Ésta es, sin duda, la imagen de una mujer enamorada. Un tanto moñas la pose, todo hay que decirlo. Pero la mirada, y la sonrisa entre tímida y ambiciosa, no deja lugar a dudas. A todas luces queda claro, al ver esta foto, que está retratando a una mujer que bebe los vientos por el ser al que está mirando. Como se mira a las personas sensibles, sinceras y dulces de las que las mujeres se enamoran.
¿Quién sería el afortunado?
... pues era Adolf Hitler.
Y ella, Geli Raubal.
Todo empezó con los derechos de autor de
Mein Kampf, el ensayo político de Adolf Hitler, escrito mientras estaba en la cárcel tras el
putsch de 1923 en compañía de Ruldof Hess, y que sería, hasta el día de la muerte del dictador alemán, su única, y millonaria, fuente de ingresos (Hitler, de hecho, jamás cobró sueldo por su trabajo como canciller). Tanto dinero, además de las finanzas, cada día más saneadas, del Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP) le permitieron a Hitler soñar con volver a sus adorados Alpes. Así, Hitler pudo contactar con la viuda de un industrial de Hamburgo y alquilar, por una cantidad inicial de 100 marcos mensuales, un chalé en el Obersaltzberg, cerca de Berchtesgaden, que todo el mundo acabaría conociendo como el Berghof (la casa de la montaña, creo). Allí Hitler comenzó a descansar a menudo.
Todo empezó ahí porque poner en marcha aquel chalé obligó al líder del ultranacionalismo alemán a buscar servicio. Desconfiado como era, no quería que el servicio estuviese formado por perfectos desconocidos, razón por la cual decidió telefonear a Viena, para ofrecerle el puesto de ama de llaves a su medio hermana, Angela Raubal.
Durante los años duros de la vida de Hitler, cuando el futuro dictador de media Europa era una especie de inadaptado social que vivía en Viena de la caridad y la venta de sus dibujos, solía recalar en casa de los Raubal cuando regresaba a Linz, su ciudad natal. Allí siempre fue bien recibido, a pesar de que el marido de Ángela, León Raubal, no tenía, al parecer, demasiado buena opinión de él. Pero León había muerto y Ángela, la verdad, era la única persona del
entourage familiar de Hitler por la cual éste había sentido y expresado algo que pudiésemos considerar afecto.
Ángela Raubal dejó Viena sin grandes problemas, pues nada la retenía allí. Pero arrastró consigo a su joven hija, Geli, quien parecía querer desarrollar una carrera en la ciudad musical como cantante lírica. ¿Fue
conditio sine qua non de la oferta que Geli subiese a la Casa Wachenfeld (como Hitler llamaba al Berghof) con su madre? No es seguro; pero sí es probable. Para entonces Hitler, que tenía 40 años, muy posiblemente había desarrollado ya cierta querencia por esa medio sobrina suya, de belleza un tanto extraña y, dicen quienes la conocieron, extraordinariamente vital.
Hitler había tratado a Geli cuando era una niña. Pero cuando se reencontró con ella, ya hecha una adolescente con todas sus cosas en su sitio, se quedó con la boca abierta. De hecho, la llegada de Geli al Berghof supone, a juzgar por los testimonios que nos han llegado, un cambio radical en la vida de Hitler. El político nazi, que en los años duros de Viena apenas ha conseguido tener un amigo, y para eso no muy estrecho, de repente no se separa de su sobrina. Incluso, sorpresa de sorpresas, el tío Adi acompañará a su joven sobrina a los almacenes de Munich y esperará, pacientemente, mientras ella hace compras; algo que, verdaderamente, los hombres sólo hacemos cuando queremos, que si no...
Pero esa relación armoniosa y enamorisca dura poco. Adolf Hitler, ya lo hemos dicho, es entonces un hombre mayor (40 años de los de entonces); y no se olvide que hay algunos historiadores que siempre han sostenido que una de las razones por las cuales adelantó el estallido de la guerra, a pesar de saber que su ejército no estaría plenamente dispuesto hasta 1942, fue que sabía que estaba enfermo, lo cual le haría tener mucha prisa. Hitler tenía, quizá, mucha prisa y, seguro, la sensación de llevar un pibón del brazo. Era mucho mayor que ella (de hecho, era su tutor legal). Un caldo de cultivo evidente para esa enfermedad llamada celos.
