La Historia no es cosa que atraiga demasiado a las televisiones, motivo por el cual siempre es interesante, y loable, que se produzcan iniciativas como la de ayer en la noche de Telemadrid; cadena que, aprovechando que era el 75 aniversario del asesinato de José Calvo Sotelo, convirtió su programa
Madrid Opina en un debate sobre Historia, más concretamente sobre aquel hecho; debate lanzado, por así decirlo, un poco como en formato
La Clave, por un documental previo realizado por historiadores del CEU.
Desde mi punto de vista, el debate sirvió para confirmar dos cosas que no son nada positivas. La primera de ellas, que en esto de lo que podríamos llamar R+GC+F (República + Guerra Civil + Franquismo) sigue habiendo mucha gente que toca de oído. La segunda, que, 75 años después de los hechos, la historiografía sigue polarizada y sirviendo a precondiciones de todo tipo. La Historia de la Guerra Civil, tres cuartos de siglo después, sigue siendo una mierda que se enfanga en detalles que no son nimios, pero cuya discusión impide la profundización hacia temas más interesantes.
Los contendientes (porque así hay que formular las cosas en España cuando se debate cualquier cosa que tenga que ver con R+GC+F) estuvieron, cada uno, en su línea. A Alfonso Bullón y Luis Togores, del Instituto CEU de Estudios Históricos y autores del documental, les tocó defender su trabajo; morlaco que les fue fácil de torear teniendo en cuenta la blandura de los tornillazos que tiraba.
A Julio Aróstegui, historiador, le tocó el papel de juzgar el documental desde la técnica y el conocimiento histórico, cosa que hizo con pulcritud pero dejándose en el tintero los elementos a mi modo de ver más flojos de dicho documental (apuntados, sin embargo, por Antonio Elorza) y centrándose en los asuntos que menos cuadraban con su propia visión de la guerra civil y la defensa de su tesis principal sobre la misma.
Antonio Elorza hizo de embajador en el programa de la cosmovisión hecha decreto con la Ley de la Memoria Histórica. Cabreado desde el primer momento, según él porque pensaba que se iba a hablar de otra cosa en el programa, se encontró con que el tema era el asesinato de Calvo Sotelo, ergo, de alguna manera, la responsabilidad del PSOE en el mismo; tema que a todas luces no le gustaba y que le hizo exclamar al final del debate, en una salida de pata de banco que no venía a cuento y que le hizo, por cierto, flaco favor al citado, que al documental sólo le había faltado decir que «Rubalcaba iba en la camioneta» donde los asesinos de Calvo Sotelo se desplazaron a su domicilio. Esta nebulosidad de sus puntos de vista debilitó la crítica del documental, puesto que al menos yo saqué la conclusión de que era el que tenía las cosas más claras sobre sus puntos débiles. Pero se explicó mal y se enfangó en un asunto indefendible, tal cual es colocar el asesinato de Calvo Sotelo y el intento de asesinato de Jiménez de Asúa al mismo nivel.
Justino Sinova estaba allí para hablar, como Umbral, de su libro (sobre la prensa durante la II República) y, consecuentemente, hizo una intervención al respecto de escaso interés, porque no es la prensa, precisamente, el elemento más interesante de la ecuación de la preguerra civil.
Por último, Gabriel Albiac llegó al estudio de Telemadrid levitando y allí permaneció, a unos siete metros del suelo, durante todo el programa. Es probable que aún siga allí.
Digo que el documental salió vivo de la crítica porque en dichas críticas apenas se apuntó su gran punto débil. En el documental, Calvo Sotelo es presentado como un leal servidor de la dictadura de Primo de Rivera, perseguido por la República, líder en los últimos estertores de ésta de una heterogénea coalición de derechas. Un análisis, a mi modo de ver, demasiado superficial.
Calvo Sotelo, en primer lugar, era un político de convicciones democráticas más bien tenues. Por eso colaboró sin problemas con una dictadura. Era, además, un líder de derechas sin liderazgo, a causa (el documental lo dice) de su larga ausencia de España entre 1931 y 1934 pero, sobre todo, a causa del nacimiento de la CEDA de Gil Robles y la ocupación por parte de ésta del espectro de voto católico conservador, que es el voto de derechas español de toda la vida. La necesidad de buscar un espacio al sol de las derechas, escaso, le hizo radicalizar su discurso y coquetear con soluciones totalitarias. Esto es lo que hace que a su Bloque Nacional se una gente como Albiñana, que es presentado en el documental como «independiente», cuando el apelativo que mejor le cae, históricamente hablando, es el de primer fascista español.
