El regreso a las esencias del Islam, fundamentalmente como reacción a la creciente influencia de la civilización occidental, no es un fenómeno únicamente del siglo XX. Los wahabitas árabes, en el siglo XVIII, o los sanussis libios del siguiente, son ejemplos de visiones muy cercanas a este sentimiento. Jamaleddin el-Afghani, quizá el primer pensador que se dio cuenta de que el mundo musulmán no estaba amenazado sólo de una invasión militar, sino también de la invasión cultural occidental, murió en 1897.
Irán, dada su situación geográfica, se encontraba en todo el medio de la gran confrontación entre las dos potencias del Oriente Medio en las últimas décadas del siglo XIX: Rusia, que anhelaba, y probablemente sigue anhelando de alguna manera, una salida al golfo Pérsico; y Gran Bretaña, que merced a sus conquistas en el área (sobre todo Egipto) era, con mucho, la potencia con más intereses en el área. A ello hay que unir que en el siglo XIX no le faltaron a Persia los monarcas entre ineptos y corruptos, como Nasruddin Sha, que intentó venderle al aventurero Julius de Reuter una macroconcesión de prácticamente todo negocio en el país por la irrisoria cifra de 10.000 libras al año.
En 1890, se produjo la que quizás pueda considerarse primera agarrada seria entre el poder temporal y el espiritual. Nasruddin, que seguía buscando la forma de alimentar su faltriquera, le vendió al inglés Talbot la concesión del tabaco plantado en Persia durante 50 años a cambio de 15.000 libras y una participación en los beneficios de la compañía. Escandalizado, el muhtahid Haji Mirza Ahirazi emitió una fatwa u opinión autorizada que declaraba pecaminoso fumar. Os lo podréis creer o no, pero lo cierto es que al día siguiente, el país en pleno había dejado de fumar. La concesión tuvo que retirarse.
El 1 de mayo de 1896, un seguidor de al-Afghani, probablemente como venganza por haber expulsado a su líder de Persia, asesinó al sha Nasruddin. Le sucedió Muzaffaruddin Sha, el cual tuvo que enfrentarse a la continuación de los sucesos y conflictos revolucionarios, que le obligaron a promulgar una Constitución en 1906 y convocar el primer Majlis o Parlamento. Claro que Muzaffaruddin, una vez que consiguió el vital apoyo ruso para ello, declaró proscrita la Constitución e incluso bombardeó el Majlis.
En 1907, Gran Bretaña y Rusia llegan a un acuerdo que divide Persia en tres partes: un norte de influencia rusa, un sur británico y una zona central, Teherán incluida, de carácter neutral. En 1908, en Mesjid i-Suleiman, se extrae petróleo por primera vez en el país.
En la primera guerra mundial, Persia jugó el típico papel de país formalmente neutral que, por mor de su situación, era lugar de encuentro y navajeo de espías y demás lumpenejército. Como sabréis si habéis leído algo sobre la vida del famoso Lawrence de Arabia, el final del conflicto encendió la región hasta límites insospechados, pues los británicos, y en menor medida los rusos, se portaron con aquellas naciones árabes y musulmanas como el mal ligón: antes de joder todo es prometer, pero después de haber jodido, no hay nada de lo prometido.
La independencia que repetidamente habían prometido los aliados nunca llegaba y, además, toda la zona estaba fuertemente influida por el ejemplo de Musfafá Kemal, quien en Turquía estaba construyendo una nación desde los rescoldos del viejo imperio otomano. Era el tiempo de los caudillos y los señores de la guerra, y Persia no fue una excepción. El sargento Reza Mirza, que en la guerra había ascendido por caerle en gracia a los ingleses, acabó por deponer al último sha de la dinastía Qajar, y fue él mismo proclamado sha en 1925. A la hora de nombrar a su dinastía, eligió el nombre de la lengua hablada en Persia antes del Islam, Palhevi, y renombró el país para llamarlo Irán, que también es una denominación anterior a la de Persia.
Años después, como bien sabemos, estalló la segunda guerra mundial, que volvió a dividir a las fuerzas de la zona. Los monarcas tradicionalmente más proocidentales, es decir las casas hashemita y saudita, querían la victoria de los aliados. Sin embargo, el rey Faruk de Egipto y el sha (que habían estrechado lazos casando al heredero iraní con la hermana mayor de Faruk, aunque finalmente ésta se divorciaría), preferían que ganase Hitler. De hecho, Irán se trufó de espías alemanes que se movían por el golfo como Pedro por su casa. La jugada, claro, le salió mal. El gesto de Hitler de invadir la URSS le costó a Reza el trono, ya que británicos y soviéticos invadieron Irán y le invitaron a abdicar a favor de su heredero Mohammed.
