La URSS, y su puta madre
Casi todo está en LeninBuscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado
Evidentemente, para llevar a cabo sus planes Stalin necesitaba a la policía política; ahí contaba con el apoyo de Yagoda, pero también era consciente de que había muchos viejos bolcheviques establecidos en el cuerpo. A principios de 1934, Yagoda le organizó al secretario general una breve conferencia personal con oficiales de la OGPU; reunión en la que estuvo, obviamente, Yagoda, y también Boris Mironovitch Feldman, el enlace entre el Comité Central y la policía política (purgado él mismo en 1938). En esta reunión, Stalin aparentó ser informado por primera vez de las condiciones no muy buenas en las que vivían los oficiales de la policía, y ordenó la inmediata construcción de una pequeña ciudad, una especie de Copland para soviéticos, en Novogorsk, muy cerca de Moscú. Trataba, claro, de lanzarles el mensaje de que hacer lo que iban a hacer sería en beneficio de ellos mismos y de sus hijos.