El documental, por lo tanto, dejó intocado el asunto de por qué las izquierdas odiaban tanto a Calvo Sotelo. Por qué lo amenazaban de muerte en sede parlamentaria (por cierto: absurda la discusión que pretendió iniciar Aróstegui en torno al hecho de que la amenaza sólo fue una, la de Ángel Galarza. Primero, no fue la única; segundo, ¿y si lo fuera?); y por qué las izquierdas, a pesar de ser plenamente conscientes de que la muerte del diputado precipitaba la guerra civil, la festejaron. Ocurre a menudo en la Historia que cuando alguien muere fruto de la violencia política, la Historia se retrae de analizar las causas y motivaciones del asesinato, como si hacerlo supusiera justificarlo. Si esto le ocurre a los historiadores más de derechas con Calvo Sotelo, a los de izquierdas les pasa, por ejemplo, con Salvador Allende.
Como digo, este importante matiz, es decir la ideología y actuaciones totalitarias de Calvo Sotelo; el propio hecho de que el político orensano, sin ser centro ni pieza del golpe de Estado, algo sabía de los movimientos en los cuartos de banderas; los coqueteos retóricos con el fascismo realizados en sede parlamentaria, son todos elementos que no aparecieron en el documental ni en el debate; como decía, Elorza los esbozó pero Aróstegui, empeñado en sus propias embestidas, no le siguió.
Más allá, tomé nota de algunas cosas que tienen que ver con la forma simplista, tremendamente estereotipada, con que se enfrenta el problema de historiar, entender y analizar un periodo histórico como éste.
Julio Aróstegui, en este caso, creó el principal debate de la noche, que es un debate muy querido de la historiografía, digamos, progresista, del periodo R+GC+F. Según su teoría, el origen de la guerra civil hay que buscarlo en la intención de una serie de grupos de detener la labor democratizadora del Frente Popular. Teoría que, a mi modo de ver, olvida algunos elementos.
Olvida que el franquismo duró 40 años; lo cual, en sí, es una demostración de que el golpe de Estado del 36 fue realizado, apoyado o tolerado, no por «grupos», sino por masas enteras de españoles.
Olvida que no todos los integrantes del Frente Popular querían realizar una labor democratizadora. Es más: no son pocos los que piensan que las fuerzas democratizantes en el FP eran minoritarias, puesto que, aún sin tener en cuenta a la CNT-FAI, la suma del POUM, el PC y el PSOE caballerista (que no puede afirmar su voluntad democratizadora después de haber dado en 1934 un golpe de Estado para implantar en España la dictadura del proletariado) podría entenderse superaba a la suma de las izquierdas burguesas, el PSOE besteirista y el prietista; sobre todo en la calle.
En todo caso, esta teoría
precisa de la desactivación del asesinato de Calvo Sotelo como elemento actuante en el estallido del golpe. Considerar que el asesinato influyó en la producción del golpe de Estado equivale a admitir que, en fecha tan tardía como el 13 de julio, el golpe de Estado era evitable; y esto no cuadra con la teoría de que estaba montado de antiguo, incluso antes, tal es la tesis de Aróstegui, de la victoria del frente popular.
Éste, a mi modo de ver, es un debate ajado e inútil; lo cual quiere decir que el programa se acabó enfangando en un debate ajado e inútil. Yo creo que para cualquier persona medianamente cultivada en los hechos de la República y la Guerra Civil y que no los analice redactando el fallo antes que los fundamentos de Derecho (cosa que siempre tengo la sensación de que hacen muchos; la mayoría, incluso) están claros dos hechos: uno, que el asesinato de Calvo Sotelo no genera un proceso
ex novo de realización de un golpe de Estado. Otro, que no es un hecho inocuo para la producción, el 17 de julio, de la sublevación de Melilla.
Lo que pasa es que, a mi modo de ver, los «defensores» de la importancia del asesinato para la guerra, el dúo Bullón-Togores, no estuvieron muy finos defendiendo su tesis. En mi opinión, el principal modo de desmentir la versión de cierta historiografía, representada por Aróstegui en el debate, es afirmar que lo que hizo el asesinato de Calvo Sotelo no fue generar el golpismo, sino colocarlo más allá de la masa crítica de partidarios teóricamente necesaria para triunfar (teóricamente porque el golpe, de hecho, fracasó). Esto es: matar a Calvo Sotelo tuvo la consecuencia de que, a partir de ese hecho, y sobre todo tras el entierro, los golpistas tuviesen la sensación de que, una vez que se alzasen, la gente en la calle les recibiría con los brazos abiertos como los garantes del orden que demandaban.
¿En enero había ya militares conspirando? Por supuesto. Y, antes de enero, conversaciones en Roma para ganar a Mussolini para el golpismo monárquico. El golpismo antirrepublicano comienza el día que las clases propietarias, agrarias o industriales, se dan cuenta de que la República no les va a aportar nada; nómina de
indignados a la que rápidamente se unió la Iglesia (y estuvo aquí hábil Bullón recordándole a Aróstegui que estaba intentando minimizar las quemas de iglesias como factor de la ecuación golpista) y, poco a poco, el ejército.
