«Esto no va de republicanos contra demócratas. Va de Main Street contra Wall Street». Esta frase es del congresista demócrata por Ohio Dennis Kucinich, y la traigo a colación porque me parece una excelente forma de resumir lo que ha pasado ayer en la Cámara de Representantes de Washington. Por Main Street hemos de entender el personal de a pie. Los mediopensionistas.
Por lo que he podido ver en diversos recortes televisivos en internet, aquéllos que ayer han votado en contra del plan de rescate económico urgente (aproximadamente el 40% de los demócratas y el 70% de los republicanos) hasta dejarlo en la cuneta por falta de 13 votos, han esgrimido dos grandes argumentos.
El primero, las prisas. Algún congresista ha llegado a decir: con las mismas prisas vino Bush a esta casa a decirnos que teníamos que ir a Irak a dar hostias, y así nos ha ido.
El segundo, las críticas esenciales. Quienes no han votado el plan no lo han hecho, fundamentalmente, por no encontrar en él las garantías necesarias de que no va a ser un mecanismo para que quienes crearon la crisis encima se forren saliendo de ella. Se habla de incluir en él medidas como la limitación de dividendos (para que los accionistas y gestores sean los primeros que paguen los platos rotos) y, sobre todo, transparencia en los balances. Si voy a salvar a alguien que dice que se hunde, dicen estos políticos, entonces quiero que me enseñe su sala de máquinas para que yo pueda comprobar que está de agua hasta el cuello, y por qué.
En un blog de Historia, lo lógico es reflexionar sobre si nos encontramos ante un hecho histórico. Se podría pensar que sí. Nancy Pelosi, la líder demócrata de la Cámara, declaró en la madrugada española que, tras la votación, el partido está roto. A mí me parece, más bien, una campanuda declaración que tiene más que ver con lo acojonada que estará la señora con su carrera personal (vaya líder de mierda que no lidera nada) que con la realidad. Hace ya décadas, bastantes, que los politólogos vienen señalando que en los órganos legislativos americanos hay, como poco, cuatro partidos políticos: los republicanos del norte, los del sur, los demócratas del norte, y los del sur; o, si se prefiere, los republicanos y demócratas urbanos densos y los rurales dispersos. No puede estar roto un partido que ya no estaba propiamente amasado. Si la señora Pelosi supiera algo de su propia Historia, recordaría lo terriblemente incómodo que le fue a su presidente John Fitzgerald Kennedy el último viaje que hizo a Texas por la fuerte oposición que en dicho estado, y también entre sus políticos, había a políticas de la Casa Blanca como la lucha contra la segregación racial. Y tanto el gobernador de Texas como el alcalde de Dallas eran demócratas, o sea de su mismo partido. Pero es que entre un demócrata de Hickory Hill y un demócrata de Dallas hay bastante más distancia que la que hay entre un socialista de Huelva y un pepero de Huelva.
No obstante, hay ribetes históricos en esta movida. A las puertas de una elección presidencial, que no es sino la guinda de un pastel que es el sistema político americano, éste ha sido puesto un poco en solfa. Hay quien dice que la votación de ayer pone en cuestión el sistema de caucus y, en general, la plutocracia del sistema político americano, según la cual no puede ser candidato a nada quien no tiene pasta suficiente para ello. Algunos analistas interpretan el voto del Congreso como una sutil protesta de la sociedad americana por no sentirse propiamente representada por el sistema existente para la elección de representantes.
El congresista americano es, de todos los políticos de Washington, el que más cerca de la nuca nota el aliento de sus electores. Al revés que los senadores o que el propio presidente de los EEUU, no es votado en circunscripciones nutridas como los estados, sino en condados y circunscripciones relativamente pequeños; y es votado en soledad. Para un congresista americano, es imposible el juego de sistemas electorales como el español, donde vas de número 21 en una lista que encabeza Zapatero y sales diputado aunque no te conozca ni Dios. Cuando un elector quiere decirle a alguien que si vota sí o no a determinada ley ya se puede ir olvidando de su apoyo, no le escribe el presidente, ni a alguno de los senadores de su estado: le escribe a su congresista. Esto es algo que los españoles no podemos hacer. No podemos escribirle al número 21 de la lista diciéndole que se vaya olvidando de nuestro voto porque para dejar de votarle a él tenemos que dejar de votar a los demás que van en su lista. La decisión de voto europea es partidaria, no individual; lo cual la hace muchísimo más rígida.
En la esquina superior izquierda de la web de la Casa de Representantes americana hay un vínculo que dice:
Write your representative. Pinchas, seleccionas tu territorio, el código postal, y te dan el nombre de un diputado,
de un solo diputado, y una dirección para que le escribas. Un detalle curioso: he entrado, he seleccionado Nueva York, el código postal 10005, me ha pedido un código de cuatro cifras, me he inventado el 0001, y la web me ha informado de que mi representante se llama Jerrold Nadler. He pinchado en su nombre y he accedido a su página web personal.
Pues bien: ni el Congreso ni el propio Nadler, en su home, me informan de que es demócrata. Esto lo he deducido yo del detalle de que, en su reseña biográfica, incluye una cita sobre él del ex presidente Clinton, así que supongo que lo será. A todas luces Nadler quiere que los electores del octavo distrito electoral de Nueva York le vean, simple y llanamente, como su representante. Y quiere que, cuando le voten, voten a Nadler, no al Partido Demócrata.
Un trabajo interesante para los sociólogos, en los próximos meses, será estudiar en qué medida el contacto de los congresistas con sus electores influyó en la votación de ayer. Quiero decir: si eres socialsta y el jefe del grupo parlamentario, José Antonio Alonso, te ordena que votes que sí a la ley del agua; pero resulta que tienes el buzón electrónico repleto de electores de tu pequeño distrito murciano diciéndote que como votes la ley del agua ya te puedes ir despidiendo del machito, ¿qué harás?
Pero la pregunta correcta es: ¿cuál de los dos, el jefe del grupo parlamentario socialista o el sudoroso diputado murciano en apuros que acaba votando en contra, está sustantivando mejor la democracia?
De alguna forma, situaciones como ésta vienen a plantear hasta qué punto el sistema político americano está designando adecuadamente a sus representantes. Porque si han sido los electores, como se puede sospechar, los que han movido a sus representantes a oponerse al plan de salvamento, entonces los electores han pasado de McCain en una proporción abrumadora, pero también de Obama en una proporción nada desdeñable. Al ciudadano medio el plan de salvamento, simplemente, no le ha gustado. Yo creo que ha hecho una reflexión sencilla: si el problema básico es el impago de hipotecas por particulares, ¿por qué se ayuda a los bancos que hicieron los préstamos y no a los mediopensionistas que tienen que devolverlos?
En suma, el elector de a pie, como Richard Gere en
Pretty woman, quiere que le hagan más la pelota. Y ya veremos en qué para todo esto.