasada y gran parte del enfrentamiento geopolítico de la Guerra Fría se había desplazado a África (véase, por ejemplo, Angola).
Las Juventudes en Marcha por Macías adoptaron en su uniforme el cuello Mao (cabe hacer notar que Macías logró, no se sabe muy bien cómo, ayuda simultánea de la URSS y de China). En sus discursos comenzó a aparecer la palabra revolución y se inició por todo el país una campaña para destruir todos los libros editados en Occidente. Fue al inicio de esa etapa, en un mitin en Bata, donde Macías expresó que las personas que, en su opinión, habían hecho más en favor de la Humanidad, habían sido Marx, Lenin, Mao, Hitler, Franco y el dictador ugandés Idi Amín. Todos ellos, como sabemos, están hoy muertos y en el Cielo.
Los actos oficiales terminaban con la siguiente letanía: «En marcha con Macías, siempre con Macías, nunca sin Macías, todo por Macías». Luego, un poco en plan de la canción esa tan coñazo del pumpun y abre la muralla y cierra la muralla y tal, se coreaban una serie de «abajos»: abajo el colonialismo, el imperialismo, el neocolonialismo, los golpes de Estado, los ambiciosos, el colonialismo tecnológico y el colonialismo comercial. Y se terminaba con un «arriba» para la revolución.
En las escuelas se comenzó a enseñar el mito de Macías. Se decía que era una persona con poderes mágicos y que las balas no podían herirle (por eso, una vez ejecutado, mucha gente no creyó su muerte). También se enseñó, como en la Camboya de Pol Pot, que un niño debe ser más fiel al Estado que a su familia, así pues, si cree o sabe que sus padres son subversivos, debe denunciarlos. Los nombres propios y la toponimia se africanizaron, en un movimiento parecido a la deslatinización del alemán llevada a cabo por Hitler. Para valorar lo centrado que para entonces estaba el muchacho, tras una noche de pesadillas, en la que tal vez soñó que se lo apiolaban, construyó una muralla en derredor suyo en Malabo, dentro la cual vivía sólo con su familia.
En el verano del 73 se celebró, a culatazos, el referéndum sobre la reforma de la Constitución. Se ha dicho muchas veces que Franco hizo trampas en sus referenda haciendo votar a los muertos. Macías casi aplicó el sistema: dejaba medio muertos, si no del todo, a los que no votaban. La reforma constitucional fue aprobada por el 99% de los votos. El III congreso nacional del PUNT, en sus resoluciones, califica a Francisco Macías Nguema Biyogo de: Único Líder y Héroe Nacional, Honorable y Gran Camarada, Presidente Vitalicio de la República, General Mayor de las Fuerzas Armadas Nacionales, Gran Maestro en Educación, Ciencia y Cultura, Presidente del PUNT e Incansable Trabajador al servicio del Pueblo.
Las resoluciones del PUNT son para orinar sin dejar caer la más mínima gota. Una de ellas, por ejemplo, prohíbe a los ministros del Gobierno dedicarse al comercio, pero advierte, en la misma frase, que «este precepto no se extiende a los familiares de las autoridades señaladas».
No parece que hagan falta muchas opiniones para valorar que la nueva Constitución es un texto que no tiene la más mínima intención de mostrar tintes democráticos. Pese a admitir el principio general de que el pueblo es soberano, añade, en un ribete típicamente fascista, que dicha soberanía sólo se podrá ejercer a través del Estado y el partido único. Ese mismo partido tiene la potestad hasta de revocar el mandato de los diputados (art. 60), y el presidente puede disolver la Asamblea cuando quiera. Los jueces eran, asimismo, de mandato directo presidencial (art. 68).
En junio de 1974, más de cien personas fueron asesinadas en Bata, acusadas de preparar un golpe de Estado. Sus familiares fueron obligados a acudir al juicio a pronunciar, ellos mismos, la sentencia de muerte.
En 1974 Macías, cuya paranoia ahora se dirigía contra los cooperates enviados por otros países africanos, los expulsó. También hizo lo propio con el delegado de las Naciones Unidas para el programa de desarrollo del país. El presidente guineano estrechó sus relaciones con la URSS, aportando con ello una base interesante para tropas cubanas presentes en Angola. No obstante, esto no arregló su enfermiza manía persecutoria. En 1975, durante el aniversacio de la independencia, tan sólo consintió estar fuera de su palacio 16 minutos, dado que, como aseveró en una intervención radiada desde su despacho, sabía que la oposición había comprado mercenarios para matarlo.