De los deseos de Hitler por controlar la vida de todos los que le rodeaban acabó por enterarse toda Europa y el mundo entero. Pero, por entonces, era Geli Raubal quien se comía el marrón. El tío Adi siempre quería saber dónde estaba, y le quería dictar lo que podría hacer y no hacer. Geli, joven y fogosa, no soportaba aquel estado de cosas. Sin embargo, es el criterio del tutor el que se impone, Hitler le prohíbe a su sobrina que jamás vaya por ahí con otros hombres que no sean él, y le prohíbe regresar a Viena a proseguir sus estudios de canto.
En 1929, Hitler adquiere un espacioso apartamento en Munich, 19 habitaciones, en la segunda planta del número 16 de Prinz-Regentenstrasse. Uno de los dormitorios es inmediatamente ocupado por Geli Raubal. Un ejemplo de lo maniático que era Hitler con no tener a su alrededor extraños es que para llevar el servicio de aquella casa contrata a Anny Winter, que había sido su casera durante su etapa de arrastrado en una pieza de Thierschstrasse. Pero ni Anny ni el resto de las personas que pululan por aquel piso se quedan nunca a dormir. Las dos únicas personas que quedan dentro de la casa al caer el sol son Adolf Hitler y su sobrina Geli Raubal. En aquel Munich de la Gran Depresión, todo el mundo asumía que eran amantes.
En el NSDAP nadie se atrevía a poner a Hitler delante de la realidad del escándalo que se estaba organizando a su alrededor. Bueno, una sola persona que se sepa: el
gaulaiter de Würtemberg, quien, más o menos, le vino a preguntar si era consciente de lo que decía la gente. La respuesta de Hitler fue caer en un estallido de ira de los suyos (quienes hayan visto la película
El Hundimiento no tienen más que ver la escena cuando da la guerra por perdida, que está sacada, creo yo, y punto por punto, de las memorias de Albert Speer), y desposeer al alto mando nazi de todos sus galones. Fueron tantas las toneladas de olvido bajo las cuales sepultó a aquel bocas, que la Historia apenas recuerda su nombre.
Sin embargo, Hitler acabará por confesarse. Será con el fotógrafo Henrich Hoffman, gran amigo suyo. A él le confiesa que ama profundamente a su sobrina, pero que sabe que no puede ni pensar en casarse con ella. Motivo por el cual, le dice, lo que ha decidido hacer es "disfrutar de Geli hasta que le encuentre un marido que me guste" (sic). Las pruebas del machismo exacerbado de Hitler son muchas; no olvidemos que luchó contra el paro subvencionando a las mujeres trabajadoras para que se casaran y dejasen libre su puesto de trabajo. Así pues, la frase no tiene por qué extrañar.
Con un tono sexista aún más claro, Hitler le confesó una vez a Hess: "No tengo intención de complicarme la vida; ni con Geli, ni con ninguna otra". Y lo cumplió: para cuando se casó con Eva Braun, las complicaciones eran ya otras.
La felicidad de Geli Raubal y la fama de Hitler son vasos comunicantes. En la primera mitad de los treinta, por lo tanto, tanto baja la primera como sube la segunda. Hitler es cada día más popular, motivo por el cual esconde a Geli en el fondo de su dormitorio en un piso donde sobran por lo menos cuatro o cinco habitaciones de dormir que no ocupa nadie; y, puesto es que es poderoso, puede hacer las cosas a su manera: finalmente, accede a que su sobrina reciba clases de canto en el mismo Munich; pero la manda a clase fuertemente custodiada por guardaespaldas del partido.
En esas circunstancias, casi como una conclusión lógica, pudo eclosionar un triángulo. Y decimos "pudo" porque. en verdad, tras la llegada de Hitler al poder todo registro escrito, oficial u oficioso, relacionado con la vida de Geli Raubal, despareció; razón por la cual, el relato de su vida es un relato supuesto a partir de testimonios contemporáneos.
El caso es que, de entre las personas sin mando, aquella en la que Hitler confiaba más era su chófer, Emil Maurice. Era a Maurice a quien le había dictado, ya detenido, los primeros capítulos de
Mein Kampf. Maurice estaba siempre con Hitler, y Hitler nunca dejaba sola a Geli. Así pues, las cosas acabaron, probablemente, por terminar con el futuro canciller sintiendo un extraño peso en las sienes.