Porque el hecho de que ya exista golpismo antes del Frente Popular no quiere decir que ese golpismo fuese viable. De hecho, esto es algo que Franco le confesó a Portela cuando le instó a poner orden en el país tras las votaciones del 16 de febrero del 36, y Portela le espetó, de gallego a gallego, que mejor que lo hiciese el ejército. Por Franco, pues, sabemos que en febrero del 36 los militares que, aceptemos la versión arosteguiana, querían acabar con la labor democratizadora del Frente Popular (que, por cierto, ¿cómo se puede querer frenar la labor de alguien que todavía no gobierna?), sabían bien que carecían de músculo social para dar un golpe de Estado. Pero el 17 de julio sí tenían la sensación de tenerlo. Y sostener que el asesinato de Calvo Sotelo no tiene algo que ver con eso es, en mi modesta, de aurora boreal historiográfica.
Otra cosa que eché de menos en el documental fue el golpe del 34, luego citado en el debate como de pasada. A veces me da la impresión de que los historiadores españoles tenían todos gripe el día que en la carrera se explicó el golpe del 34, porque pasan por él sin romperlo ni mancharlo, cuando es el gran elemento que anima el debate sociopolítico del 36. Casi todo lo que hacen las izquierdas en el 36 tiene por frontispicio el golpe del 34; y la violencia obrerista del último año de la República se justifica, a sus ojos, como respuesta de equilibrio ante la violencia ejercida por el gobierno de las derechas al reprimir el golpe del 34. El odio a Calvo Sotelo tiene mucho que ver con las cosas que decía sobre aquella asonada revolucionaria y sobre la actitud de las izquierdas hacia ella. Pero en el documental, como digo, el golpe ni se cita.
Más allá, algunos de los argumentos habituales de la historiografía más de izquierdas.
Primer argumento: aquella violencia era normal en el marco de una Europa en la que todos andaban a tiros unos con otros (Elorza). Según y cómo. Esta teoría genera una especie de fatalismo sociohistórico en el que al menos yo no creo; en realidad, si analizamos el mundo de entreguerras, descubriremos que eran mucho más los países que no se dieron de leches que los que sí. La postura contraria es fuertemente eurocéntrica.
Y es que la Europa de los años treinta era el escenario de una serie de estrategias muy concretas; estrategias de las que sus animadores y ejecutantes son históricamente responsables. Esos tiros se pegaban por la acción de una serie de movimientos de agitación, fascistas en las derechas y comunistas (o sea, fascistas de izquierda) al otro lado. Los comunistas seguían instrucciones muy concretas de la Internacional, que están sobradamente documentadas y que le permitieron a Elorza decir, según mis notas, que el PC no era un partido revolucionario. Supongo que se refería a que el comunismo, en aquel entonces, obedecía a la orden de Moscú de colaborar con los partidos burgueses. Pero que lo hacía para darles un hachazo final también es obvio. Además, decir que no era revolucionaria una formación que apoyó el golpe del 34, que fue revolucionario, no sé muy bien cómo se come: ¿PRTP (Partido Revolucionario a Tiempo Parcial)?.
Segundo argumento: el asesinato de Calvo Sotelo no tiene demasiado de inusual en el marco de la violencia del 36. En este terreno, de nuevo Elorza sacó a relucir varias veces el caso del penalista socialista Jiménez de Asúa, también diputado, ponente de la Constitución del 31 y abogado defensor de las malas bestias de Castilblanco. A don Luis, efectivamente, lo intentaron matar unos falangistas en la calle Goya disparándole desde un coche (que, mira que hay que ser mindundi, se les gripó unas calles más abajo). Se cargaron a su guardaespaldas, pero Asúa salió vivo.
Una vez, y otra, y otra, y otra, y las que te rondaré, morena, cierta historiografía lleva décadas empeñada en no entender una diferencia esencial: si una persona es asesinada por la ETA, está mal; pero si sus asesinos son miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado; si son policías y guardias civiles, que, además, para poder asesinar a la víctima se escudan en el hecho de estar realizando una detención oficial, la cosa es mucho, mucho, muchísimo más grave.
Un asesinato por terroristas genera la duda sobre la protección efectiva que las fuerzas del orden. Un asesinato por miembros de las fuerzas del orden genera dudas sobre el orden en sí. No entender esto, evidentemente, es no entender la importancia del asesinato de Calvo Sotelo. Es natural que las personas que no comprenden este elemento miren sin comprender cuando se les dice que el cadáver del político gallego alimentó la convicción de media España de que estaba más segura alzada en armas que en casa jugando al julepe.