En la segunda guerra mundial ha aparecido en escena un nuevo actor: los Estados Unidos de Norteamérica. Franklin Delano Roosevelt, que lógicamente estuvo en Teherán para asistir a la célebre conferencia que lleva el nombre de la ciudad, dejó dicho que lo que más le había llamado la atención de Irán era la falta de árboles en las laderas de las montañas. Tan superficial juicio es una buena metáfora del hecho de que los americanos nunca parecen haber hecho esfuerzos muy serios por comprender a los persas, unos tipos que ya filosofaban y enseñaban aritmética en sus escuelas cuando ellos aún iban por la vida sin nada más serio que hacer que intentar tirarse a Pocahontas.
Aún así, y probablemente gracias a los oficios del embajador americano en Teherán, Leland B. Morris, el cual encandiló al sha, la penetración americana fue mucha y consistente. Incluso la gendarmería iraní tenía un jefe americano, el coronel H. Norman Schwartzkopf. Durante la guerra había 28.000 soldados americanos allí, y precisamente fue la retirada de los soldados al final del conflicto la que generó los problemas entre los aliados, porque nadie quería marcharse antes que los otros. La retirada fue finalmente regulada por la declaración de Teherán, hecha al final de la conferencia de dicho nombre, y firmada por FDR, Stalin y Churchill el 1 de diciembre de 1943. Este documento comprometía la retirada de las tropas a los seis meses de finalizadas las hostilidades y, de hecho, al caer Hitler los iraníes se apresuraron a exigir que el personal se abriese. Sin embargo, le dejaron claro a la Casa Blanca que su demanda, en el caso de EEUU, era sólo retórica. Querían que los americanos se quedasen.
En mayo de 1946, soviéticos y británicos dejaron Irán. Pero los marines se quedaron. Eso sí, fue una marcha no-marcha porque los rusos, en el área norteña del país que siempre habían controlado (y que en realidad seguían considerando suya) se apresuraron a mantener tropas y promover gobiernos títere que siguieran sus instrucciones. Así ocurrió en Azerbaián y en el Kurdistán iraní.
En paralelo, se producía una cascada de peticiones de concesiones petrolíferas por parte tanto americana como soviética, lo cual tensionaba la situación en el gobierno iraní. Para evitar estas tensiones, y probablemente también gracias a la generosidad de algunos representantes de la Anglo-Iranian Oil Company, el Majlis aprobó una norma que aplazaba sine die el estudio de nuevas concesiones petrolíferas. La medida favoreció, claro, al que ya tenía agujeros abiertos en la tierra, es decir los británicos. Pero esta situación, sobre todo porque redobló la presión de los soviéticos sobre Irán, tuvo la consecuencia de hacer al país más dependiente aún de los americanos.
Como hemos dicho, la retirada soviética de Irán, en virtud de la declaración de Teherán, había sido sólo cosmética. No sólo permanecían en el norte sino que tenían, en el caso de Azerbaián, el gobierno títere de Pishevari. Qavam es-Sultaneh, primer ministro persa, viajó a Moscú para convencer a los soviéticos de que se retirasen. Stalin, que no era muy amigo de perder el tiempo discutiendo polladas, fue directamente al grano y le dijo que todo lo que pasaba, pasaba porque los británicos eran los únicos que tenían acceso al petróleo, y sugirió la creación de una compañía mixta soviético-irania (con control soviético) para la explotación de los pozos del norte. Es-Sultaneh replicó que la decisión del Majlis impedía hacer eso, lo cual, probablemente, no fue entendido por Stalin. No creo que Stalin pudiese entender que un parlamento pudiera parar nada.
Es-Sultaneh llevaba en su cuerpo el ADN de muchas generaciones de comerciantes. Es uno de los pocos tipos que pueden decir que tangó a Stalin. Le prometió la concesión, sacó al Tudeh, partido comunista iraní, de la clandestinidad, y dio muestas, pues, de connivencia prosoviética. Convocó elecciones para formar un Majlis que le tendiese un puente de plata a los soviéticos, pero les engañó. Con el pretexto de que las elecciones presuponían el pleno control de Teherán en el país, las tropas del sha entraron en diciembre de 1946 en Tabriz, y el régimen de Pishevari cayó sin que Moscú moviese una ceja. Después de eso, hubo elecciones, se formó el Majlis, y el Majlis votó... contra la concesión a los soviéticos.
En toda la boca.
Desde aquel día, toda la política iraní se ha escrito comenzando con la p de petróleo.