A partir de ahí existen, que yo sepa, dos grandes versiones.
Una señalaría que Hitler llegó un día al apartamento y se encontró a Geli en los brazos de Emil. La otra, que fue la expuesta por el propio Maurice terminada la guerra, se basa en que Hitler le habría confesado a su chófer su intención de casarse con Geli, ante lo cual Maurice, movido por su amor, le confesaría que se la pinchaba. Sinceramente, esta segunda versión tiene poco pase. Primero, porque es una versión a toro pasado (a Hitler muerto, quiero decir). Segundo, porque contradice todos los demás testimonios de la actitud de Hitler frente al matrimonio. Y tercero, porque Maurice, puesto que vivía con Hitler horas y horas al día, tenía que saber muy bien que alguien capaz de desatar la Noche de los Cuchillos Largos era bien capaz de meterle al chófer el neumático de repuesto por el culo; así pues, confesión tal, más que una machada, habría sido un suicidio.
En todo caso, dejemos aquí constatado que, según Maurice, Hitler lo llenó de improperios y le echó de su lado, no sin haberle pagado 20.000 marcos para comprar su silencio... otra chorrada. ¿Por qué comprar el silencio de alguien a quien te puedes cargar?
En todo caso, el hecho de que Maurice fuese el primer jefe de las fuerzas de choque del Partido Nazi, después de todos estos sucesos, hace pensar que, quizá, toda la historia de su noviazgo con Raubal fuese una mentira que se inventó después de la guerra para darse pote.
Para el verano de 1931, según han podido establecer los historiadores, Hitler conoce ya y, digamos, aprecia, a la joven Eva Braun. Lo que no sabemos, exactamente, es hasta qué punto y, sobre todo, qué sabe Geli Raubal.
Sea como sea, el 17 de septiembre de dicho año, Hitler sale, acompañado por Hoffman, de Munich camino de Hamburgo. Eso sí, ya no conduce Maurice, sino un tal (no es coña) Schreck. Geli Raubal les despide desde el amplio balcón de la casa.
Justo antes, en la despedida cara a cara, Hoffman ha escuchado a Geli preguntar:
- Tío Adi, ¿de verdad que no me dejas ir a Viena?
Pregunta a la que Hitler ha contestado con un seco nein.
En las afueras de Munich, siempre segun Hoffman, Hitler se vuelve hacia él y le dice que tiene un mal presentimiento.
Al día siguiente, tras haber hecho noche en Nuremberg, un taxi alcanza el Mercedes descapotable de Hitler, tocando el claxon y con alguien en su interior agitando un brazo. Quien hace esos aspavientos es un empleado de la Deutscher Hof, que trae un mensaje para Herrn Adolf Hitler. Ha llamado al hotel Nuremberg Rudolf Hess. El señor Hitler debe regresar al mismo. Es urgente...
Hitler se para junto a una cabina y llama a Munich. Cuando sale de ella, según Hoffman, está lívido. Extrañamente para él, habla con un hilo de voz.
- Han encontrado a Geli en su cama, con mi revólver en la mano... está muy grave. La policía está en el apartamento.
Para cuando Hitler llega a Munich, Geli Raubal ya está en la mesa de la Morgue, el pecho abierto de par en par por el forense. Se ha matado de un tiro al corazón, efectivamente, con la Walther 6,35 propiedad de su tío. Según algunas versiones, sobre una mesa, y creen que situada allí a propósito, los policías han encontrado una de las esquelas escritas a Hitler por Eva Braun...
Ella fue nuestro rayo de sol. Ésta es la inscripción esculpida en la lápida de Geli Raubal, en el cementerio de Viena; y, conociendo a Hitler, es difícil que dejase que otro la decidiese.
Contra lo que se ha dicho y escrito muchas veces, Hitler nunca borró a Geli Raubal de su vida. Primero a la Berghof, luego al edificio de la Cancillería en Berlín, el líder nazi se llevó fotos enmarcadas de su sobrina e, incluso, un retrato que le hizo Adolf Ziegler.