El tercer gran elemento del argumentario que se vio en el debate fue el intento de aislar, como en compartimentos estancos, el atentado contra Calvo Sotelo y el PSOE. Esto es algo, ya lo hemos dicho muchas veces, que es sempiterno en la historiografía de izquierdas, y las propias memorias de los republicanos de dicha ideología. Todo lo malo hecho por el bando republicano, desde el propio asesinato de Calvo hasta las matanzas de la Modelo de Madrid o los fusilamientos de obispos, fue siempre obra de
incontrolados. La memorabilia republicana divide a sus propios partidarios, por lo tanto, en
controlados, que son los republicanos buenos que estaban realizando esa labor democratizadora contra la cual se alzaron los militares; e
incontrolados, que son unos tipos chulos, violentos, revolucionarios, de cuyos desmanes nadie responde; ni siquiera los gobiernos que se los permitían, formados por
controlados.
De una forma torpe, se intentó contestar el argumentario del documental, que dice sin decir (la verdad, no sé por qué esos melindres; lo que es, es) que el PSOE, si no estuvo en la organización del atentado, conoció sus autores y los encubrió. Lo primero es algo que no se ha demostrado nunca ni se desmostrará, entre otras cosas porque la anécdota del cambio de escolta de Calvo Sotelo es mucho más confusa de como la cuenta el documental. Lo segundo está fuera de toda duda. Tanto Zugazagoitia como Prieto, y esto como mínimo, sabían perfectamente quiénes habían matado a Calvo Sotelo apenas horas después de producido el asesinato. Y se callaron. Esto es algo, y aquí sí que tuvo razón el profesor Bullón al comentarlo, que no está sujeto a interpretación o mayores confirmaciones; es algo confesado por ambos protagonistas.
La historiografía, de ambos bandos, nunca ha valorado suficientemente, a mi modo de ver, la importancia de este factor. Los dos grandes sentimientos que, es mi opinión, animaron a media España a volverse golpista, empiezan por i. Uno es, ya lo hemos dicho, la
inseguridad: en un país en el que la policía se llevaba aforados en una camioneta y les descerrajaba la nuca, nadie estaba a salvo. Pero el otro es la
impunidad. Siempre he pensado, y sigo pensando, que el gran error sectario de Casares Quiroga en el 36 fue permitir que un tipo que había ametrallado a unos manifestantes y disparado a quemarropa en el pecho de un joven, el teniente José Castillo, anduviese tan tranquilo por la calle, sin causa formada, expediente ni mínima sanción. La inseguridad es un sentimiento jodido; pero la impunidad, o si se prefiere la impotencia ante la impunidad, es un sentimiento estragante, que pone de muy mala hostia. El tipo que se siente inseguro quizá huye; el que, además, tiene sensación de impunidad en su contrario, no huye; se queda y pelea, aunque sea a mordiscos.
Como quizá, espero, se ha podido ver en los párrafos de este comentario, el debate histórico fue, más bien, un debate histérico, centrado en aspectos menores del problema, matices incomprobables (como la exégesis de por qué Azaña entrecomilló el sintagma «Frente Popular» en una carta a Cipirano Rivas, que es algo que pudo hacer por varias razones distintas) y elementos muy relacionados con la polémica política presente. Hubo, incluso, quien se quejó de que se sacara este tema ahora con la que está cayendo; olvidando, elegantemente, que la que está cayendo ahora, en este tema, es fruto de la invención de la Memoria Histórica, esto es, es el fruto de un proceso iniciado por quienes ahora, parece, lo quieren parar. En el paroxismo de centrarse en detalles estúpidos se llegó a criticar que el documental hubiese utilizado un corte de una «película fascista» sobre el Alcázar; cuando la citada escena no hace sino reproducir, coma a coma, las actas de las Cortes.
Como consecuencia de un debate de tal mala calidad, hubo elementos cruciales de la polémica histórica que quedaron ignotos. Citaré, porque me parecen los más importantes, la personalidad de los asesinos, tanto Condés como Cuenca y el guardia José del Rey. La entrevista previa con Alonso Mallol, que es de todo punto irregular por participar en ella Condés (que no era guardia de asalto) y más aún Cuenca, que era panadero. Un documental relativamente largo y un debate de hora y media no hicieron el menor esfuerzo por esbozar la mínima hipótesis, o ramillete de hipótesis, sobre quién, cuándo, cómo y por qué decidió matar a José Calvo Sotelo.
Un ejemplo, pues, triste, de lo inmadura, sectarizada y, al fin y a la postre, tuerta, por decirlo elegantemente, que está nuestra historiografía de la República, la Guerra Civil y el Franquismo.