Su decisión de dar la espalda a los vecinos africanos le salió cara a Macías. Gabón, que había aceptado realizar una política de devolución de exiliados, cesó en la misma, convirtiéndose en un santuario para los huidos. Otros países, como Egipto o Nigeria, se negaron a devolver a los estudiantes guineanos que tenían en su territorio, como les demandó el Gobierno ecuatorial. Por su parte, los que estaban en países del Este aprovechaban que tenían que pasar por Madrid para coger el avión a Malabo para «perderlo». Naciones Unidas solicitó de España que diese a estos guineanos el estatuto de refugiado político. Pero España, probablemente porque luchaba asimismo para que algunos españoles no obtuviesen dicho estatuto en Francia, se negó, por lo lo que los guineanos fueron declarados apátridas. Detallito que alimentó notablemente la desconfianza de los guineanos hacia España. En 1975, Macías Nguema Biyogo Ñegue abolió la enseñanza privada, generando el monopolio estatal de la enseñanza que ya tenía en la economía, pues los artículos de primera necesidad sólo podían adqurirse mediante autorización; lo cual, por cierto, condenaba a la hambruna a los parientes de cualquiera considerado subversivo. En abril de aquel año, asimismo, quedó prohibida en Guinea la expresión «Dios guarde a usted muchos años».
La charlotada de Macías llegó a puntos tan increíbles como un mitin en el que anunció que había averiguado (se jactaba de saberlo todo, como Dios, y mucha gente lo creía) que le habían puesto una granada debajo de la tribuna desde la que hablaba. Acto seguido se agachó, se levantó, mostró al público una granada y, acto seguido, acusó al vicepresidente Miguel Eyegue, que estaba a su lado, de haber preparado el complot. Allí mismo lo destituyeron y se lo llevaron, no precisamente a jugar al mus. Incluso se dice que hizo abortar a hostias a una de sus esposas, que osó transmitirle la inquietud por los problemas de hambre del país.
A finales de 1975, Malabo se quedó sin luz por falta de combustible para los generadores. A principios de 1976, los 15.000 jornaleros nigerianos del cacao, hartos de putadas y de hambre, pidieron la repatriación. La guardia guineana intentó impedirlo, pero el envío por parte de Nigeria de barcos de guerra los tranquilizó bastante. Macías huyó al interior. A la salida de los barcos, hubo disturbios con varios muertos por la cantidad de guineanos, muchos de ellos incluso policías, que se tiraron al mar para intentar subirse a los barcos.
En febrero de 1976, EEUU rompió sus relaciones diplomáticas con Guinea. Para entonces, ya no había ni embajador guineano en Madrid, que fue expulsado tras los fusilamientos de los militantes del FRAP y de ETA y unas declaraciones suyas al respecto; ni embajador español en Malabo, puesto que fue expulsado en represalia.
Francisco Macías Nguema Biyogo Ñegue Ndong fue responsable, según diversas fuentes, de unas 90.000 muertes. Es una cifra parecida a la que se estima de personas desaparecidas durante la dictadura argentina. Guinea, sin embargo, no ha tenido ni un Costa Gavras que le haya hecho una película, ni un Sabato que haya hecho notaría de sus bestialidades. Sus muertes, a juzgar por los conocimientos del enterado medio (incluso del español) es como si nunca se hubiesen producido.
Él creía que con su régimen de terror, desarrollando un país en el que mandaban, de hecho, las partidas de la porra de su Juventud en Marcha con Macías, solventaba su único problema, que era la oposición exterior. Pero en eso se equivocó. Con su aislamiento internacional, que para 1976 era ya pavoroso, Macías dejó de ser útil incluso para los suyos. Por eso fue de su propio entorno de donde partió el golpe de Estado que acabó con él; eso sí, buscando soldados extranjeros para fusilarlo, pues los guineanos no se atrevían.
El 3 de agosto de 1979, Teodoro Obiang Nguema, sobrino del presidente, dirigió un golpe de Estado contra él y lo depuso. Con la caída y muerte de Macías se abrió un periodo muy confuso, en realidad lleno de desencuentros, entre Guinea y España. Hoy, ambos países dan la impresión de no sentir nada positivo por haber estado, un día, íntimamente ligados.
Probablemente, la mejor manera de terminar este grupo de comentarios sobre Guinea sea citar, por última vez, al presidente Macías:
«El hombre que hizo posible la libertad de África fue el Führer. Al provocar la guerra de Europa, consiguió traer la libertad que hoy disfrutamos. Por más que dicen que Hitler fue malo, Hitler intentó salvar a África. Ése es el hombre que nos ha dado la libertad, tened esto presente».
Cráneo previlegiado.
In memoriam Tadeo Mba. Adiós, amigo.