Últimas esperanzas
La ofensiva de Cataluña
El mes de enero de las chinchetas azules
A la naja
Los tres puntos de Figueras
A Franco no le da una orden ni Dios
All the Caudillo's men
Primeros contactos
Casado, la Triple M, Besteiro y los espías de Franco
Negrín bracea, los anarquistas se mosquean, y Miaja hace el imbécil (como de costumbre)
Falange no se aclara
La entrevista de Negrín y Casado
El follón franquista en medio del cual llegó la carta del general Barrón
Negrín da la callada en Londres y se la juega en Los Llanos
Miaja el nenaza
Las condiciones de Franco
El silencio (nunca explicado) de Juan Negrín
Azaña se abre
El último zasca de Cipriano Mera
Negrín dijo “no” y Buiza dijo “a la mierda”
El decretazo
Casado pone la quinta
Buiza se queda solo
Las muchas sublevaciones de Cartagena
Si ves una bandera roja, dispara
El Día D
La oportunidad del militar retirado
Llega a Cartagena el mando que no manda
La salida de la Flota
Qué mala cosa es la procrastinación
Segis cogió su fusil
La sublevación
Una madrugada ardiente
El tigre rojo se despierta
La huida
La llegada del Segundo Cobarde de España
Últimas boqueadas en Cartagena I
Últimas boqueadas en Cartagena II
Diga lo que diga Miaja, no somos amigos ni hostias
Madrid es comunista, y en Cartagena pasa lo que no tenía que haber pasado
La tortilla se da la vuelta, y se produce el hecho más increíble del final de la guerra
Organizar la paz
Franco no negocia
Gamonal
Game over
El 1 de marzo (es, cuando menos, la fecha más probable), el gobierno español republicano se reúne en Madrid. Era miércoles, y su principal decisión fue comunicarle a Diego Martínez Barrio que ahora corría el escalafón constitucional y, consecuentemente, si Azaña había dimitido, le correspondía a él, presidente de las Cortes, asumir la alta magistratura y presentarse en el Foro. Cipriano Rivas Cherif, cuñado de Azaña y biógrafo suyo, indica en su libro que, nada más enviarle a Barrio el cablegrama con su dimisión, Azaña le hizo una serie de comentarios sarcásticos en los que venía a decir que al presidente de las Cortes le iba a dar un jare de la hostia cuando lo leyese, porque él tampoco quería regresar a España. El gobierno Negrín, más que probablemente consciente de todo esto, le comunicó el 1 de marzo que lo consideraban presidente y que se ponían a sus órdenes.