Se dijo por entonces que un sacerdote, Bernhard Stempfle, persona que gozó de cierta confianza por parte de Geli, poseía cartas entre ésta y Hitler. Es posible que sea así. Pero no lo podemos saber, porque Stempfle fue una de las víctimas de la Noche de los Cuchillos Largos, cuando Hitler aplastó la rivalidad de Röhm y sus SA. Tras aquella jornada, Stempfle apareció en el bosque de Harlaching, con tres balas en el corazón y el cuello degollado.
La vida y, sobre todo, la muerte de Geli Raubal son un misterio. Las tesis que explicarían el deceso son muchas.
Geli Raubal pudo suicidarse por amor. Es una teoría bastante lógica, que tendría que ver con el ambiente asfixiante a que la sometía su tío, rodeada de guardaespaldas; ambiente en el que pudieron operar como agravantes su separación de Emil Maurice (si es que verdaderamente fueron amantes), la decisión de Hitler de no casarse con ella (si es que la tomó, y si es que se la comunicó o ella se enteró); y, finalmente, la competencia de Eva Braun (si bien, aunque se sabe que Eva y Hitler se conocían ya, no está claro que fuesen amantes).
Geli Raubal pudo ser asesinada por miembros del Partido Nazi, a espaldas de Hitler, preocupados por el problema que le podría crear aquella relación tan escandalosa. De hecho, en los meses posteriores a la muerte de Raubal, el rumor más fuerte es que había sido asesinada por un grupo de las SS enviado allí por Heinrich Himmler. A favor de esta teoría está el interés objetivo de quitar a Geli Raubal de enmedio. En contra, que no es tónica del NSDAP actuar a espaldas de Hitler. Todos los hombres a su alrededor lo temían y, de hecho, es probable que de haber llegado él al conocimiento o la sospecha de que su sobrina había sido asesinada en esas circunstancias, hubiera tenido una reacción brutal. Una vez más, la Noche de los Cuchillos Largos demuestra, con total claridad, que a Hitler le daba igual ocho que ochenta.
Geli Raubal pudo ser asesinada por orden de Hitler. Su sobrina podría saber cosas; sabemos, por multitud de testimonios, que a Hitler le gustaba hablar y hablar y hablar durante las largas horas de la madrugada (razón por la cual, ni en medio de la guerra, nunca se levantaba pronto) de lo divino y de lo humano, embarcado en una especie de monólogo automesiánico. Si se zumbaba a su sobrina, es de esperar que, tras el polvo, su capacidad de largar se multiplicase. Así las cosas, Geli pudo amenazarlo con contar cosas o, simplemente, convertirse en un incordio por su manía de presionarlo para que se casaran; sabemos, positivamente, que su madre Ángela le comía la oreja a su medio hermano con la milonga del matrimonio, y sería lógico que lo hiciese instigada por la hija. Es posible, por lo tanto, que Hitler llegase a la conclusión de que Geli era un estorbo y, consecuentemente, decidiese ordenar su asesinato. No obstante, son bastantes los testimonios que sugieren que su amor por Geli era sincero. Si tenía una relación posesiva con ella, que la tenía, parece que para cuando ella se mató había conseguido espantarle los moscones; así pues, no tenía mucho sentido matarla en ese momento.
Y aún quedan otras posibilidades descabelladas: ¿le pediría Eva Braun la cabeza de Geli a Hitler? Hay quien lo piensa. Pero lo cierto es que, tras obtener, presuntamente, tan alta prenda de su enamorado, esperaría años para casarse, y no en las mejores condiciones posibles...
Yo, personalmente, siempre he pensado que la teoría más lógica es la primera. Sobre todo por ese gesto, tan desgarrado, de pegarse un tiro en el corazón. No soy sicólogo, pero me da la impresión de que algo así aúna el gesto de matarse y, al tiempo, destrozar la fuente del dolor que, según la simbología humana, en cuestiones de amor, es el corazón.
Sea como sea, con el suicidio de Geli Raubal, su sobrina, en su casa, en la casa en la que vivían los dos, Adolf Hitler lo pasó mal. Muy mal. Aquella muerte pudo acabar con su carrera política de haber sido los muniqueses más proclives al escándalo.
Ella fue nuestro rayo de sol... Tal vez, si verdaderamente la amaba, con la muerte de Geli Raubal, la vida de Adolf Hitler terminó por sumirse en las tinieblas. Con las tristísimas consecuencias que todos conocemos.